Los militares que Chile necesita

Es necesario resituar al militar como un ciudadano, que tiene derechos y deberes con la República, pero que viste de uniforme, pues ha decidido voluntariamente restringir sus derechos políticos para ser parte de quienes portan las armas en defensa de su familia, barrio y nación. No somos enemigos, demostrémoslo. Necesitamos que las Fuerzas Armadas conozcan y empaticen con los dolores de su pueblo para situarlas como parte de la sociedad, de la misma sociedad que debe elegir si aprueba un nuevo sistema o mantiene el sistema impuesto y que tendrá

Por Leonardo Buitrago

20/09/2020

Publicado en

Chile / Ciudadanos al Poder / Portada

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Por  Jorge Brito Hasbún

Los países que han enfrentado dictaduras o guerras y que han buscado salir adelante, han debido acordar democráticamente qué Fuerzas Armadas son las que necesitan para el futuro. Desde el uniforme, los cantos y símbolos hasta la doctrina y sistemas de armas, todo es parte de la política de defensa militar que los países desarrollan. Hoy, a propósito de la extendida presencia militar en las calles producto del Estado de Excepción Constitucional, algunas personas han manifestado interés en conversar sobre aquello, cuestión que parece urgente y necesaria, pero que ha estado ausente en los espacios tradicionales de conversación pública.

Para comentar la profunda crisis general que enfrenta nuestro país, los medios de comunicación han visto desfilar a empresarios y políticos, personas nuevas y viejas, representantes de lo público y del capital, pero ¿qué opinan los militares?, ¿en qué han estado los militares?

Los militares, al igual que gran parte del país, han estado trabajando en un prolongado contacto con la población, los que han podido han estudiado y observado al pueblo. Con matices y motivaciones distintas, cada institución de las Fuerzas Armadas ha estado involucrada en el acontecer nacional como no ocurría desde inicio de los años 90.

Para los militares de mayor edad, no es algo nuevo. Gran parte del alto mando actual hizo ingreso a la institución en plena dictadura. Si bien al día de hoy no conocemos a ninguno que esté siendo procesado por violaciones a los Derechos Humanos, la mayor parte de ellos sí fueron parte de la fuerza ilegítima que se utilizó para enfrentar las protestas de los años 80 y desmantelar el Estado, entregando 700 empresas estatales, el agua y las pensiones de los civiles a los grandes grupos económicos, además de cometer terribles y múltiples crímenes que hasta el día de hoy causan sufrimiento en gran parte del país y, en especial, en miles de familias chilenas.

Algunos jóvenes que conforman la oficialidad poseen una sensibilidad social distinta. Pues, pese a que hay quienes nacieron y se mantienen viviendo en una villa militar sin conocer un barrio chileno promedio, para muchos y muchas, los abusos evidentes del sistema no les son indiferentes. Si bien no les afecta directamente a ellos la miseria de pensiones que genera el negocio de las AFP, sí podrían apreciarlo en su entorno familiar o cercano, sumado a los variados abusos que en su mayoría los chilenos y chilenas viven: colusión de farmacias, costo de la salud, sueldos bajos, incluso con un Gobierno buscando reajuste de 0%, los problemas de seguridad de nuestros barrios, brecha en educación, entre muchos otros aspectos, son situaciones que a las nuevas generaciones de uniformadas y uniformados deberían causarles ruido y preocupación. Eso esperamos y queremos creer.

Los suboficiales, o “clase” como les llaman los oficiales, son la base del esfuerzo operativo que la tecnología no ha podido reemplazar. Se compone, en su mayoría, de jóvenes campesinos y obreros, de orígenes rurales y urbanos, de rincones del norte y sur, chilenas y chilenos de ascendencia variada que constituyen el pueblo uniformado.

Así, militares, algunos civiles y libros de historia, reivindican la figura del Ejército como “el siempre vencedor y jamás vencido”. Sin embargo, quienes ejercitan un sano pensamiento crítico saben que la realidad es distinta y son variadas las veces en que el Ejército ha sido derrotado por ejércitos mercenarios, pagados por la élite de Santiago (1830, 1891) o, bien, cuando han sido utilizados para matar y, de esa forma, defender el interés privado y particular de unos pocos, dañando a muchos.

Pareciera que hay quienes quieren que la historia se repita. Las antiguas fortunas hoy se apellidan distinto, pero operan de la misma manera: pretenden que las Fuerzas Armadas y el Estado les protejan el negocio, aun cuando eso atente contra las vidas de su propio pueblo. Mal que mal, en Quintero, en las movilizaciones posestallido y en el Wallmapu, por ejemplo, el Estado se ha hecho presente con más militares y fusiles que personal de salud, de educación o apoyo social.

Las duras contradicciones se pueden ver en las calles de Chile, pero también en las labores que cumplen las FF.AA. de Chile en el mundo. Por ejemplo, a través de la estrecha relación sostenida con el Comando Sur de Estados Unidos, homologando la capacidad operativa de la fuerza para que nuestras Fuerzas Armadas estén en condiciones de seguir órdenes de los estadounidenses y, de esta forma, colaborar y proteger conjuntamente las rutas comerciales que les permiten a las empresas exportadoras de commodities llegar a tiempo con los cientos de millones de dólares en alimentos y minerales, que –por ejemplo– nuestro país envía al hemisferio norte u otras latitudes del globo.

A la defensa compartida de nuestras rutas comerciales con una potencia extranjera, se suman las nuevas atribuciones con las que el Gobierno ha propiciado involucrar a las Fuerzas Armadas, en temas internos. Pero se sabe que ninguna FF.AA. podrá solucionar conflictos ampliamente reconocidos por ser de origen social y político. El estallido del 18 de octubre y la crisis política, requieren un esfuerzo del Gobierno, de la política y no más de lo militar.

Esta es una crisis social de proporciones, jamás antes vista en el país que, si es bien tratada y resulta acorde a la voluntad mayoritaria de Chile, podría traer FF.AA. con amplio conocimiento, respeto e incluso cariño recíproco con el pueblo del cual formen parte, pues tú tienes derecho a participar de este debate.

En esta reflexión no busco juzgar si es correcto o no que la Armada sea una herramienta para la política exterior en un signo de dependencia global y se someta operativamente al país del norte, más aún considerando al presidente actual que dirige EE.UU. Sino, más bien, busco que reconozcamos que durante estas tres décadas, la Defensa de Chile ha tomado una serie de rumbos que no necesariamente están orientados a los intereses del proyecto nacional, que no se ha conversado con la sociedad al respecto y en la que el pueblo no ha sido informado, consultado ni manifestado su opinión respecto de qué Fuerzas Armadas necesita Chile.

Este debate debe realizarse. Con esto no buscamos excluir a las FF.AA., muy por el contrario, buscamos incorporarlas a la realidad nacional, entendernos como compatriotas y ser capaces de definir por primera vez cuáles son los militares que Chile necesita para proteger al país en el que queremos vivir. Es probable que los militares que Chile necesita sean distintos a los que necesita Estados Unidos y, por ende, requiera una doctrina propia o, probablemente sean distintos a los que necesitan los grupos Luksic o Angelini, pues hay situaciones en las que proteger al país pueda implicar afectar y dañar los intereses de estos grupos. Entonces, ¿a quién protegerán las FF.AA. de Chile en el siglo XXI?

Desde este rincón cordillerano y al borde del mar, el país ya sabe que puede planificar un futuro común, de progreso justo, donde el patriotismo sea entendido como la defensa del territorio, del pueblo y su dignidad, ante todo aquel que lo afecte y amenace, como actualmente lo hacen la corrupción, la evasión de impuestos o la devastación que el capitalismo lleva contra la naturaleza y vida en el planeta.

Esto es inalcanzable con Fuerzas Armadas que no viven en la realidad chilena. Es necesario resituar al militar como un ciudadano, que tiene derechos y deberes con la República, pero que viste de uniforme, pues ha decidido voluntariamente restringir sus derechos políticos para ser parte de quienes portan las armas en defensa de su familia, barrio y nación.

Un ciudadano de uniforme no debería buscar enemigos entre los asistentes a una marcha, a un ciudadano de uniforme les duelen los abusos transnacionales de las AFP en contra de nuestra clase trabajadora, un ciudadano de uniforme entiende que las comunidades que se manifiestan contra una termoeléctrica están preocupadas al igual o más que él sobre el presente y futuro del país. Un ciudadano de uniforme entiende que no se sostiene la hipocresía del Estado chileno en el Wallmapu, y solo busca en sus pueblos indígenas aprendizajes y sabiduría, en especial la que ha defendido por tantos siglos la vida y tierra del sur, algo que él juró hacerlo como eslabón principal de su carrera militar.

Asociando el propósito personal al colectivo y, por ende, al propósito profesional del ciudadano de uniforme, solo así podría ser posible evitar las tragedias de las cuales la historia ya conoce suficiente.

No somos enemigos, demostrémoslo. Necesitamos que las FF.AA. conozcan y empaticen con los dolores de su pueblo para situarlas como parte de la sociedad, de la misma sociedad que debe elegir si aprueba un nuevo sistema o mantiene el sistema impuesto y que tendrá por primera vez en la historia la oportunidad de responder: ¿qué militares necesita Chile?.

Artículo de opinión publicado originalmente en El Mostrador, el 19 de septiembre de 2020.

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