El amor de los topillos sirve de modelo para estudiar la actividad romántica en el cerebro

-Los topillos norteamericanos son una especie que prácticamente ha perfeccionado la monogamia: se emparejan para toda la vida, comparten las tareas del nido y tienen roles igualitarios en la crianza. -El estudio encontró que cuando una relación empieza a echar raíces, el circuito de recompensa del cerebro comienza a trabajar a toda marcha, incrementando rápidamente el valor que damos al individuo de nuestro interés.

Por Sofia Olea

01/06/2017

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Se puede decir que el amor es una experiencia que compromete a todos los aspectos del ser humano. Como también es un proceso que se manifiesta en la actividad cerebral, ha habido muchos estudios neurocientíficos que se han dedicado a observarlo desde esta perspectiva.

Un equipo de investigadores de la Universidad Emory (Atlanta, EEUU) quiso observar los patrones específicos de la actividad cerebral que acompaña al romance, ofreciendo una nueva explicación de por qué al enamorarnos tendemos a perder el juicio.

El estudio encontró que a medida que una relación empieza a echar raíces, el circuito de recompensa del cerebro comienza a trabajar a toda marcha, incrementando rápidamente el valor que damos al tiempo que pasamos con el objeto de nuestro interés. Al menos esto fue lo que observaron los autores en el caso de los topillos de la pradera, el pequeño animalito que eligieron para investigar la neurociencia del amor, informa The Guardian.

«Como humanos, sabemos los sentimientos que tenemos cuando vemos imágenes de nuestra pareja romántica, pero hasta ahora no hemos comprendido cómo trabaja el sistema de recompensa del cerebro para hacernos experimentar estos sentimientos», dijo Elizabeth Amadei, quien co-lideró el estudio.

Con el objetivo de tener un acceso más directo a lo que está pasando en el cerebro, Amadei y sus colegas analizaron a los topillos norteamericanos porque son una especie que prácticamente ha perfeccionado la monogamia: se emparejan para toda la vida, comparten las tareas del nido y tienen roles igualitarios en la crianza. Como los humanos, estos animales también son ocasionalmente «infieles».

Los científicos usaron sondas eléctricas para registrar directamente la actividad cerebral de las hembras de topillo cuando encontraban a una potencial pareja, se apareaban por primera vez y empezaban a mostrar signos de estar formando un lazo de por vida (acurrucándose y apapachándose).

«Es como cuando los humanos se acurrucan: les gusta sentarse uno al lado del otro y holgazanear», dice el otro líder del estudio, Robert Liu.

Los electrodos registraron puntos altos de actividad en dos áreas del cerebro que son conocidas por estar vinculadas con la formación de un lazo de pareja: la corteza prefrontal intermedia, encargada del control ejecutivo, y el núcleo accumbens, el centro del sistema de recompensa del cerebro.

El equipo encontró que la comunicación entre estas dos regiones predecía la probabilidad de que una hembra formase un lazo; algo que Liu describe como «una predisposición individual a ser cariñosa».

Los investigadores también observaron cambios en la actividad cerebral mientras los topillos socializaban y se apareaban. La primera vez que se apareaban, cambiaba la actividad en el circuito de recompensa y su nivel de intensidad resultaba predecir cuán rápido empezarían a acurrucarse. Liu cree que el circuito estaría involucrado en un mecanismo de activación afectiva con la pareja.

Como prueba de esto, el equipo usó una técnica llamada optogenética, que les permitió activar artificialmente el circuito neurológico al iluminar directamente la superficie del cerebro. Así, estimularon el circuito mientras una hembra pasaba el tiempo cerca de un macho, pero sin contacto directo y mientras el macho estaba debajo de una cubierta transparente. Al otro día, cuando a la hembra se le dio la opción de elegir entre machos, actuaba como si ella y el topillo del día anterior hubiesen formado un vínculo cercano, mostrando preferencia por él.

«Se ha sugerido la idea de una chispa entre dos individuos. No estoy seguro de que este sea el término correcto aquí. No ocurre de una sola vez; es probable que se vaya construyendo con el tiempo», dice Liu.

En el futuro, los resultados de este estudio podrían arrojar luz sobre trastornos como el autismo, en los que el vínculo social puede verse disminuido. El estudio fue publicado en la revista Nature.

El Ciudadano

 

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