Documentos desclasificados de nuestra historia: Acta de la sublevación político-democrática del Ejército (Quillota 1837)

Diego Portales -que estuvo a cargo de los ministerios de Interior, Relaciones Exteriores y de Guerra y Marina- gobernó de hecho con leyes secretas, consejos de guerra y a través de múltiples fusilamientos. Es decir: como un tirano

Por El Ciudadano

27/01/2021

Publicado en

Chile / Historia / Portada

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Por Gabriel Salazar y Francisco Marín 

(editores de la colección)

El régimen golpista pelucón se instaló desde 1830, tras el triunfo del ejército mercenario organizado por Diego Portales Palazuelos y liderado por Joaquín Prieto. En ese año, mediante un decreto simple, Portales (ministro plenipotenciario) dio de baja a toda la oficialidad del ejército patriota-liberal-democrático que había combatido por la independencia de Chile.

Ese mismo año se iniciaron los motines militares y los complots civiles para derrocar la «tiranía». Entre 1830 y 1837 hubo una docena de alzamientos de ese tipo. Y en 1836 el general Ramón Freire montó una expedición desde Perú -donde estaba exiliado- para derribar el régimen. No obstante, uno de sus barcos lo traicionó y recaló en Valparaíso.

El resto, sin saberlo, llegaron a Chiloé, punto de inicio de la rebelión. Allí fueron atacados por sorpresa y vencidos por una escuadra del Gobierno. La situación estaba muy tensa.

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Diego Portales -que estuvo a cargo de los ministerios de Interior, Relaciones Exteriores y de Guerra y Marina- gobernó de hecho con leyes secretas, consejos de guerra y a través de múltiples fusilamientos. Es decir: como un tirano. Previendo rebeliones, desde 1830 reorganizó el ejército sobre la base de milicias, oficiales nuevos y con más disciplina y recursos. Él mismo se auto-designó “Comandante de batallones de milicias en Santiago y Valparaíso”, para asegurar la disciplina. Pero el rechazo a su gobierno tiránico cundió entre los soldados y oficiales del viejo y del nuevo ejército. Lo mismo entre los artesanos y la gente instruida de ideas liberales.

En ese contexto, Portales concibió declarar la guerra a Perú-Bolivia so pretexto de una amenaza a la soberanía nacional. Lo cierto era que las estratégicas exportaciones chilenas (trigo y cueros a Perú, tan sólo) no las controlaban los hacendados chilenos, sino los navieros peruanos. Por esa misma razón la empresa Portales & Cea había quebrado en Perú. Lo que Portales -comerciante- pretendía en realidad era dominar el mercado del Perú. Y eso era evidente para todo militar medianamente informado e inteligente. Eso explica por qué los oficiales de las tropas acantonadas en Quillota decidieron actuar, antes de que se iniciara la guerra, y apresar a Portales. Dos eran las razones: por «tirano», y por inducir a una guerra en la que no estaba comprometida la soberanía nacional.

De esta manera, el 2 de junio de 1837 el Regimiento Maipo, que estaba acantonado en las cercanías de Quillota, recibe la visita de Portales Palazuelos. El coronel José Antonio Vidaurre lo había invitado con el solapado objetivo de apresarlo.

Mientras las tropas desfilaban ante el ministro sorpresivamente fue rodeado por los soldados. El capitán Narciso Carvallo le dijo a Portales: «Dese usted (por) preso señor ministro, pues así conviene a la República». Tras eso, Portales junto a su colaborador el oficial Eugenio Necoechea fue conducido a un calabozo.

Esa tarde se hizo la asamblea, y el coronel Vidaurre le encargó al escribiente Gomara que redactara, esa noche, el acta de la reunión. La mañana siguiente, el 4 de junio de 1837, los militares alzados firmaron el “acta de la revolución” (como la llamó Benjamín Vicuña Mackenna) que acá exponemos íntegramente.

En la noche del 5 al 6 de junio, el Regimiento Maipo -con más de mil hombres- parte con destino a Valparaíso. Sin embargo, allí lo esperaba el Almirante Manuel Blanco Encalada, nominado ya Comandante en Jefe de la Expedición al Perú, quien alertado de los planes de Vidaurre y los suyos preparó una embestida en el sector de cerro Barón. Dispuso para ello al Batallón Valdivia, dos batallones de la Guardia Cívica, 70 jinetes, además de 4 cañones con el fin de cerrar el paso a los revolucionarios.

Los revolucionarios, cuando se enteraron que los batallones de Valparaíso (que inicialmente estaban en el complot) atacaron a los rebeldes, decidieron el fusilamiento de Portales. Técnicamente, sería un «tiranicidio» (algo que Santo Tomás de Aquino y otros teólogos consideraban «legítimo»).

Pasadas las tres de la madrugada del 6 de junio, el hijastro de Vidaurre, teniente Santiago Florín ordenó al ministro bajar del carruaje en que se le trasladaba. A unos metros, le dio un tiro mientras éste intentaba escapar. Enseguida, el oficial ordenó a su pelotón disparar. Dos tiros más dieron en el cuerpo del “estanquero del tabaco”, tras lo cual fue repasado con 30 bayonetazos.

Los partidarios del Gobierno no tardarían en derrotar a los alzados. Los vencidos serían enjuiciados y duramente castigados. Vidaurre -que logró permanecer 4 meses prófugo- fue fusilado el 4 de octubre de 1837 en la Plaza Orrego (Victoria), de Valparaíso. Su cabeza sería exhibida en la Plaza de Quillota. Un brazo de Florín correría similar suerte en Valparaíso.

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El rumor de la muerte de Portales no tardó en llegar a Santiago. La noche de ese 6 de junio de 1837, una multitud se agolpó frente al Palacio de La Moneda para conocer la verdad en boca de las autoridades. De pronto, las puertas se entreabrieron. Según contaría José Victorino Lastarria -quien presenció los hechos- el coronel Maruri se asomó y dijo: «El ministro ha sido asesinado», pidiendo al pueblo que volviera a sus respectivas casas. Tras decir eso, cerró de golpe las puertas. Confirmada la noticia surgió un murmullo que pronto fue grito y luego clamor: «¡viva!»«¡viva!», mostrando de esta manera el poco aprecio que el pueblo tenía por el tirano Portales.

«Si Jesucristo hubiese estado en Quillota habría firmado la acta de la revolucion»[1]

El historiador Benjamín Vicuña Mackenna en su libro D. Diego Portales (con más de 500 documentos inéditos), publicado en Valparaíso por la Imprenta y Librería del Mercurio de Santos Tornero, en 1863, introduce el “Acta de la Revolución de Quillota” de esta manera:

A la mañana siguiente (4 de junio de 1867), estando ya redactada la acta de la revolucion, fué ésta depositada en la mayoría del cuartel del Maipo, i desde temprano, comenzaron los oficiales a firmarla, agrupándose con entusiasmo al derredor de la mesa i disputándose las plumas, porque, como decia con su peculiar lenguaje el español Gomara, escribiente del rejimiento: «Si Jesucristo hubiese estado en Quillota, Jesucristo habria firmado la acta de la revolucion.»

        Fué aquel, en efecto, el momento mas bello de la revolucion de Quillota, i el único que, sin tener el interes dramático de las incidencias de aquel dia memorable, merecerá pasar incólume a la posteridad, porque no eran las pasiones, ni los odios lo que henchian las voluntades de los conjurados arrastrándolos al complot, sino que aquellos se agrupaban en torno de una idea, única bandera que podrá justificar alguna vez, si dable es, los levantamientos armados, i que, en aquellos momentos, parecia palpitar en los corazones de aquellos jóvenes soldados.

        La acta se cubrió en pocos momentos de 61 firmas i su tenor testual es el siguiente:

ACTA DE LA REVOLUCIÓN DE QUILLOTA

        «En la ciudad de Quillota, canton principal del ejército espedicionario sobre el Perú, a tres de junio de 1837 años, reunidos espontáneamente los jefes i oficiales infracritos, con el objeto de acordar las medidas oportunas ‘para salvar la patria de la ruina i precipicio a que se halla espuesta por el despotismo absoluto de un solo hombre, que ha sacrificado constantemente a su capricho la libertad i la tranquilidad de nuestro amado pais,’ sobreponiéndose a la Constitucion i a las leyes, despreciando los principios eternos de justicia, que forman la felicidad de las naciones libres, i finalmente, persiguiendo cruelmente a los hombres mas beneméritos que se han sacrificado por la independencia política. Considerando, al mismo tiempo, que el proyecto de espedicionar sobre el Perú i por consiguiente, ‘la guerra abierta contra esta república, es una obra forjada mas bien por la intriga i tirania que por el noble deseo de reparar agravios a Chile» (2)[2], pues aunque efectivamente subsisten estos motivos, se debia procurar primeramente vindicarlos por los medios incruentos de transaccion i de paz, a que parece dispuesto sinceramente el mandatario del Perú. Considerando, en fin, que el número de la fuerza espedicionaria, sus elementos i preparativos son incompatibles con lo árduo de la empresa i con los recursos que actualmente cuenta el caudillo de la oposicion, i de consiguiente, se perderian sin fruto ni éxito las vidas de los chilenos i los intereses nacionales, hemos resuelto unánimemente, a nombre de nuestra patria, como sus mas celosos defensores: 1.º suspender, por ahora, la campaña dirijida al Perú, a que se nos queria conducir como instrumentos ciegos de la voluntad de un hombre, que no ha consultado otros intereses que los que alhagaban sus fines particulares i su ambicion sin límites; 2.º destinar esta fuerza, puesta bajo nuestra direccion, para que sirva del mas firme apoyo a los libres, a la nacion legalmente pronunciada por medio de sus respectivos órganos, i a los principios de libertad i de independencia que hemos visto largo tiempo hollados, con profundo dolor, por un grupo de hombres retrógrados i enemigos naturales de nuestra felicidad, que se habian vinculado a sí propios los destinos, la fortuna i los mas caros bienes de nuestra república, con escándalo del mundo civilizado, con la ruina de infinidad de familias respetables i a despecho de la opinion jeneral. Protestamos solemnemente, ante el orbe entero, que nuestro ánimo no es otro que el ya indicado; que no nos mueve a dar este paso, ni el espíritu de partido, ni la ambicion de mandar, ni la venganza odiosa, ni el temor de los peligros personales, sino únicamente el sentimiento mas puro de patriotismo i el deseo de restituir a nuestro pais el pleno goce de sus derechos con el ejercicio libre de su soberania, que se hallaban despreciados i hechos el juguete de la audacia e intrigas de unos pocos, que no habiendo prestado ningunos servicios en la guerra de la independencia, se complacian en vejar i deprimir a los que se sacrificaron heróicamente por ella. Juramos asi mismo, por nuestro honor i por la causa justa que hemos adoptado, que, consecuentes con nuestros principios, estaremos prontos i mui gustosos a sostener el decoro nacional contra cualquiera déspota que intentase ultrajarlo; aunque fuese preciso perder nuestras vidas, si la nacion, pronunciada con libertad, lo estimare por conveniente. I en conclusion, protestamos i juramos nuevamente que nuestra intencion es servir de apoyo i proteccion a las instituciones liberales, i ‘reprimir los abusos i depredaciones inauditas que ejercia impunemente un ministerio gobernado con espíritu sultánico’».

José Santiago Sanchez. -José Antonio Vidaurre. -José del Cármen Almanche. -Victoriano Martinez. -Luciano Piña. -José Antonio Toledo. -Melchor Silva. -José Antonio Campos. – Santiago Florin. -B. Solis de Obando. -José Soto. -Manuel Perez. -Isidro Vergara .-José Agustin Tagle. -Francisco Garcia. -José Antonio Sosa. -Francisco Lopez. -José Maria Vergara. -Francisco Carmona. -José Domingo del Fierro. -Manuel Teran. -Juan José Uribe. -José Antonio Echeverria. -José María Silva Chavez. -Alejo Jimenez. -Manuel Antonio Sotomayor. -Gregorio Jalier. -Francisco Hermida. -Antonio Galindo Gomara. -Pedro Moran. -Vicente Oliva. -Juan Drago. -José Sanhueza. -Vicente Beltran. -Narciso Carvallo. -Francisco Martel. -Raimundo Carvallo. -Juan Aguirre. -Manuel Ulloa. -Pascual Salinas. -Pedro Robles. -Eusebio Gutierrez. -Manuel Molina. -Vicente Sotomayor. -José Maria Tenorio. -Gregorio Murillo. -José Santos Rocha. -Francisco Ortiz. -Lorenzo Ruiz. -José Antonio Espinosa. -José Ampuero. -José Santos Lucero. -Daniel Forelius. -Pedro Arrisaga. -José Solano. -Manuel Gonzalez. -José del Cármen Ovalle. -Nazario Silva.-Por la libertad de su patria, Manuel Blanco.(1)[3]

*Artículo publicado en la edición la edición 246 (enero 2021) de El Ciudadano.


[1] La transcripción del texto es literal del castellano antiguo en que se redacta este texto.

[2]  Las frases entre comillas fueron dictadas por Vidaurre (Nota de Vicuña Mackenna).

[3] (1) Los nombres han sido copiados, por orden sucesivo, del acta original que corre en el proceso f.179. Este curioso documento histórico fué sorprendido en la ropa del jóven Muñoz Gamero, a quien lo había confiado Vidaurre, después de la derrota del Baron, cuando arrestado con Narciso Carvallo i el comandante Toledo en la vecindad de Santiago, le impidieron, con la sorpresa, el destruirla, lo que fué un funesto acaso, porque sirvió para la condenacion de muchos que, de otra manera, hubieran acaso escapado.

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