Tres formas en que los intestinos se conectan con la salud mental (y cómo mejorar esa relación)

Además de ayudar a digerir nuestros alimentos y cumplir con una serie de otras funciones, las bacterias intestinales también afectan en el ánimo. La investigación sobre bienestar mental se está moviendo hacia las tripas, y en vista de esto, aquí presentamos 3 grandes formas en que nuestra microbiota intestinal se conecta con la salud mental.

Ilustración vía Conexión Brando


Más de 100 billones de bacterias constituyen la microbiota que habita en nuestros intestinos –la misma cantidad que todas las células del resto del cuerpo– y es tal su importancia que algunos científicos la consideran un órgano en sí misma.

Además de ayudar a digerir nuestros alimentos, la microbiota intestinal nos protege de la enfermedad, neutraliza algunos subproductos tóxicos del proceso digestivo y hace más difícil que se establezcan las bacterias dañinas.

Pero resulta que las bacterias intestinales también pueden afectar en cómo nos sentimos. La investigación sobre bienestar mental se está moviendo hacia las tripas. En vista de esto, aquí presentamos 3 grandes formas en que nuestra microbiota está conectada con nuestra salud mental:

1. La relación de los intestinos con la mente va en ambos sentidos

Ya se sabe que la ansiedad afecta la salud intestinal. Cuando estamos ansiosos corremos al baño, sentimos náuseas o el estómago revuelto. De la misma forma, cuando alguien está deprimido, los alimentos se estancan en las vías digestivas, resultando en estreñimiento. Pero también ocurre en el sentido opuesto: la salud de las tripas influye sobre la ansiedad y la depresión. Investigadores de la Universidad College Cork, en Irlanda, alimentaron a un grupo de ratones con Lactobacillus rhamnosus, un probiótico común en el yogur. A otro grupo de roedores les dieron un caldo estéril, libre de bacterias.

Los ratones fueron puestos a prueba para observar el nivel de su voluntad. Cuando se les obligó a nadar en aguas profundas, los ratones alimentados con probióticos perseveraron. Pero los otros se dieron por vencidos, sin luchar –un indicio de lo que se puede considerar depresión en un roedor. Al colocarlos en un laberinto, los ratones alimentados con probióticos se aventuraron más al aire libre que los ratones alimentados con caldo, quienes se quedaron atrás –un indicador de ansiedad en el ratón. De hecho, los ratones alimentados con probióticos estaban más relajados en todos los sentidos.

En otro estudio de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA), un grupo de mujeres sanas comió yogur probiótico fortificado dos veces al día durante cuatro semanas. Un segundo grupo comió un producto de leche no probiótico, y un tercer grupo comió su dieta regular. Después de las cuatro semanas, se las examinó a todas con escáner cerebral para medir la respuesta de su cerebro. El grupo probiótico mostró un funcionamiento cerebral significativamente diferente, tanto en reposo como en respuesta a una tarea de reconocimiento emocional.

2. Los intestinos pueden afectar la personalidad

Para un estudio, científicos de la Universidad de McMaster usaron dos grupos de ratones; cada uno criado para comportarse de ciertas maneras. Un grupo era más tímido –el grupo de los introvertidos– y el otro era más sociable y atrevido –los extrovertidos. Usando antibióticos, los investigadores aniquilaron todas las bacterias intestinales de ambos grupos y luego alimentaron a cada uno con las bacterias intestinales de la cepa de ratón opuesta. ¿Que pasó? SE intercambiaron las personalidades. Los ratones tímidos se hicieron extrovertidos y los ratones sociables se hicieron tímidos.

A diferencia del estudio del yogur, probablemente no se intentará repetir este experimento en los humanos, pero la tendencia es clara: nuestras entrañas juegan un rol en nuestras emociones y quizás incluso en nuestros comportamientos.

El ánimo está relacionado con las bacterias intestinales


3. Los intestinos pueden influir en lo que elegimos comer

Esto significa que, básicamente, nos es simplemente nuestro cerebro el que decide con qué nos llenaremos. Si alguna vez ha tenido el antojo de comer algo aunque su voluntad esté gritando que no, y ese antojo le ha dirigido a la cocina (o al almacén), puede que esta experiencia vaya más allá de la anécdota y tenga una base científica.

Existe la teoría de que los antojos pueden ser causados por las bacterias intestinales. Al parecer, hay cientos de billones de bacterias en los intestinos, que «prefieren» digerir chocolate, bizcochos, jamón, queso, o lo que esté a la orden del día.

La teoría es la siguiente: cuando comemos los alimentos que nuestras bacterias eligen, se producen partículas lo suficientemente pequeñas como para atravesar la barrera hematoencefálica, como la tirosina o el triptófano, que se convierten en dopamina y serotonina en el cerebro. Como es sabido, estas sustancias impactan en el estado de ánimo y refuerzan esas opciones alimenticias.

Se trata de una teoría, una bien documentada, pero no probada aún. Sin embargo esta podría explicar por qué, cuando cambiamos la dieta, tenemos fuertes antojos por un tiempo, hasta que el intestino se calma. ¿Será porque las bacterias que aman el azúcar se rinden y terminan evacuadas? No lo sabemos, pero los investigadores están trabajando en ello.

¿Cómo podemos influir en la conexión entre la mente y los intestinos?

Está claro que es difícil cambiar el cóctel de microbiota intestinal. El resultado de un proceso de parto vaginal, lactancia materna y primeros años de vida, establece una casi mágica mezcla de bacterias intestinales a la temprana edad de tres años. Pero lo que se puede cambiar son los metabolitos de las bacterias; producidos por las bacterias intestinales. Para hacer esto es necesario cambiar lo que le estamos dando de comer a la microbiota.

¿Como hacer eso? En su libro «The Mind-Gut Connection» (La conexión entre el intestino y la mente [leer reseña]), el Dr. Emeran Mayer, co-director del Centro de Investigación de Enfermedades Digestivas de la UCLA, recomienda lo siguiente:

Tener una dieta rica en hortalizas y sin exceso de grasas animales. Las últimas son una fuente de moléculas que causan inflamación crónica de bajo grado, lo que a su vez podría aumentar el riesgo de cáncer.
Evitar los alimentos procesados ​​y los aditivos alimentarios, como los emulsionantes, que interrumpen el revestimiento intestinal, y los edulcorantes artificiales, que alteran el metabolismo.
Reducir el estrés, que afecta la composición y la actividad de las bacterias intestinales.

Otra recomendación para tener intestinos sanos es comer alimentos fermentados. Estos son buenos para mantener la diversidad de las bacterias intestinales, pero son recomendables solo cuando no hay enfermedades intestinales como el sobrecrecimiento bacteriano intestinal o el síndrome de intestino permeable. En estos casos, los fermentados pueden agravar los problemas.

Pero no hay duda de que la forma en que vivimos y la forma en que comemos está afectando nuestras tripas, lo que a su vez no sólo afecta a nuestros cuerpos, sino también a nuestras mentes. Así es que antes de sentarse a la mesa, póngase de acuerdo con sus billones de comensales internos y pídales que le ayuden a hacer una elección saludable.

Fuente, Scientific American (por Ellen Hendriksen, PhD)

El Ciudadano

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