Por un Teatro Municipal enmarcado en la realidad de la música nacional

Escribe Daniela Fugellie, directora del Instituto de Música de la Universidad Alberto Hurtado – Vía Diario y Radio U

Por Absalón Opazo

03/08/2019

Publicado en

Chile / Columnas / Cultura / Música

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Escribe Daniela Fugellie, directora del Instituto de Música de la Universidad Alberto Hurtado – Vía Diario y Radio U. de Chile / Los que trabajamos en la docencia, interpretación e investigación de la música docta en Chile vemos con preocupación la actual crisis del Teatro Municipal de Santiago. Si bien mi solidaridad está con todos los trabajadores afectados por los recientes despidos, extensiva a la incertidumbre sobre posibles modificaciones futuras del personal del teatro, estas reflexiones se enfocan principalmente en la ópera, que es el ámbito que me compete como directora de un Instituto de Música que tiene bajo su tutela casi 40 estudiantes de canto lírico.

En torno al teatro que fuera inaugurado en 1857 y reinaugurado en 1873 existen diversos mitos, de los cuales dos posiblemente servirán para profundizar en la actual discusión. 

El primero de ellos podría sintetizarlo la afirmación: “La ópera es elitista”. ¿Es posible que un género musical sea elitista? Para serlo, algo en sus características intrínsecas, armónicas y melódicas tendría que serlo. Yo no creo que sea posible que un género musical sea elitista per se. Lo que vuelve a la música elitista es un contexto de prácticas, culturales y discursivas, que así lo determinan. Los que asistimos a la ópera en el Teatro Municipal nos encontramos con un público diverso, que llega desde diferentes comunas e incluso de regiones.

Si bien en platea se concentra un sector de mayor poder adquisitivo, afirmar que este teatro sea un capricho de una oligarquía decimonónica es falso. Al contrario, en Chile hay audiencias para la ópera, como también las hay para el ballet y la música sinfónica, y estas audiencias incluyen a la amplia clase media. Lo mismo puede afirmarse de los músicos y cantantes líricos nacionales, quienes generalmente provienen de la clase media, tanto de la capital como de regiones. 

En suma, en Chile hay gente dispuesta a dedicar su vida a la ópera (y la música sinfónica y el ballet) y hay también un público interesado en consumir estos productos culturales. Se trata además de un sector multifacético de nuestra población. Por ende, tener un Teatro Municipal que ofrezca estos géneros artísticos no es un capricho elitista; el Estado chileno, subvencionando este teatro, está asumiendo una obligación ante las necesidades culturales de su población, que son diversas y multiculturales. Así como tenemos estadios de fútbol, museos de bellas artes y parques, también tenemos derecho a exigir nuestro Teatro Municipal, un teatro que sea patrimonio de todas y todos.

Justamente aquí el tema se vuelve complicado, cuando vemos que en el teatro hay una política que sí podría designarse como elitista, y es la de ofrecer la misma ópera en versión internacional y estelar (ex nacional), con sus consiguientes diferencias monetarias. Esto se vincula con un segundo mito, que podría llamarse: “Los cantantes líricos que viven fuera de Chile son mejores que los cantantes nacionales”.

Durante la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo XX, las compañías de ópera eran importadas a Chile desde el extranjero, aprovechando la circulación de cantantes en varias capitales sudamericanas. En ese momento de nuestra historia, no había en Chile cantantes preparados para asumir los roles de las óperas en boga.

Entrados en el siglo XXI, esto ha cambiado. Contamos con cantantes que han realizado largos estudios en su profesión, estudios que se rigen hoy en día -como en cualquier otra carrera universitaria- por los estándares de excelencia que evalúa regularmente la Comisión Nacional de Acreditación y que implican no sólo un largo trabajo de años de perfeccionamiento de técnica vocal, el dominio de la fonética del italiano, francés, inglés y alemán, el conocimiento de diversos estilos musicales, desde el renacimiento al siglo XX, la expresión corporal y escénica, sino también conocimientos de la historia de la música docta occidental y chilena. ¿Por qué entonces en Chile no es posible hacer ópera con personas residentes en el país? 

De alguna manera se ha instalado la idea de que vivir en tierras europeas constituiría un “sello de calidad”, cosa bastante extraña, ya que, si bien un cantante lírico tiene en Europa la posibilidad de estudiar en excelentes conservatorios y de cantar en algunos de los teatros más importantes del mundo, también hay, como en todas partes, escuelas de canto de dudosa índole y escenarios pequeños de mejor o peor calidad, que luego vistos desde un injustificado amor por todo lo que venga del Viejo Continente, se ven en el papel como brillantes títulos de realización profesional.

Como lo han señalado diversas opiniones públicas estas semanas, todos sabemos que los cantantes que se importan a Chile no siempre son los mejores y muchas veces los cantantes nacionales superan a los extranjeros en los mismos roles. Otro tanto puede decirse del excelente nivel alcanzado por los cantantes chilenos residentes en el extranjero. Claramente una idea decimonónica del gran intérprete que triunfa en Europa invisibiliza factores determinantes de la importación de los cantantes hacia nuestro país, como lo son las redes internacionales de sus agentes y sus determinantes económicas.

Antes aún de esto, está el haberse decidido por la vida de freelance. Porque sí, en Europa hay excelentes cantantes -y en este grupo hay también varios chilenos- que han preferido privilegiar la estabilidad y trabajar con contrato fijo en un teatro, y que por ende carecen de un manager que vaya a hacerlos viajar por el mundo. Algo similar sucede con los cantantes líricos residentes en Chile. Hay muchas razones por las que excelentes cantantes nacionales han decidido no continuar su carrera en el extranjero y la falta de talento probablemente sea la última de una larga lista de razones de índole familiar y económica. Y los que salen al extranjero tampoco lo hacen, en pleno siglo XXI, para descubrir el “gran misterio” del canto que se encontraba oculto desde nuestra ignorancia sudamericana. Lo hacen como cualquier egresado de una carrera tradicional, que decide hacer un MBA en el extranjero.

Estas consideraciones me llevan a preguntarme, ¿sería tan malo realizar la ópera con cantantes chilenos, y de esta manera lograr que el Teatro Municipal, subvencionado por diversos fondos estatales, se fortaleciera como un lugar que garantizara un trabajo digno y de cierta estabilidad a nuestros cantantes? Se trataría de una ópera adecuada a la realidad de la música nacional, porque la realidad de la música docta en Chile ha alcanzado estándares de calidad, y la calidad podría ser aún mejor si nuestros cantantes tuvieran la posibilidad de contar con un escenario permanente para aumentar su experiencia.

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