Hoy, el centro de Santiago fue copado por un operativo militar con tanquetas, zorrillos, drones y carabineros, solo para trasladar a un hombre enfermo y engrillado: un preso político conocido como el Comandante Ramiro, y también como el compañero Mauricio Hernández Norambuena, quien miraba una vez más la calle desde las rejas de su ventanilla a medias, imaginando otro Chile posible.
Mientras esto sucedía, por la otra ventana —la de la corrupción—, un sicario venezolano, buscado a medias, abandonaba tranquilamente el país por la frontera norte, luego de salir también tranquilamente por la puerta principal de la cárcel sin que nadie lo controlara. Un sicario que, a paso cansino, caminó hasta la esquina de la calle Biobío con Arturo Prat, para tomar un auto de aplicación, pagando dos palos y medio en efectivo para viajar 1.700 kilómetros hacia el norte.
Ya en Arica, tomó otro taxi para cruzar la frontera y, tal cual como salió de prisión, llevaba una sonrisa rampante de impunidad. Fue recibido por sus amigotes, que a carcajadas celebraban el relato de la cara de sueño de la vieja jueza y del resto de sus conocidos colegas, mientras brindaban con varios pisco sour chilenos y añejos, comprados en los mismos persas donde se vende y tranza el Chile actual.
En una de las cárceles chilenas, Ramiro medita sobre el costo de permanecer encerrado. Está consciente de que se le va la vida: ya tiene 67 años, está desgastado por el encierro, pero no se arrepiente de nada. Ha crecido en humanidad y entiende como pocos que la libertad no se compra, se conquista. Y de eso habla el movimiento fuerte de solidaridad que le escribe, le envía postales y libros. Tiene el de la Tati Allende a mano, los cuentos de Bolaño, relee a Fanon, novelas de Butazzoni, el uruguayo. Pero en estos últimos días está absorto con un libro de Carlos Tromben: El peor de todos, la historia sobre el Pelao Meló, un oficial del Ejército, homosexual y militante del MIR boina negra, amigo de Luciano, escolta de Salvador Allende, asesinado por el Ejército después del golpe… No ha logrado terminarlo: la enfermedad lo dejó en la página 151. Se siente hermanado con el Pela’o, quiere seguir, porque quiere seguir viviendo. Tiene claro que la vida no para, está ahí, siempre para pensarla y recrearla. Y es en ese ciclo que se ramifican las historias de resistencias, bajo un suelo que no conoce fronteras, y de pronto estalla, sin que nadie lo vea venir. Y estalla cuando la gente no da más.
Saludos, Mauricio. Te esperamos y seguimos.
Por Mario Ramos