Guillermo Parvex y Manuel Rodríguez, una falsificación histórica

¿Quién asesinó a Manuel Rodríguez? suscitó una acusación de plagio por el abogado y ex fiscal Juan Pablo Buono-Core, autor de «Manuel Rodríguez: mártir de la democracia» (2010) quien señalaba la existencia de «coincidencias demasiado evidentes entre lo que escribí el 2010 con lo expuesto por Guillermo Parvex», además de recalcar el hecho de que no fue citado formalmente en la obra. En esa ocasión, Parvex se defendió sosteniendo que Buono-Core quería «colgarse del éxito de mi libro para reflotar el suyo que pasó, parece, volando a ras de suelo».

Por Javier Campos Santander

La trayectoria de Guillermo Parvex como escritor no ha estado exenta de polémicas. Su ópera prima, el best seller «Un veterano de tres Guerras» (Academia de Historia Militar de Chile, 2014), que a la fecha ha agotado más de una decena de ediciones, ha sido duramente criticado por especialistas en el estudio de la Guerra del Pacífico como el investigador Rafael Mellafe Maturana, quien en 2017 hizo notar que la obra no podía considerarse una fuente histórica sino una novela, pues contenía «errores en las referencias, en fechas, materiales y pies de fotos»[1], además de varios anacronismos que dejarían al descubierto una gruesa manipulación del testimonio original del protagonista, José Miguel Varela, por parte del escritor. Eso, sin mencionar que además lo sitúa en lugares donde nunca estuvo y en roles que jamás ejerció, como encargado del expolio de la biblioteca de Lima, combatiente en la campaña de la sierra peruana o rector del liceo de Melipulli, lo que también ha sido advertido por numerosos lectores, suscitando discusiones de las que el autor se ha defendido repetidamente calificando las apreciaciones de «infundadas»  pues cuenta —según explica— con documentación histórica que asevera lo contrario[2].

Una segunda polémica debió enfrentar tras la publicación de «¿Quién asesinó a Manuel Rodríguez» (2019, Ediciones B), obra que suscitó una acusación de plagio por el abogado y ex fiscal Juan Pablo Buono-Core, autor de «Manuel Rodríguez: mártir de la democracia» (2010) quien señalaba la existencia de «coincidencias demasiado evidentes entre lo que escribí el 2010 con lo expuesto por Parvex»[3], además de recalcar el hecho de que no fue citado formalmente en la obra. En esa ocasión, Parvex se defendió del cargo sosteniendo que Buono-Core quería «colgarse del éxito de mi libro para reflotar el suyo que pasó, parece, volando a ras de suelo»[4].

Esta obra será la que ocupe, precisamente, nuestro análisis, al haber constatado, además de un evidente basamento en la obra de Buono-Core, una serie de imprecisiones o bien gruesos errores, atribuciones erróneas y hasta invenciones que resultan perjudiciales no solo para el estudio de la figura de Manuel Rodríguez, si no que para todo el periodo histórico abordado.  

Imprecisiones varias

Comenzaremos nuestra revisión señalando una serie de erratas de consideración que se presentan en la narración cronológica de la vida de Rodríguez realizada por Parvex.

Refiriéndose al periodo de formación universitaria de Rodríguez, el autor asevera que «consiguió su bachillerato en Leyes en 1804»[5], hecho que en realidad ocurrió 3 años más tarde, el día 16 de enero de 1807[6]. Luego apunta que el 4 de septiembre de 1811, «Manuel Rodríguez fue elegido diputado al Congreso por la ciudad de Talca»[7], lo que resulta imposible pues el diputado propietario de Talca, Manuel Pérez Cotapos, a cuya vacante postuló Rodríguez, recién renunciaría al cargo el día 13 de septiembre de aquel año[8]. A continuación señala que «nunca asumió dicho cargo de representación popular ya que se le prohibió por el tecnicismo jurídico de que aún ostentaba el cargo de procurador de Santiago»[9], lo que también constituye un error, pues Rodríguez ya había sido destituido de tal cargo a consecuencia del golpe ejecutado por los hermanos Carrera el 4 de septiembre de 1811[10].

Ya narrando los sucesos del año siguiente, el autor apunta que «A mediados de 1812 […] Rodríguez fue expulsado del gobierno y condenado a pena de extrañamiento, lo que finalmente se dejó sin efecto»[11]. En este punto,Parvexconfunde la renuncia de Rodríguez a su cargo de secretario (14 de julio de 1812) con el proceso judicial y posterior condena por conspiración en contra del gobierno, a lo cual sólo sería sometido a inicios del año siguiente. En concreto, la pena de expatriación le fue dictaminada el 18 de marzo de 1813[12] y anulada pocos días después, tras la intervención de su padre Carlos Rodríguez ante José Miguel Carrera[13].

Una vez iniciada la guerra en el año 1813, el autor asevera la participación de Manuel Rodríguez en el combate de Yerbas Buenas, lance en el cual, disfrazado de mujer, habría cometido la osadía de entrar a la casa donde alojaban el comandante realista Antonio Pareja y el intendente Juan Tomás Vergara, hiriendo de un disparo al primero y matando con otro al segundo. Esto se basa, supuestamente, en el relato que el dueño de la casa, Manuel Contreras, habría entregado al literato Cristóbal Valdés, autor de la primera biografía de Rodríguez, publicada en 1843. Sin embargo, el error de Parvex consiste, precisamente, en citar erradamente su fuente: Valdés, si bien afirma que Rodríguez «acompañó a los Carrera en los combates de Yerbas Buenas, San Carlos y El Roble»[14],  no entrega detalle alguno de la refriega. El relato referido por Parvex proviene, en realidad, de la obra «Sorpresa de Yerbas Buenas» (1914) de Alejandro Magno Ferrada, y resulta de todas formas bastante feble, pues Ferrada señala haber recogido los hechos desde la tradición oral, específicamente de un par de lugareños: una sobrina de Contreras y un campesino de más de 80 años de edad[15].   

En lo que respecta al periodo de permanencia clandestina de Rodríguez en Chile como agente de San Martín (1815-1817), Parvex también presentará como hecho consumado la anécdota legendaria pero indocumentada según la cual Rodríguez «se acercó al carruaje de la máxima autoridad realista [Francisco Marcó del Pont] […] le abrió la puerta de la calesa y extendió la pisadera para que este descendiera, haciéndole una reverencia»[16].

Refiriéndose a los seudónimos que utilizó en sus comunicaciones, el autor agrega a los ya conocidos, y sobre fuentes no expresadas, los de «Donaire», «Arknán» y «Virgilio»[17]. Estos no figuran, sin embargo, en ninguna carta perteneciente o atribuida a Rodríguez, hecho que ya ha sido notado por el investigador, escritor y editor Ernesto Guajardo[18], autor de «Manuel Rodríguez, Historia y Leyenda» (Ril editores, 2010).

Lo mismo pasa al comentar los códigos que utilizaron, posiblemente, los agentes para encriptar sus comunicaciones. Si bien Diego Barros Arana y Ricardo Latcham aseveran el empleo de un código según el cual «lluvia» significaba expedición, «nueces» soldados de infantería, «pasas» de caballería, «uvas» de infantería, «trigos» victorias peruanas; «papas» derrotas españolas y «tabaco» protección de los ingleses[19], Parvex agrega, nuevamente sin citar alguna fuente que lo respalde, que también se usaron códigos «con nombres de animales y aves: a la caballería se le llamaba “gatos”, a los infantes, “lagartijas”; a la artillería, “culebras”; a las bajas españolas, “gorriones”; y a las bajas propias “tiuques”»[20].

Adicionalmente hará aparecer al realista Vicente de la Cruz como uno de los «principales colaboradores» de Rodríguez en Talca[21]; sostendrá la muy discutible hipérbole de que «Rodríguez cruzó en más de diez oportunidades la cordillera»[22] y luego, refiriéndose a la cantidad de dinero que Rodríguez habría repartido al pueblo tras la toma de Melipilla (3-4 de enero de 1817), el autor exagera la cifra a la cantidad —llamativamente exacta— de «tres mil setecientos pesos»[23], en contraste a lo indicado por las varias fuentes históricas que refieren este hecho, las cuales consignan una cifra de entre 2000 a 3000 pesos, como máximo[24].

A lo anterior se suma la inclusión de un antiguo error historiográfico consistente en situar a Rodríguez en el primer asalto a San Fernando (13 de enero de 1817), cuando diversos testimonios de época, entre ellos los de los agentes Antonio Merino, Juan Pablo Ramírez y el del montonero Feliciano Silva,[25] comandante de una de las columnas atacantes, contribuyen a descartar de plano su participación en el mismo. Dice Parvex:

«Pocos días después, ciento cincuenta guerrilleros, divididos en dos columnas, una al mando de Rodríguez y la otra de Francisco Salas, asaltaron San Fernando de noche. La guarnición realista resistió el ataque. Fue entonces que Rodríguez gritó con voz atronadora «¡Que avance la artillería! ¡Que se muevan los cañones!»[26].

En cuanto a la batalla de Maipú, el autor asevera la existencia de «partes oficiales» que confirmarían la participación del regimiento «Húsares de la Muerte» creado por Rodríguez en la acción, los que incluso habrían sido divulgados por Amunátegui y Vicuña Mackenna[27]. Esto es absolutamente falso, pues los partes oficiales conocidos corresponden a 3, todos de autoría de San Martín, y ninguno de ellos menciona la presencia de los Húsares en la acción[28]. En consecuencia, también resulta imposible que los supuestos partes figuren en alguna de las obras de los aludidos historiadores. 

Poco después, el día 17 de abril, Rodríguez sería detenido tras entrar a caballo al patio del palacio de gobierno para increpar a O’Higgins, encabezando una multitud enardecida por el reciente fusilamiento de Juan José y Luis Carrera y por la negativa del director para conferenciar con los representantes del Cabildo. Parvex señala, en cambio, que esta detención se produjo el 18 de abril en una segunda y escandalosa entrada al palacio, que repetía la escena del día anterior: «Intentaba nuevamente hablar con O`Higgins para exigirle que respondiera el petitorio del cabildo abierto»[29], señala, versión que contradice a todas las fuentes que apuntan que el arresto se produjo, de forma inmediata, en su primera y única entrada al lugar[30]. El autor asevera incluso que «no hay documentos ni testimonios fidedignos que aseguren este hecho»[31] ignorando la existencia, por ejemplo, del diario refundido de O’Higgins y su ayudante el capitán Pedro Nolasco Sepúlveda, que registra este acontecimiento[32].    

Además, afirma que para la ocasión «Rodríguez vestía su uniforme de teniente coronel: guerrera verde con cordones negros, pantalón negro, botas de montar y su alto morrión»[33], afirmación que demuestra un escaso conocimiento de la uniformología de la época, pues el grado de teniente coronel no involucraba el uso de un uniforme particular, sino únicamente de su divisa de grado, consistente en charreteras con pala plateada y canelones dorados o viceversa[34].

Durante esta reclusión, Parvex señala que Rodríguez fue interrogado tras descubrirse una carta suya dirigida al «coronel Carlos Cramer»[35], quien en realidad corresponde al oficial francés Ambroise Jérome Cramer (1792-1839), conocido en Chile como Ambrosio Cramer.

Hechos ficcionados y documentos falsificados

Uno de los hechos más graves presentes en la obra de Parvex, sin embargo, radica en la falsificación de hechos y documentos históricos. Se trata, en algunos casos, de alteraciones realizadas al momento de transcribir manuscritos originales, en otros de documentos inventados o bien de acontecimientos ficcionados, con el fin de otorgar mayor credibilidad a su tesis sobre quién asesinó a Manuel Rodríguez, de diferenciarse de investigaciones precedentes o bien de llenar sus vacíos documentales.

En primer lugar, encontramos una supuesta declaración de Antonio Navarro, teniente primero del Batallón Nº 1 Cazadores de los Andes, quien estuvo a cargo de la custodia de Rodríguez durante su última reclusión en el cuartel de este cuerpo. En su relato, el teniente afirma haber acompañado a Rodríguez hasta una casa en el centro de Santiago, donde este se habría reunido con «su mujer», Francisca de Paula Segura y Ruiz, y su hijo recién nacido, Juan Esteban Rodríguez Segura, por un espacio de tres horas. El testimonio inserto en el libro señala: 

«Salí del cuartel con el ahora finado coronel don Manuel Rodríguez, ambos disfrazados, tras el toque de retreta y cuando ya los soldados habían pasado a dormir a sus camastros. Lo acompañé hasta una casa erguida en la calle de las Agustinas y que se apreciaba muy cercana de la calle del Rey. […] Faltando una hora para el alba, salió de la recámara junto con su mujer que se entallaba como una persona un poco algo mayor que él y me dijo: volvamos Navarro. Fue la primera y única vez que lo noté conmovido. En el caminar de regreso al cuartel me confió que su hijo llevaba el nombre de Juan Esteban […]»[36].

De ser real, este documento sería una confirmación asombrosa de la relación entre Manuel Rodríguez, Francisca Segura y Juan Esteban Rodríguez, pues pese a los esfuerzos de diversos historiadores, ninguno ha logrado documentar y ni siquiera confirmar el enlace de forma medianamente contundente. Es más, sabemos que en el último interrogatorio ofrecido por Rodríguez antes de su asesinato, el 28 de abril de 1818, este se declaró soltero.[37] Quisiésemos, por tanto, tener más detalles del origen y ubicación de este espectacular documento, sin embargo Parvex, convenientemente, no cita su fuente.

Luego apunta que durante la primera quincena de mayo, Manuel recibió las visitas de «sus hermanos Carlos y Ambrosio»[38], hecho imposible pues entonces ambos se encontraban exiliados en las Provincias Unidas[39], y de «los hermanos Manuel y Gregorio Serrano»[40], los que eran, en realidad, padre e hijo. Por lo demás, si bien existe un testimonio del oficial Manuel José Benavente que señala que Rodríguez recibió visitas de amigos en el cuartel[41], ningún autor especifica de quienes se trató.

Ya al momento de describir los instantes previos al asesinato de Rodríguez, Parvex recurre, supuestamente, al testimonio del capitán Santiago Lindsay, testigo presencial de los hechos:   

«Según el capitán Santiago Lindsay, cerca de las nueve de la noche de ese martes visitó el sector en que se mantenía preso Rodríguez e intentó conversar con él, pero lo notó muy cabizbajo y retraído, respondiendo solamente con monosílabos a los intentos de establecer un diálogo. Lindsay dice que Rodríguez, a esa hora, se hallaba sentado frente a una fogata encendida a unos veinte metros del bodegón, arrebujado con su poncho. Como lo vio tan taciturno, optó por despedirse de él, y cuando se aprestaba a montar su caballo, amarrado a una vara a unos veinticinco o treinta metros, vio en la penumbra que Rodríguez se puso de pie y, acompañado de unos cuatro o cinco militares, que por la distancia y oscuridad no reconoció, iniciaron una caminata en dirección a un potrero cercano donde se hallaban los caballos de los oficiales»[42].

Sin embargo, esta melancólica escena en torno a la fogata no forma, en ningún caso, parte de la declaración original prestada por Lindsay. Dicha declaración, efectuada en el contexto del proceso criminal abierto en 1823 con el fin de esclarecer el crimen, se conserva a fojas 41 v. y 42 del volumen 337 del Fondo Capitanía General del Archivo Nacional y se limita a describir los acontecimientos del día 24 de mayo, señalando:

«[…] La tarde del veinte y cuatro de Mayo de ochocientos diez y ocho [Lindsay] observó que Navarro se separó de la Escolta en que venía el señor Rodríguez, y que este señor rehusaba marchar con solo los soldados, dando a entender que temía a estos, y no a Navarro, y que con este motivo ordenó el contestante a un soldado fuese a llamar al contenido Navarro; pero que exponiendo el señor Rodríguez que no era preciso, continuó su marcha, expresándose que era cosa muy extraña que un jefe fue[ra] entregado a la tropa; y advierte que para este caso estaba el señor Alvarado a distancia como de una cuadra. Que el contestante no alcanzó a ver cuándo se unió el señor Rodríguez a Navarro y serían como las tres de la tarde; bien es que este había quedado algo más atrás conversando con unos oficiales, al paso que el señor Rodríguez se había adelantado con los soldados Agüero y Gómez a alguna distancia, y también con otros soldados. Que al siguiente día corrió la noticia de haber fallecido dicho señor Rodríguez»[43].

De todas formas, el lector no tendrá que esforzarse demasiado para acceder a ella y comprobar la discordancia, pues basta avanzar hasta las páginas 168 a 170 o hasta el anexo Nº 10 (p. 259), donde el autor, increíblemente, transcribe y reproduce las fojas que contienen el testimonio original y que delatan la invención de lo anterior[44]. Observamos, además, una alteración intencional de la fecha, pues la transcripción de Parvex señala «la tarde del 25 de mayo de 1818», probablemente para hacerla calzar con otras fuentes que señalan el 26 de mayo como la fecha del asesinato, entre estas el testimonio del oficial Manuel José Benavente.

Luego de narrar el asesinato de Rodríguez, Parvex nos presenta, supuestamente, la declaración prestada por Bernardo Luco, «gran amigo de Rodríguez»[45], en el mismo proceso de 1823, quien sostuvo haber presenciado los restos del coronel. El inserto versa:

«Cuando retiraron la cobija con que cubrían el cadáver, su vista me causó una dolorosa impresión. Pude apreciar que no tenía atuendo alguno de su uniforme militar, ni siquiera sus botas, y estaba vestido solamente con un mantillón de lino de su ropa interior, totalmente desgarrado y ensangrentado. Le noté una herida en la cabeza, que le había roto el cráneo, notoriamente causada con un garrote u otro objeto de contundencia. Tenía un corte de cuchilla o algo similar en el cuello y varias y profundas heridas punzantes en su pecho y abdomen. Al lado derecho de la espalda, entre su cuello y la axila derecha, tenía una herida notoriamente causada por un arma de fuego, es decir por un disparo» [46].

Sin embargo, nuevamente el testimonio original del Fondo Capitanía General dista notoriamente del incluido por el autor. Debe advertirse, en primer lugar, que no está redactado en primera si no en tercera persona, siendo el siguiente:

«[…] Con esta noticia de haberse publicado en esta capital el asesinato, [Luco] se encaminó a Tiltil con la idea de saberlo cierto, y noticiado del lugar en que se hallaba sepultado, lo hizo desenterrar y le notó una herida en la cabeza, otra al lado del cuello hechas al parecer con instrumentos de corte, pero la que tenía en el sobaco derecho indicaba ser de bala, sin embargo de que el cadáver estaba algo corrompido»[47].

Es posible afirmar, en consecuencia, que Parvex nos presenta un documento falso, que se nutre de algunos detalles de la declaración original de Luco pero que a la vez los aumenta de forma artificiosa. Misma práctica vamos a advertir en una supuesta declaración del teniente primero Antonio Navarro, ahora procesado como autor material del crimen. Esta habría sido ofrecida, según el autor, «con fecha 12 de junio de 1818» y sería del tenor siguiente:

«[…] Luego de la muerte del señor Rodríguez, mi coronel Alvarado empezó a poner avanzadas, haciendo ver a la tropa que el preso se la había fugado, pero pronto, por los semblantes de la partida que por su alucinamiento había hecho visible el atentado, varió de opinión, llamándoles y advirtiéndoles que era preciso dar otro colorido al asunto y que era menester, para sostén del gobierno, que se le mandó a pegar un tiro por quererse fugar.

Estarían confesos un sargento y otros soldados y no sé quien pego el tiro, pero confesaron que ellos le habían dado muerte, para proteger así a mi coronel Alvarado y a mi mayor Sequeira […]»[48].

El problema radica en que el sumario criminal realizado en 1818, que debería incluir necesariamente esta declaración, ya se encontraba extraviado en 1823, cosa que sabemos porque el juez fiscal a cargo del proceso abierto ese año, Juan José Valderrama, debió consultar a O’Higgins por el paradero del expediente de 1818[49]. Entonces, ¿Cómo accedió Parvex a un documento extraviado hace más de 196 años? La respuesta podría hallarse en la declaración de Navarro que se conserva en el ya citado volumen 337 del Fondo Capitanía General. Con fecha 19 de marzo de 1823, el testimonio del teniente versa:

«[…] Seguidamente empezó a poner avanzadas el citado coronel Rudecindo Alvarado, haciendo ver se había fugado el reo; y conociendo en los semblantes de toda la partida que por su alucinamiento había hecho visible el atentado, varió de opinión llamándoles y advirtiéndoles que era preciso dar otro colorido al asunto; y que era menester decir para sostén del gobierno se le mandó a tirar un tiro por quererse fugar para lo que mientras se hacía una justificación de autenticidad estaría el confesante con el sargento y algunos soldados un par de días arrestados para deslumbrar al público […]»[50].

La más que evidente similitud entre ambos textos nos lleva a concluir que Parvex manipuló un extracto del testimonio original de 1823 para elaborar un testimonio falso con fecha de 1818, el cual aprovecha además para involucrar al sargento mayor Severo García de Sequeira en los hechos, aunque este no fue mencionado por ninguno de los declarantes del proceso.

Esta inclusión forzada contribuye a desacreditar la autenticidad del texto presentado por Parvex, pues la única versión del asesinato en la cual se vincula a García de Sequeira con el crimen corresponde a la ofrecida por el coronel José Antonio Maure en 1872[51] y recogida luego por Ricardo Latcham[52], cuya obra figura entre las fuentes del autor. Sin embargo, tanto Maure como Latcham cometen el grave error de situar a García de Sequeira como comandante del batallón, omitiendo la presencia del coronel y comandante Rudecindo Alvarado pese a todas las evidencias documentales y testimoniales que prueban su participación directa en los hechos. Parvex subsana esta incongruencia, oportunamente, involucrando a ambos personajes a través de su testimonio ficticio de Navarro.

De forma idéntica al caso anterior, el lector podrá comparar el documento falso con la transcripción hecha sobre el documento original, disponible entre las páginas 156 y 161 de la obra de Parvex, aunque esta posee una adulteración quirúrgica pero muy relevante: donde el documento original versa «estaría el confesante con el sargento y algunos soldados un par de días arrestados», Parvex transcribe «estaría el confesante con el sargento mayory algunos soldados un par de días arrestados»[53] forzando, nuevamente, la participación del mayor García de Sequeira en los hechos. ¿Cuál es su objetivo? Probablemente, diferenciarse de investigaciones anteriores como la de Juan Pablo Buono-Core, con la cual comparte idénticas conclusiones respecto a las identidades de los asesinos con excepción de la «novedosa» inclusión de García de Sequeira como uno de los autores materiales. Así lo manifiesta en su epílogo:

«Quién le disparó a quemarropa fue el propio coronel Rudecindo Alvarado, que era acompañado por el sargento mayor Severo García de Sequeira, quien le propinó varios sablazos en el torso y cuello, siendo rematado con golpes en el cráneo dados de las culatas de sus fusiles por los cabos Gómez, Agüero y el soldado Parra»[54].

Otro detalle sutil pero igualmente valioso para comprobar la manipulación realizada por Parvex y su desconocimiento de la época corresponde a la forma en la que Navarro se dirige a sus superiores en el supuesto testimonio de 1818. Los tratamientos como «mi coronel» o «mi mayor»,propios del protocolo militar que rige hasta nuestros días, solo comenzaron a ser utilizados hacia la segunda mitad del siglo XIX, y por tanto resultan absolutamente ajenos al periodo abordado, bastando contrastar el texto con el testimonio original para comprobar la inexistencia de los mismos.

Estos tratamientos anacrónicos se reiteran en la obra; así también los podemos detectar en un diálogo a todas luces ficcionado entre Navarro y Rodríguez, donde el primero le señala «Tranquilícese mi coronel. No tiene usted nada que temer»[55] y en otro entre Navarro y el general San Martín, según el cual el teniente expresó, con fecha 28 de agosto de 1818:

«Mi general. Llevo ya tres meses en este batallón, ya no se si en calidad de preso o de huésped y ni me atrevo ahora que no me lo prohíben ni siquiera salir a la calle, porque todos me tildan de asesino, sin serlo»[56].

¿Un retrato de Antonio Navarro?

Una de las cosas que más nos sorprendieron al revisar la obra de Parvex fue la publicación, en la página 132, de un retrato que el autor asegura ser de nada menos que el mencionado oficial Antonio Navarro. El pie de foto señala:

 «Antonio Navarro. Retrato realizado aproximadamente en 1830, por artista desconocido, mientras se desempeñaba como coronel y le corresponde fundar la ciudad de Concordia, en Argentina».[57]

La obra, que en el libro ha sido reflejada horizontalmente, en realidad se trata de un óleo español anónimo datado entre 1820 y 1833 que pertenece a la colección del reputado académico y coleccionista de miniaturas españolas Eloy Martínez Lanzas-de las Heras, y que representa a un oficial del Regimiento Nº 6 de Saboya, cuya identidad no ha podido ser precisada.[58] Consultado al respecto, Eloy Martínez Lanzas nos lo confirma:

«He consultado con un importante experto en uniformología español para asegurarme la graduación del retrato del militar de mi colección, y que publiqué hace años en un artículo aparecido en mi blog, y que se ha usado y manipulado sin mi autorización en el libro titulado «¿Quién asesinó a Manuel Rodríguez?». El retrato corresponde sin duda a un militar español desconocido, con graduación de subteniente de infantería del Regimiento nº 6  de Saboya (véase  la charretera derecha con flecos y la izquierda sin ellos, distintivos de su graduación y el nº 6 visible en la botonadura de su uniforme que hace referencia a su regimiento). Por tanto, la identidad con el referido oficial Antonio Navarro es del todo inexacta»[59].

¿Las osamentas de «Manuel» Tomás Valle?

Por último, una de las grandes conclusiones de la obra de Parvex es que las osamentas que reposan en el mausoleo del Cementerio General de Santiago y que por más de 120 años se han atribuido a Rodríguez «con toda seguridad son las de Manuel Tomás Valle, destacado vecino de Tiltil», es decir, del juez subdelegado de Tiltil que habría dado la orden de sepultar los restos del malogrado patriota junto al altar de la iglesia del pueblo en 1818[60].

Diferimos tajantemente de aquello, en primer lugar porque las fuentes nos señalan que el juez se llamaba simplemente «Tomás» y no «Manuel Tomás» Valle. En segundo lugar, y mucho más importante que eso, tenemos el hecho de que el «Comité Patriótico Manuel Rodríguez», conformado con el fin de rescatar estos restos en 1894, desenterró, identificó claramente y luego descartó los restos de Valle como posibles restos de Rodríguez por haberlos encontrado dentro de un ataúd, con el cual el guerrillero jamás contó. Este hecho fue corroborado, según consta del expediente oficial del Comité, por los propios deudos de Valle, presentes en la exhumación[61], pero es omitido intencionalmente por Parvex para ofrecer una respuesta a la interrogante sobre la identidad de los restos que permanecen en Santiago.

Para finalizar, señalamos una última errata importante en el Anexo Nº 15, en el que se ha publicado el manuscrito del coronel José Antonio Maure que narra el asesinato de Rodríguez, hoy conservado en el Museo de Colchagua, bajo el rótulo equívoco de «Carta del capitán Benavente, en que entrega todos los detalles de la trama del asesinato de Manuel Rodríguez»[62].

Conclusiones

En la introducción de su obra, Parvex señala que «la información de este libro está completamente apegada a los hechos, incluyendo los diálogos que contiene, por lo tanto, corresponde a una crónica histórica, basada en los dichos de los protagonistas de este caso, que remeció la opinión pública en 1818 y que se ha mantenido en el subconsciente popular hasta nuestros días»[63]. Luego, en una entrevista ofrecida a El Mercurio en abril de 2019, Parvex aseveró que el libro «se basó mayoritariamente en fuentes primarias» y que «casi el 80%» de la información contenida en el mismo provenía de estas[64]. Sin embargo, considerando la abundancia y la gravedad de las imprecisiones que se manifiestan a lo largo de la obra, nos parece que la utilización de fuentes primarias, si es que realmente existió, fue más bien somera y bastante descuidada.

Así también, la inserción de documentos y diálogos ficticios contradicen la promesa inicial del autor y se entremezclan peligrosamente con datos duros, impidiendo al lector dilucidar claramente cuáles acontecimientos corresponden a hechos documentados y cuáles corresponden a hechos ficcionados. Sorprende, especialmente, la ligereza con la que se incluyó y manipuló un retrato anónimo de origen español con el fin de brindarle un rostro al oficial Antonio Navarro, que moriría en Argentina en 1839 sin haber vuelto a pisar la península ibérica desde su llegada a Sudamérica en 1817.   

Nos consta el acceso y utilización del proceso criminal del año 1823 para esclarecer el crimen de Rodríguez, aunque resulta desalentador confirmar la falsificación intencional de las declaraciones contenidas en el mismo, entre ellas las de Antonio Navarro, Santiago Lindsay y Bernardo Luco, para incorporarles detalles sustanciosos o bien fabricar evidencias conducentes a dar respuesta a la interrogante que titula y estructura la obra. Este proceder es sin duda, gravísimo, y hace de «¿Quién asesinó a Manuel Rodríguez?» un libro altamente desaconsejable como material de referencia o consulta.

En marzo de 2021, a propósito del lanzamiento de su última obra «Frontera Sur» (Ediciones B), una nota publicada en El Líbero señala que «Guillermo Parvex se atrevió a salir de su zona de confort y experimentar con la ficción»[65]. La evidencia expuesta indica, muy por el contrario, que su experimentación con la novelística y la ficción comenzó hace bastante más tiempo.

Javier Campos Santander. Diseñador Gráfico de la Universidad Santo Tomás especializado en diseño editorial e ilustración, Conservador-Restaurador del Patrimonio Cultural Mueble de la Universidad de Chile, Investigador y recreador histórico, secretario de la Asociación Histórico Cultural Guerra de Independencia de Chile y autor del libro “Tras la huella de Manuel Rodríguez” (Ignición Editorial, 2021).

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[1] Pardo, G. «Un veterano de tres guerras: dos visiones encontradas». Diario El Mercurio, 24 de septiembre de 2017. Recuperado el 27/03/2020 desde http://www.economiaynegocios.cl/noticias/noticias.asp?id=400526

[2] Emol.«Parvex defiende exactitud histórica de su obra “Un veterano de tres guerras”, tras cuestionamientos a su veracidad», 26 de agosto de 2017. Recuperado el 28/08/2020 desde https://www.emol.com/noticias/Espectaculos/2017/08/26/872713/Parvex-defiende-la-exactitud-historica-de-su-obra-Un-veterano-de-tres-guerras-tras-cuestionamientos-a-su-veracidad.html

[3] García, J. «Cuestionan libro de Guillermo Parvex sobre Manuel Rodríguez». Diario La Tercera, 22 de abril de 2019. Recuperado el 27/03/2020 desde https://www.latercera.com/la-tercera-pm/noticia/cuestionan-libro-guillermo-parvex-manuel-rodriguez/624593/

[4] Ibíd.

[5] Parvex, G. (2019) «¿Quién asesinó a Manuel Rodríguez?», p. 25.

[6] Huidobro Gutiérrez, R. (1912) «Apuntes sobre la vida de estudiante de don Manuel Rodríguez» enRevista Chilena de Historia y Geografía, Nº 7, p. 136-137.

[7] Parvex, ob. cit., p. 26.

[8] Barros Arana, D. (1884-1902) «Historia Jeneral de Chile», t. VIII, p. 409.

[9] Parvex, ob. cit., p. 26.

[10] Egaña, J. (1911) «Épocas y hechos memorables de Chile por el doctor Juan Egaña», p. 52 ; Chelén Rojas, A. (1964) «Manuel Rodríguez y su hermano Carlos, precursores de la Democracia y la Libertad», p. 43.

[11] Parvex, ob. cit., p. 29.

[12] Archivo Nacional de Chile, Fondo Vicuña Mackenna, vol. 121, f. 200.

[13] Carrera, J. M. (1986) «Diario del brigadier general José Miguel Carrera Verdugo», t. I, p. 23.

[14] Valdés, C. (1843) «Galería de hombres célebres: Manuel Rodríguez» en «El Crepúsculo» Nº 5,p. 203.

[15] Ferrada, A. M. (1914) «Sorpresa de Yerbas Buenas», p. 53-54.

[16] Parvex, ob. cit., p. 47.

[17] Parvex, ob. cit., p. 40.

[18] Guajardo, E. (2019) «”¿Quién asesinó a Manuel Rodríguez?” de Guillermo Parvex». Recuperado el 27/03/2021 desde http://eneltercermilenio.blogspot.com/2019/06/556-quien-asesino-manuel-rodriguez-de.html

[19] Barros Arana, ob. cit., t. X, p. 429; Latcham, R. (1932) «Manuel Rodríguez, el guerrillero» p. 154.

[20] Parvex, ob. cit., p. 41-42.

[21] Parvex, ob. cit., p. 41.

[22] Parvex, ob. cit., p. 46.

[23] Parvex, ob. cit., p. 54.

[24]  El relato original del gobernador Marcó del Pont apunta a que fueron 3000 pesos (Biblioteca Nacional de Chile, «Últimos días de la Reconquista Española» (1930) p. 214) ; Barros Arana, en su «Historia General de Chile» t. X, p. 484 refiere 2000, mientras que Latcham, ob. cit., p. 164 apunta 3000.

[25] Campos Santander, J. (2021) «Tras la huella de Manuel Rodríguez», p. 111-113.

[26] Parvex, ob. cit., p. 54.

[27] Parvex, ob. cit., p. 81.

[28] San Martín remitió tres partes desde el mismo campo de batalla; dos dirigidos a O’Higgins y uno al director supremo de las Provincias Unidas Juan Martín de Pueyrredón. Adicionalmente, el 9 de abril le volvería a escribir un oficio en el que detalla el desarrollo de la batalla. Estos 4 documentos pueden consultarse en Senado de la Nación (1963) «Biblioteca de Mayo. Colección de obras y Documentos para la Historia Argentina». Tomo XVI, segunda parte, p. 14625-14635. Si bien existen algunos testimonios de contemporáneos que confirmarían la presencia de los Húsares en el campo de batalla, estos no constituyen en ningún caso «partes oficiales» de la acción. 

[29] Parvex, ob. cit., p. 91.

[30] Barros Arana, ob. cit., t. XI, p. 518-521; Gay, C. (1854) «Historia física y política de Chile», t. VI, p. 280, 291.

[31] Parvex, ob. cit., p. 87.

[32] Feliú Cruz, G.(1961) «Entre el desastre de Cancha Rayada y la batalla de Maipo», p. 54-55. 

[33] Parvex, ob. cit., p. 93.

[34] Al respecto, existen al menos tres reglamentos de uniformología que norman las divisas de teniente coronel en los ejércitos chileno y argentino en la época: el «Plan de uniformes» dictado el 7 de noviembre de 1812 bajo el gobierno de Carrera, la ley «Señalando el uniforme de los todas las clases del ejército» (Buenos Aires, 5 de mayo de 1813) y el «Reglamento provisional de divisas e Insignias Militares» (Santiago, 30 de enero de 1819), los que coinciden en señalar las charreteras con pala plateada y canelones dorados o viceversa como único distintivo particular del grado.  

[35] Parvex, ob. cit., p. 96.

[36] Parvex, ob. cit., p. 97-98.

[37] Campos Santander, ob. cit., p. 192.

[38] Parvex, ob. cit., p. 102-103.

[39] Ambrosio sería el primero en retornar a Chile, en enero de 1820, mientras que Carlos retornó en junio de 1823. Véase Campos Santander, ob. cit., p. 82.

[40] Parvex, ob. cit., p. 102-103. En realidad, Manuel Serrano Arrechea había contraído matrimonio con Francisca Javiera Galeazo y tenido tres hijos, entre ellos el mencionado José Gregorio Serrano Galeazo. Ambos participaron en las campañas de la Patria Vieja y al crearse el regimiento Húsares de la Muerte, Manuel fue designado segundo comandante con el grado de teniente coronel, mientras que Gregorio ejerció como ayudante mayor. Véase Campos Santander, ob. cit., p. 167, 169, 240, 241.  

[41] Matta, G. (1854) «Don Manuel Rodríguez: biografía» en «Galería Nacional» de Desmadryl, N., p. 132.

[42] Parvex, ob. cit., p. 113.

[43] Archivo Nacional de Chile, Fondo Capitanía General, vol. 337, f. 41 v.

[44] Parvex, ob. cit., p. 168-170, 259.

[45] Al identificar a Luco simplemente como un amigo, el autor pasa por alto su condición de antiguo capitán y comandante de la segunda compañía del regimiento Húsares de la Muerte.

[46] Parvex, ob. cit., p. 126-127.

[47] Archivo Nacional de Chile, Fondo Capitanía General, vol. 337, f. 34 v.

[48] Parvex, ob. cit., p. 133.

[49] Archivo Nacional de Chile, Fondo Capitanía General, vol. 337, f. 42.

[50] Archivo Nacional de Chile, Fondo Capitanía General, vol. 337, f. 29 v.

[51] Publicada por primera vez en el periódico «El Nuevo Ferrocarril» con fecha 29 de julio de 1880. El manuscrito original se conserva hoy en el Museo de Colchagua y también ha sido publicado en la versión digital de la revista «Dedal de Oro», Nº 68 (2014), bajo el título «Quiénes realmente participaron en el asesinato del patriota Manuel Rodríguez. Nombres y relación inédita de los hechos». Recuperado el 17/05/2021 desde https://dedaldeoro.cl/ed68-41-43_manuel-rodriguez.html

[52] Latcham, ob. cit., p. 267-269.

[53] Parvex, ob. cit., p. 159.

[54] Parvex, ob. cit., p. 232.

[55] Parvex, ob. cit., p. 112.

[56] Parvex, ob. cit., p. 134-135.

[57] Parvex, ob. cit., p. 132.

[58] Martínez Lanzas, E. (2009) «Miniaturas de Retratos de Militares Españoles en la colección Martínez Lanzas-De Las Heras». Recuperado el 27/03/2021 desde https://colecciondeminiaturas.blogspot.com/2009/11/?view=sidebar

[59] Eloy Martínez Lanzas, comunicación personal.

[60] Parvex, ob. cit., p. 234.

[61] Rosales, J. A. (1895) «Los restos de Manuel Rodríguez, mártir de Tiltil. Expediente para identificarlos. Recopilación oficial 1818-1895», p. 135.

[62] Parvex, ob. cit., p. 269-272.

[63] Parvex, ob. cit., p. 9-10.

[64] Rojas, A. «Guillermo Parvex explora el crimen de Manuel Rodríguez en nuevo libro: «Era una leyenda y un personaje idolatrado»». El Mercurio, 22 de abril de 2019. Recuperado el 27/03/2021 desde https://www.emol.com/noticias/Espectaculos/2019/04/22/945183/Guillermo-Parvex-explora-el-crimen-de-Manuel-Rodriguez-en-nuevo-libro-Se-transformo-en-una-leyenda-y-en-un-personaje-idolatrado.html

[65] Orellana, P. «“Frontera Sur”: La primera novela de Guillermo Parvex». El Líbero, 03 de marzo, 2021. Recuperado el 28/08/2021 desde https://ellibero.cl/tiempo-libre/frontera-sur-la-primera-novela-de-guillermo-parvex/

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