Meiggs navideño

La fiesta comenzó –otra vez– en Meiggs. Dimos un paseo por sus calles y llegamos a una tienda que remataba juguetes. Esto fue lo que ocurrió.

Barrio Meiggs

La caja es rectangular y es un poco más grande que una maleta de mano. El drone está adentro, desarmado, pero tampoco hay que hacer esfuerzos dificultosos para dejarlo listo. “Que vuele, que vuele”, dicen algunos periodistas del grupo, y el vendedor los mira medio incrédulo, sin muchas ganas de hacer algo que quizás no sabe hacer. Las hélices se dejan de ver, ahora son cuatro círculos afilados que giran a toda velocidad. El drone intenta volar, pero se tambalea hacia los lados. Cae rápidamente. “Hay muy poco espacio dentro de la tienda”, dice uno de los vendedores, un poco triste, y todos saben que, al menos por hoy, nada va a volar.

Afuera del local, un chino pasa con una yegua de carga vacía. Va por la vereda de la calle San Alfonso, y en sus labios afirma un cigarro que no se mueve. Nadie lo pesca. Las brujas sí que se fueron volando a las bodegas, y no regresarán hasta pasadas las fiestas patrias del próximo año, cuando se acerque otro 31 de octubre. El comercio es así, no se encariña con nada, y ahora solo se pueden ver los típicos productos característicos del veinticuatro de diciembre: luces de neón para colgar en las ramas de los pinos artificiales, o viejitos pascueros para poner encima de algún mueble.

tecnologiaElectrónica Maiher es la tienda que abrió este remate de juguetes. Unas pelotas de fútbol colgadas y unos peluches en miniaturas en una esquina son los únicos productos que destiñen el ambiente tecnológico de los pasillos. Lo otro ya es conocido: relojes, linternas, micrófonos, audífonos de todos los tamaños, teclados inalámbricos, cables, cables y más cables. Las etiquetas pegadas en los vidrios anuncian las rebajas, y sobre los precios antiguos, más chicos que los nuevos, se dibujan unas líneas robustas, que los tarjan pensadamente, cosa de que no desaparezcan por completo. A la entrada del local, reafirmando lo prometido, hay un cartel enorme en el que aparece la palabra “liquidación”.

Ante los pocos atractivos juguetes que hay disponibles para la prensa, el encargado de la tienda tira un auto sobre las cerámicas. Es pequeño, y el gran atractivo es que puede girar sus ruedas delanteras. De ahí en adelante, entonces, se revuelca por todos los espacios, perseguido por las cámaras, al mismo tiempo que desde su interior centellean luces rojas, verdes y azules; al mismo tiempo, también, que una música disco sale desde un altavoz acoplado, adherido a su chasis.

La falta de espectáculos hace enfocar la vista en las vitrinas principales, esas que se reservan únicamente para las ventas aseguradas. Ahí se ve una fila de artículos que, a primera vista, salen del contexto. Un vendedor se apresura en aclarar: “son cámaras espías, uno de nuestros productos más vendidos”, dice, en un tono de voz del que se desprende un acento colombiano. “Es una opción que se llevan personas de todas las edades”, termina. La tienda ofrece este tipo de productos con más de un 30% de descuento, y los diseños van desde lentes ópticos, encendedores, pendrives y hasta unos lápices juveniles e inocentes con cámaras irreconocibles –todo sea para espiar mejor.

Luego de eso, se acaban las improvisaciones. Ya no hay más por hacer.

A la salida de la tienda, se escuchan unas vendedoras del barrio hablar sobre el supuesto remate. “Ese cartel de liquidación ha estado todo el año”, dice una de las dos. Pero acá no importa mucho la fanfarria avisada por los comerciantes. Los precios nunca han sido espejismos en Meiggs, y esta navidad tampoco lo serán. Lo único que queda es venir a hacer lo mismo de siempre: cotizar, comprar y luego olvidar.

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