[Columna de Opinión]

Negacionismo (o el miedo a la verdad)

La oligarquía siempre ha utilizado como mecanismo de dominación (además de la opresión económica), la astucia y la mentira que le ha permitido ocultar su tiranía y sus masacres con “su cultura”.

Por Hervi Lara

29/07/2023

Publicado en

Chile / Columnas / Justicia y DD.HH

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En una de sus últimas consultas a la ciudadanía y sobre una muestra de 1.000 personas, la encuestadora Cerc-Mori concluyó que un 36% de los encuestados respondió que las FFAA “tuvieron razón al dar el golpe de Estado” de 1973. Esto expresa que aún después de 50 años se justifican el bombardeo de La Moneda, el asesinato del Presidente de la República y de sus colabores cercanos, la detención por años de miembros del gabinete y de dirigentes de la Unidad Popular, también años de Estado de Sitio, allanamientos de poblaciones, torturas, desapariciones, exilios, cesantía generalizada, destrucción de familias, etc., etc., etc. Ello, porque Pinochet “liberó a Chile del marxismo”, a tal punto que, en la misma encuesta, un 47% de chilenos ha afirmado que el dictador “hizo cosas tanto buenas como cosas malas”. Se han olvidado que, hasta el presente, hay 1.469 detenidos desaparecidos desde aquellos años.

En el mismo contexto, Verónica de Negri, cuyo hijo murió quemado vivo tras haber sido rociado con bencina por una patrulla militar, sobre el negacionismo ha señalado que éste se debe a que “no hay política de derechos humanos”. Agregando que en esta ausencia han jugado un rol decisivo los medios de comunicación, los libros ausentes y la educación anodina, porque el objetivo ha sido borrar la historia de la Unidad Popular. “Es así, porque la memoria histórica es colectiva, constituye un juicio ético, permite seguir actuando de manera activa, transformadora, al punto de permitir la superación de los estados de suspensión y de amnesia paralizante».

De manera cínica, Cristián Warnken, otrora connotado humanista y hoy convertido en uno de los tantos sicarios de la oligarquía mercurial, ha manifestado la “necesidad de cerrar el duelo”. Al mismo tiempo, diversos representantes de la derecha han tenido la insolencia de enaltecer la figura de Pinochet y los diecisiete años de dictadura, a fin de “legitimar el olvido y cubrirlo con narrativas que distorsionan los hechos”.

Todo esto no es nuevo. La oligarquía siempre ha utilizado como mecanismo de dominación (además de la opresión económica), la astucia y la mentira que le ha permitido ocultar su tiranía y sus masacres con “su cultura”. Primero, no permitía que el pueblo se educara. Cuando la presión del pueblo rompió los diques que lo mantenían en la ignorancia, los miembros de la clase dominante crearon una mitología de “dioses” a quienes adorar: esos “dioses” eran ellos mismos, los triunfadores en mil combates. Y así el pueblo aprendió en sus primeras letras que pertenecía a “clases inferiores” y quienes las componían eran “flojos, borrachos, incapaces”. Los señores eran amos, respetables, honorables, distinguidos, caballeros, magnánimos, generosos. Sólo ellos escribían la historia oficial de una clase que se ensalza a sí misma, se reproduce y se niega a desenmascararse.

Es éste el negacionismo que siempre ha vivido Chile, país donde pareciera que el pueblo no existiera, excepto cuando ha sido utilizado como “carne de cañón”. Aun así, la historia no le pertenece. Al mirar a los campesinos con sus largas jornadas de trabajo: ¿dónde está su historia? ¿Quién conoce la historia de sus antepasados? ¿Acaso no era el trigo que ellos cultivaban para ser descargado en California, en Australia, en Inglaterra? ¿No ha sido el sudor de su trabajo lo que ha permitido el ocio del Club de la Unión y otros clubes o centros exclusivos, o las “cocinas” para los ministerios o el Congreso? ¿Quiénes producen las riquezas, sino las temporeras de la fruta, los pescadores artesanales, las madres que dejan a sus hijos para trabajar en las salmoneras? ¿Acaso no han sido los padres de familia en las plantaciones de árboles y en las empresas subcontratistas mineras y constructoras quienes han producido para el acrecentamiento del poder de los grupos económicos, de las familias Matte, Luksic, Angelini, Paulmann y otras, amparadas en la CPC, o la Sofofa, o la Cámara Chilena de la Construcción? En los discursos sobre la “libertad y la democracia”, los trabajadores no aparecen, aunque su trabajo es el que ha permitido el enriquecimiento de unos pocos. ¿Dónde están los hombres que producían en las “oficinas” salitreras? Hoy son pueblos enterrados por la arena, el viento y el silencio. ¿Y los pueblos originarios? Sus sobrevivientes son perseguidos y caminan hacia el exterminio. No tienen historia. Todo les ha sido negado.

Pero el silencio, la negación, la mentira, el ocultamiento, limitan con la memoria y la conciencia del pueblo cuando éste aprende a decir su palabra y escribir la historia. Porque “estamos hechos de palabras. Hasta el silencio necesita la palabra que lo diga. Rompemos el silencio del cerebro con las primeras palabras que pronunciamos. Después las recreamos usándolas. Luego, en el papel, queda la sombra de ellas, y sólo mucho más tarde descubriremos que las palabras son en sí mismas, música” (1).

El negacionismo sobre la dictadura, las violaciones de derechos humanos, el engaño y el robo institucionalizados se deben y se pueden superar asumiendo y diciendo la verdad sin temor ni eufemismos. No es posible validar la banalización de las palabras y de las ideas, porque de esa manera la oligarquía y sus sicarios amplían el límite de lo que parece moralmente aceptable. Además, es la forma de normalización del fascismo, que busca no ser penalizado moral y socialmente, “ablandando” los crímenes de la dictadura, separando el momento del golpe de Estado de las violaciones de derechos humanos durante diecisiete años (2). La memoria, que comprende un juicio ético frente al negacionismo, significa establecer un compromiso con la democracia. No es posible ni aceptable negar los hechos que se han vivido, porque son muchos quienes han sido y siguen siendo testigos y protagonistas. Son muchos los que “hicimos resistencia con la palabra. Aprendimos a escribir entre líneas, a avisar con la mirada” (…) “Nos robaron el futuro y nos pisotearon el pasado (…) Fui lentamente quitándome las arañas del silencio” (3). Es imposible negar que la historia la hacen los pueblos y, por tanto, “somos responsables de forjar nuestra vida con aquello que hicieron de nosotros. Asumirnos libres significa asumir la responsabilidad personal sobre ello” (4).

Por Hervi Lara B.

Santiago de Chile, 24 de julio de 2023.

NOTAS

1.-José Saramago, en homenaje a José Donoso. (Santiago de Chile, octubre de 1994).

2.-Cfr: Alba Sidera, “Fascismo persistente”. Dice: “Los medios ayudan a formar los marcos mentales de la ciudadanía, la forma en que la sociedad se percibe a sí misma”. En entrevista de Sebastian Faber, en “Other news” – 20-7-23).

3.-Odette Magnet, escritora y periodista durante la dictadura. Texto de homenaje y recuerdo de su hermana y de su cuñado, ambos víctimas de la Operación Cóndor.

4.-Jean-Paul Sartre, “Las palabras”. (Editorial Losada, Décima edición, Buenos Aires, 1972).

Fuente ilustración

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