La luz de la historia y la sombra persistente del autoritarismo

"Son tiempos complejos y no podemos soslayar el hecho de que existe un sector que en nuestra historia, ha sido eminentemente reaccionario a las transformaciones y a la evolución inherente a las sociedades modernas en busca de mayor equidad..."

Por Absalón Opazo

15/06/2021

Publicado en

Chile / Columnas / Política

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Carabineros Chile

Por Jonathan Muñoz Hidalgo, Profesor de Historia

La función de la historia para cualquier sociedad, debiera ser, sin lugar a dudas, la liberación del peso que impone el pasado a las nuevas posibilidades que buscan germinar en el presente, eludiendo cualquier amenaza que busque corromper el rumbo o nuevo curso, hacia el eterno retorno de lo mismo travestido en distinto.

Así, la historia no existe por, en, ni para sí misma. No cobra sentido como monumento inerte de fechas y anécdotas, ni como recurso disponible de información acumulada sacada a relucir vanamente.

Ella, la historia, solo cobra sentido en tanto aprendizaje consciente sobre las posibilidades, pero también, de las limitaciones y peligros que alberga a lo largo de su trama, que, con mayor o menor visibilidad, ciertamente, han constituido elementos basales del sufrimiento humano y la descomposición social en determinadas épocas, que siempre nos han de alcanzar al presente.

Podemos entender el autoritarismo, ya sea como un problema consubstancial a la propia democracia, en la que esta engendra o degenera inevitablemente en la tiranía; podemos concebirlo como la propia degradación del “gobierno del pueblo” producto de la persuasión del demagogo, que manipula con éxito los miedos y las emociones de los ciudadanos, o bien, incluso, como una “predisposición autoritaria” en la que algunas personalidades poseerían una cierta tendencia a la homogeneidad y el orden, con una baja tolerancia a la complejidad y, por ende, rechazo a la diversidad y el pluralismo, lo cual se reflejaría en su adherencia a ideas políticas autoritarias.

Podemos entenderlo como una actitud mental o como un conjunto de ideas, pero el autoritarismo no posee color político, no se debe a izquierdas ni derechas, sin embargo, su mejor ambiente de proliferación suele ser el miedo y la incertidumbre, lo que le ha dado hoy, a la ultra derecha y los movimientos neofascistas en el mundo, la posibilidad de ganar apoyos en la población mediante la utilización de discursos de odio e intolerancia, soluciones falsas y simplistas a problemas de sumo complejos, la difusión de des-información para minar la confianza y la credibilidad, y todo esto con el objetivo de socavar las principales instituciones que sostienen la sociedad libre y democrática.

Ciertamente, la polarización derivada de los tiempos de crisis, puede también facilitar la preeminencia de ciertas creencias e ideas proclives a la solución autoritaria para determinadas situaciones percibidas como “amenazantes”, que, en tanto, provocan inseguridad, temores y nuevas ansiedades, pueden generar reacciones negativas y violentas en parte de la población.

En mi opinión, bajo el actual contexto, la intransigencia de la clase política por reconocer el agotamiento del modelo y la total deslegitimación del Chile construido desde arriba, alienta y conduce hacia los extremos a cada una de las posiciones políticas de los ciudadanos, y así, en la confusión, puede arrastrarnos lentamente a transitar por pasajes lúgubres y peligrosos, que siempre pueden dormir en los rincones más obscuros de la democracia. Así también, la ceguera incurable ante la evidente necesidad de transformación de la estructura social, productora de desigualdad y exclusión, al poder constituirse en combustible de nuevos movimientos de protesta y movilización, arriesga la aparición de posiciones extremas, frente a lo que se vislumbra como caos y destrucción.

Por otra parte, la sensación de abandono de los ciudadanos por parte de las élites gobernantes, comienza a favorecer la aparición de personajes populistas, que buscan capturar y gobernar las emociones y frustraciones acumuladas, debilitando así, la base “racional” de nuestra democracia.

Son tiempos complejos y no podemos soslayar el hecho de que existe un sector que en nuestra historia, también ha sido eminentemente reaccionario a las transformaciones y a la evolución inherente a las sociedades modernas en busca de mayor equidad, que al derivar estas últimas en mejora y mayor reconocimiento hacia sectores históricamente excluidos, inevitablemente colisiona con intereses o certidumbres, también históricamente forjadas en dichos grupos, que parecieran, por cierto, más bien, continuamente automarginarse del conjunto social, al no comprender la importancia del bien común para la consecución del bienestar general y la estabilidad nacional.

La función de la historia aquí siempre es relevante. Es la única capaz de iluminar lo que, solo en apariencia, se nos muestra como desconocido, cuando en realidad son caminos o senderos bastante re-corridos.

En este sentido, el autoritarismo siempre es un riesgo que ronda amenazante, buscando hallar el punto más sensible en que cualquier sociedad democrática puede declinar. La memoria y la historia no son luchas del historiador, son la posibilidad verdadera de emancipación humana, en la que el reto permanente de construcción del presente se funda en la impugnación de los valores antihumanos que yacen en el pasado.

Es cierto, tal como ya lo preveía Platón: toda sociedad siempre puede estar a punto de derrumbarse, sin embargo, es deber, recordar y tener siempre presente que lo único que puede llegar a condicionar nuestra apuesta por el futuro, es la libertad. En la medida en que ella se vea coartada, sabremos que ese no es el camino.

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