Crónica

Pedro Lemebel, el premio Nacional y la conveniencia de que ganen siempre los artistas que ponen contentas a las viejas del centro de madres

Algunas ideas respecto del reciente Premio Nacional de Literatura.

Por Arturo Ledezma

24/08/2014

Publicado en

Chile / Crónica / Portada

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fotografía de El otro producciones

Me da la sensación de que apoyar a Pedro Lemebel para el Premio Nacional de Literatura es como salir a la calle a protestar. Es como usar la propia voz para pedir que tomen en cuenta nuestra opinión a la hora de tomar decisiones. El premio se lo dieron a Skármeta, como era de suponerse, y todos volvimos a comprender que no tenemos mucho que podamos aportar porque en realidad nadie nos está escuchando, y es obvio que a nuestras instituciones les gusta mantener la fiesta en paz y prefieren darle los reconocimientos a escritores más cercanos a la institucionalidad, por decirlo de alguna manera.

Sé que para algunos esta columna puede parecer un arrebato snob; para otros simplemente puede ser un gesto de arribismo o de abajismo. Para mí en realidad me resulta más cómodo definirlo, en mi caso, como una pataleta adolescente si quieren, me da lo mismo, sin que eso le reste valor al discurso y sin que le quite, en absoluto, validez al hecho de que me parece una mierda que le hayan dado el Nacional a Skarmeta quien, muy cara de abuelo chocho tendrá, y muy bonito será que haya sido empleado público de la concerta, pero en esta oportunidad no tiene más peso ni más importancia ni más futuro que Lemebel. Con otro segundo lugar me parece un justo vencedor, pero con Lemebel es una burla que salga primero. Si quieren regalar plata por último denle el premio a Rafael Gumucio pero no hagan el ridículo de inventar que hay un proceso de evaluación cuando, en realidad, lo que hay es un prejuicio enorme que reitera un modelo cultural que todavía considera que para ser un escritor inteligente hay que ser primero embajador o cónsul.

“Nada he visto sino el mundo y no me ha pasado nada sino la vida”

Augusto D’Halmar fue el primer escritor chileno en escribir en y desde la homosexualidad, y fue el primero en recibir el Premio Nacional de Literatura. Nada he visto sino el mundo y no me ha pasado nada sino la vida es una frase suya que le sirvió de epitafio y que se me vino a la cabeza cuando pensé en la obra de Lemebel quien, más allá de lo que venda o lo que no venda, ha sabido poner en ejercicio un mundo que es invisibilizado para la cultura oficial. No solo lo cola sino lo callejero, la vida misma de esa gente que en dictadura luchó y corrió todos los riesgos posibles para enfrentar a un dictador y que supo aguantar y evidenciar un mundo terrible que ocurría mientras por televisión pasaban Sábados Gigantes o el Show de los libros. Fue de esos artistas que no se alojaron en el exilio, sino que se quedaron en medio del terror para dar cuenta del terror en primera persona.

Obviamente todos sabemos que resulta inconveniente una personalidad como la de Pedro Lemebel dando discursos o haciendo giras para promover la lectura,sobre todo en un país que prefiere que los niños lean Llampo de Sangre antes que Tengo miedo torero; sobre todo en un sistema educacional que aún pretende normalizar en lugar de educar. Y más aún, en tiempos en los que un gobierno cuestionado y cuestionable como el de Michelle Bachelet trata de que los movimientos sociales, las luchas, las peleas y las reformas, se hagan con el menor costo posible y con una publicidad que la ponga como una presidenta progresista, pero entendiendo el progresismo como una convergencia entre esa modernidad arribista que espera ser recordada por la cantidad de carreteras lindas que no dejan ver las poblaciones que se mueren en la caletera. {destacado-1}

Quizá para Lemebel es un alivio, por una parte, el no tener que participar de esa cultura huachacalais, snob y potifrunci de la Nueva Mayoría. Skarmeta encaja mucho mejor en una mesa con gente bonita porque combina con las cortinas y, además, con él no se corre el peligro de que incomode a los comensales culturales que todavía creen que Jaime Hales es intelectual o que Jodorowsky es un enviado de una galaxia cercana. Por otra parte es un alivio para nosotros que no veremos cómo lo utilizan para suavizar su discurso o, peor aún, para vendernos una transición cultural que no es cierta.

Premio político: Apoyo popular v/s Academia

Pedro Lastra, uno de los jurados, dijo clarito en una entrevista en El Dínamo que “El respaldo popular no, porque esto no es una votación o elección política, de amigos o partidarios, son los textos, la obra los que tienen que imponerse y hablar sobre sí mismos. Este fue un consenso de los méritos que justificaban este premio plenamente”.Me va a perdonar don Lastra, pero me parece de una imbecilidad patrona lo que señala ya que, si nos quieren hacer creer que estos premios no son también premios políticos es que realmente creen que somos estúpidos. El Nacional de Oscar Hahn es político. Como lo fue el de Zurita y como lo fue el de Isabel Allende (muy al estilo de la derecha, claro, pero fue un premio político). Hahn, por ejemplo, que ganó el nacional en 2012, no tiene en absoluto más mérito literario que cualquier poeta de su generación, pero le dieron el premio que era de suma importancia para los dos o tres lectores que tienen sus libros. No sé en qué isla leen a Hahn, digamos en términos realmente masivos o, por último, académicos. Ahora que si me quieren confesar que en realidad a la Academia le importa una mierda lo que signifique el impacto de la obra en el territorio social entonces,ahí si, le permito que me diga semejante estupidez.

Yo siento que en tiempos como este en los que la concertación está tan de capa caída lo que menos querían era tener a un “comunista maricón” en frente de un micrófono. Harto les duele tener mujeres comunistas en la presidencia de la CUT, del Colegio de Profesores y del SIDARTE como para tener que aguantar que un izquierdoso se ponga la guirnalda militante de un Premio Nacional de Literatura y, quizá, de paso ponga en ejercicio el hecho de usar ese reconocimiento como una bandera de lucha para decir lo que no se atreven a decir nuestros intelectuales de EMOL. Mejor usar a Skarmeta que, lo más loco que ha hecho en su vida, es copiarle a Rimbaud el título de su libro más conocido y que, más encima, habla de Neruda que es, hoy en día, la máxima expresión de la domesticación del discurso de izquierda por parte de la clase dirigente. Esto último lo digo porque la imagen de Neruda es para el gobierno una excusa para vender poleras y para permitir que los golpistas manejen su nombre bajo instituciones que supieron cambiar de la obra Nerudiana la palabra Comunismo por Consumismo.

Sólo le puedo decir a Pedro Lastra que quizá es tiempo de que se vaya a tomar la papilla o a jugar cartas con Abel Simpson antes de hablar de política en un tiempo como el nuestro. Porque de ridículos estamos llenos, y escuchar de alguien que no comprenda la literatura como un ejercicio político es como escuchar un concierto de uñas pasando por una pizarra.

Yeguas del Apocalipsis: Es marica, pero escribe bien

En el Manifiesto (hablo por mi diferencia) Lemebel nos habló de esa visión que tiene el mundo de las escrituras como la suya. Escrituras que resultan imposibles, e invisibles, para una sociedad que prefiere cualquier tipo de arte que no zamarree mucho el andamiaje de la mediocridad. Las yeguas del apocalipsis fueron en su momento una de las pocas expresiones capaces de desestabilizar la mirada miope del stabishment pinochetista, machista y cruel que todavía es el que pone las reglas del juego de la cultura. Sin embargo a Lemebel se le lee y se le escucha. Es un militante que ha logrado meterse en un mundo que no le corresponde o que, quizá, no lo quiere, pero que lo respeta y lo deja pertenecer porque todos sabemos que hay voces imposibles de mandar a callar. Es de esos autores que no podemos dejar de invitar a los estelares, aunque sabemos que siempre se las va arreglar para fisurar el discurso.Tal como lo hizo alguna vez en un De Pé a Pa cuando hizo tartamudear a Pedro Carcuro cuando le recordó de su prima Carmen Carcuro (si mal no recuerdo);o como cuando le dedicó el premio José Donoso a Gladys Marín. Con esto quiero señalar que es y ha sido un tipo consecuente que ha sabido decir las cosas más ciertas y menos convenientes con Voz de clavel varonil, como diría Lorca, y eso, aún, es sinónimo de desobediencia. Por lo tanto, dudo,que nuestra hipócrita clase dirigente quiera que un escritor como él tenga el beneficio de hablarnos desde la diferencia para decirnos las cosas que el gobierno, la tele, los medios, la escuela, la universidad y la publicidad, no quieren que sepamos.

Francisco Casas y Pedro Lemebel son dos autores que hasta el día de hoy, y no me extraña que hasta el día en que se mueran, van a mantener y sostener ese registro de habla que hace llorar a las viejas chuñuscas de cualquier administración. Los operadores políticos que han sabido meter al clóset a la Gabriela Mistral, que han silenciado a Violeta Parra, que han levantado en hombros a escritores mediocres solo para vender más copias de un libro malo y que han tenido una destreza enorme para ocultar la verdad de cualquier discurso, son los que jamás le darán un premio o una tribuna a personas que entraron a la universidad en pelotas y a caballo como lady Godiva, para hablar de esa “irrupción” de la maricada en la academia. Porque esa academia homofóbica y sectaria, que en lugar de mirar el tiempo presente prefiere quedarse haciendo gárgaras con lavativas de papel roneo, es la que le hace la cruz a todo discurso que se distinga entre la majamama de doctrinas que solo quieren que construyamos un país que le pida permiso a dios para seguir adelante.

Cierro:

Permanecerán los libros para que la gente los lea. No me cabe ninguna duda de que el próximo Nacional se lo van a dar a Lemebel, a menos que en estos dos años sean capaces de encontrar algún poeta burgués que acepte el cargo de mejor empleado del año en la compañía de Socorros Mútuos entre Consejo de la Cultura y la Moneda. Mientras tanto sigamos luchando en redes sociales para generar los cambios. Sigámonos agrupando en marchas y movilizaciones. A pesar de que a Pedro Lastra le parezca ridículo que los lectores tengamos derecho a voto, y a pesar de que sepamos que vivimos en un tiempo en el que si no eres un chiche que se vea bonito en la tele es poco probable que te tomen en serio a la hora de ponerte en la lista de artistas que merecen ser reconocidos por su trabajo.

Vuelvo a insistir con que quizá puedan tildarme de pendejo por salir en una defensa o en una pataleta tardía. Sé perfectamente que hay imbéciles que suelen decir que no se debe alegar y que hay que aceptar las decisiones de los tribunales en silencio. Afortunadamente vengo de un mundo en el que aprendimos a perderle el respeto a las grandes facultades, gracias a autores como Lemebel que nos indicaron el camino de la desobediencia. Y creo que es mejor salir gritando de un salón antes que quedarse a chupar pico para ganar un puesto en un oficio fiscal. Por eso es que, aún cuando me pueden decir que Skarmeta es un justo ganador, les repito que teniendo a Lemebel como contrincante no es ni justo ganador ni menos aún honesto con llevar un título que, en veinte años más, le va a quedar históricamente como poncho cuando nadie lea esos libros simplones que solo pretenden ser películas de cine o elementos para decorar una mesa de centro.

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