Por Javier Molina J.

Las derechas chilenas hace años vienen en una aparente guerra fratricida, y no porque se quieren realmente destruir, sino porque se están “renovando”. Entrecomillas siempre, porque el horizonte se mantiene y el alero guzmaniano-dictatorial también.
Johannes Kaiser, como hemos señalado anteriormente, tiene una vertiente libertariana semejante a la mileísta, aunque no cumple con los parámetros performáticos de su vecino. Al contrario, se asemeja más a la derecha mainstream –esa que tanto busca criticar–. Por eso, explota la seriedad, el compromiso y ciertos conceptos que con un rápido análisis se sabe que no le caben. Aunque lo importante es que sí le funcionan. Y una parte importante de la población le estaría dando su voto en las próximas elecciones e, incluso, algunas encuestas serias dicen que estaría disputando voto a voto su paso a la segunda vuelta.
En cualquier caso, el nacional-libertario no es un outsider, aun cuando venga del mundo de las redes sociales. Como hemos comentado previamente, y casi todo el mundo sabe, su hermana Vanessa tiene conexiones en las redes familiaristas transnacionales y es un eje de la batalla cultural de las derechas latinoamericanas. Su hermano Axel, ni hablar, es un sujeto clave de la batalla por hegemonizar el neoliberalismo a ultranza en nuestro continente; su Fundación Para el Progreso y sus redes internacionales lo convierten en un tipo clave. Tanto ella como él vinculados a Agustín Laje, el apóstol de la batalla cultural de las “Nuevas” derechas. En otros términos, uno de los principales ideólogos atrás del desastre paleolibertariano argentino. Sí, aunque él no se defina de esa tribu, es un eje fundamental.
En este sentido, el minarquismo del candidato Kaiser no surge de la nada. Viene siendo construido por años en las columnas de la militancia de la Fundación Para el Progreso, en medios como El Líbero y, claro está, de El Mercurio, entre otros medios que se prestan para este tipo de propaganda ultra-neoliberal. Ese sueño de destruir al Estado –lo poco y pequeño que ya es en Chile – viene siendo difundido desde la dictadura, por lo que tampoco es novedad en el sentido común chilensis. Al contrario, cualquier/a militante gremialista sabe de lo que se está hablando. Incluso, el cura Lira o el hispanista Eyzaguirre lo planteaban. Eso para no colocar todos los nombres rimbombantes de intelectuales que defienden este horizonte de las clases dominantes chilenas.
Por otro lado, el supuesto nacionalismo de Kaiser se asemeja al afán dictatorial de definir entre “buenos” y “malos” ciudadanos. Es cosa de revisar la Ley Antiterrorista de 1984 y ver su línea de continuidad con el discurso sobre el octubrismo. Una verdadera demonización del pueblo en defensa de una ciudadanía, de un sentido común de los patrioteros. Esos que enarbolan las banderitas chilenas, pero cuando llegan los yanquis son capaces de entregarles todas las materias primas. Y el horizonte propuesto por el candidato Kaiser no va mucho más allá de ese patriotismo barato; con frases como “yo amo a Chile” sólo busca confundir su total amor y entrega al proyecto del Imperio.
Este nacionalismo barato también ha sido difundido por varios grupos en los últimos tiempos, desde el Team Patriota y su líder “Pancho malo”, hasta gente un poco más elaborada como Tere Marinovic o El Villegas. En cualquier caso, un nacionalismo hiperindividualista, como propone el candidato Kaiser, tiene poco que ofrecer. Más se parece al proyecto dictatorial para recuperar los símbolos patrios, vaciarlos de contenido colectivo y pegarlos en los uniformes de sus amigotes. Si el proyecto fuese más telúrico y menos neoliberalizante tendría otro horizonte, al menos, daría para pensar la comunidad.
En realidad, vemos que el minarquismo propuesto por la candidatura de la familia Kaiser, busca, precisamente, destruir los pocos derechos sociales existentes. Lo anterior, acarrea, como ha señalado el candidato, desemplear a mucha gente que trabaja en el sector público, disminuir los impuestos y, por lo tanto, disminuir las inversiones estatales y privatizar todavía más los sectores estatales. En consecuencia, seguir destruyendo el poco Estado que existe en Chile. En otras palabras, continuar con el proyecto dictatorial del Chicago-gremialismo, sólo que profundizarlo.
Por otra parte, los principios levantados en sus diferentes entrevistas –y le han dado muchísima pantalla en los medios tradicionales–, exponen un discurso familiarista proveniente de cierta tradición católica, aun cuando no exclusivamente. Además de los elementos misóginos, xenófobos, clasistas y etcétera, que ya todo el mundo recuerda de sus distintas intervenciones digitales. Por lo mismo, la propuesta de “crear un país para la familia” y buscar que las mujeres se “dediquen a criar”, forma parte también de la contra-revolución cultural de las derechas transnacionales, y no es una novedad ni aquí ni hoy. Basta pensar, nuevamente, en la defensa del proyecto dictatorial de los Centros de Madres.
De este modo, Johannes Kaiser ha logrado correr el discurso hacia la derecha –más todavía– y, por eso, el otro Ka ha ido en decadencia. No es una mera percepción de las encuestas, sino un proyecto ideológico. Entre ambos -KaKa- tienen una claridad: reposicionar el proyecto guzmaniano-dictatorial. La disputa, en realidad, es quién representa mejor sus distintas partes y vertientes, pero ninguno pretende atacar los principios del otro –tampoco de Matthei, a pesar de las disputas pragmáticas existentes–. Lo que estamos vivenciando es una diversificación de un discurso ya conocido y la simple disputa por la hegemonía de un sector que compuso –mediante el terror– el sentido común de la sociedad chilena actual.
Por Javier Molina J.
Dr. Estudios Latinoamericanos. Investigador sobre las derechas. | redes @jamojoh
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