Columna de opinión

Niñeses invisibles en el Día de Tod@s l@s Muert@s

El 73,6% de los niños, niñas y adolescentes ha sufrido algún tipo de maltrato, y un 26% violencia sexual, cifras que evidencian la urgencia de fortalecer las políticas públicas de prevención y protección.

Niñeses invisibles en el Día de Tod@s l@s Muert@s

Autor: El Ciudadano

Por Nury V. Gajardo D.

En estos días donde recordamos a tod@s nuestr@s muert@s, cuando las calles se llenan de velas y recuerdos, me detengo a pensar en las niñeses que la violencia y el abandono dejaron sin voz ni futuro. En esta memoria colectiva, no solo honramos a quienes ya se fueron, sino que también reclamamos justicia y dignidad para quienes viven y luchan por un mundo donde ser infancia no sea sinónimo de invisibilidad ni olvido.

Este tiempo de recogimiento nos invita a hacer visible lo que muchas veces se silencia, a mirar más allá del luto para comprender las causas profundas de la crisis que afecta a niños, niñas y adolescentes en nuestro país. No podemos olvidarlos ni permitir que sus derechos sigan siendo vulnerados. La frontera entre la memoria y la acción es el espacio donde debe surgir el compromiso social y político para transformar esta realidad.

Quiero dedicar esta columna a al Patito, un joven de la Legua de Emergencia, población situada en la comuna de San Joaquín, nieto del cartero. Recuerdo la primera vez que lo vi, su mirada llena de rabia y tristeza. Al Manuel, de la población Lo Velásquez (comuna de Renca), nunca tuvo un lugar y terminó sus días muriendo en un gallinero, enojado con todos y todas.

En mi trabajo con las niñas hemos visto partir a muchos niños, niñas, adolescentes y jóvenes de forma abrupta, ya sea por un disparo, por drogas o por heridas invisibles que la sociedad no quiere ver. Y duele igual que aquel primer adiós, como si hubiera sido ayer.

Ellos y ellas forman parte de comunidades marcadas por la estigmatización, violentadas por una sociedad que apenas reparte las migajas del crecimiento de un modelo que no los incluye ni los cuida.

Según los datos más recientes de la Defensoría de la Niñez, en los últimos años han muerto cientos de niños y niñas a causa de la violencia urbana y familiar. Estas muertes son una muestra alarmante de las fallas estructurales que enfrentamos como país y que no pueden seguir siendo invisibilizadas.

Además, el 73,6% de los niños, niñas y adolescentes ha sufrido algún tipo de maltrato, y un 26% violencia sexual, cifras que evidencian la urgencia de fortalecer las políticas públicas de prevención y protección.

No fueron niños ni niñas “resilientes”, como se suele decir. Esa palabra muchas veces esconde una trampa que debemos desmontar desde un enfoque de derechos humanos.

Los discursos sobre resiliencia suelen poner toda la carga en los niños, como si solo ellos tuvieran que “recuperarse” de la adversidad, mientras invisibilizan las responsabilidades sociales y estatales para garantizar condiciones dignas de vida y protección.

Desde una perspectiva neoliberal, la resiliencia se convierte en una trampa: descarga el costo del cuidado social en las familias y comunidades, justificando la ausencia de políticas públicas fuertes. Así, se convierte en un asunto individual, enfocado en la adaptación y la autoestima, ignorando las profundas causas de la vulnerabilidad.

El enfoque de los derechos humanos nos recuerda que la resiliencia sin garantías concretas del Estado puede ser una sobreprotección que ajusta a la niña o al niño a vivir en condiciones adversas, en lugar de cambiar esas condiciones. Sin derechos reales, la resiliencia solo perpetúa la exclusión y la desigualdad.

Además, hablar solo de resiliencia silencia la voz activa de los niños y niñas, que son sujetos plenos de derechos y actores sociales que construyen colectivamente su futuro.

La trampa discursiva está en hacer responsable al niño o niña de “sobrevivir” o “adaptarse” a entornos difíciles, mientras se minimizan las causas estructurales y la responsabilidad estatal. Un enfoque en derechos humanos exige mirar más allá del individuo para garantizar las condiciones sociales, políticas y culturales que permitan la protección, la participación y el desarrollo integral de la infancia.

En este tiempo de elecciones, hacemos un llamado urgente a quienes aspiran a cargos públicos: no podemos permitir que la muerte violenta de niños y niñas siga siendo una estadística más. Es hora de que la política ponga en su agenda prioritaria la protección efectiva de la infancia y la adolescencia, con políticas públicas robustas y recursos adecuados para la prevención, el apoyo a familias y comunidades, y el acceso real a los derechos.

Si no asumimos este compromiso, seguiremos escuchando la triste noticia de la muerte de otro niño, niña o adolescente como un “flaite más”, un delincuente, uno menos. Y con eso, perderemos algo mucho más grande: nuestra humanidad.

Por Nury V. Gajardo D.

Educadora Popular. Orientadora Familiar. Magister en Educación y Liderazgo.


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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