Viejas pomadas: De la momia pulverizada de Egipto a las verrugas de caballo

Desde el siglo VI al XII los remedios más reputados en Europa eran la Momia de Egipto y el Cuerno de Unicornio Molido

Desde el siglo VI al XII los remedios más reputados en Europa eran la Momia de Egipto y el Cuerno de Unicornio Molido. Tal como hoy se usa el Paracetamol o la Domperidona, en la época de la teoría de las signaturas que ordenada el universo de enfermedades y sus causas, la terapéutica se nutrió de excrementos, animales muertos, momias, hierbas y de mezclas como el aceite de lagartija o la caca de perro blanca molida. La Triaca Magna, la grasa de niños o la Momia Pulverizada de Egipto fueron poderosos remedios. Y, según tantos siglos de apogeo, funcionaban.

 Si hoy el Paracetamol o la Cloxacilina son el remedio para un sinfín de malestares, hace poco más de un siglo la momia pulverizada de Egipto y remedios en base a excremento  eran la panacea de médicos y boticarios. Por siglos fue común que los reyes de Inglaterra o Francia curasen las enfermedades por imposición de manos; soberanos como Guillermo III de Inglaterra recomendaban como medicamento ojos de cangrejo secos y molidos.

La araña metida en un saco curaba las convulsiones; llevando corales se estaba a salvo de la malaria, con castañas de Indias del reumatismo o una serpiente al cuello curaba el bocio.

ESTIERCOL DE MOSCA PARA LOS DIENTES

La farmacopea más antigua es la china. El compendio Pen Tsao Kang-Mou, atribuido a una codificación ordenada por el emperador Shemmeng el 2.697 A C contiene 8.160 fórmulas, que se preparaban a base de 1.871 sustancias como el ginseng, las babas de sapo, cuerno de ciervo, pelo de tigre o carne de serpiente.

Los que hicieron escuela son los egipcios. En los papiros médicos de Ebers, que datan del siglo XII a.c. y encontrados en 1.873 en Luxor, hay más de mil recetas y 800 tipos distintos de drogas. Usaban el opio, marihuana, solanáceas y bebidas alcohólicas. Si bien se han logrado descifrar algunas recetas, la mayoría se fue sepultada con las pirámides. Una de ellas para el dolor de dientes de niños e impedir sus gritos dice: ‘Mézclese el jugo de la planta spen con estiércol de moscas que hay en las paredes, hágase una masa, pásese por tamiz y adminístrese durante 4 días’.

FARMACOPEA MEDIEVAL

Desde el siglo VI al XII los remedios más reputados en Europa eran la Momia de Egipto y el Cuerno de Unicornio Molido. La Iglesia prohibía el uso de muchas plantas por ser diabólicas. A falta de medicinas el libro Reprobación de las Supersticiones propone un remedio para la hidrofobia : ‘En éste mal de la rabia tienen especial gracia Santa Catalina y Santa Quiteria, y encomendándose a ellas con misas, ofrendas, generosas limosnas y oraciones devotas muchas personas han sanado’. Cuestión de fe.

Por ello no era raro que las farmacopeas de Nuremberg (1546), Basilea (1561) o Matritense (1739) consideraran los Oleos Sagrados como un excelente remedio. José Pérez de Barradas, estudioso de la cultura arqueológica de San Agustín, en Plantas Mágicas Americanas, describe las concepciones europeas sobre el origen de las enfermedades y los medios para combatirlas: «El chupar las heridas infectadas era práctica preconizada por la famosa escuela de Salerno; la saliva se consideraba como un fluido lleno de virtudes curativas; el remedio más famoso era la Triaca, que se preparaba con sangre de víbora y setenta y tres elementos más’.

CHILE: LA BOTICA DE LOS JESUITAS

La botica que hizo historia fue la de los Jesuitas, ubicada donde hoy está el ex Congreso. Se cree que funcionaba desde 1613. Con la expulsión de la orden de todo territorio español por parte de Carlos III en 1767, se manda a hacer un inventario de sus bienes, documento que es una vitrina a procedimientos y fórmulas para resolver problemas de salud y que fue rescatado y publicado en 1953 por el doctor Enrique Laval, uno de los pionero en historia de la medicina chilena.

La botica ocupaba un extenso salón y el inventario ordenado por el Cabildo señala que en sus muros había estantes con 311 cajones, dos sótanos, frente a la sala un estante con otros 127 cajones para remedios, 677 frascos, 178 limetas y retortas, 906 botes y un total de 916 productos entre drogas y preparados. El último boticario, el cura José Zeitler, llevaba 23 años a cargo del establecimiento y logró reunir más de 100 libros de ciencias, siendo la principal colección de su época en el país.

En uno de ellos, del médico Juan Curvo, de 1730 se da como receta para la amigdalitis ‘tirar y estregar las orejas del doliente hasta que se pongan bien encendidas. Quien supiere la gran correspondencia que tienen estas partes entre sí, no dudará de la certidumbre del remedio’.

Dicha botica fue la principal de la colonia del extremo sur de América. Comparando con otras de la época, contrasta con el inventario de la botica del San Juan de Dios hecho en 1748 que cuenta 170 medicinas. En 1791 otro registro señala que había 2 de 20 jarabes existentes, 4 bálsamos de 13, 2 tipos de aceite de 16. Pero sí ambas boticas tenían Láudano de Sydenham y Triaca Magna, remedios de gran valor en la época.

TRIACA MAGNA

La Triaca Magna fue el más célebre de todos los remedios de la antigüedad y por varios siglos. Hasta a mediados del siglo XIX seguía gozando del favor de numerosos médicos. Unos creen que la fórmula se debe a Andrómaco de Creta, médico de Nerón, y otros a Mitriades VI, rey del Ponto, descrita por Galeno. La receta habría sido encontrada en el templo de Asclepio de Epidauro grabada en bronce.

Según la primera farmacopea editada en español, la Farmacopea Matritense (1739) debe tener: acacia, opio, anís, azafrán, comino de Marsella, díctamo de Creta, hierba de San Juan, hinojo, miel, incienso y carne víboras entre otros 70 componentes. También su preparación debía cumplir un estricto ritual, como que en el siglo VI en Venecia su confección era en presencia de los priores, consejeros, médicos y boticarios; en Bolonia debía ser frente al pueblo reunido en el Arquigimnasio; en España frente a las autoridades civiles de la más alta jerarquía y del Real Colegio de Farmacéuticos.

ACEITES Y BÁLSAMOS

Otra cosa eran los aceites, como el Vulpino, cuya receta nos la dan los registros jesuitas:  Se toma un zorro con piel recién mudada, se le sacan los intestinos, sus huesos se despedazan y desmenuzan y se le agrega sal, sumidades de anís, tomillo, hierba de San Juan, vino blanco, hojas de salvia y romero. Era recetado para dolores por frío y de las articulaciones en aplicación local calentado. También servía para la gota, el reumatismo y la ciática.

Los alacranes también tenían su aceite. Se preparaba ahogando los escorpiones en aceite de almendras y era dado como infusión para las picaduras del mismo bicho siguiendo la difundida lógica que cada animal ponzoñoso era el más eficaz contraveneno para su picadura.

Otro uso era para disolver los cálculos renales, aplicándose exteriormente o introduciéndose por la uretra. La Ceniza de Alacrán también tenía su reputación en cálculos al riñón y a la vejiga y en las orejas para la ostalgia. Claro que la condición del remedio era quemar al alacrán vivo.

Los bálsamos también gozaron de gran prestigio. Había bálsamo de Arceo, hecho con sebo de carnero, trementina, goma elemí y manteca de cerdo para las úlceras. Otro era el de Cangrejos, preparado con los ojos de éste o su cáscara. El padre Sánchez Labrador decía: ‘Tómese un cangrejo de agua dulce, póngase a tostar en un vaso de hierro, muélase, hágase polvo sutil y se echa sobre las llagas encanceradas y sobre otras cosas ; así se aprieta bien y crían una costra dura’.

También era para dolores de estómago, cólicos, cálculos y fiebres.

Otro era el Bálsamo de Cachorros, cuya preparación estaba perfectamente reglada: ‘Se toman tres perros recién nacidos y se cocinan en aceite común, luego se agregan lombrices, aceite de sumidades de orégano, tomillo silvestre, poleo, hipericón, mejorana y trementina’. Al cabo de 15 días se cuela y es excelente para la parálisis y todas las afecciones del sistema nervioso.

ENJUNDIAS ANIMALES

El siglo XVIII fue el auge de los remedios en base a animales y en las boticas no podía faltar el stock de preparados en base a perros, gansos, víboras, osos y humanos. El diente de Jabalí combatía la pleuresía ; la Enjundia de Cóndor para las enfermedades nerviosas, la epilepsia y la jaqueca ; el Aceite Humano para embellecer el cutis ; la Grasa de Perro y de entrecejo de León para la tuberculosis ; y la Esperma de Ballena, sacada del cachalote, para las afecciones toráxicas, la disentería y para que coagule la sangre.

Adriana Montt dice en sus cartas que ‘para el saratán (cáncer) las lagartijas después de botarle la cabeza y la cola o polvos de culebra son el remedio’. El aceite de Lagartija también es usado para que crezca el pelo y para el dolor intestinal puesto sobre el abdomen del enfermo.

Otra que no corría gran suerte era la liebre. Los polvos del animal calcinado eran considerados por su virtud aperitiva, diurética y sudorífera. Del Espíritu y la Sal de la Liebre se hacía un ungüento bastante reputado contra el pasmo y el reumatismo. Las liebres muertas aplicadas en los dientes cariados servían también para el dolor. La Farmacopea Matritense recomendaba lavar las liebres tres veces en agua tibia, vino tinto y aceite de oliva.

El Aceite de Liebres se preparaba tomando 3 libras de gusanos, 3 de aceite común y 1/2 libra de vino blanco. Todo esto se maceraba junto a la liebre por 24 horas. La pócima estaba lista al no quedar líquido alguno y servía para los dolores articulares, curaba heridas y para las enfermedades de los nervios y músculos.

Otra receta era con los Chanchitos de jardín. Como tienen Nitrato de Potasio eran hechos caldos y jarabes diuréticos y aperitivos. La receta consistía en coger los chanchitos vivos, echarlos en alcohol, agua caliente o vino. Sánchez Labrador sostiene que ‘secos o molidos, desleídos en agua se aplican a las mejillas dos veces al día y quitan el dolor de muelas’. También aplicados donde entró una espina la hacen salir fuera. Una receta más fue el Espíritu de las Hormigas, que era obtenido destilándolas en agua y alcohol, uso que duró hasta la síntesis del ácido fórmico. Otro Espíritu, el del Vino, era para afecciones dérmicas y heridas.

Por su gran tamaño el alce fue llamado en Europa la gran bestia y como se creía que éste animal tenía ataques de epilepsia que cesaban de inmediato al meter la pezuña posterior izquierda en la oreja del mismo lado, se aplicó el remedio a los humanos. Como en América no había alces, los españoles no hallaron mejor cosa que achacar las virtudes curativas a la uña del tapir. Así que todo epiléptico andaba con su uña en el bolsillo.

Otro remedio eran las Verrugas de caballo. Claro que echas polvo, recetas que vienen de los romanos, quienes la usaban para combatir la litiasis tomándolo con vino por 40 días consecutivos. Acá se usaba para frenar a los alcohólicos.

MOMIA PULVERIZADA DE EGIPTO

Considerado el remedio más poderoso en siglos, el polvo de momia tiene sus orígenes medicinales en la propia farmacopea egipcia. En los papiros de Ebers se le atribuyen propiedades curativas y afrodisíacas y los médicos árabes y hebreos aconsejaban su uso para la sanación de las cefaleas, la amenorrea, la melancolía, los cólicos, el asma, la tuberculosis, la desgana sexual y un largo etcétera.

Provenientes de Siria y Egipto, la Momia Pulverizada llega a Europa a través de Venecia. La creencia popular sostenía que las momias al ser embalsamadas con las codiciadas esencias divinas su consumo implicaba participar de los efectos del elíxir divino con sus cualidades de conservación. Las formas de preparación incluían bebedizos obtenidos de los humores que destilaba el cadáver, mezclados con aloe, pomadas, ungüentos y polvos, la momia no sólo aliviaba las afecciones físicas, si no que producía el asesoramiento místico a los dioses.

Mathéole, herbario europeo, señalaba que lo curativo estaba en los humores que rezuman de los cadáveres embalsamados con sustancias odoríferas y en la botica jesuita la Mumia era usada para las lesiones por golpe o caída como coagulante. Fue tal el tráfico de momias desde Asia que se empezaron a falsificar en Europa, siendo Francia con el tiempo uno de los principales productores de momias.

Se robaban cadáveres de ajusticiados durante la noche, les sacaban el cerebro, las vísceras abdominales, posteriormente eran secados en hornos, se salaban y aromatizaban. Más tarde eran embetunados en betún de judea y a los tres meses eran vendidas como momias legítimas.

Con el tiempo la carne de los ajusticiados –mumis patibuli– tomó sus propiedades exclusivas, poseyendo maravillosas virtudes curativas. El mismo Ambrosio Paré, quien desentrañó varios mitos, recomienda que ‘la momia verdadera se extrae de los sepulcros bien cerrados y encementados, embalsamada de modo tal que la ropa se encuentre todavía entera… como si hiciera cuatro días’.

La Farmacopea Matritense la recomendaba para golpes y fracturas. Y junto a sangre de macho cabrío, tierra sellada (silicato de aluminio hidratado) y riubardo constituían los Polvos Compuestos Contra Casum.

Otro remedio fue la Usnea, medicación oficial que figuraba en la farmacopea hasta el siglo XIX y que gozaba de gran fama como agente curativo; estaba elaborada con el musgo raspado de la calavera de un criminal ahorcado con cadenas.

Paracelso usó la Mumia en terapéutica. La recetaba en pociones y pomadas y se cree que más que usar al cadáver en si, recetaba los hongos que crecían junto al éste. El problema fue cuando llegaron los árabes a Egipto, lo que cortó el tráfico de momias a toda Europa. A falta de ésta los boticarios expedían Momia Arte Facta, una especie de sucedáneo de momia, cuya receta da Tournier, en proporciones de cada cosa: asfalto, 20; incienso, 10; colofonio, 40; aloe. 10; resina blanca, 10; ocre amarillo, 15. Nadie iba a poner en duda sus beneficios sino hasta bien entrado el siglo XIX. Cosas de la medicina.

 Mauricio Becerra Rebolledo

@kalidoscop

El Ciudadano

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