Por Sasi Alejandre
Desde la III Cumbre Social de los Pueblos de América Latina y el Caribe, en Santa Marta, Colombia, el Presidente Gustavo Petro hizo un llamado a toda América Latina: revivir el sueño de Bolívar en una nueva era de la Gran Colombia.
Proclamando: “A manos de negras que habían sido esclavos y se liberaron, hicieron la primera bandera del Caribe: amarilla, azul y roja, que terminó siendo la bandera de la Gran Colombia. Bandera que nunca debió ser perdida y aún está en nuestro corazón, a pesar de las divisiones”.
Un Caribe que hoy está bajo asedio de los Estados Unidos, no como ente abstracto, sino como parte de la América a la que pertenece, Nuestra América. Ya decía Simón Bolívar, en la Carta al Congreso de Panamá en 1826: “Deseo que los pueblos de América se unan de tal manera, que si uno es atacado, todos acudan en su defensa”. Siendo latente, una vez más, tal y como en tiempos del propio Bolívar, la dicotomía que dictará el futuro de la región latinoamericana: aquel de la Doctrina Monroe, de “América para los norteamericanos”, o, antagónicamente, el futuro de Patria Grande, de unidad latinoamericana.
Una unidad planteada no solo entre las naciones que integraron, desde ese 1821, brevemente, a esa Gran Colombia a la que hace alusión el presidente Petro: Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela, sino entre todos los pueblos que conforman la región latinoamericana entera.
El llamado a la consolidación de la unidad, como el que fue proclamado en la tercera edición de la Cumbre Social, en el marco de esta IV Cumbre de la CELAC, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, hace alusión directa a la razón por la cual se fundó este organismo.
Como recordó el Presidente venezolano, Nicolás Maduro, en la carta que envió a sus homólogos reunidos en Santa Marta, la CELAC nace en 2011, en Caracas. El momento es un par de años antes de la muerte del Presidente Hugo Chávez, la Revolución Bolivariana ya consolidada y, regionalmente, viviendo aún el auge de la llamada ola roja, en la que el triunfo en Venezuela gatilla los triunfos electorales de la izquierda en decenas de países de América Latina, para ese momento: Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Fernando Lugo en Paraguay, Cristina Kirchner en Argentina y Dilma Rousseff en Brasil.
Así es como, ya habiendo creado el ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), Petrocaribe y la UNASUR, como una de las últimas grandes iniciativas regionales que plantea Hugo Chávez antes de morir, impulsa la idea de un mecanismo de integración que no pase ni por Estados Unidos ni por la OEA, marcando la génesis de la CELAC.
En ese inicio, integrada por las 33 naciones que conforman América Latina, sin distinción ideológica, todos coincidían, cuando menos, en el principio de la soberanía y autodeterminación como base de la comunidad de Estados. Sin embargo, a diferencia de ese 2011, hoy no existe ese consenso, contando con diversos países de lo que fue la ola roja —desde Ecuador, Bolivia o Argentina— perdidos a una derecha que, en el fervor por vender sus patrias, no solo se alejan, sino que trabajan por fracturar cualquier esfuerzo conjunto en defensa de la soberanía regional.
En este nuevo contexto, no será la CELAC la que, por sí sola, signifique la consolidación de una unidad latinoamericana; lo serán, en cambio, las estrategias de cooperación específicas que deriven de esta comunidad.
Hoy, la necesidad de fortalecer este bloque vuelve a ser equivalente a la de los tiempos del Plan Cóndor, al ser América Latina, una vez más, el blanco principal del imperialismo estadounidense, en vísperas de un despliegue militar estadounidense frente a Venezuela y, hasta la fecha, contabilizando 72 asesinatos extrajudiciales perpetrados contra supuestos narcotraficantes en lanchas pesqueras que navegaban en aguas latinoamericanas.
Sin embargo, un nuevo contexto en donde también hay luces, integrando hoy día a dos países que nunca antes habían formado parte del bloque progresista regional: Colombia y México. Misma razón por la que estos dos países hoy enfrentan, junto a Venezuela, la más burda avanzada del imperio en su contra. Es por ello que estrategias como las planteadas por el Presidente colombiano, Gustavo Petro, representan una ventaja fundamental para la unidad.
Por un lado, la iniciativa de unir esfuerzos de defensa colaborativos entre Venezuela y Colombia, para hacer frente a las amenazas y ataques estadounidenses, en clara distinción del uribismo que, desde el propio Álvaro Uribe hasta Iván Duque, había declarado a Colombia como el mayor aliado de Estados Unidos en sus afrentas contra Venezuela.
Mientras que, de la misma manera, el Presidente Petro también propone una alianza entre Colombia y México para combatir el narcotráfico soberanamente y sin intervención estadounidense, entendiendo al narcotráfico como un factor de injerencia fundamental para los Estados Unidos: desde su fomento activo, su instrumentalización como factor de necesidad para una más amplia “colaboración” con dicha potencia y hasta como justificación para intervenciones políticas y militares en nuestras naciones soberanas, como lo está siendo para sus ataques actuales en nuestros mares.
Como declaró Gustavo Petro en el mismo discurso: “Lo que estamos viviendo hay que interpretarlo como la lucha de la humanidad por la vida contra un poder oscuro que se llenó completamente de codicia y que no está pensando en votos, no está pensando en acuerdos, no está pensando en diálogos, solo está pensando en misiles”.
Mismos diálogos y acuerdos en los que, por ejemplo, México ha sostenido su política exterior con Estados Unidos y que, sin embargo, no han sembrado más fruto que el arrendamiento de la afrenta ya abierta contra nuestros pueblos, en la que abiertamente se incluye a México. La declaratoria de guerra es conjunta; ¿también será nuestra declaratoria de paz?
Por Sasi Alejandre

