Hijos del rigor: Ser o no ser chileno

  La identidad como carácter nacional de un pueblo es tan difícil de definir que incluso se puede afirmar que como tal, no existe

Por Director

16/02/2012

Publicado en

Ciudadanos al Poder

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La identidad como carácter nacional de un pueblo es tan difícil de definir que incluso se puede afirmar que como tal, no existe. Esta afirmación tajante y directa podría acabar con toda esperanza de desarrollar un ensayo sobre la identidad de cualquier país, más aún, siendo Chile una nación con raíces históricas bastante olvidadas de la consciencia colectiva, ya sea por el rol conquistador del español, o por la misma opresión ejercida por las autoridades del Chile independiente hacia el pueblo, o bien, por la clara dificultad comunicativa que presenta Chile por su larga extensión, lo que también diversifica aún más a la población chilena. Sin embargo, todos estos hechos que podrían sustentar la carencia de un carácter nacional chileno encierran tal profundidad en sí mismo que bien vale explicar cada uno y elaborar una definición de la identidad chilena a partir de ellos. Para este propósito no he elegido un personaje histórico, artístico o un plato de comida, o un elemento hogareño, o un libro ni nada, ya que tratar de relacionar la identidad chilena, aparentemente inexistente, a un simple elemento sería en sí mismo un error de comprensión. Más bien, explicaré este fenómeno con la analogía de la catástrofe, del permanente caer y levantar del chileno, que sí es un rasgo que nos podría, de alguna forma, unir como un pueblo en particular.

Para comenzar este viaje por el carácter nacional, en primer lugar, definiré la forma en que ocuparé el concepto de Identidad. Esto se basará en tres preguntas básicas, moldeadas según el tema que presento: ¿quiénes son los chilenos?, ¿quiénes quieren ser los chilenos? y ¿quiénes son los chilenos a los ojos de los demás? [Identidad Chilena, Jorge Larraín, 2001]. Al tratarse de una identidad colectiva, primero es necesario definir los rasgos culturales que compondrían el ser chileno, dejando de lado cualquier rasgo emocional, ya que no es correcto atribuir rasgos psicológicos a una identidad colectiva. Algunos rasgos culturales que sí nos podrían unir como chilenos son: el mestizaje cultural dado por el encuentro entre España y el mundo precolombino, , la consciencia de clase que ha devenido en una sociedad altamente clasista y segregada, el sentimiento de superioridad ante gran parte del resto de los países latinoamericanos, la comodidad con la que se ha implantado el fenómeno de la globalización en todas las esferas de nuestra vida, y como rasgo principal del cual nace la identidad del pueblo chileno, la catástrofe, la necesidad imperiosa de levantarse ante la catástrofe que rodea permanentemente la vida de los chilenos, ya sea en el plano medio ambiental, social, político o económico.

Estos 5 rasgos o factores son los que conforman la identidad chilena, a partir de los cuales se puede obtener una visión del pueblo chileno, la que precisaré en relación al último rasgo, como dije, el más importante, por el cual nos hemos desarrollado como hijos del rigor.

El primer rasgo, común a toda Latinoamérica, excepto Brasil, es el mestizaje cultural. Sin duda, esta confluencia de culturas producida en el descubrimiento y conquista del nuevo continente produjo una nueva forma de cultura occidental, influida de algún modo por los rasgos culturales de la nueva tierra, pero con la preponderancia de la cultura española.

En segundo lugar, la población chilena ha sido históricamente clasista, incluso en la actualidad. Puedo afirmar esto debido a la constante formación de una elite que ha dirigido al país, muchas veces a espaldas de la mayoría de la población. Desde los padres de la patria, los inicios de la República de Chile como tal, ya se puede apreciar un serio distanciamiento en los intereses de esta elite, que buscaba desprenderse de la influencia española y ser independientes, y los intereses de las clases populares, que no entendían los beneficios que podría traer esto para Chile e incluso veían con cierto temor toda esta inestabilidad. Este fenómeno se mantuvo en el tiempo, acrecentando sus márgenes en la medida que la posesión de las fuentes de riqueza se concentró en senos familiares aristocráticos, para luego irse a manos de los grandes comerciantes e inversionistas extranjeros. La clase privilegiada chilena nunca pudo entender por qué los pobres debían tener condiciones más dignas de vida. Durante el régimen parlamentario, cuando la riqueza del salitre se concentró en el inversionista estadounidense , las autoridades de la época nada hicieron para otorgar mejores condiciones de trabajo a los mineros, que dejaban su vida en las minas para conseguir el sustento diario. Solamente mediante la fuerza del movimiento obrero, que a partir de 1900 comenzó a exigir mejoras en sus condiciones laborales, se pudo conseguir un nivel ligeramente mayor de bienestar. Pero las desigualdades continuaron, el capital fue concentrándose cada vez más, y aunque emergía una clase media compuesta por profesionales como médicos, abogados e ingenieros, Chile siempre cobijó en su memoria este sentimiento de distanciamiento con las clases populares, que seguramente eran pobres porque así lo querían o porque simplemente eran flojos. Hoy esta situación no ha cambiado, y si bien podemos ver una mayor diversidad y tolerancia en la población, realmente aún no podemos convivir de igual a igual con las personas socioeconómicamente inferiores.

Ligado a este rasgo se encuentra el tercero, el sentimiento de superioridad respecto a los demás países de Latinoamérica. Sin duda, el chileno desde pequeño es enseñado a menospreciar o, por lo menos, valorarse más que a un peruano, un boliviano, un ecuatoriano, o cualquier habitante de otro país de la región, quizás con la excepción de Argentina y México. Esto se podría definir como un clasismo internacional, una especie de cinismo en el cual nos creemos ser mejores que el resto, lo que se evidencia en nuestra convivencia y trato con los inmigrantes que llegan al país o nuestra actitud en los países vecinos cuando los visitamos.

Como cuarto punto característico de nuestra identidad destacaré el fenómeno de la globalización, que desde la segunda mitad del siglo XX, más específicamente junto a la instauración del neoliberalismo en Chile, en la década de los 80, ha penetrado con tal fuerza en la sociedad chilena que ha socavado muchas de las tradiciones que como país nos caracterizaban. Probablemente, ahora seamos uno de los países más globalizados de Latinoamérica, pero esto en el sentido perjudicial que este fenómeno ha traído para las naciones, ya que el mayor acceso a la información y la homogeneidad de la población mundial ha traído consigo el olvido de las tradiciones y formas de vida propias de Chile. Así, la sociedad chilena se ha ido diluyendo en torno al carácter globalizado de la sociedad de mercado en la cual está inmersa, adquiriendo así fuertes rasgos norteamericanos en nuestra vida, como el consumismo y la convivencia diaria con marcas y productos de origen estadounidense.

El quinto punto y el más importante en la conformación de la identidad nacional de Chile, según mi análisis, es la importancia de la catástrofe como elemento decisivo en nuestra historia y nuestra noción de sociedad. Desde los inicios de la nación, incluso durante el periodo de conquista y colonia, la catástrofe fue un elemento en constante presencia. Por ejemplo, los numerosos asaltos mapuches a las ciudades o fuertes fundados por los españoles suponían tal destrucción, que éstos debían reorientar en gran medida su estrategia de conquista. Ya durante los inicios del Chile independiente, fue enormemente difícil conformar un país como tal, la catástrofe política y social hizo mella en el precario sistema organizativo chileno. Tal es la influencia de la catástrofe en la vida política y social de Chile que podemos afirmar que todas las constituciones políticas del país son producto de crisis sociales, catástrofes del orden republicano. Tanto la Constitución de 1833, producto de un largo proceso de anarquía y falta de dirección política; como la Constitución de 1925, redactada tras la catástrofe del parlamentarismo a la chilena que relegó los derechos del proletariado y obligó a la intervención militar; y la Constitución de 1980, concebida luego del fracaso del socialismo en Chile y la violenta irrupción, nuevamente, del poder militar que reestructuró casi revolucionariamente el sistema político y económico chileno, son ejemplos indesmentibles del complicado proceso de crecimiento de la sociedad chilena que sólo ha podido avanzar al amparo de las catástrofes.

Otro ámbito en este rasgo es la catástrofe natural, de la cual hemos sido testigos el año recién pasado con uno de los terremotos más fuertes y destructivos en la historia de la humanidad. Chile no ha pasado más de 30 años sin experimentar un quiebre en su infraestructura y en la calidad de vida de su población producto de alguna catástrofe natural, ya sea un terremoto, maremoto o la erupción de un volcán. Curiosamente esto, si bien en muchos casos ha significado la pérdida de un gran número de población, ha significado el avance en materia de vivienda y el mejoramiento de las estructuras urbanas y rurales. Siempre al ritmo de la catástrofe, según lo que las circunstancias nos han exigido. Chile nunca ha podido crecer según el natural desarrollo de sus procesos sociales, sino, más bien, su historia es el constante devenir de la catástrofe y la reacción ante ella.

De esta forma, la identidad chilena se sustenta más que nada en el principio de la catástrofe, que ha construido la manera que tienen los chilenos para enfrentarse a la realidad y mirar su historia. A raíz de esto se genera también el olvido de las situaciones históricas que nos han conformado como nación, ya que a medida que surge una catástrofe puntual es necesario responder a ella y volver a nacer, olvidando lo que hubo antes de esta catástrofe.

El chileno no tiene un sustento concreto, una idea de lo que quiere ser en el futuro. No se puede responder a la pregunta ¿quiénes quieren ser los chilenos?, porque simplemente no existe una proyección concreta sobre el ideal de nación que se desea, ya que el devenir de las catástrofes ha condicionado el sentido de trascendencia de la sociedad chilena. Simplemente vivimos al filo del día, al filo del gobierno vigente, al filo de la alerta de la ONEMI, al filo de costear la bolsa de pan para el día. No existe proyección, y si la hay sería simplemente una idea muy idealista y abstracta, no de sociedad, sino que de personas, con valores justos que harían de este y cualquier otro país, uno mucho mejor, pero si hablamos de idea de sociedad no existe nada. La catástrofe está de tal forma inmersa en nuestro pensamiento que inconscientemente hemos llegado al punto de saber que la estabilidad en cualquier minuto se romperá y tendremos que volver a levantarnos, como otras tantas veces, rápidamente y sin la necesidad apremiante de aprender del pasado, total “ya habrá tiempo para eso”.

Los otros cuatro rasgos que mencioné podrían ayudarnos a entender la mirada de los demás en relación a la identidad chilena. Si un extranjero se adentrara en nuestra realidad se daría cuenta del clasismo, del sentido de superioridad, de esta forma de neo cultura occidental y de la facilidad con que la globalización ha aprisionado la cultura y tradiciones chilenas, relegándolas a un espacio meramente anecdótico y turístico, a diferencia de lo que sucede en la mayoría de los países Latinoamericanos, donde constantemente se intenta rescatar las tradiciones propias del origen del pueblo o su mestizaje con la tradición proveniente de Europa. Sin embargo, los chilenos no saben valorar su cultura. Con suerte conocemos dos versos de Pablo Neruda y el “piececitos de niño, azulosos de frío” de Gabriela Mistral, o el “Gracias a la vida” de Violeta Parra, pero nada comparado al fervor argentino por su tango, o la importancia para el pueblo brasileño del Carnaval de Río.

Una nación que no se conoce o no sabe para dónde va. Eso podríamos ser para los demás, como niños jugando al doctor sin saber las medicinas que deben ocupar

En conclusión, el pueblo chileno vaga formando su historia al influjo del día, según el día lo mande, según se cree una nueva situación de catástrofe que obligue a reordenar la vida y el transcurso de las historia.

 

 

Por José Ramírez Gaete

 

 

 

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