La escritora Karo CP regresa a la escena literaria con su tercer libro, Infamias, que nos sumerge en relatos que estremecen, interpelan y obligan a mirar de frente las múltiples formas del mal cotidiano. Con una prosa depurada y un agudo sentido ético, construye personajes y situaciones que denuncian sin concesiones las atrocidades escondidas bajo la normalidad. Publicado por Ediciones Asterión —editorial dirigida por Pía Barros y enfocada en narrativas nuevas, feminismos y derechos humanos—, Infamias articula un potente mosaico de relatos que invitan a la reflexión profunda sobre las formas más crudas del comportamiento humano. En esta conversación, Karo CP reflexiona sobre el cruce entre ética, política y literatura, el trabajo colectivo con otras mujeres, y el valor de la tensión o la inquietud como disparadores de pensamiento. Autora también de Morenidades (2021) y Umbrales (2024), su obra ha sido reconocida en concursos y seleccionada en programas radiales que celebran la literatura comprometida.
Por Mariana Hales
1. Tu escritura está profundamente ligada a lo político y lo ético. ¿Sientes que existe una responsabilidad social al escribir ficción hoy en día? ¿Cómo manejas esa tensión entre arte y activismo?
Como cultora de la libertad (de la noble), considero válido escribir por cualquier causa y razón que cada quién tenga. En mi caso, no puedo evitar lo político y ético en lo que narro. Para mí la escritura es política porque soy una persona conectada con su entorno, con la comunidad, reflexiva y crítica respecto de los parámetros socio culturales y económicos estructurales. Tengo claro quién soy, de dónde provengo, soy consciente de mis circunstancias y de las de mi familia, particularmente de las mujeres que me rodean y de mis ancestras. Es inevitable que en mis creaciones tienda a describir “mi aldea” y se me cuele el activismo. También reconozco que la propia escritura me ha llevado a conectar con un público lector que se interesa por estos temas y, además, me ha permitido integrar colectivas con quienes puedo hacer convivir ambas actividades.
2. En tus relatos hay una dimensión muy marcada de escucha: relatos que surgen de experiencias propias, ajenas, incluso fragmentarias. ¿Cómo construyes la voz narrativa a partir de esas memorias o testimonios dispersos?
En principio, anoto lo que me llama la atención. Luego, vierto el contenido creativo en bruto y como salga. Lo dejo reposar. Después de un rato impreciso, reviso lo que hay y comienzo el oficio de dar forma a una historia: aplicar técnica narrativa, buscar una voz al servicio de lo que quiero decir, encontrar el ritmo y los giros. Más adelante, cuando ya tengo un grupo de cuentos con el mismo tema, los reviso en conjunto para aunar estilo, forma y estructura. Es un trabajo de artesana, largo y en etapas. Incluso cuando el proyecto de libro ya está, lo confío a ojos amigos para nuevas revisiones.
3. Tus relatos apelan a zonas emocionales muy intensas del lector, lo confrontan con verdades difíciles. ¿Qué papel crees que tiene el desasosiego o la tensión en la experiencia de leer?
En primera instancia, creo que mantener el interés de quien lee y, en un rebote posterior, provocar la reflexión. Si algo nos inquieta, nos vemos en la obligación de preguntarnos por qué.
Como lectora, espero que me pasen cosas cada vez que me sumerjo en la aventura de un libro, si no me genera algo a nivel emocional, me aburro. Si me tensiona, me inquieta o me incomoda, mantengo la atención, me quedo pensando y, normalmente, necesito compartir lo que me pasa, intercambiar opiniones, puntos de vista, reflexiones, a lo menos, comentarlo con alguien.
6. En un panorama literario donde lo autobiográfico es cada vez más visible, ¿cómo navegas la frontera entre lo personal y lo ficcional sin caer en lo testimonial directo?
La verdad es que yo no soy muy buena para lo autobiográfico, no es lo mío. Yo tiendo a distanciarme en la escritura, aun cuando ocupe el imaginario, vivencias, emociones, sensaciones, experiencias propias y más, lo pongo al servicio de lo creativo en términos de la idea que quiero narrar, para eso tiende a resultarme más atractiva la ficción.
7. ¿Qué autoras o autores han influido en tu forma de narrar lo breve y lo profundo? ¿Hay lecturas recientes que te hayan sacudido o desafiado como escritora?
El cuanto a lo breve y lo profundo, Pía Barros, Lorena Diaz Meza y la argentina Ana María Shua son grandes referente para mí.
Respecto de lecturas recientes que me hayan sacudido, ¡Uf, que sí! Puedo nombrar “Las aventuras de la China Iron” y “Le viste la cara a Dios” de Gabriela Cabezón Cámara; “Cadáver exquisito” de Agustina Bazterrica; “Cometierra” de Dolores Reyes, “Las homicidas” de Alia Trabucco; “Avidez” de Lina Meruane; es lo primero que se me viene, pero podría seguir.
8. ¿Sientes que existe una genealogía literaria feminista en Chile con la que dialogas desde tu obra? ¿Quiénes serían parte de esa conversación?
La verdad es que no sé si existe una genealogía literaria feminista. Tenemos una historia de luchas y construcción de los feminismos. Me situaré en lo que a mí me ha remecido y con lo que he sintonizado, porque hay escritoras que no necesariamente se han reconocido feministas y que, de igual forma, han contribuido a nuestras reflexiones en el ámbito, como Gabriela Mistral. En lo personal, han sido muy importantes para mi despertar literario voces como la de María Luisa Bombal y Violeta Parra.
En otros ámbitos, reconozco activismos que, desde ese lugar, me cuentan una historia a través de la acción, pienso en los movimientos de mujeres obreras, en las mujeres que exigieron justicia durante la dictadura o la lucha histórica de las mujeres mapuche.
Por supuesto, están también las escritoras feministas contemporáneas a quienes admiro por su literatura y por su activismo. Me siento una privilegiada de ser contemporánea y habitar el mismo espacio – tiempo con Nona Fernández y Pía Barros. Estoy en diálogo permanente con las compañeras de AUCH+, a quienes admiro por múltiples razones, pero sobre todo por la sororidad y la porfía incombustible.
En otros espacios literarios, me siento en diálogo con escritoras de microficción como Miranda Montealegre; con Hilda Carrera creadora de décimas; con voces de la narrativa lésbica como Salo Guevara y Erika Montecinos; y admiro a la poeta activista travesti Claudia Rodríguez.
En la dramaturgia, disfruto y me nutro de los trabajos de Manuela Infante, Isidora Stevenson y Carla Zúñiga.
Estoy segura de que se me pasan varios nombres, lo que es bueno: significa que habemos muchas creadoras en la porfía de aportar a nuestro entorno desde cada uno de nuestros oficios.
9. ¿Qué importancia tiene para ti la edición y el trabajo colectivo con otras mujeres escritoras o editoras en la publicación de tus libros?
Es fundamental el trabajo colectivo en la escritura, en la edición, en la lectura, en el formar comunidad literaria y en el activismo. Creo en la colectividad y en la comunidad. Tiene sus dificultades, implica escuchar, conversar, discutir, defender el propio punto, ceder ante una mejor opción. Es entregarse al grupo amorosamente, ofreciendo lo mejor de una misma, con la confianza de hallar complemento en otras personas.
En el caso particular de Infamias, ha sido fundamental la mirada de esas otras mujeres, como algunas de mis compañeras del colectivo Ergo Sum que leyeron el libro, previa postulación al Fondo de las Culturas, o el agudo ojo de Chivy Guajardo (la editora) y la mirada global de Pía Barros, que orientó la búsqueda del mejor título y el orden más adecuado para los cuentos, además de confiar en mi trabajo; incluso la portada, creación de la artista Tatiana Mayerovich.
10. Finalmente, ¿hay algo que desees que nunca se diga o se simplifique sobre tu trabajo como escritora? ¿Una lectura que te parezca injusta o reduccionista?
Es una pregunta difícil, porque desde el momento en que lo que una escribe sale del diario de vida que guarda bajo la almohada y, por el contrario, es una ficción expuesta en un libro, una asume que algo de eso deja de pertenecerte, es algo que entregas. En ese sentido, las personas que leen pueden gustar o no del texto y ejercer su libertad de opinar lo que quieran. Por otro lado, sería cínico de mi parte desconocer mi sensibilidad o emocionalidad real (si incluso dejé de leer los comentarios odiosos en redes sociales porque me hacía mal), creo que lo que me parecería injusto sería que dijeran que está mal escrito.
Por Mariana Hales