Columna de opinión

Trump tiene un plan para Chile

Chile debe actuar como un factor de estabilización regional, no como parte de una confrontación que pondría en entredicho la noción de América Latina como Zona de Paz, uno de los mayores logros diplomáticos del continente en las últimas décadas.

Trump tiene un plan para Chile

Autor: El Ciudadano

Por Álvaro Ramis

Donald Trump probablemente no sabría ubicar a Chile en un mapa. Ni siquiera logró hacerlo al referirse a Bad Bunny, a quien describió como proveniente de una “provincia mexicana” llamada Puerto Rico. Pero, aunque él ignore nuestra existencia, el trumpismo sí sabe dónde estamos, y más aún, cómo encajarnos en su estrategia global.

Ese plan —gestado en su primera presidencia y reactivado con su retorno político— no obedece a la lógica económica ni a la diplomacia tradicional. Para Trump, la política exterior es una extensión de la guerra cultural y América Latina cumple en ella un papel funcional: el de laboratorio ideológico y plataforma de expansión de su “internacional reaccionaria”.

El caso argentino es ilustrativo. Trump respalda abiertamente a un gobierno que compite con los productores agrícolas de su propio país. Desde una perspectiva económica, la decisión es absurda; desde una lógica ideológica, tiene pleno sentido. Lo que une no son los intereses comerciales, sino la afinidad política. Como advierte Juan Gabriel Tokatlian, esa alineación acrítica “nos costará caro” porque implica renunciar al equilibrio y a la autonomía en un escenario global marcado por el ascenso de China y el desplazamiento del eje económico hacia Asia.

Otro aspecto ligado al plan de Trump es su estrategia inmediata en el Caribe. Sus juegos de guerra pueden desembocar en varios escenarios potenciales: ¿ejecuciones extrajudiciales al estilo Soleimani?, ¿ataques quirúrgicos como en Somalia?, ¿ocupaciones temporales al modelo Panamá? América Latina, una vez más, se convierte en territorio de provocación. Nada debe descartarse con Trump, por más inaudito que parezca. Ante ello, Chile debe actuar como un factor de estabilización regional, no como parte de una confrontación que pondría en entredicho la noción de América Latina como Zona de Paz, uno de los mayores logros diplomáticos del continente en las últimas décadas.

El trumpismo busca tejer una red mundial de gobiernos y movimientos que compartan su cruzada contra los consensos democráticos. En ese tablero, Chile aparece como una posible pieza más. La expansión de la ultraderecha regional —de Bolsonaro a Milei— es observada desde el trumpismo como parte de una coalición transnacional destinada a disputar la hegemonía cultural y política en Occidente.

Si la derecha chilena se integra a ese proyecto, el costo será alto: perderemos la brújula estratégica que nos ha permitido mantener relaciones equilibradas en un mundo multipolar. Correríamos el riesgo de quedar atrapados en una guerra cultural ajena, justo cuando las oportunidades del Siglo XXI se juegan en otros polos de poder.

Trump podrá desconocer nuestra geografía, pero su movimiento entiende bien nuestro valor simbólico. En su mapa, cada país que adopta su discurso autoritario no es un accidente, sino una conquista. El verdadero peligro es convertirnos en una ficha más de ese plan, renunciando a la autonomía que necesitamos para mirar —con lucidez y sin servidumbres— hacia el nuevo centro de gravedad del mundo.

Por Álvaro Ramis

Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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