Una sola molécula de la sangre provoca a los depredadores y repele a las presas

Investigadores suecos han descubierto que el E2D, un componente de la sangre animal, es tan efectivo como la verdadera sangre en animales como lobos, tigres y perros salvajes, pero produce aversión en las presas, las que lo asocian con el peligro y la muerte, y no con el alimento. Esta es la primera señal química que afecta por igual a animales humanos y no humanos.

Por Sofia Olea

25/10/2017

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Una esencia química que está presente en la sangre derramada de los mamíferos, hace irresistible a los depredadores buscar carne fresca, pero provoca reacciones muy diferentes en los animales que son presa.

Investigadores suecos han descubierto que el E2D, un componente de la sangre animal, es tan efectivo como la verdadera sangre en animales como lobos, tigres y perros salvajes, pero produce aversión en las presas, las que lo asocian con el peligro y la muerte, y no con el alimento, informa Science Alert.

Mientras que el olor de la sangre tiene todo un rango de señales químicas para varias especies, el E2D por sí solo es estimulante del comportamiento de caza en diferentes animales depredadores.

«Este hallazgo es único, porque es la primera demostración de que una sola sustancia química clave tiene la doble función de dar cuenta del acercamiento y la evasión, de una forma predictiva, en la relación depredador-presa a través de especies taxonómicamente distantes», dice el psicólogo Artin Arshamian, de la Universidad Radboud en Países Bajos.

«Es importante que esta sea la primera señal química que afecta por igual a los animales humanos y no humanos», agrega Arshamian. Los resultados de su investigación fueron publicados en Scientific Reports.

El E2D (trans–4,5-epoxy-(E)–2-decenal) se forma cuando las grasas de la sangre se separan debido a la exposición al aire. Si no hay heridas abiertas, no hay percepción del E2D.

Los investigadores identificaron la molécula por primera vez en 2014 y la aislaron a partir de la sangre de cerdos. Luego probaron su atractivo olfatorio con tres especies de perros salvajes y algunos tigres de Siberia.

Con la molécula esparcida en unos bloques de madera, los depredadores no dejaron de olisquear, lamer, morder, agarrar y jugar con estos. Los investigadores observaron que el mismo comportamiento se daba en los animales cuando usaron verdadera sangre en los experimentos.

En el nuevo estudio, los autores quisieron ver cuál era el efecto del E2D en organismos menos sedientos de sangre, suponiendo lógicamente que su olor metálico no pasaría desapercibido.

«Nuestra hipótesis fue que la especie que es presa estaría bajo una presión evolutiva que la volvería sensible al E2D», dice el biólogo Johan Lundström, del Instituto Karolinska en Suecia, a la agencia AFP. Esta sensibilidad le «ayudaría a evitar el área donde hay sangre».

El resultado mostró exactamente lo que los autores esperaban. En los nuevos experimentos, los investigadores encontraron que el E2D atraía a los lobos y a las moscas que succionan sangre. Pero cuando expusieron la sustancia a ratones, estos intentaron evitarla, de manera muy similar a como lo hicieron con la sangre.

En los humanos, un experimento con 40 voluntarios mostró que los participantes se alejaban levemente cuando se arrojaba un poco de E2D frente a sus caras (un gesto que los investigadores interpretaron como signo de aversión al olor).

Es más, la esencia no demoró mucho en incitar una respuesta negativa.»Los humanos son capaces de detectar el E2D en concentraciones menores a una parte por un billón», dice uno de los investigadores, el zoólogo Matthias Laska, de la Universidad Linkoping en Suecia.

Una de las grandes diferencias entre los humanos y las presas, como los ratones, es que nosotros nos parecemos más a los depredadores. Pero esto no fue siempre así. En el pasado lejano los seres humanos vivían huyendo de los depredadores en la naturaleza. Nuestra aversión al olor de esta sustancia de la sangre puede remontarse a esos días. «Nuestros hallazgos en humanos calzan con los datos paleontológicos que muestran que los primeros primates eran insectívoros de cuerpos pequeños», explica Lundström.

«No hay duda de que los humanos somos depredadores oportunistas, pero probablemente evolucionamos desde una especie que era presa y algunos aspectos de estos rasgos premanecen», concluye el investigador.

EC

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