La tesis de la desconexión de las élites chilenas: Miopía o indiferencia

"Tanto como se vocifera esta tesis de la desconexión de las elites, tanto más queda claro que no se sostiene como explicación general sobre el comportamiento de las clases dirigentes..."

La tesis de la desconexión de las élites chilenas: Miopía o indiferencia

Autor: Absalón Opazo

Por Mónica Salinero Rates (*)

Desde el 18-O y de forma reiterada desde el plebiscito, el que le dio un respaldo democrático sin parangón a la necesidad consciente de cambiar la constitución actual, ha irrumpido cada vez con mayor fuerza una peligrosa tesis, de la que no es posible quitar la vista o dejar que se expanda como líquido corrosivo, sino que requiere de una reflexión crítica.

Se trata de la dañina tesis diagnóstica desde diversos personajes y sectores políticos sobre la existencia de una desconexión -también llamada incapacidad de comprensión- de las élites económicas y políticas con respecto al resto de grupos sociales y sus modos de existencia, como una justificación en su actuar indolente, sus leyes y políticas públicas que benefician principalmente a la clase empresarial, y por supuesto los cuestionados informes como excusas a la represión policial a las y los manifestantes.

Esta supuesta desconexión o miopía es la base de la frase que la clase política usó en 18-O, y que ante la actual situación se usa en memes de redes sociales: “Dirán que no lo vieron venir”.

Este diagnóstico de la desconexión de las clases dirigentes está cargado de elitismo y elabora un discurso que disculpa su actuar, basada en una supuesta ignorancia o miopía porque vivirían en la comodidad de sus comunidades, relaciones y actividades propias y exclusivas de la élite que les impide ver la realidad.

La tesis no se limita a caracterizar psicológicamente a las élites, ya que describe al resto de grupos sociales: a la clase media como supuesta hija del desarrollo económico y a los sectores pobres del país como a quienes siempre han sido identificados y hasta denominados a viva voz como la masa informe de patipelados; ambos grupos serían unos desconsiderados ante el supuesto progreso de las condiciones de vida que el sistema aún vigente les habría proporcionado.

Quisiera remarcar que estas caracterizaciones hacen referencia a un grupo que sería heredero de sangre del lugar del populacho, de los mandados. También, es una tesis elitista porque entrega cierta superioridad implícita a dichos grupos dirigentes considerándolos «élites», como si se trataran de los escogidos (aquí el masculino no pretende ser universal ni responder a la economía del lenguaje) desde un tiempo inmemorial y ad eternum, también, por herencia de la sangre.

Sin embargo, no se trata más que de dos grupos bien organizados y solidarios entre sí -clase política y la económica- que obtienen los beneficios del modelo, por lo que la legitimidad de la élite es totalmente ilusoria y contingente.

La clase política por un lado y la clase empresarial -que ha raptado simbióticamente a la primera- tienen todas las herramientas para comprender los efectos del sistema en las mayorías. En efecto, recordemos que han sido sujetos activos de una dictadura que implementó el modelo a costa de las decisiones y vidas de la mayoría -y algunos magnicidios- y parte de 30 años de transición.

Por tanto, sin recurrir a priori a interpretaciones psicologicistas del orden social, debiéramos ser capaces de describir esa situación y relación entre los actores que le dieron forma a la sociedad chilena desde el poder autoritario, y que es la causa del actual levantamiento social por reconstituir el orden democrático desestabilizando esas definiciones de élites, escogidos, elegidos, dirigentes, dirigidos, patipelados, comunes, ordinarios, rotos para la lengua de ese Chile oligarca profundo que se observa en la hermosa pluma de un Edwards Bello que lo denunció críticamente, y otro Edwards Vives que lo justificó.

La tesis de la desconexión de las élites con respecto a la mayoría de la sociedad, como si se tratara de un problema epistemológico, se derrumba por completo. Todas las situaciones de abusos, usura, colusión, corrupción, apropiación de bienes y recursos comunes, apropiación del trabajo y ahorros de esas masas (incluidas los ahorros en las AFP y el seguro de cesantía) se basan en su firme convicción de que hay unos legítimos propietarios de la riqueza, y que el costo de esa riqueza deben pagarlo exclusivamente las y los consumidores, esa masa informe de patipelados, a través de un continuo desembolso, porque ese despojo indolente constituye la base misma del sistema.

Entonces aparece de forma clara ante nuestros ojos que a ese grupo, con una denominación pseudo aristócrata de élite, les ha sido muy cómodo y ventajoso no ver la realidad. Si les faltan herramientas para comprenderla o conectarse con ella desde el punto de vista epistemológico, es porque claramente tienen problemas cognitivos, pero es raro que un grupo completo, es decir todos sus miembros, tengan problemas cognitivos justamente para desconocer lo que le sucede a las mayorías y que a la vez les es tan ventajoso a ellos mismos.

Porque no comprender que viajes de 2 horas promedio en transporte público para ir o venir del trabajo, que el promedio del costo de los buenos colegios supera el sueldo mínimo con creces, o que éste es tan solo el doble del costo de un plan de isapre promedio para mujeres en edad fértil, desconocer que lo que le pagas a tus trabajadores no alcanza ni para pagar tu propia calefacción o gastos comunes, que a los grandes empresarios se les perdonan multas millonarias y a los pobres las multas no pagadas se las hacen pagar con cárcel, y que son éstos y otros más, problemas que deben agobiar cotidianamente a las familias y a las personas, no es miopía, es ser indiferente. Tanto como se vocifera esta tesis de la desconexión de las elites, tanto más queda claro que no se sostiene como explicación general sobre el comportamiento de las clases dirigentes.

El efecto pernicioso para la democracia de esta tesis de desconexión es que elimina de un soplido toda responsabilidad ética, política y hasta penal del comportamiento de estos grupos, incluso se banalizan las consecuencias de sus acciones en el resto de la población. Debemos tener presente este gran problema para la democracia que queremos construir en el proceso constituyente, porque hasta hoy se ha expresado en la falta de responsabilidad y sanción de sus acciones.

Por ejemplo, ha sido una constante la negativa de generar una discusión pública sin colocar los intereses económicos por sobre cualquier otro, lo que hace que en general esa clase política y empresarial, no acepten de forma clara y tajante la existencia de crímenes de lesa humanidad durante la dictadura. ¿Que significa que esas clases privilegiadas pidan condonar penas para criminales de lesa humanidad, pero sean indiferentes ante casos terminales de presas y presos comunes que requieren indulto?

También, es muy ventajoso ver en el Estado el administrador de un territorio que da la falsa sensación de una unidad nacional única para rechazar discutir públicamente el inexistente reconocimiento de los pueblos indígenas en Chile, sin que se antepongan los intereses económicos del modelo como prioridad nacional, que no son más que sus propios intereses. Recordemos que la ciudad está dividida en dos: una para las masas y otra para la élite, y que esa división no ha sido natural sino buscada y profundizada en los últimos 40 años por las mismas clases dirigentes: la supuesta unidad nacional a la que apelan constantemente no requiere ninguna conexión entre los privilegiados y las masas.

Por ello no es que a estas élites les falte capacidad cognitiva, comprensión o tengan un punto ciego del orden social, sino que tienen pretensiones aristocráticas, intereses claros, ya autoproclamados representantes constitucionales, y no reconocen el principio básico de una sociedad que se auto constituye democráticamente, que es la igualdad entre todas y todos.

(*) Coordinadora Observatorio Juventudes y Derechos Humanos; Dra. en Ciencia Política, Universitat de Barcelona; Socióloga, Universidad de Chile.


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