Por Pablo Varas

Sin lugar a dudas aquella huelga de hambre en una jornada de lucha que dieron los prisioneros políticos que se encontraban en el campo de concentración de Melinka, instala en el largo proceso de construcción, y la memoria de nuestra historia. Una acción que instaló la dignidad, los principios y militancia como una gesta no conocida anteriormente.
Esta consecuente respuesta a la dictadura se produce para desmontar una mentira de extrema crueldad. Los miristas no estaban siendo exterminados como ratas. Muchos de los que aparecieron en la criminal lista habían sido visto en los centros de tortura.
No todos los prisioneros participaron en esta jornada de lucha. Había un natural miedo a las consecuencias que podrían ejercer los militares en contra de los detenidos y sus familiares. La huelga comenzó con 80 presos y terminó con 95. Todos coinciden que existía miedo. Estaban desapareciendo los compañeros.
Los días pasaban con la normalidad que impone el carcelero. La mirada despectiva y el desprecio. Mucho diálogo entre los presos, el compartir las experiencias de la propuesta, económica, social y política. Los desayunos, los cantos obligados por los militares y la monserga anticomunista, la insistencia en el instalar el cartel de delincuentes a los que durante el periodo popular asumieron tareas de responsabilidad. La artesanía convertida en el grito de la rebeldía que se fue instalando en la casa de los familiares y también en la solidaridad internacional.
El calendario marca el 31 de julio de 1975.
El Consejo de Ancianos, así era denominada la dirección de los prisioneros políticos, planifica de forma ordenada las tareas que los familiares deberían cumplir. Clandestinamente fueron saliendo las declaraciones públicas que fueron entregadas en los medios de comunicación, pero especialmente en las embajadas e instituciones internacionales.
La declaración pública que sale desde Melinka era breve.
En un lápiz BIC salió la digna proclama. Había que sorprender al enemigo. La madre de José Carrasco Tapia, su padre don Humberto Carrasco y Gloria Elgueta ganaron a la represión. (1) Gloria Elgueta Pinto. Londres 38. Espacio de memoria.
Para dejar constancia de la criminalidad de los militares sólo nombraremos algunos de nuestros queridos y recordados compañeros, que fueron vistos en Villa Grimaldi y otros centros de detención y tortura.
Jaime Enrique Vásquez, fue visto en Grimaldi el día 13 de febrero por Patricio Negrón Larre. También el 23 de febrero en el Regimiento de Ingenieros N° 4 de Osorno, por Rodolfo Balbontín, Jaime Oyarzo Espinosa y Aldo Barrientos. Anselmo Radrigan Plaza, fue visto en Grimaldi desde el 15 al 24 de diciembre de 1974 por Luis Muñoz González. Jaime Robotham Bravo fue visto en Grimaldi el 4 de enero de 1975 por Hugo Salinas, José Carrasco Tapia, Jorge Weil. La lista llega a 119 compañeros.
Todos los que atestiguamos haber visto con vida a los 33 compañeros detenidos por la DINA, estuvimos con ellos, conversamos con ellos, incluso compartimos celdas con ellos. Estos antecedentes son el testimonio de todos los que los vimos y firmamos esta declaración para que sea presentada a cualquier organismo que esté interesado en investigar la situación de los detenidos desaparecidos. (2) Campamento de Melinka. Agosto de 1975.
Se conoce como la Operación Colombo, dentro de ese plan se fueron dando por muertas personas que son las páginas negras, grises y perversas escritas por los militares.
La dictadura permaneció durante largos años. De aquellos talentosos y valientes que fueron quedando en libertad, muchos partieron al exilio, otros volver a reconstruir alguna organización social, y también los que ingresaron clandestinos a la patria para engrosar las filas de la resistencia popular.
Muchos mancharon las calles de Chile, su sangre constituye la razón con el más profundo sentido de respeto por las justas demandas de los trabajadores.
Carlos Díaz Cáceres murió en 1982. José Carrasco Tapia fue asesinado por la CNI en 1986. Dagoberto Cortez Guajardo, asesinado en 1982. Eduardo Charme, muerto en 1976. Juan Carlos Gómez en 1979. Víctor Zúñiga Arellano, muerto al intentar una fuga desde la Penitenciaria de Santiago, 1985.
Nunca tuvo mayor sentido lo que escribiera Agustín Celaya… Tomar partido hasta mancharse.
Por Pablo Varas
Fuente fotografía
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