Lejos de ser un paisaje inerte, el extenso desierto chileno, es un libro abierto de incalculable valor histórico y cultural. Luis Pérez, paleontólogo y director del Museo Regional de Iquique, destaca la profunda conexión de la identidad nortina con este paisaje, un vínculo que va más allá de la geografía y que se adentra en las raíces de la memoria colectiva y la riqueza ancestral.
El Museo Regional de Iquique, recibe a los visitantes en una sede que albergó a los Tribunales de Justicia de Iquique y que es sede del museo desde 1987. A diario, esta institución vive un «Día del Patrimonio», abriendo sus puertas a un sinfín de actividades y exposiciones. Pero más allá de lo habitual, para estas celebraciones, el museo ofrece una oportunidad única de explorar: “Los visitantes concurren en masa a nuestra institución porque es un día especial en el que se puede acceder a cuartos secretos y una infinidad de espacios que generalmente están habilitados solo para el trabajo de los funcionarios”- comenta Pérez.
Bajo el alero de la Universidad del Norte, el museo fue fundado en 1960, bajo el alero de la Universidad del Norte, a iniciativa de los profesores del Liceo de Hombres de la ciudad, José Cubas y Julio Romero Corrotea, siendo éste último su primer director. Hoy
Entre las diversas colecciones arqueológicas que el museo atesora está la Colección Anker Nielsen, quien siendo farmacéutico en Iquique y representante consular de Dinamarca, aprovechó de excavar cementerios de la cultura Chinchorro en las zonas costeras de Bajo Molle, Patillos y Cáñamo, entre los años 1932 y 1959, extrayendo unas tres mil piezas de objetos funerarios, textiles y utensilios, los que estaban embalados en varias cajas para ser llevados a Copenhague en 1960, siendo rescatados por la gestión de actores locales que impidieron dicho saqueo de patrimonio arqueológico.
La cultura Chinchorro fue un pueblo de pescadores y cazadores-recolectores que habitó la costa del desierto de Atacama, entre 7020 y 1500 a.C. Los hallazgos arqueológicos han dado cuenta de sus complejos ritos funerarios, siendo los más antiguos en realizar la momificación artificial de sus muertos.
Además de las momias de la cultura Chinchorro, el museo alberga un variado acervo paleontológico con fósiles de diversos países adquiridos por CORFO en la década de 1930, restos de Megaterios, perezosos gigantes del Tamarugal encontrados en las localidades de Pintados, Cuminalla y Pica; la colección etnográfica Isluga y varias piezas textiles y arqueológicas.
La importancia de preservar este legado que el museo cuida, se profundiza ante las amenazas constantes que enfrenta el patrimonio arqueológico que van desde el saqueo de sitios ligados a la Guerra del Pacífico y la época salitrera a manos de buscadores de tesoros, hasta el impacto de los proyectos de desarrollo energético. Pérez enfatiza en la necesidad de una normativa que convierta el progreso y la conservación en un equipo, una tarea que no se cumple con la mayoría de las empresas, las que no prestan gran importancia al cuidado del patrimonio arqueológico.
Notoriamente los desafíos de proteger la historia son persistentes. “Muchas veces las empresas que vienen de fuera de la región no logran reconocer el valor de las comunidades locales y consideran que el resguardo y protección de ese patrimonio geológico se transforma en un problema o un estorbo”, asegura el director del museo.
Sin embargo, para los nortinos sitios como las oficinas salitreras o los campos de batalla son mucho más que ruinas, son el testimonio vivo de sus antecesores y la base de su identidad que merece el máximo respeto.
La labor del Museo Regional de Iquique no solo consiste en exhibir y conservar, sino también en educar y generar conciencia sobre la importancia de este patrimonio. Luis Pérez abre la puerta a la reflexión sobre el impacto de los discursos que minimizan el valor de estos vestigios, y a reconocer que el desarrollo debe ir de la mano con la coherencia, la estabilidad y el respeto por un pasado que sigue latente en las vidas de quienes habitan y permanecen en el desierto.
Ivette Barrios
El Ciudadano