Columna de Opinión

San Fernando no necesita un pololo, necesita un alcalde

Pablo Silva llegó a la alcaldía prometiendo un cambio frente a la crisis heredada de Luis Berwart. Pero hoy, en su segundo periodo, sigue culpando al pasado. Y aunque el pasado pesa, ya no puede seguir siendo excusa. Porque gobernar es asumir, y no hay transformación sin responsabilidad.

San Fernando no necesita un pololo, necesita un alcalde

Autor: El Ciudadano

Por Ivo Castillo Osorio

Por estos días, la política local en San Fernando ha dejado de ser una conversación sobre el desarrollo de la comuna para transformarse en una tragicomedia con libreto propio. El protagonista es el alcalde Pablo Silva Pérez, quien ha decidido conducir el municipio más importante de Colchagua como si se tratara de una parcela personal, donde las decisiones parecen más bien dictadas por afectos y conveniencias que por principios y visión de futuro.

Uno de los episodios más recientes, comentado en voz baja en las oficinas municipales y en voz alta en las ferias libres, involucra a una joven contratada por el municipio con un sueldo de aproximadamente $1.200.000. Hasta ahí, podríamos hablar de una nueva contratación que ya se ha hecho común en el municipio. El problema es que esa joven es la pareja del alcalde. Y mientras cobraba del erario público, el mismo alcalde negaba públicamente cualquier vínculo sentimental. Ocultar la relación no borra el conflicto de interés; al contrario, lo agrava.

Legalmente no hay delito: no es su cónyuge, no hay vínculo familiar que lo inhabilite. Pero el tema aquí no es lo legal, sino lo moral. Cuando el Estado se pone al servicio de relaciones personales, no es necesario robar para degradar la fe pública. Basta con confundir la autoridad con el beneficio privado. La gente no necesita que le digan que “no hay delito”, necesita saber que sus impuestos no están siendo usados para pagar favores afectivos.

Y es aquí donde las palabras del propio alcalde se vuelven un espejo. “Aquí no metemos las manos. Podemos meter las patas, pero las manos no”, dijo alguna vez Pablo Silva, con ese tono que intenta sonar honesto, pero que hoy suena más a excusa que a compromiso. Porque cuando se contrata a la pareja sentimental con dineros públicos, lo que se mete no son solo las patas. Se mete la ética al cajón y con esto la confianza ciudadana al fuego.

Pero el problema de fondo va más allá de este episodio. San Fernando lleva años estancada. La ciudad no tiene proyectos estructurales, no hay una hoja de ruta clara. Mientras otras comunas de la región avanzan, San Fernando sigue atrapada en excusas y peleas menores. No hay liderazgo político, no hay gestión articulada con el gobierno central. El Presidente de la República ha estado en comunas vecinas, pero no en la capital de Colchagua. Eso no es un problema de agenda de La Moneda: es una muestra del nulo peso político de esta administración. San Fernando no tiene voz en Santiago. Y eso cuesta caro.

Y mientras la ciudad espera gestión, en el municipio se estrena un nuevo capítulo del circo interno. Esta vez, el protagonista es el encargado de Seguridad Pública y su relación sentimental con la encargada de Servicios Generales. Hasta ahí, la vida privada podría quedarse en lo privado… si no fuera porque la historia dio un giro propio de teleserie de la tarde: la esposa del funcionario —de quien él decía estar separado— llegó a la municipalidad, encaró a la funcionaria y, según cuentan, la situación escaló más allá de las palabras. No llegó con un certificado de divorcio bajo el brazo, sino con un documento de embarazo. El resto se lo dejo a su imaginación. Lo importante no es el chisme en sí, sino lo que revela: cuando falta el profesionalismo, las oficinas municipales se convierten en improvisadas salas de reality. Y en ese clima, el trabajo serio se hace imposible. Un episodio de índole privada, sí, pero que evidencia una preocupante falta de profesionalismo en la conducción de áreas críticas del municipio.

En San Fernando no necesitamos un ‘Princeso’ que recorra pasillos buscando cámaras, sino autoridades que recorran ministerios buscando recursos. La diferencia es que en la política local no hay confesionarios ni pruebas de inmunidad: hay que trabajar con datos, proyectos y reuniones que rara vez dan ‘likes‘ en Instagram, pero que sí pavimentan calles y levantan proyectos de ciudad.

Lo que hace falta en San Fernando no es una refundación heroica, sino un mínimo de sentido común y responsabilidad. Dejar de contratar amigos, familiares, parejas o conocidos. Volver a la lógica del mérito, del perfil profesional, de las contrataciones abiertas y transparentes. San Fernando está lleno de personas con títulos, experiencia y ganas de aportar. Ellos deberían estar en el municipio, no los cercanos del alcalde o los protagonistas de teleseries nocturnas.

También urge un plan serio para mejorar la infraestructura básica, los servicios de salud, la seguridad y el desarrollo rural. San Fernando no puede seguir teniendo caminos de tierra a minutos del centro ni poblaciones tomadas por el narco. Se necesita una gestión que baje proyectos, que levante financiamiento, que golpee la mesa en el Gobierno Regional, que viaje a Santiago, que busque al ministro si es necesario. Porque un alcalde que no gestiona no gobierna. Solo administra el deterioro.

Pablo Silva llegó a la alcaldía prometiendo un cambio frente a la crisis heredada de Luis Berwart. Pero hoy, en su segundo periodo, sigue culpando al pasado. Y aunque el pasado pesa, ya no puede seguir siendo excusa. Porque gobernar es asumir, y no hay transformación sin responsabilidad.

San Fernando no necesita un pololo con poder. Necesita un alcalde que gobierne con la cabeza, no con el corazón. Que piense en la ciudad, no en su entorno. Que entienda que el municipio no es una casa, sino una institución. Y que, si realmente quiere honrar sus palabras, empiece por no meter ni las manos ni las patas.

Por Ivo Castillo Osorio

Administrador Público. Vecino de San Fernando.

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Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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