Santa María de las flores negras: Una furia que continúa hirviendo a fuego lento

«Santa María de las flores negras» de Hernán Rivera Letelier, nos lleva sobre el panorama en la salitrera San Lorenzo, con una narración en primera persona lenta

Por Absalón Opazo

21/12/2019

Publicado en

Chile / Historia / Literatura / Portada

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«Santa María de las flores negras» de Hernán Rivera Letelier, nos lleva sobre el panorama en la salitrera San Lorenzo, con una narración en primera persona lenta. A partir del 10 de diciembre de 1907 había comenzado su huelga general. El primero de los huelguistas, que con el paso acompasado de una descripción casi estática nos muestra su vida, es Olegario Santana. Este personaje huraño nos va a llevar hasta Iquique, donde la huelga encontrará el más trágico final. En este libro que, claramente, como dice Ramón Mauricio González Gutiérrez en su ensayo “Hernán Rivera Letelier: La pampa salitrera como paradigma poscolonial de la identidad chilena”, pertenece a la Literatura Salitrera por sus temáticas del yugo imperialista en el pensamiento colonial de Chile, Rivera Letelier maneja desde lo más intrínseco de su lenguaje y movimiento gracias a su narración pausada y placentera.

La novela brilla por su lentitud, cada uno de los personajes se va a ir detallando sobre la sal que flota como polvo en las espaldas de todos. Nos demuestra que existe un desierto más grande que el geográfico: el desierto de los derechos que estos trabajadores obtienen. El vacío legal que llega hasta el maltrato y la indiferencia por las personas que controlan, en este caso, la sal. Empresarios norteamericanos que no saben nada de lo que es realmente trabajar en las condiciones que ellos piden y mucho menos en las condiciones en las que verdaderamente trabajan.

Una de las cosas importantes que nos muestra esta novela es cómo realmente los trabajadores se sienten abandonados antes las circunstancias. En muchos momentos, los personajes vagan tanto por la playa como por los prostíbulos sin saber muy bien qué pueden hacer para que las cosas cambien, además que esperar. De todas maneras, el lector sabe que además las cosas finalmente no cambian.

Principalmente, podemos ver la brutalidad, no por parte de los analfabetos que con paciencia escuchan las noticias que otros les deben leer, sino de los militares que, por miedo a que les toque a ellos desde arriba, bajan con violencia como única solución posible, matando la misma mano de obra que les da todos sus privilegios.

Los pampinos no saben nada de esto, el narrador testigo va dejando entrever mientras explica las situaciones políticas, además de transcribir declaraciones verídicas de quienes debían tomar las decisiones. Lo que los huelguistas quieren es poder vivir sin sentir que el trabajo no les permite nada más que seguir trabajando como única e irresoluble posibilidad para ni siquiera llegar a sobrevivir con el mínimo sustento posible. Ellos prefieren morir en el árido e inmenso desierto que se les presenta desde sus pueblos y viviendas hasta la ciudad, Iquique, esperando ingenuamente que exista alguien que los escuche.

También estos personajes saben bien que, si ellos no se salvan, no se salva nadie. Nadie viene a pedir por ellos esos derechos que bien merecidos tienen, pero, aunque cambian constantemente cuáles son esos derechos y cuánto es el sueldo que piden, en algo están en claro y es que no pueden vivir con las fichas y el dinero que obtienen por su sacrificio. Cuando alguien lo hace notar, lo notan todos, se manifiestan en la ciudad sus necesidades. Porque la ciudad y los norteamericanos que tienen comprada la ciudad no lo saben y ellos son los únicos que se pueden hacer notar. Una vez que San Lorenzo comenzó a moverse, todas las demás salitreras comenzaron a hacerlo. Hasta que en la ciudad no quedaba espacio posible para vivir. La ciudad aparece sobrepoblada, todos los pampinos se encuentran en las calles, las plazas, el colegio Santa María e, incluso, en el circo para presenciar un match de boxeo.

Pero este yugo de los colonizadores no es solo para Chile, no es solamente un problema de los chilenos. Los pampinos vienen de todas partes, han sido llamados con las mentiras más viles. Tanto los sureños (de Chile), argentinos, bolivianos, peruanos se encuentran entre las nacionalidades que se mencionan, los que pertenecen a esta gran masa que en la novela se identifican como los pampinos.

Lo más impresionante de esta narración va a ser el final, esperado si el lector entiende más o menos de historia chilena. El tiempo sigue siendo igual de lento, cada una de las caídas, cada una de las balas se escuchan, se siente y traspasan lentamente el aire para que todos los muertos queden vengados. Como dice al final, esta historia ha de ser contada para que no se repita, para que se aprenda de ella, para que en Chile no se siga matando a trabajadores solo porque los imperialistas norteamericanos lo quieren de esa manera, mientras los militares psicóticos miran a los bebes muertos en los brazos del cura sin siquiera preocuparse por mostrar algún gesto de humanidad.

Las bestias entonces no son los pampinos que hacían pis en cualquier lado porque no encontraban más lugar que unos pocos y al aire libre, tampoco son bestias quienes no andan con zapatos por preferir la naturaleza o directamente no poseer trabajo, sino esas personas que creen que pasan desapercibidas cuando sus delegados llegan con militares, esos mismos que dan discursos que parecen prometer y decir, pero solo llenan el aire de más nada, palabras para hacerse escuchar pero sin eje temático, son quienes disfrutan de la sangre derramada, del olor a hierro en una ciudad entera, de quienes siguen continuamente desafiando las leyes de la naturaleza para romper y poseer, dividir y conquistar.

Pero, al final, los que fueron los malos son los trabajadores. Solo a ellos se les impidió mandar telegramas, solo a ellos se les coarta nuevamente la libertad, solo a ellos no se les escucha porque no tienen el derecho. Entonces, ¿cómo alguien que no tiene ni derecho a ser entendido pide a sus jefes que le den el derecho a una vida digna? En la historia, el discurso dirá que querían quemar la ciudad, pero gracias a la narración realista, descriptiva y con el espíritu pampino demuestra que no funciona de esa manera. Al final, el territorio es ficticio para quienes tienen unos cuantos terrenos con personas que manejan, solo está en unas cuantas boletas y unos mercenarios que comprar. ¿Qué podrían haber hecho los trabajadores de manera diferente para obtener lo que piden? ¿Cómo hubiesen podido dejar de ser una masa homogénea y convertirse en seres humanos respetables frente a ellos con armas?

La novela nos muestra que las cosas siguen igual. La palabra es lo único que no se nos quita. Contar lo que debe ser visibilizado para construir nuevas historia donde los pampinos, los marginados, los trabajadores realmente tengan un espacio donde triunfar, donde se conviertan en héroes salvándose a sí mismos, quienes no deban estar esperando al mesías sin esperanzas, sino que tener realmente la capacidad de llegar a que la vida no este siendo controlada por unos cuantos billetes que se mueven en manos de gente que no se acerca, que no mira, que manda delegados que no dicen nada desde sus predios y balcones altos y alejados. El panorama es seco, como el desierto mismo, para que se parta la piel hasta que los pies tengan una capa tan gruesa que la arena no los queme.

Catalina Amaire

Licenciada en Letras de la Universidad del Salvador, Buenos Aires, investigadora académica en literatura, profesora de Castellano, correctora literaria y escritora. En 2017 publicó Los Leones, libro de prosas poéticas, por la Editorial Artilugios, en la capital argentina. Nació en Santiago de Chile, pero la mayor parte de su vida ha residido en Buenos Aires. Desde algunos meses se encuentra radicada en la capital chilena.

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