Estudio revela que las mujeres de la prehistoria tenían brazos increíblemente fuertes

La hipótesis es que la actividad que contribuyó a esta fortaleza era moler el grano a mano para convertirlo en harina usando piedras, una actividad que podría haber llevado gran parte del día. Además la agricultura requería plantar, labrar y cosechar manualmente todos los cultivos.

Las mujeres neolíticas tenían una fuerza de brazo un 11 a 16 por ciento mayor que la fuerza de las bogadoras modernas.

El primer estudio comparativo de huesos prehistóricos con los actuales, reveló que las mujeres que vivieron hace 7.000 años tenían un increíble nivel de fuerza física, incluso mayor que el de las grandes atletas de hoy en día.

Los hallazgos sugieren que es necesario revisar la historia. Las mujeres de la prehistoria cumplían cotidianamente con actividades que requerían arduas y pesadas labores manuales.

No hay registros claros de cómo vivían nuestros ancestros antes del advenimiento de la escritura. Hay arte rupestre, algunos artefactos y huesos. Esos huesos ahora pueden decirnos mucho más de lo que sabíamos.

«Puede ser fácil olvidar que el hueso es un tejido viviente, uno que responde a los rigores a los que sometemos nuestros cuerpos», dice la autora principal del estudio, Alison Macintosh, del Departamento de Arqueología y Antropología de la Universidad de Cambridge.

«El impacto físico y la actividad muscular, ambos ponen presión en el hueso, llamada carga. El hueso reacciona cambiando de forma, curvatura, grosor y densidad con el tiempo, para acomodarse a la presión recurrente», agrega Macintosh.

Los estudios previos solo compararon huesos de mujeres con los de hombres contemporáneos, dicen la investigadora, y eso es un problema porque la respuesta de los huesos masculinos al estrés y el cambio es mucho más visible y dramática que la de los femeninos.

Por ejemplo, como los humanos pasaron de ser cazadores-recolectores y estar en constante en movimiento, a un estilo de vida más estable y agrícola, se pueden observar cambios en la estructura de la tibia, y estos cambios eran mucho más pronunciados en los hombres.

Sin embargo una comparación de los huesos de las mujeres prehistóricas con los de las mujeres atletas vivas de estos días, puede ayudarnos a figurarnos una imagen más exacta de la vida cotidiana de esas mujeres de antaño.

University of Cambridge

«Analizando las características de los huesos de las personas vivas que hacen un esfuerzo físico mayor al común, y comparándolos con las características de los huesos antiguos, podemos empezar a interpretar los tipos de labores que realizaban nuestros ancestros en la prehistoria», dice la autora.

El equipo de investigadores reunió a atletas de Cambridge, como bogadoras y corredoras, y a otros voluntarias más sedentarias, y uso un escáner para analizar los huesos de sus brazos y piernas.

Valiéndose de imágenes láser en 3D, crearon modelos con silicona de 89 tibias y 78 húmeros de mujeres del Neolítico, la Edad del Bronce, la Edad del Hierro y el Medievo.

Encontraron que la fuerza de las piernas de las mujeres no ha cambiado mucho durante los milenios, pero la norma eran los brazos fuertes. Los investigadores encontraron que las mujeres neolíticas tenían una fuerza de brazo un 11 a 16 por ciento mayor que la de las bogadoras modernas y un 30 por ciento mayor que la de las no atletas.

Los brazos de las mujeres de la Edad del Bronce eran un 9 a 13 por ciento más fuertes que los de las bogadoras.

La hipótesis de Macintosh es que la actividad que contribuyó a esta fortaleza en los brazos era moler el grano a mano para convertirlo en harina usando piedras, una actividad que podría haber llevado gran parte del día, hasta cinco horas  diarias.

 

«Antes de la invención del arado, la agricultura requería plantar, labrar y cosechar manualmente todos los cultivos. También era probable que las mujeres llevaran comida y agua para el ganado doméstico, procesando leche y carne y convirtiendo pieles y lana en textiles», explica la autora, quien publicó su estudio en la revista Science Advances.

El Ciudadano, vía Science Alert

 

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