«Paraderos», poemario de Felipe Díaz: La apropiación del contexto

Por Diego Amapola, poeta y estudiante de Pedagogía en Castellano

Por Absalón Opazo

07/06/2020

Publicado en

Artes / Literatura / Poesía

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Por Diego Amapola, poeta y estudiante de Pedagogía en Castellano.-

Paraderos (Felipe Díaz, Poesía, Ediciones PORNOS, Santiago, 2020) es una obra en donde la voz poética se vale principalmente de los sentidos y de cómo ellos ayudan a la interpretación del contexto. Esto tiene como finalidad absorber a cabalidad dos tipos de realidades relacionadas entre sí y, de esta manera, mostrarlas al público lector.

Por ello, en esta obra existe un ejercicio mimético, en donde el autor se propone dejar sobre el papel cada uno de los elementos que conforman su mundo, desde el más insignificante hasta el más profundo. Las realidades escogidas tienen que ver con la infancia y la adolescencia, con el génesis, con el origen. Luego, se invita a ser parte de un periplo en donde el autor expone las posibilidades de salir de su zona de confort. Existe, por lo tanto, una voz que va evolucionando a través del tiempo, mediante la toma de conciencia que exige el hecho de pasar a otro nivel cognoscible.

Así, en una primera parte del libro, nos encontramos con la descripción poética de lo que implica el barrio. Felipe Díaz retrata con versos muy certeros lo que significa vivir en la zona norte de Santiago, lo que implica vivir en un sector popular, pero sin caer en el vicio o en la simpleza de una crítica social sin fundamento.

Por el contrario, aquellos pasajes revelan lo opuesto a una añoranza vacía, dando a conocer, a través del humor de la niñez, de la fraternidad y la disfuncionalidad familiar, de la creatividad de un joven famélico de experiencias, una realidad nutrida de acontecimientos puros y cotidianos. Un ejemplo se encuentra en los siguientes versos:

Pienso en el pie amputado de mi vecina
y en su forma de bromear
yo venía por un corte de uñas

Como también en los versos de están a continuación:

Los vecinos mandan a sus hijos
a quitar las piedras en medio de la calle
por temor a que la presión de los neumáticos
las haga volar directo a sus caras.
¿Es posible que algo así pase?

De esta manera, es lo cotidiano lo que se levanta como el eje poético de esta obra: no hay un enaltecimiento injustificado de la belleza de existir, sino más bien una preocupación de mostrar lo libre que se puede llegar a ser por medio del relato certero y verdadero. En ese sentido, el libro se presenta más bien como una obra cercana al Realismo, libre de ornamentos en forma de conceptos absolutos que tanto se han utilizado en la historia de la poesía, al punto de llevarnos al hastío.

La segunda parte del libro nos muestra una voz que ya salió del nicho, que se atrevió a conocer otros lugares. Y lo que predomina en esta segunda sección es la inmersión de la voz en las afueras de la ciudad, específicamente en la mezcla de la naturaleza y la costa. Con todo, el autor sigue fiel a su estilo de escritura, es decir, mantiene una relación descriptiva de su visita hacia esos lugares, mostrando una rutina acompañada por otra persona que le ayuda a relacionarse y a entender este nuevo contexto:

Paseas a diario por la ensenada
te deleita la forma y tonalidad del rompeolas
que revela la fuerza del agua:
el estrato acusa los minerales inherentes

Es aquí donde vemos que se va consumando el camino de la individuación de esta voz poética, pues salen a la luz reflexiones que incorporan todo lo existente, desde los personajes humanos comunes que se pueden encontrar en cualquier viaje, hasta el cuestionamiento sobre las nociones que pueden tener los animales que habitan un determinado territorio rural:

¿Sabrá la vaca que experimenta la tristeza
cuando vaga por los campos solitarios
llamando al ternero que fue sacrificado esa mañana
para la culminación de las fiestas del pueblo?

Tanto en la primera como en la segunda parte, nos encontramos con el elemento “paradero”. En la primera parte del libro nos aparece en medio de la interpelación que el hablante le hace al hecho mismo de salir del determinismo. Para ello, Felipe Díaz utiliza de recurso la estructura de los paraderos que están al lado de la estación de Metro, figurando que alguien descansa sobre uno de ellos:

Considérate el juicio final de tu estirpe
luego de pasar una noche completa
sobre el techo de un paradero junto al metro
esperando que la policía o los guardias te despierten
mientras oyes cómo la cumbia se mezcla
con el matutino canto de los pájaros

Por otro lado, vemos que en la segunda parte es el hablante quien hace uso de un paradero para ocuparlo como espacio en donde se puede observar lo que ocurre en el entorno:

En un paradero, cubriéndome de la lluvia
para no mojar la comida, el termo y el tabaco
observo a un viejo atravesar un barrial
con ojotas, un abrigo y un bastón

Las dos veces en que dicho elemento hace aparición sugieren una constante la cual, a su vez, emerge como metáfora de la memoria, de la necesaria toma de conciencia de algo que permanece y siempre forma parte de uno.

Así, el autor comienza a evidenciar, sin ningún atisbo de pedantería o algo parecido, el logro de haber alcanzado una noción lúcida, un entendimiento lozano sobre las relaciones y que se fundamenta en la experiencia, en el hecho de absorber con ahínco la realidad circundante, cuestionarla y aprender de ella.

Sin embargo, aquel cuestionamiento no supone una ruptura entre el sujeto y el objeto o una apropiación irrespetuosa. Se trata, más bien, del establecimiento de una relación en donde el sujeto pretende develar lo “cósico” de la cosa, es decir, la esencia de lo descrito, lo que permite que lo que es, sea.

En ese sentido, la propuesta del autor durante toda la obra es precisamente lo que indica Heidegger en Arte y poesía, y que tiene relación con el origen de la obra de arte y el cómo nos encontramos con ella: “¿A dónde pertenece una obra? La obra, como tal, únicamente pertenece al reino que se abre por medio de ella”.

Lo que Felipe Díaz genera con los dos contextos relacionados en su libro es un ejercicio similar. De ahí que lo que acontece en este poemario está, a su vez, relacionado con la idea de libertad. Todo responde a la posibilidad de ser de otra manera. Y esto se da por la simple razón de que lo que se utiliza para enmarcar todo lo que acaece son, en efecto, los sentidos.

Tal metodología sugiere una subjetividad que se ocupa de mostrar lo que verdaderamente existe para él, escapando así de lo pernicioso que es lo oculto, lo que no se va a buscar, lo que no se va a experimentar y lo que, por consecuencia, queda soterrado e imposibilitado de ser interpretado.

Paraderos es una obra amena y a la vez reflexiva de un poeta joven que, mediante versos, prosa poética y un tanto de poesía visual, nos muestra las reflexiones necesarias (y más) de lo que implica ser y existir de manera situada y enfrentar los distintos contextos. Esto va desde los laberintos pavimentados de la ciudad y de la población hasta los paisajes rurales y bucólicos, sedientos de interpretación.

Mención especial merece la editorial PORNOS, con su impecable edición de esta obra, llena de esmero en lo que respecta a la estética de su portada -la cual está ambientada en la forma de la escritura utilizada en las promociones de las ferias populares- y en lo relativo a la perfecta distribución del contenido al interior del libro.

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