Metonimia y territorio

"Quienes administran el país suelen no conocer siquiera Santiago. Difícilmente van a conocer lo que pasa en los lugares ocultos. Eso y una serie de humillaciones públicas provocaron el estallido..."

Por Absalón Opazo

17/05/2023

Publicado en

Chile / Columnas

0 0


Por Germán Carrasco

Metonimia es la figura retórica de pensamiento que consiste en designar una cosa con el nombre de otra con la que existe una relación de contigüidad espacial, temporal o lógica por la que se designa.

Decirle pierna a una mujer o pierno a un hombre, o cuando un locutor de fútbol dice “el pie izquierdo de Beckham ha dado un espectáculo fascinante”. O cuando en los restaurantes, en vez de decirse por sus nombres propios, los cocineros y meseros se dicen el nombre del país del que proviene cada cual o cuando se dice de manera cursi las plumas para referirse a los escritores. Eso se llama metonimia o sinécdoque.

Hablaremos simplemente de metonimia concibiéndola como la parte por el todo.

Las figuras retóricas o literarias hay que verlas en su función. Diremos entonces que un país es un cuerpo. La pregunta es cuál es la parte del todo de ese cuerpo que es el país.

Quizás si conocemos y entendemos el cuerpo completo podríamos entender el siguiente problema. El territorio se auto-mutila porque no conoce partes de su cuerpo. No las conoce o no quiere conocer ciertas partes como si tuviera miedo a detectar cáncer en algunas de esas partes, como la modelo que no quiere que le fotografíen cierta parte del rostro debido a alguna marca o lo que ella considera un defecto.

Un país es un concepto abstracto para algunos, ilusorio para otros. No ahondaremos en esa discusión y diremos que un país es un cuerpo.

Hay zonas de nuestro cuerpo y nuestra mente que no conocemos, en las que no hemos explorado. Desde ciertos músculos que no sabemos que existían hasta que comenzamos a practicar una disciplina, hasta ciertas partes del inconsciente que tampoco sabíamos que estaban ahí, como películas que no hemos visto o de las que a veces vemos partes tan fascinantes o tan siniestras que no somos capaces de contar a nadie; el psicoanalista es caro y hay que probar con un par por si alguno funciona, un psicoanalista que tenga al menos un par de divorcios en el cuerpo y que haya vivido, pagado cuentas, que sepa lo que es pactar un régimen de visitas.

Un recién egresado de una universidad conservadora que estudió en un colegio católico no puede entender algunas realidades; es probable que ni siquiera sepa que existen.

Si el país es un cuerpo, entonces, ¿cuál sería la parte que lo representa, cuál sería la metonimia de ese cuerpo-país?

Supongamos que estamos en una nación desarrollada sin grandes diferencias de clase y con sus necesidades de salud y educación cubiertas. Cualquier lugar de esa ciudad podría a ser una muestra de esa sociedad. Veamos el ingreso per cápita, el consumo cultural, veamos las dentaduras y sonrisas. Hagamos un corte en cualquier parte de una tela de género para comprobar sus cualidades como cuando alguien compra en un remate una partida de cajas de vino. El comprador pide abrir dos o tres botellas de vino al azar, comprueba que ambas están buenas y compra la partida completa.

Cuestionar la democracia es un tabú y produce pánico en la clase política pero no sabemos si son o no más felices ciertas sociedades homogéneas, ya teocracias o países sin la democracia como la concebimos. Hagamos también ahí la prueba: todos los muchachos saben leer música y nadar con técnica a edad muy temprana, supongamos. Cuál la sinécdoque en la Sudáfrica del Apartheid, no tan lejana en el tiempo. Hay países o ciudades de una asimetría económica desproporcionada, con un grupo de privilegiados que detenta el poder y los medios. No se puede tirar un dardo al azar en el mapa de esa ciudad y decir que ese sector es representativo del país entero. ¿Cuál es la parte por el todo en esos casos?

Hay países constituidos por patotas atomizadas en donde todos se conocen, van a los mismos balnearios y clubes; hasta sus bisabuelos se conocían. No hay movilidad ahí, ni mezcla, no hay nada interesante en esas sociedades. Los apellidos se repiten en directorios de empresas y hasta en el mismo número de una publicación.

Por lo demás, todo el país y no sólo la oligarquía, se conforma de esa manera. Grupos que se autodefienden: minorías, partidos políticos, credos, tendencias académicas etc. Es como que el país exigiera la pertenencia a algo, y algunos nacemos sin alma de boy scout, nos reímos de los estúpidos de la mesa de al lado que luego de la primera cerveza cantan el himno de su liceo. No existe independencia ni identidades en transformación. Todo es fijo y tosco, aladrillado, hasta la gramática de gran parte de su literatura. Aunque duela decirlo, el país está confirmado por vulgares patotas.

Pueblos abandonados, la provincia, los que son violentamente excluidos, ¿son o no son la metonimia del país? ¿Son la parte enferma de su cuerpo que un médico quiere amputar?

La población marginal y el barrio de los súper ricos se necesitan, son ambos la metonimia de un país. Una hace posible a la otra. El narco y el consumo de sustancias están en ambos lugares. La delincuencia en ambos lugares. El caso de un lavado de dinero con relojes robados de alta gama lo dejó bastante claro. Gente que aparece sontiente en los medios, en otros países estarían en prisión con penas bastante altas.

Las tentativas de inclusión hechas desde el Estado suelen ser hechas: 1) a granel; 2) por gente que desconoce el territorio; 3) por gente que confían en el chorreo que iba a gotear la abundancia de la que hablaban en los años noventa.

Recuerdo dos casos nítidos.

Una administración llega a La Pintana con los mismos rostros de telenovelas y gente ligada a la nueva canción chilena o (lo que me parece bastante más alarmante: las versiones actuales de la nueva canción chilena), y también vienen con sus poetas oficiales. Solo se les olvida una cosa: que en esa población ya existe, desde hace bastante tiempo, un activista cultural respetado por su comunidad, que vive ahí, que ha trabajado desde siempre ahí y que armó a pulso toda una movida cultural alrededor de una biblioteca.

El segundo caso fue en el Litoral Central, en alguno de estos eventos (poco quirúrgicos, espectaculares, de estadio, de brocha gorda, nostálgicos) llegó una serie de poetas oficiales y extranjeros sin considerar que en ese lugar, El Tabo, ya existía un poeta local reconocido por la comunidad.

La cultura inmensista que aspira al estadio lleno tratando de emular los sesentas y setentas es un elefante blanco. Y como siempre, el dinero queda atascado en los bolsillos de esas personas que viven en un sector específico de la ciudad y bajan a iluminar a los pobres analfabetos de las villas cada tanto.

Existe un grupo de escritoras y escritores que se hacen llamar Colectivo de Pueblos Abandonados que abordan el tema de la provincia desde ángulos que rompen el estereotipo de la escritora de provincia, de cómo escribir desde ahí. Eso aporta una perspectiva importante en tanto la provincia era un espacio desconocido así como son desconocidas y numerosas provincias que hay dentro de Santiago.

La provincia está lejos, los rincones no aparecen en el mapa. Las administraciones y la toma de decisiones suele hacerse imponiendo modelos y decisiones sin conocimiento del terreno, ya sea provincias o rincones de Santiago a muy pocos kilómetros de la misma Moneda como en el caso de la Pintana y El Tabo que señalé anteriormente.

El tema es motivo de un libro entero del poeta Felipe Moncada Mijic. Superada la caricatura lárica y las copias flojas que se hicieron de Jorge Teillier; superado el pintoresquismo, el tema exigía replantearse. Y se nota en la obra de estos escritores. Fueron un respiro o una alternativa a a la moda de la literatura de los hijos en dictadura y todo ese quick pack con las tres b’s que la narrativa y la academia todavía exprimen.

Da la impresión que muchos narradores estuvieran escribiendo una y la misma novela. Si no hay voluntad de abrir la paleta cromática y ampliar el campo cultural de batalla, las modas suelen perpetuarse por mucho tiempo. Es como una especie de extractivismo: darle como caja a un tema hasta que ya no quede nada, como lo hizo la academia con el concepto de marginalidad en los años ochenta, como hoy lo hace con los estudios queer o con el tema hijos y dictadura.

Es algo similar a las deudas usureras en la tienda La Polar: estrujar el limón hasta la parte blanca, sacarle durante años y años dinero a alguien por haberse endeudado en un par de zapatos. Pero siempre va a estar el lenguaje no instrumental (para no decir el poema, que hay varios que se asustan con la palabra), más reticente a dejarse encasillar por estos lockers de supermercado con llave personal, por estas palomeras o muebles con muchas cajas para guardar cosas apretujadamente.

No cualquiera puede abordar un poema, es difícil. La academia lo deja fuera porque no lo puede encajonar. En las letras del Colectivo Pueblos Abandonados aparecen fantasías desopilantes, que un poco hacen recordar a César Aira, una especie de narrativa intransitiva, que deja fuera al lector, y deja fuera esa urgencia realmente provinciana que es la búsqueda de audiencia con el párrafo limpio de redacción para idiotas, que deja fuera el orden, la lógica básica, las unidades aristotélicas y el final con moño.

Uno cree que debería aparecer en esta narrativa el saqueo de los recursos naturales, el habla de los pueblos originarios o la migración urbana de las clases pudientes hacia al mundo rural, que es un fenómeno interesante: se desplazan desde Santiago a las regiones sólo quienes poseen tierras, camionetas, etc. Huyen de Santiago, cuyo destino era bastante previsible: convertirse en lo peor de las ciudades estadounidenses pero en una versión aún más caótica concentrando todos los problemas urbanos, delictuales.

Pero ese problema social no es interesante para estas narrativas y poéticas bastante extrañas, mezcla de cuento de hadas y la película El Pejesapo de Luis Sepúlveda. Un ejemplo nítido de esto es la narrativa de Oscar Barrientos Bradacic.

Muchos libros fundamentales de la literatura estadounidense se escribieron desde la provincia: Paterson de Williams, Maximus de Olson. Ambos libros hablan de sus ríos y paisajes, pero más aún de la fundación y la historia industrial de esas provincias.

Y acá en el Cono Sur, podríamos citar Poesía Civil de Sergio Raimondi: la provincia, su fundación, su funcionamiento económico, su producción. Quizás el Spoon River de Lee Masters, aunque es un libro muy leído en Hispanoamérica pero que en estados Unidos es lectura de gente de la tercera edad, nos sirve más como ejemplo: es efectivamente una metonimia del país.

Todos son villanos e inocentes a la vez en el pueblito, que es un país en pequeño. El director del periódico, el dentista; el comerciante que se enriquece traficando con los indios y haciendo trampa, la peluquera que sabe todo lo que ocurre a nivel de infidelidades, un montón de soldados muy huasitos que no saben ni lo que es la guerra a la que los envían; las infieles por asfixia y la mujer ciega que saca adelante su familia y construye un hogar lleno de generosidad y calidez.

Pero los personajes que más nos importan son un montón de tipos que quieren huir de la condena de la provincia que los persigue, como en el poema de Kavafis. Y para eso leen, estudian, hacen ejercicio y se cuidan, pero todo es en vano, como cuando el que va a estudiar arte a Europa nota que sigue habiendo en sus bustos y esculturas un aire campechano.

Es parecido a lo que pasa con alguna gente eurocéntrica o que habla de lugares en donde realmente pasan las cosas. Algunos snobs y arribistas ingenuos de Lee Masters son muy similares a los eurocéntricos ingenuos de provincia, cuando viene alguien de los centros: un título en Harvard, por ejemplo, suele provocar una serie de situaciones raras, ridículas.

No es que Hispanoamérica tenga que producir arte povera, arte de la extrema pobreza, porno miseria o súper-otredades indias como le gusta a algunos, pero tiene necesariamente que plantear otro juego porque acá no existen agentes literarios, scouts, adelantos que permitan vivir, mecenazgos, o un sistema de circulación y lectura siquiera.

Puse algunos ejemplos de cómo se trataban esos temas en provincia, y aunque se trata de un pueblito canadiense congelado, en el cine hay una obra maestra que no puede pasarse por alto si uno quiere abordar el tema del pueblo chico. My Winnipeg, de Guy Maddin, una docu-fantasía como él la denomina, con diversas estrategias de representación no-realistas.

Su larismo es irónico; cuando se queja de la modernidad y de la demolición de un estadio de hockey lleno de historia y recuerdos, lo hace con ironía y distancia. Es profundo, tras un río hay otro río que era sagrado para los indios, ese río debajo de un río, ese vértice es ni más ni menos que el origen de todo y como la filmación es un palimpsesto, aparece en esos ríos el sexo de su madre.  

Y luego comienza la docufantasía, lárica pero con muchísimo humor. Una forma maestra de tratar el tema de los pueblos abandonados por parte del director canadiense. Pueblos abandonados, donde el viento es una constante y no anda nadie en sus calles, como Porvenir en Tierra del Fuego, Pisagua en el Norte, pueblos de belleza terrible, ariscos, ajenos a la mirada de Dios, metonimias o sinécdoques del abandono y la exclusión.

Quizás ahí hay que ir, desde ahí hay que construir porque tal vez la metonimia de un país deberían ser sus zonas humanas y geográficas excluidas, sin que esto se convierta en un negocio, un aprovechamiento político, una repartija de prebendas.

Pero la obscenidad de la extrema riqueza también es la metonimia de un país. Como sea, para determinar cuál es la parte por el todo de un país, hay que primero conocer sus realidades y su gente, y casi ninguna administración política conoce esas realidades.

Quienes administran el país suelen no conocer siquiera Santiago. Difícilmente van a conocer lo que pasa en los lugares ocultos. Eso y una serie de humillaciones públicas provocaron el estallido y provocan siempre todo tipo de desgracias políticas, quizás por poco conocimiento del cuerpo-país y sus músculos ignorados, su inconsciente barrido bajo la alfombra.

Foto Portada: Felipe Montalva, Pueblo de Las Cruces

Sigue leyendo otras columnas:

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones

Comparte ✌️

Relacionados

Comenta 💬