Por Pablo Varas Pérez

Para el Ronco, Viejo Charly, Eduardo Arancibia y los nuestros.
Ni los colores de la bandera, ni los nombres de compañeros y compañeras que nos hacen falta, ni la población, ni el liceo, ni la universidad, tampoco los pescadores, menos los pobladores. Nosotros con toda una historia compartida. En un tiempo que no quedó suspendido.
No están en la eternidad esos días de agosto en 1965 escritos por el MIR cuando se pensó que había, junto a la clase obrera, que invitar para iniciar un recorrido que posibilitara conquistar el poder. Todo un continente en movimiento y el imperialismo norteamericano en su criminal oficio que ha sido el de siempre.
Estaba la elite en aquellas jornadas, Miguel, Edgardo, Luciano y otros, pero se escribió a puño el sentido del proyecto. Los trabajadores serían los arquitectos y constructores, el rumbo era un futuro socialista. Siempre tan vigente y por tantos periodos abandonado. Allende masón y socialista, Miguel hijo de masón. Fueron así esos tiempos calendarios. Dos médicos hombres de sus tiempos.
Nada le deben los pobres al sistema capitalista. Es el modelo que por largos decenios ha golpeado a los sencillos, entonces nacía un instrumento que proponía avanzar para dar los pasos mayores que han dado algunos pueblos. Chile merecía aquel impulso de la misma manera que lo necesita en los tiempos actuales. Indigno es trabajar para cancelar una tarjeta bancaria y también algo para el pan y el arriendo.
No es el país romántico de los pobres dignos, es que la miseria duele y maltrata, cercena los derechos del hombre, acorta la vida y te impide ver que es posible un futuro algo mejor. En la puerta del seguro tos y sangre, en una la libreta verde cantaba Quelentaro.
Desde 1965 en adelante nada fue fácil. Construir partido, conseguir financiamiento y crecimiento orgánico. Los liceos y las universidades se fueron convirtiendo en agentes activos para un proyecto distante del reformismo y de los revisionistas. Condenamos la invasión a Praga y nos mandaron a leer la Enfermedad Infantil. El MIR no es hijo de los frentes populares, se diseñó un proyecto obrero y popular donde se consolida una férrea unidad entre el movimiento estudiantil con la clase trabajadora. Notable impacto tuvo la Segunda Declaración de La Habana que remece a miles que asombrados ven cómo la dignidad de la pequeña isla tan cerca de los norteamericanos crecía.
Pero el MIR sostenía que era inevitable, con la voluntad de los trabajadores, iniciar un proceso donde sea posible instalar las bases necesarias para levantar una sociedad nueva con un hombre nuevo. Pueblo abierto está el camino.
Nada más justo que recorrer juntos el camino que la tierra es para quien la trabaja, cuando el hambre lo genera el modelo capitalista. Salarios justos para los mineros del carbón. Chile a mediados de los años sesenta marginal y engañado. El cobre norteamericano.
El MIR no estuvo exento de errores, la dirección no era un puñado de infalibles. Los pueblos están en constante movimiento y cada obrero es una causa justa. La política no es un manual ni está escrito en piedra. El debate era lo cotidiano. Los pobladores fueron haciendo sus casas, había que correr los cercos en los campos y se levanta el MCR y cae Moisés Huentelaf. Era necesario que las universidades pudieran acoger a los hijos de los trabajadores. Víctor Toro y el Mickey en las poblaciones en el MPR.
El gobierno demócrata cristiano asesinaba a pobladores y mineros, apaleaba a diestra y siniestra.
El MIR no fue parte del proyecto de la Unidad Popular, pero se comprometió a entregar su apoyo a todas las propuestas que alteraran el modelo capitalista, todo lo que sea antiimperialista era fundamental. Era inevitable que en algún momento la burguesía se concertaría para detener los derechos de los sencillos. Finalmente está escrito que el PDC/PN/Patria y Libertad se lanzaron para llevar bajo palio a un puñado de militares golpistas y traidores.
Sobradas son las razones para que el MIR sea parte de la historia joven de Chile. Los motivos están de este lado y fueron abrazados de manera generosa por tantos y tantos. También se compartieron los días y los meses con otros compañeros.
La lucha contra la dictadura fue dura. Muchos encuentros en la clandestinidad quedaron pendientes. El libro de tapa verde se mantiene con insomnio, la represión que no dio pausa. El fatídico día de octubre en calle Santa Fe, todo un largo listado de sencillos, algunas monedas o un paquete de cigarrillos a medio consumir testigos del principal intento de instalar al obrero como el hacedor de lo mejor que la historia de la clase trabajadora había soñado. El patio 29.
Ese puñado de prisioneros que dejaron de comer en Melinka y se levantaron en un gesto como si se tratara de la mejor batalla por la Independencia para ser libres.
Los que volvieron y que fueron acogidos en las montañas del sur de Chile, el Paine, Calfuquir, Mujica esos en Neltume. La historia oficial no los quiere y los niega, pero la tozuda memoria dejó la puerta abierta para que, en algún momento, cuando las condiciones sean exigidas vuelta a estar presente todo lo que aportaron, los que son nuestra memoria y los pocos que están para contarla.
Cuando Chile necesita mirar un poco más alto que sus montañas, cuando el olvido se pasea ufano, cuando la calle cierra los ojos ante la vergüenza de la traición y lo prometido está cada vez más lejos, no se trata de instalar la foto de los esfuerzos.
Es la hora nuevamente de colocar en el centro a la clase obrera, los trabajadores, los sindicatos de cualquier esquina de la patria, nada más urgente es sostener un modelo alternativo, en lo social, político y económico que haga avanzar las ruedas de la historia para que los sencillos, esos pobres del campo y la ciudad, sean realmente los actores por un mundo nuevo por el cual dieron la vida tantos.
Agosto de 1965 recuerda a los que colocaron su espalda en el muro. A los que mancharon el asfalto, a esos tantos que recorrieron los tiempos tristes de las cárceles de Chile. A cada compañera que llegó alegre a contar cómo se alimentaban las esperanzas. Eso es agosto que nació en la década del sesenta, y si algún detalle queda rezagado, no es el olvido.
Por Pablo Varas Pérez
Fuente fotografía
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