Columna de Opinión

Competitividad frente a la Derecha ¿Ruptura o moderación?

La idea de que una candidatura más próxima política, ideológica y estéticamente al establishment será la más eficaz frente a la Derecha en noviembre, no se sustenta en los hechos recientes y huele más a lugar común motivado por la desazón de saberse sin capacidad para movilizar votantes nuevos y la falta de proyecto político.

Competitividad frente a la Derecha ¿Ruptura o moderación?

Autor: El Ciudadano

Por Rodrigo Viveros

El pasado domingo 22 de junio se realizó el último debate de precandidatos/as presidenciales del pacto «Unidad por Chile» (oficialismo), cuya tónica fue un ataque predecible de Winter y Tohá (4% y 6%, en última Encuesta Plaza Pública/Cadem) hacia Jeannette Jara (13%), quien rehuyó la confrontación directa y buscó puntos en común con Mulet y Winter, intentando mostrarse como figura aglutinante del sector.

En el transcurso de la actual semana, posterior al debate y de cierre de campañas, los dardos de Winter y Tohá contra Jeannette Jara han apuntado a su programa (al que acusan de corto), pero por sobre todo, a la supuesta «baja competitividad» de la candidata del Partido Comunista frente a la Derecha en la elección presidencial de noviembre.

Lo anterior se basa en el siguiente razonamiento: Frente a la amenaza de un triunfo de la extrema derecha, la mejor opción desde el progresismo y la Izquierda es aquella que dispute y gane al votante «moderado» o «de centro», por lo que se requiere el candidato o candidata que, bajo un prisma espectral de la política, se ubique más cercano al centro, dando por sentado que el voto útil de izquierda lo tendría asegurado.

Comencemos por señalar que el voto «moderado» o «de centro» no es un compartimento estanco ni una reserva de votantes basada en la idea de «3/3» (izquierda-centro-derecha), donde la simple ecuación consistente en ganar el tercio de centro le da el triunfo a izquierda o derecha y, por lo tanto, la polarización, entendida como consecuencia de cualquier propuesta de cambio estructural o ruptura de status quo aleja de la actitud moderada que posibilita obtener los votos de centro. Este razonamiento mecánico y simplista es fácilmente rebatible frente a los hechos, tanto en Chile como en el extranjero.

Profundizando en el párrafo precedente, analicemos los resultados electorales de las últimas dos décadas en los lugares donde la derecha y ultraderecha han emergido o se han presentado fortalecidas en las elecciones presidenciales.

Comencemos con los casos en los cuales la opción para derrotar a la Derecha/Ultraderecha se recurrió al relato del mal menor, moderación o centrismo. En Argentina, el año 2015 terminaba su segundo mandato Cristina Fernández y en el PJ [Partido Justicialista] se impuso el ala reaccionaria, presentando al candidato Scioli frente a una renovada Derecha empresarial (PRO) encabezada por Mauricio Macri; ganó Macri luego de 12 años de gobiernos peronistas. El caso más reciente en el vecino país ocurrió el año 2023, cuando el rival del ultraderechista Milei fue el ex militante del PJ, Sergio Massa, fundador del Frente Renovador y ministro de Economía de Alberto Fernández, quien se impuso en la interna peronista en medio de críticas desde la izquierda y sindicatos por sus políticas de austeridad fiscal, falta de protección salarial, subsidio al rancio empresariado agrícola y subordinación al FMI, devaluación incluida. El resultado, conocido, a pesar de toda la contra campaña hacia Milei, advirtiendo la política de shock fiscal y los retrocesos en derechos sociales y civiles, el ala derecha del peronismo perdió con la ultraderecha de Milei y LLA [La Libertad Avanza].

En Brasil el año 2016, Dilma Rousseff fue derrocada mediante un golpe blanco realizado a través de un impeachment en el Parlamento. Previamente, la presidenta de Brasil había instalado a Levy en el ministerio de Hacienda, apodado ministro Tijeras por su política de ajuste fiscal ortodoxo que incluyó recortes sociales, entre otros, en el programa Bolsa Familia, complementado con tarifazos en transporte y energía eléctrica, lo que minó la base popular petista. Se pensó que para 2018, luego de dos años de Régimen Parlamentario de facto de Michel Temer y profundización del ajuste, Lula, que encarnó la política de gasto público expansivo hacia políticas sociales, podía vencer al ultraderechista Bolsonaro.

Sin embargo, un juicio amañado por el juez Sergio Moro (futuro ministro de Justicia de Bolsonaro), obligó al PT a buscar Plan B: Fernando Haddad y Manuela D’Avila. El último recuerdo petista en el gobierno fue la austeridad del bienio 2015-2016, la campaña se centró en ser la «contra» de Bolsonaro y exacerbar los rasgos de tipo fascistas en el ex militar brasileño, contraponiendo a dos figuras jóvenes progresistas, en el caso de D’Avila, una dirigente joven e instalada como intelectual en el movimiento feminista brasileño. La bandeja estaba servida, «Ele Não» fue la consigna, asentada en estratos sociales medios, universitarios, profesionales y mujeres jóvenes (con efecto comunicacional más allá de Brasil), apuntando al conservadurismo de Bolsonaro más que a una ruptura con la política económica de los últimos cuatro años precedentes, enfocando el relato de manera diferente a las políticas económicas redistributivas de los gobiernos de Lula (2002-2010), en un giro centrista y hacia la alteridad del PT, apuntando a un nuevo público, que se pensó, sería movilizado por el rechazo al candidato de ultraderecha en Brasil. El resultado, ganó Bolsonaro y la izquierda en el parlamento sufrió un duro revés (especialmente el PT).

Resultado similar a los anteriores podemos observar en la reciente elección presidencial en Estados Unidos en 2024, donde Donald Trump, primero, se impuso sin contrapeso en la interna republicana a Nikki Haley, una republicana conservadora pero institucional y con enfoque de política de Estado en temas internacionales, como apoyo a guerra en Ucrania, coincidiendo con los Demócratas. En noviembre, la historia es más conocida, los anuncios de todas las plagas por parte de los Demócratas, Biden y después, Harris, siempre corrieron por detrás de Trump, e, incluso, algunas mediciones (Quinnipac y The Economist) situaban al socialista independiente Bernie Sanders como una carta más competitiva, que incluso podía vencer hipotéticamente al ultra reaccionario empresario, ampliando su ventaja, precisamente, en Estados obreros históricos, como WY [Wyoming] y PA [Pensilvania].

La contracara de los casos recién revisados, donde el diseño centrista y reaccionario fue derrotado por la Derecha y Ultraderecha, son los casos de Colombia y México.

En el país sudamericano, caracterizado por una política profundamente oligárquica y terrorista en la Derecha, asociada al crimen organizado y con un ex presidente juzgado, el panorama se observaba muy cuesta arriba para Gustavo Petro luego de la primera vuelta. Con casi un 55% de participación en primera vuelta, obtuvo un 40%, mientras el Uribismo con Gutiérrez y el empresario ex liberal, devenido en populista de Derecha, Hernández, sumaron un 52%. En ese contexto, la estrategia de Colombia Humana (CH), la coalición que sustentó la candidatura de Petro, no se centró en señalar lo catastrófico del Uribismo y lo impresentable de Hernández, sino que puso énfasis en la esperanza, en capitalizar las demandas de la revuelta social de 2021, levantó la figura de la dirigente afro-ambientalista, Francia Márquez, se enfrentó a los poderes económicos y la prensa. El resultado fue un aumento de 2.750.000 votos gracias a la movilización de sectores comúnmente abstencionistas, como la juventud urbana y rural, especialmente en la zona Caribe y Pacífico.

El caso de México es evidentemente el más virtuoso para graficar la eficacia del relato de esperanza y transformador frente al relato reaccionario del miedo a otra alternativa. El 2018 MORENA generó la épica de cambio estructural con la «4ta Transformación», presentando al pueblo de México un programa de reformas profundas que incluyó pensiones universales para adultos mayores, des-privatización de la energía eléctrica, combate concreto a la corrupción del Estado y una crítica tenaz a los opositores de los partidos tradicionales, PRI, PAN y PRD (ex partido de AMLO). La historia terminó con AMLO arrasando junto a MORENA a los partidos anteriormente nombrados, que, en el caso de los dos primeros, sumados, perdieron más de 10 millones de votos, mientras MORENA convocó a jóvenes menores de 30 y al selvático sur mexicano como nunca antes, obteniendo la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. El programa de gobierno fue parcialmente cumplido, debido a las mayorías insuficientes en el parlamento, pero el gobierno nunca cambió el relato, no buscó negociaciones de Gatopardo con la oposición en el parlamento y mantuvo su ímpetu reformista, avanzando todo lo posible dentro del marco institucional. El resultado de esta forma de gobernar fue por sí misma una campaña -y muestra de credenciales al pueblo mexicano- de cara a la elección donde Claudia Sheinbaum arrasó, obteniendo casi el 60% de los votos en primera vuelta, ampliando en seis millones la base de votantes de MORENA (en relación a AMLO), aumentando 15 senadores y más de 80 diputados la representación anterior del Partido, haciendo desaparecer al PRD, que de partido de izquierda en los años 90, derivó en una triste caricatura sin rumbo, que terminó apoyando a la misma candidata presidencial del PRI y PAN.

Si la evidencia de la última década en América Latina y EEUU no resulta suficiente, es posible examinar nuestro país en los últimos 15 años y comparar las derrotas de Frei (2009) y Guillier (2017) contra Piñera 1 y 2, respectivamente, donde la campaña de la centro izquierda se enfocó principalmente en resaltar los peligros del triunfo de la Derecha, sin programa de cambios estructurales y carentes de un impulso reformista, con los triunfos electorales de Bachellet 2 y Boric, cargados de épica, con promesas de cambios no experimentados y pendientes desde el fin de la dictadura (No+AFPs, seguro de salud universal, derecho a salas cuna, reformas al régimen laboral, derecho social a la educación, etc.) e impulsados por la movilización social; esto último, sobre todo en el caso del actual gobierno.

En conclusión, la retórica centrista, carente de relato épico, apelando al miedo a la derecha como motor de movilización de masas y votantes, ha fracasado en Chile y en contextos con disputas en clave análoga. El resultado ha sido generalmente el triunfo de la ultraderecha y la derrota política de las fuerzas progresistas entregadas a la inercia de la administración de un modelo económico pro empresarial y un sistema político impermeable a las demandas populares. En cambio, en países como Colombia y México, donde la oligarquía gobernó sin contrapeso institucional, con tintes autoritarios y criminales en muchos casos (como el caso no resuelto de Ayotzinapa en 2017, en el último gobierno del PRI) el hastío hacia las fuerzas políticas conservadoras fue capitalizado a través de un relato de esperanza, con épica, profundo carácter reformista, en clave de ruptura y desde una crítica tenaz a las fuerzas reaccionarias que ostentan el poder.

La idea de que una candidatura más próxima política, ideológica y estéticamente al establishment será la más eficaz frente a la Derecha en noviembre, no se sustenta en los hechos recientes y huele más a lugar común motivado por la desazón de saberse sin capacidad para movilizar votantes nuevos y la falta de proyecto político. Winter (FA) y Tohá (PPD), con tono cada vez más homogéneo, han insistido en tal idea, en un intento (a juzgar por encuestas, vano) de espantar votantes de Jeannette Jara, siendo esta última la única de las tres candidaturas mencionadas que ha basado su relato en la construcción de épica, que, por lo ya expuesto, es la única manera de derrotar a la ultraderecha en este contexto.

Por Rodrigo Viveros


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