Golpismo en la Armada: ¿Tema superado?

"La sola utilización del fatídico concepto de 'amenaza interna', perteneciente a la llamada "Doctrina de Seguridad Nacional" durante la Guerra Fría, debería alarmar y movilizar a todo el mundo democrático..."

Por Absalón Opazo

21/05/2022

Publicado en

Chile / Derechos Humanos / Portada

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De acuerdo a las múltiples investigaciones y archivos publicados a lo largo del tiempo, incluyendo la desclasificación de documentos de la CIA norteamericana, un grupo de oficiales de la Armada de Chile, entre ellos José Toribio Merino, fueron los principales instigadores del Golpe de Estado que el 11 de septiembre de 1973 derrocó sangrientamente al gobierno de la Unidad Popular, causando miles de muertos en todo el país.

La historia también señala que un mes antes de la asonada militar que terminó con La Moneda en llamas, los oficiales golpistas de la Marina detuvieron a más de 100 marineros, a quienes acusaron de participar en una «infiltración marxista» de la institución, liderada -como no- por los jefes del MIR y del Partido Socialista de la época, Miguel Enríquez y Carlos Altamirano.

En realidad, el grupo detenido solo se estaba organizando para hacer frente al Golpe de Estado que planificaba la oficialidad, encabezada por Merino, quienes, rompiendo la verticalidad del mando y pasando por encima del entonces Comandante en Jefe, el Almirante Raúl Montero, se encontraban ya embarcados en el complot final para derrocar al Gobierno.

Los marinos constitucionalistas, como se denominó al grupo por su irrestricto apego a la Constitución vigente de 1925 -que penaba como delito grave el alzamiento armado contra la autoridad-, fueron brutalmente torturados. Hacia fines de agosto, la opinión pública nacional ya estaba en pleno conocimiento de los salvajes flagelos que estaban sufriendo estos uniformados, que intentaron en vano alertar al Presidente Allende y al pueblo sobre los planes golpistas de la oficialidad.

«Marxismo en Chile, ¡no!», declararía semanas más tarde del Golpe el autodesignado Comandante en Jefe de la Armada, José Toribio Merino, instalado a sus anchas en el poder. A la misma hora, miles de chilenas y chilenos corrían la misma suerte de los marinos constitucionalistas, sufriendo brutales y sádicas torturas en los centros de detención del régimen. Los informes Rettig y Valech completan oficialmente este vocabulario del horror iniciado por la Marina en Valparaíso, Viña del Mar y Talcahuano en agosto del ’73.

Se podrá decir que esta narración tiene que ver con un capítulo superado de nuestra historia reciente. Que la justicia ha hecho lo suyo y se ha encarcelado a varios genocidas. Que los Derechos Humanos son prioridad en la nueva Constitución. Que las instituciones armadas se han comprometido a no volver a intervenir como se hizo en 1973. Pero, ¿es tan así? El encendido discurso pronunciado esta semana por Miguel Ángel Vergara, Comandante en Jefe de la Armada entre el 18 de junio de 2001 y el 18 de diciembre de 2005 (Gobierno de Lagos), pone un angustiante manto de dudas sobre esto último.

En el acto en conmemoración del 21 de mayo que tradicionalmente organiza la Liga Marítima de Chile, y ante la presencia del actual Comandante en Jefe, Juan Andrés De la Maza, y varios empresarios, Vergara expresó: «La patria no sólo puede estar amenazada por fuerzas externas, sino también, y quizás más graves, desde su interior y de manera solapada. Por eso, los marinos de corazón bien puesto, si fuese necesario, deberemos estar preparados para saltar al abordaje, dejando atrás nuestro espacio de confort, al igual como lo hicieron otros que nos precedieron».

«Creemos que la situación por la que atraviesa nuestro país, donde ciertas ideologías se empeñan por borrar nuestras tradiciones y reescribir la historia, hace aconsejable recordar el espíritu de sacrificio y el amor a la patria de nuestros héroes (…) Necesitamos más que nunca heroísmo para vencernos a nosotros mismos y salir a enfrentar con decisión los desafíos que nos impone el entorno. Los tiempos que vivimos, donde pareciera que todos nuestros valores y principios están siendo trastocados, claman por hombres y mujeres consecuentes con sus convicciones», señaló el ex Comandante en Jefe.

La sola utilización del fatídico concepto de «amenaza interna», perteneciente a la llamada «Doctrina de Seguridad Nacional» durante la Guerra Fría, debería alarmar y movilizar a todo el mundo democrático. Pero más allá del simbolismo: ¿Cuál es la amenaza exacta que pesa sobre la patria, y que para Vergara, debe motivar a los «consecuentes» a estar listos para «saltar al abordaje»? Uno pensaría que se trata, quizás, del rol asignado a las Fuerzas Armadas en la nueva Constitución:

«Artículo 16. Fuerzas Armadas.- Las Fuerzas Armadas están integradas única y exclusivamente por el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea. Dependen del ministerio a cargo de la defensa nacional y son instituciones destinadas para el resguardo de la soberanía, independencia e integridad territorial de la República, ante agresiones de carácter externo, según lo establecido en la Carta de Naciones Unidas. Colaboran con la paz y seguridad internacional, conforme a la Política de Defensa Nacional.

Las Fuerzas Armadas deberán incorporar la perspectiva de género en el desempeño de sus funciones, promover la paridad en espacios de toma de decisión y actuar con pleno respeto al derecho internacional y los derechos fundamentales garantizados en esta Constitución. Son instituciones profesionales, jerarquizadas, disciplinadas y por esencia obedientes y no deliberantes.

Las instituciones militares y sus miembros estarán sujetos a controles en materia de probidad y transparencia. Sus integrantes no podrán pertenecer a partidos políticos, asociarse en organizaciones políticas, gremiales o sindicales, ejercer el derecho a huelga, ni postularse a cargos de elección popular.

El ingreso y la formación en las Fuerzas Armadas será gratuito y no discriminatorio, en el modo que establezca la ley. La educación militar se funda en el respeto irrestricto a los derechos humanos.

La ley regulará la organización de la defensa, su institucionalidad, su estructura y empleo conjunto, sus jefaturas, mando y la carrera militar».

¿Será el ingreso gratuito la amenaza interna? ¿O los controles de probidad y transparencia? ¿O el respeto irrestricto a los derechos humanos que deberán cumplir? No se sabe. Y más allá de las preguntas, hay otro elemento a considerar, que es el poco conocimiento que tiene la población respecto al quehacer cotidiano de las Fuerzas Armadas. Por ejemplo, está documentado que desde la década del ’60 en adelante, cientos de oficiales de todas las ramas castrenses han ido a Estados Unidos a «capacitarse». Para entender de qué se trata, bastará con decir que uno de los «becados» fue Manuel Contreras, creador y jefe de la DINA.

¿Siguen viajando a EEUU los oficiales chilenos? ¿Y si siguen viajando, cuántos van por año? ¿Cuántos fueron en los últimos diez años? ¿Qué les enseñan los oficiales norteamericanos? ¿Cómo es el proceso completo? Tampoco lo sabemos. Solo vemos lo que se asoma, amenazante, entre las rendijas del nuevo Chile que surge: encendidos discursos patriotas de un ex Comandante en Jefe, una institución que enfrenta un juicio por tener la estatua de un genocida (Merino) en el frontis del Museo Naval de Valparaíso, y un contralmirante removido de su cargo por defender a un formalizado por el homicidio de una persona en la última revuelta social.

Así, en Valparaíso, en medio del bullicio del desfile y los cañonazos por las «Glorias Navales», muchos nos seguimos preguntando: Golpismo en la Armada, ¿tema superado?

Por AO

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