El derecho a la ciudad en la nueva Constitución

"En los 1.000 metros cuadrados de la plaza de la dignidad se encuentran los escombros de nuestras diferencias sociales, de las evidentes distancias emocionales que tenemos respecto de cosas tan simples como nuestra bandera nacional..."

Por Enzo González Marín

La invisibilidad de las élites respecto de las necesidades de la población quedó en evidencia en el plebiscito del 25 de Octubre recién pasado. Este desacople estructural de la élite no solo abarca la materia política y sus derivados, sino que evidencia una falta de empatía asociada a los aspectos más relevantes de la vida cotidiana del resto de la ciudadanía.

La ciudad desigual que hemos construido tiene su origen en los albores de nuestra sociedad. Los límites iniciales de Santiago de Nueva Extremadura están trazados sobre un tambo no menor que ya estaba consolidado y habitado por los antecesores de quienes en la actualidad son segregados de todas las prestaciones que una ciudad moderna debe brindar a sus habitantes.

Nuestros Padres y Madres fundadores (no hay que dejar fuera a nuestra Inés de Suárez con sus claros y oscuros históricos) delinearon el trazado inicial de la capital en función de sus requerimientos militares, de seguridad y de subsistencia y lo hicieron sobre cada piedra que los ancestrales habitantes habían colocado, torcieron cursos de ríos y canales, empujaron hacia la periferia todo lo que no fuera funcional a estos objetivos y la resistencia fue disciplinada severamente.

Tengo la sospecha que hemos evolucionado muy poco en estos 479 años cuestión que ha quedado más claro en estos últimos meses, cuando tenemos una élite que mantiene el criterio funcional de que todo lo que no contribuya a sus intereses debe ser desplazado a la periferia. Que todo aquél que se oponga debe ser criminalizado y disciplinado.

Los criterios “civilizatorios” de Doña Inés de Suárez están vigentes en la cadena de mando actual. Mantenemos una relación societal que desde hace bastantes lustros está obsoleta y desgastada y que en su seno alberga las semillas de la inequidad que desde hace un año tienen domicilio conocido. En los 1.000 metros cuadrados de la plaza de la dignidad se encuentran los escombros de nuestras diferencias sociales, de las evidentes distancias emocionales que tenemos respecto de cosas tan simples como nuestra bandera nacional.

En este espacio está concentrada la deliberación pospuesta por siglos respecto del reconocimiento al otro. Nuestra historia reciente es un deja vú de la crisis del centenario y eso es bueno, porque al igual que hace cien años, daremos un salto importante que transformará nuestra sociedad, le dará un nuevo uso al espacio público, y allí podremos encontrarnos y extinguir nuestras legítimas diferencias a partir del debate urgente y necesario que hemos postergado. Allí se reivindicarán las necesidades expresadas por esta ciudadanía de diversas formas y en múltiples sustratos a lo largo de estos doce meses de acción colectiva.

El derecho a la ciudad debe estar consagrado en la próxima constitución permitiendo a la ciudadanía recorrer el territorio de forma libre y placentera. Se deben incorporar nuevas formas de transporte que faciliten la transformación personal y colectiva. La ciudad de los quince minutos no puede construirse sobre los desechos de nuestra vida privada o los residuos de nuestra vida afectiva. Quienes habiten nuestras ciudades deben ser felices y para ello se necesita un nuevo tipo de liderazgo, más horizontal, más colectivo, más empático y menos burocrático.

Los gobiernos regionales del nuevo Chile debe asignarle a las personas un rol destacado en su diseño, más allá de la encuesta de opinión o el focus group, puesto que quienes habitan las ciudades deben ser consignados ya no como simples usuarios, sino más bien cómo nuevos propietarios comunitarios de ella. Esto, con el objetivo de que en lo sucesivo todas las funcionalidades asignadas a cada metro de ciudad sean el reflejo de una discusión profunda y honesta, producto del debate amplio y democrático que emerja del espacio público en tanto este sea un lugar donde nos encontremos con nuestras identidades y culturas, con nuestras diferencias y coincidencias, y por sobre todo, con la urgente necesidad de dejar atrás la nefasta practica de construir el futuro para una minoría sobre las ruinas de las necesidades de la mayoría (criterio tan propio de nuestra élite actual).

(*) Enzo González Marín es Cofundador de la Organización Funcional Comunitaria Barrio Suárez Mujica (Ñuñoa), Ingeniero (UTEM),
Doctorante en Ciencias Políticas (U Arcis), Asesor de Comunicaciones Estratégicas y Director de Estrategia en Agencia Zeta3.

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