Alejandro Kirk desde el Donbás: «Había cadáveres por la calle y tumbas improvisadas en los jardines»

Periodista chileno relata cómo ha sido su experiencia desde que arribara al Donbás en marzo de este año para cubrir la guerra entre Rusia y Ucrania. Encontrándose en esa labor, el 17 de septiembre pasado sufrió el impacto de esquirlas de artillería y que por solo unos milímetros, le pudo costar la vida.

Por Absalón Opazo

26/10/2022

Publicado en

Chile / Entrevistas / Portada

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Por Sebastián Saá

Alejandro Kirk es un periodista chileno con una vasta trayectoria profesional que lo ha llevado a trabajar en lugares tan disímiles como la ONU en Nueva York, Venezuela, Argentina, Costa Rica, Portugal, Italia, Zimbabwe, Sudáfrica, Cuba y Bélgica.

Hoy, como enviado especial de Telesur e Hispan TV, relata cómo ha sido su experiencia desde que arribara al Donbás en marzo de este año para cubrir la guerra entre Rusia y Ucrania. Encontrándose en esa labor, el 17 de septiembre pasado sufrió el impacto de esquirlas de artillería y que por solo unos milímetros, le pudo costar la vida.

Tras una rápida recuperación, salió nuevamente a las calles a reportear lo que ocurre al interior de una guerra cubierta de censura, mentiras y desinformación.

A días de su retorno, y con un pedazo de metal incrustado para siempre en su cuerpo, Alejandro se toma un tiempo para reflexionar sobre la guerra, la cobertura medial y contar en entrevista exclusiva para El Ciudadano, los angustiantes días que se viven en Donetsk, territorio rusoparlante reintegrado a Rusia tras un referendum, después de 102 años de pertenencia a Ucrania.

Alejandro, ¿Cuándo arribaste al Donbás y cuáles fueron tus primeras impresiones?

Llegamos con el camarógrafo Cristian Inostroza el 24 de marzo, de madrugada. Hacía mucho frío. Íbamos en un tour del Ministerio de Defensa ruso, y apenas pasamos la frontera se suben al bus dos «spetznaz» (fuerzas especiales rusas) y se instala al frente y atrás un convoy de protección. Lo encontré exagerado.

La primera parada fue en una calle céntrica de acá, Universitetskaya (de la Universidad), donde pocos días antes un misil Tochka había matado a 20 personas que hacían fila para sacar dinero de un cajero automático. Ese mismo día fuimos a la ciudad de Volnavaja, a unos 50 kilómetros de Donetsk, y vimos que la destrucción era tremenda. El hospital estaba vuelto leña, y la gente estaba indignada porque los del batallón Azov habían instalado tanques y cañones en los patios del hospital. El director del hospital contó que les pidió que se fueran, que eso iba a generar respuesta de los rusos y los tipos le dijeron que así es la guerra.  Ese fue el primer día, totalmente educacional.

¿Como transcurrieron tus primeros días cubriendo lo que acontece en el Donbás?

Ese tour fueron dos días, y nos vimos obligados a a regresar a Rusia, a la ciudad vecina de Rostov. Allí esperamos varios días para que nos dieran la acreditación en la República Popular de Donetsk, que es un estado extranjero, o lo era hasta esta semana. Nos ayudaba un colega griego que vive en Moscú hace 40 años, cuando llegó a la URSS como estudiante. Afanasi se llama. Los primeros días fueron relativamente fáciles, porque sucedían muchas cosas en Donetsk, estaba lleno de gente, funcionarios, militares, etc. Pero nosotros queríamos ir a Mariupol, donde se concentraba el combate y eso era más complicado, porque había que tener permisos, chaleco antibalas, auto, fixer y todo eso era difícil de conseguir.

Todo el mundo aconsejaba no ir, porque es peligroso, y eso empezó a irritarme. De a poco nos fuimos colando en las giras humanitarias que hacía un colega ruso de RT y ahora buen amigo, Roman Kozarev. Así llegamos por fin a Mariupol a inicios de abril y quedamos pasmados. El combate por Azovstal ni siquiera había comenzado, se peleaba en la ciudad, calle por calle, y la gente estaba en condiciones atroces, con miedo, viviendo en los sótanos sin ningún servicio y con temperaturas bajo cero. Había cadáveres por la calle y tumbas improvisadas en los jardines.

Más tarde conocí a otro periodista, muy joven, Nikita Tretyakov, de una agencia privada de noticias. De su bolsillo compró un furgón «Bujanka» y comenzó a colectar dinero por redes para ayuda humanitaria. Me sumé al proyecto desde la etapa de planificación. En la Bujanka recorrimos unos 18 mil kilómetros desde mayo hasta septiembre, llevando ayuda a los poblados más remotos y aislados. A menudo por caminos minados con la guía de milicianos, y también bajo fuego de cañones y morteros.

Esto me permitió ser útil, y a la vez reportear de manera independiente, sin escoltas ni funcionarios. Mi visión del conflicto en gran medida fue formada por este contacto directo con el pueblo llano del Donbás. Nikita fue movilizado, y está ahora en una unidad de paracaidistas que pronto entrará en combate.

¿Qué hechos fueron los que llamaron mayormente tu atención?

Primero, que en Donetsk se escuchan los estruendos de los cañonazos y la gente no le da bola, nadie deja de conversar, ni de hacer lo que está haciendo, a menos que el proyectil caiga muy cerca, pero tampoco genera pánico. Nos recordó con Cristian los temblores en Chile: los extranjeros tiritando y los chilenos relajados.

Después, en las zonas de combate y destrucción, vi que la gente tenía miedo de hablar. Uno les preguntaba quién destruyó los edificios, por qué están incendiados, y casi todos decían que no sabían, que estaban en el sótano. Alguno que otro se soltaba. Con el tiempo fuimos descubriendo que tenían miedo de los infiltrados de Azov entre ellos, los sapos, y también la inseguridad acerca de si podían volver los nazis, como está ocurriendo ahora en zonas de Jarkov y el norte de la República.

Junto con las tropas y los mercenarios, en esos lugares llega la Gestapo ucraniana, el SBU, a ver quién es «colaboracionista», para castigarlo. En esa categoría entran quienes fueron o recibieron ayuda humanitaria, profesores de ruso, gente que sacó su pasaporte ruso, o puso una bandera.

Ya con el tiempo, la gente empezó a hablar más libremente del comportamiento de los nazis de Azov, de los soldados ucranianos, de cómo usaron los edificios como puestos de combate, que a la gente que quería irse le disparaban, los encerraban en los sótanos, y cuando llegaban los rusos quemaban los edificios.

En una casa de refugiados cerca de allí, dos ancianas nos contaron la destrucción del teatro de Mariupol, lo sabían porque viven frente al teatro, ese que según la prensa occidental había sido bombardeado por Rusia con tres mil personas adentro. Después lo recorrí entero.

Y luego el tercer hecho, es la resiliencia. Para el 9 de mayo, el día de la victoria contra Alemania en 1945, se hizo una celebración en Mariupol, y allí conocí una familia; habían caminado horas entre las ruinas para asistir, y cuando la señora se enteró de que venía de Chile me dijo que ella había lamentado mucho el golpe de Estado, y sobre todo la muerte de Víctor Jara, y me dio un abrazo de solidaridad. Ella, que no tenía agua, luz, gas ni nada en su casa destruida y vivía en un sótano, se compadecía de los chilenos bajo Pinochet. Vi muchos ejemplos de eso, de gente que en ese estado estaba pendiente del resto del mundo, en particular de Venezuela.

“En Donetsk hay una gran esperanza de que la incorporación a Rusia va a generar por fin una ofensiva rusa potente que termine con los ataques de los últimos nueve años”

Alejandro Kirk desde el Donbás

¿Cuál es la situación actual de los habitantes en el Donbás?

Tras el referendum hay una gran esperanza de que la incorporación a Rusia va a generar por fin una ofensiva rusa potente que termine con los ataques de los últimos nueve años. Todos los días hay muertos y heridos. Salir a la calle es una apuesta de vida o muerte, todos los días para todos los que vivimos aquí. Ayer mismo cayó un misil Himars sobre un centro comercial al que voy con frecuencia, al lado de un terminal de tranvías, por suerte sin muertes. Pero en la semana anterior murieron más de 20 personas en ataques a un mercado en el centro, y a zonas comerciales de otros distritos.

El enemigo de Ucrania aquí es la gente que ha resistido desde que en 2014 los ultranacionalistas declararon la cultura rusa como el adversario y comenzaron la persecución masiva al estilo Pinochet. En Odessa quemaron vivos a 48 comunistas atrapados en la casa sindical, mientras ellos celebraban y bebían en la calle.

Ayer se aprobaron en el parlamento ruso, la Duma, los tratados de incorporación, y tal vez por eso los misiles especiales norteamericanos Himars, en vez de los Obuses de 155 mm que habitualmente aterrizan en cualquier parte. La ciudad de Donetsk está semivacía, por lo mismo. Muchos se han ido a Rusia, a esperar el desenlace para regresar.

Al mismo tiempo, se informa de los avances ucranianos en distintos frentes. A un altísimo costo en vidas y material, que los soldados registran y publican en las redes sociales. Tanto en Donetsk como en las zonas atacadas en Lugansk, donde he estado muchas veces, la gente se pregunta por qué Rusia no ataca directamente a Kiev, donde se toman las decisiones.

Para muchos es incomprensible que el mando ruso haya destinado apenas 150 mil solados en un frente de más de mil kilómetros, confiando en que aviones y misiles mantendrían a raya a los ucranianos. Eso significa que uno no ve infantería en los pueblos, apenas unos milicianos en puestos de control. Todo eso, al parecer, está siendo corregido con la movilización parcial anunciada por Putin, y que se materializará seguramente al inicio del invierno.

Es un debate público y feroz en marcha, sobre todo en Rusia: el modo en que se efectuó la «Operación Militar Especial» es opuesto a la doctrina militar rusa de la guerra en profundidad.

¿Cuál es tu visión del conflicto entre Ucrania y Rusia?

Yo creo que esto se inscribe en un proceso de reorganización mundial del capitalismo y de sus instituciones que comenzó con la crisis subprime de 2009, y se manifestó con la victoria de Donald Trump en 2016, que marcó el inicio del fin del neoliberalismo. No por ninguna determinación política iluminada -como apunta el notable e injustamente desconocido economista mexicano Andrés Barreda- sino por pura supervivencia: el capitalismo neoliberal destruye los dos componentes de la producción: la reproducción del capital (agotamiento de recursos naturales), y reproducción de la fuerza de trabajo, agobiada por condiciones imposibles. Barreda lo equipara a la lucha por la jornada de ocho horas.

Rusia, China, Irán, India y otros, son los promotores de un capitalismo de Estado, o bajo dirección estatal, sin la carga ideológica neoliberal, sin la especulación financiera como base de las relaciones económicas, sin imposiciones políticas, ni alineamientos, ni de soberanía. Sin bases militares. En suma, sin la hegemonía que ejerce actualmente Estados Unidos. Eurasia es el nuevo polo de poder económico, político y militar del mundo y eso se combate en suelo ucraniano.

El impulso del ultranacionalismo y el neonazismo en Ucrania, la creación de un enemigo artificial (como ya hicieron en Yugoslavia), responden al propósito de concluir lo iniciado en 1991, cuando se desmembró la URSS. Ahora era el turno de Rusia, de convertirse en una maraña de pequeños Estados fallidos que pelean entre sí. Eso no es posible ahora.

Las sanciones han beneficiado financieramente a Rusia y a Estados Unidos, pero están destruyendo a Europa occidental, promoviendo su desindustrialización acelerada a través del chantaje energético impuesto por Estados Unidos. El sabotaje al gasoducto Nord Steam 2 es un ataque directo a Alemania, que podría modificar su postura.

Por todo eso pienso que el desenlace de esta guerra pudiera ser más rápido e insospechado de lo que se piensa. Polonia ya está comenzando a administrar el oeste de Ucrania, Lvov y Galizia, que considera propias, y en ese país se discute abiertamente la posiblidad de un referendum de anexión.

El magnate Elon Musk, probablemente como vocero de alguien, sugirió que se vuelvan a hacer referendums, pero supervisados por la ONU, en el Donbás y las zonas rusoparlantes del sur y este de Ucrania, y que se reconozca a Crimea como rusa.

Se debe recordar que Ucrania nunca antes de 1991 fue un estado independiente, y que los territorios del Donbás y Crimea fueron «donados» por el gobierno soviético en 1920. El Estado ucraniano parece destinado a desaparecer como lo conocimos entre 1991 y 2022.

¿Qué opinas de la manera en que se cubre el conflicto meditativamente?

Este es el fin del modelo periodístico que nos enseñaron en el siglo XX, tanto el privado como el público. Soy enemigo de las teorías conspirativas, pero es obvio que aquí hay una en marcha: la llamada «guerra cognitiva», que combina todas las herramientas ideológicas disponibles, para deconstruir el razonamiento lógico cartesiano y cambiarlo por emociones básicas. La publicidad comercial aplica esta técnica hace mucho.

Medios tradicionales y redes sociales se combinan para crear un pensamiento único en que cualquier disidencia o indisciplina es castigada tanto policial y jurídicamente, como por la propia sociedad, que exige castigos implacables.

La prohibición de los medios de comunicación rusos en Occidente no ha sido cuestionada prácticamente por nadie, ni siquiera por personas que han dedicado su vida a denunciar el orden impuesto por las transnacionales de la información.

Donald Trump ha sido la víctima más notable de este artilugio: en 2020, la agencia Associated Press (propiedad de los principales medios norteamericanos) declaró ganador a Joe Biden sin esperar los resultados oficiales. Minutos después todos los medios occidentales se asociaron a esto, y también las redes sociales. En conjunto, declararon a Trump persona non grata y le cerraron el acceso. Creo que es la primera vez en la historia que a un Presidente en ejercicio lo cancelen todos los medios.

El vilipendiado filósofo ruso Alexander Dugin sostiene que hay un «reseteo» mundial por parte de corporaciones transnacionales «globalistas» para uniformar el pensamiento, cancelando culturas, tradiciones, valores, religiones, idiomas, etc. Y que a esto se le opone un «Gran Despertar», que estaría representado por las culturas más antiguas y relevantes.

El momento está caracterizado por una insólita licuación ideológica: tenemos gobiernos «progresistas» con participación comunista, como en España y Chile, apoyando abiertamente a los grupos genocidas que dirigen Ucrania. Eso es parte de la debacle histórica de la izquierda, pero es otro tema.

¿Como evalúas la información que se transmite desde los medios europeos y estadounidenses en contraste con los medios rusos?

En este preciso instante observo en los medios rusos un debate más duro y extendido acerca de las debilidades del Ministerio de Defensa que cualquier polémica en los grandes medios occidentales. Pero ningún medio se manifiesta abiertamente a favor de Ucrania o de la OTAN, solo difieren en cómo enfrentar la crisis.

Para entender esto hay que regresar a una especie de manual que escribió Noam Chomsky en los años 80: Manufacturing Consent, que analiza a los medios desde el lugar y el sistema en que se desenvuelven. En ese tiempo era el socialismo y el capitalismo. Si tu medio y tu propia idea como periodista es que tener pensiones privadas, salud privada, educación privada, trabajo flexible, o sea, que el mercado se autoregule, es beneficioso para todos, indudablemente que ese es el punto de base: de ninguna manera serás neutral frente a lo que consideras el bien y el mal.

Muchos en Rusia, especialmente en los círculos intelectuales de Moscú y San Petersburgo, se oponen a la guerra. También importantes círculos de la burocracia estatal y los negocios, que ven en la ruptura con Occidente el fin de un anhelado estilo de vida y no les molesta que Rusia juegue un papel de socio menor, no ven el peligro de disolución. Y tienen su medios de comunicación importantes, especialmente en la prensa escrita. No veo algo similar en Occidente. Quienes apoyan a Rusia no tienen lugar, sencillamente, salvo en la marginalidad, fuera del sistema. Y por eso además corren peligro, como el periodista español Pablo González, que lleva más de seis meses preso en Polonia como «espía ruso» sin que nadie, ni su propio gobierno, se ocupe de él.

En Ucrania hay un listado de «enemigos» a quienes ajusticiar. Ya han muerto varios, incluida la periodista Daria Dugina, la hija del filósofo Dugin. Hay más de cuatro mil personas en esa lista, entre los cuales cerca de 400 periodistas. De esto no se hace cargo ningún medio occidental: no reportean, no investigan, menos condenan, pero sí obtienen información desde allí, y cooperan en identificar y denunciar a los «colaboracionistas».

Tan es así todo esto, que siendo yo el único periodista latinoamericano aquí, y uno de los pocos «occidentales» que no es bloguero, nunca me han contactado como lo hace hoy El Ciudadano, sea para entrevista o para reportear. Tampoco les originó curiosidad periodística alguna el hecho de haber sido herido por ataques ucranianos. Imagínate si hubiese sido un corresponsal de alguno de esos medios, herido en Ucrania por metralla rusa. Es el terror de que yo les aparezca con una versión que no quieren oír, de un lugar que para ellos no existe.

“La metralla entró sin dañar órganos importantes y se detuvo en una costilla, que quebró, pero que frenó la carrera hacia el pulmón”

¿Nos puedes relatar paso a paso el día que sufriste el impacto de proyectiles?

Fueron esquirlas de artillería. Metralla se llama. Viene dentro de la cabeza del proyectil. Fue un día «normal», un sábado. Escuché grandes explosiones cerca de mi casa y salí a grabar, como muchas otras veces. En la Plaza Lenin, pleno centro, había un camión en llamas. Es la avenida donde transitan los buses. Con cautela me acerqué a grabar, calculando (mal) que cuando atacan el centro, rara vez lo repiten en el mismo punto. Había dos personas dentro de ese camión.

Iba con protección del cuerpo, pero igual grabé de entremedio de unos árboles del parque que hay allí. En eso siento el silbido típico que precede a una carga de artillería, giro la cámara y alcanzo a grabar el impacto. Terrorífico. En el mismo instante siento un golpe seco en mi hombro, a dos cm del chaleco antibalas. Sin dolor. Más me preocupaba que el ojo derecho se me había nublado con sangre.

Dentro de esa mala suerte, que no es tanto porque me arriesgué en función de un plano informativo, tuve una suerte espectacular: la metralla entró sin dañar órganos importantes y se detuvo en una costilla, que quebró, pero que frenó la carrera hacia el pulmón. Y en el ojo, un agujero en mis anteojos de sol es tal vez prueba de que podría haber perdido el ojo. La pieza de metralla se quedó para siempre pegada a la costilla.

La suerte que yo tuve no la tuvo una muchacha que estaba al otro lado de la calle, y que fue atendida por reporteros de la cadena rusa RT. También recibió la misma metralla, también una sola, pero en la espina dorsal. Y quedó parapléjica. Todo esto en el centro de la ciudad, al mediodía. Como si un día cualquiera uno va por la Plaza de Armas y empiezan a llover cañonazos.

Esa misma semana, 20 personas murieron por los mismos Obuses 155 mm., gente que andaba en la calle, comprando, que iba en un autobús. Hay que decirlo, uno va reportear y ve sólo cuerpos o partes de cuerpos. Por ejemplo, el miércoles 21 en el mercado, hablamos con una florista, contenta y risueña porque venía el referendum. Al día siguiente la encuentro en el piso frente a su negocio, en un charco de sangre, muerta, su pierna partida en dos. Esos proyectiles son guiados por GPS, autopropulsados, no hay posibilidad alguna de errores.

Alejandro Kirk, momentos después de haber sufrido la herida.

¿Como ha sido tu proceso de recuperación?

Muy rápido. En Donetsk existe la salud pública, hay muchos hospitales, una prestigiosa escuela de medicina, que era el orgullo de Ucrania. Nadie me habló de dinero, ni siquiera me pidieron identificación. Tampoco me trataron mejor que a los demás pacientes, casi todos soldados heridos por metralla, algunos mutilados.

Estuve hospitalizado 12 días y de paso atendieron otros posibles males no relacionados con el incidente, sin preguntar mi opinión, sencillamente porque es el protocolo de un servicio de salud dedicado a sanar y no al negocio. Es una herencia soviética aquí, igual que la educación, la vivienda, la calefacción, los derechos sociales. 

También eso entra en la ecuación del conflicto: ellos saben, porque tienen familiares en Ucrania, que todo eso estaría en peligro.

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