Izquierda y desánimo: Los marxismos del desbande

"Ante la hostilidad de la época, y nuestra permanente expulsión del presente por derechas golpistas y progresismos laxos, solo nos queda un gesto mordaz, a saber, la risa como 'espasmos del diafragma' que son -vaya teología- 'espasmos del alma'..."

Por Absalón Opazo

11/01/2023

Publicado en

Chile / Columnas / Política

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Mauro Salazar J., Doctorado en Comunicación Universidad de la Frontera.

La derrota de la izquierda reformista en 1973 y la sobreabundancia de mitos y secuelas. La vía italiana y las lecciones extraídas desde la propia Unidad Popular. Enrico Berlinguer y su célebre «Lecciones de Chile», advirtiendo que la «vía pacífica» carecía de toda hegemonía cultural y política. El ineludible tributo a Antonio Gramsci allende los andes. Los años del plomo en Italia y la caída del «compromesso storico» tras la muerte de Aldo Moro. La experimentación del Eurocomunismo y la irrupción de los teóricos del éxodo y el (post) operaismo para contrarrestar la crisis del obrero masa, y la debacle del marxismo vulgar.

El inicio de la cadena de suicidas. En 1979 Nicos Poulantzas, tras una serie de desplazamientos abismantes (políticos e ideológicos) cuyo paradero fue un «marxismo de la indeterminación», se lanzó del piso 22º de la Torre de Montparnasse de París abrazado a sus libros. Cuando el marxismo abjuro de «lo cómico», la tragicidad capturó toda su potencia imaginal. El escritor Roberto Bolaño solía decir que hay hombres que se sienten acompañados entre libros y requieren de bibliotecas. Ya cuando la «filosofía de la historia» colgaba de las cornisas, se precipitó el estallido historicista en las manos estructuralistas de Louis Althusser. Y así, estranguló a Hélene y fue encerrado junto al «materialismo aleatorio» en un hospital psiquiátrico de París. Luego su muerte en 1990 y el desbande de los viejos revolucionarios.

En otro registro tanático, de rizoma y multiplicidad, en noviembre de 1995, acorralado por una insuficiencia pulmonar, el «filósofo de la fuga», Gilles Deleuze ponía fin a su vida. Poco antes que terminara el siglo XXI, Michel Foucault había calificado a Deleuze como el «espíritu filosófico de Francia». Antes, el propio Foucault, había sido advertido del virus que circulaba por San Francisco a fines de los años 70’. Pese a estar bajo alerta -según reza la leyenda- hizo caso omiso y murió de sida en 1984.

Luego el eclipse de las grandes causas populares en América Latina. El debilitamiento de la estructura de clases, y la notoria apostasía neoliberal de la actual «Izquierda Parlamentaria» en menos de 40 años. Una sorprendente desarticulación cultural y política afectó a los actores históricos que habían emplazado el periodo de acumulación de mercancías en su fase desarrollista-fordista. El gran proyecto histórico de las militancias dirigido a transformar la arquitectura capitalista luego del cese dictatorial, naufragó en todas sus experimentaciones. Tal desarticulación, como quiera que hayan sido los factores históricos generales, generó un flagelo de credibilidad respecto a la posibilidad de transformar estructuralmente la arquitectura capitalista.

Más tarde se precipitó la «renovación socialista» como respuesta al vacío de teoricidad de la Unidad Popular. El exilio fecundo y cruel. De un lado, el boom de Von Hayek en tierras poscomunistas y, de otro, la penetrante traducción politológica de la deconstrucción en el campo de la hegemonía laclausiana. Todos estos aspectos, cuál más, cuál menos, abundaban para repensar la relación entre democracia y socialismo, sin sopesar los desbandes de la relación entre «democracia y mercado», ni menos hurgar en los acompañamientos sibilinos que hay entre «democracia y populismo», toda vez que fue superada cualquier comprensión primitiva o defectual del término -populismo- al estilo de los estudios pioneros en la Argentina del peronismo histórico.

Décadas más tarde las derrotas de Cristina Fernandez, Rafael Correa y Dilma Rousseff a manos del  lawfare conservador. Más tarde la Uribe noche en Colombia que en estas horas asedia a Petro. Hoy el fascismo Bolsonarista rompe el acuerdo institucional. Años antes la «transición pactada» en Chile cultivó un infinito ethos de liberalización y «lumpen consumismo», exportado para toda la región como un «milagro de crecimiento» (1990). De un lado, el inevitable y fatídico apego a la institucionalidad pinochetista mediante el paradigma de la gobernabilidad (realismo) y, de otro, el ritual populista de élites sin retrato de futuro que masificaron un mundo de accesos y consumos culturales. Todo orquestado bajo un «progresismo de boutique» que tenía como misión expulsar las subjetividades rebeldes y borrar toda huella de «obstinación dialéctica».

En la fervorosa racionalidad chilena, la tenacidad por liberalizar las estructuras de consumo de cualquier prevención estatal, precipitó un consenso managerial donde todos los agentes de la postdictadura abrazaron el contrato de las mercancías (estética de los consumos). Esto era un proceso de época que se podía mitigar o exacerbar; la segunda opción fue la elegida. Años más tarde la irrupción de una generación (2011) que entremezclaba «discursos napoleónicos», «memorias fugitivas» y «mesocracia reformista», proponía un horizonte que pondría fin a los vicios jacobinos heredados del pequeño siglo XX. Tal convivencia se dio en llamar «Frente Amplio». Tiempo de la afasia que abandona los pecados de la dialéctica y abraza el hedonismo estetizante de los 30 años de Concertación que fueron la plataforma de la nueva generación.

Y en plena noche, el movimiento octubrista-derogante (2019), las incertezas de sus motivaciones, entre la rabia erotizada y el fetiche de un campo popular que nos empapó de una irrefrenable «cultura del rechazo» que nadie se explica. Aún no sabemos si fuimos aprendices de brujas. Es una duda en vilo si el «coro destituyente» abonó puntos para la restauración higienizante del nuevo acuerdo constitucional entre guardianes de la modernización y transitologos resurrectos (socialistas y mundo conservador).

Ante la hostilidad de la época, y nuestra permanente expulsión del presente por derechas golpistas y progresismos laxos, solo nos queda un gesto mordaz, a saber, la risa como «espasmos del diafragma» que son -vaya teología- «espasmos del alma». Luego de las «sucias manos materialistas», ningún lenguaje es literalmente literal. La idea hilarante es responder al exilio fomentado por el culto californiano con un gesto a la ambigüedad. Por fin, el Frente Amplio, que soltó los pecados trascendentales de la dialéctica -risa socialista- y abrazó el tiempo cómico.

Hoy la risa carnavalesca y el consuelo de una socialdemocracia -blanda- sin poemas políticos es la comodidad del presente. Luego los borregos del esteticismo, y los personajes de la comedia, que abjuraron velozmente de lo trágico-dialéctico. Todo se agudizó con la caída de la Convención Constitucional el 04 de septiembre (2022).

Más tarde una tormenta cultural llamada “body positive” ha perpetrado un presente sin horizontes.

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