“Lo más difícil se aprende enseguida, lo hermoso nos cuesta la vida”

Recuerdo constantemente cuando mi mamá insistía en repetirme preventivamente situaciones a las que yo en su mayoría omitía

Por seba

28/03/2012

Publicado en

Columnas

0 0


Recuerdo constantemente cuando mi mamá insistía en repetirme preventivamente situaciones a las que yo en su mayoría omitía. La más común “Camila, no vayas a meter los dedos en el enchufe porque te vas a electrocutar”. 1, 2, 3 veces repetido. Una navidad, intrigada, como todo niño o más bien como todo ser humano, me posicioné bajo el pino de cerca de dos metros que coronaba mis días. Sin embargo mi interés no radicaba en ver lo que podría existir entre los paquetes coloridos, que ya hábilmente a esta altura sabía que procedían de las salidas furtivas de papá y mamá, más bien, la insólita magia que producían las luces en aquel árbol plástico, era lo que se llevaba toda mi atención. Fue así, como sin mayor conflicto ni rodeo, agarré el interruptor, lo enchufé y vi como “se hizo la luz”. En ese momento y bajo una inminente necesidad de sentir el poder que Dios podría tener, decidí apagarlas, prenderlas, apagarlas, hasta que finalmente, puse los dedos en el interruptor. A decepción del desenlace de mi historia, la consecuencia no fue mayor a un susto y una sensación espantosa en mis dedos. Sin embargo, asumiendo mi error, testarudez y vergüenza ante tal precipitado y fallido acto, decidí callar. La verdad es que llevo callando alrededor de 17 años sin contar esta verdad a mi madre, y aunque esta lección fue el comienzo de mi autorregulación ante el comportamiento con todo aquello que tenga un proceder electrónico, aún no me atrevería a contarle del riesgo al que me expuse simplemente por no escucharla.

He supuesto toda mi vida, que la tranquilidad de un padre radica, efectivamente, en saber que todos los conocimientos entregados a sus hijos han sido adquiridos, de modo que el avance de cada uno de ellos en esta vida se vuelva más llevadera y se prolongue con calma. Los errores que nos hayan conducido a esto,  se transforman en historia, más que nada un paso obligado y muchas veces una pequeña anécdota que compartir en alguna junta con los amigos. Eso siempre he creído, creo seguir creyendo, al menos creo creerlo, creía, creo. Sí, creo.

La historia de nuestro país es un pequeño mapa de errores. Quizá esta situación no sea tan terrible, pues somos una nación relativamente joven, que se constituye a forjarse como un grande. Algo así como un adolescente. Sin embargo este adolescente hace casi 40 años, se vio enfrentado a presenciar una constante seguidilla de abusos a los derechos humanos, denominadas por muchos estudiosos como el más terrorífico atropello a los derechos humanos en Latino América, uno de los más horribles del mundo, el más inexplicable y terrible para mí. Las persecuciones a las ideas y el actuar, al ser y creer, en palabras simple a la libertad, es lo que coronó y justificó el que muchos hijos, padres, madres, hermanos, hoy se siga sin saber dónde están, otros caminen por Chile encontrando razones nuevas que difuminen los recuerdos, otros hacen patria lejos de aquí, otros volvieron y me atrevo a decir que ninguno lo ha podido olvidar. Quizá porque no hay que olvidar.

Anteriormente a esto, no muchos años, en 1907 en Iquique, en una escuela llamada Santa María, se acribillan a sangre fría a trabajadores del salitre que por exigir sus derechos, deciden hacer una huelga, simplemente por querer respeto. Posteriormente en 1919, en mi hermosa región de Magallanes, en la provincia de última Esperanza, un grupo de obreros del trabajo con el ganado bovino, son masacrados por constantes exigencias de, nuevamente, respeto de sus jornadas laborales y salarios. Sin ir más lejos, en 1921, en las cercanías  de Antofagasta, se reproduce un incidente de iguales características que los anteriores, la matanza de San Gregorio, a obreros del salitre, que, exigían principalmente, respeto.

Es muy probable que los hechos que he relatado daten de un Chile en otras concepciones, sin embargo sin ir más lejos, ya en democracia, se ha realizado una constante persecución a los Mapuches, persecución que no comienza aquí, pero que si por lógica debería haber acabado. Tanto la discriminación como la intolerancia son una constante que se mantenía solapado, pero que hoy sale a la luz pero que, convengamos, no es algo de hoy. Persecución, abuso de poder e incomprensible violencia fue la tónica de las movilizaciones estudiantiles del año pasado. Este año, la prohibición a que asesoras del hogar pudiese ejercer el uso de todos los recintos (piscina) de un centro recreativo en Huechuraba, la prohibición de su trancito por calles del mismo sector y la obligación a la utilización de un delantal “distintivo.” Las movilizaciones de Aysén dejaron a personas con daños oculares severos. Así una incontable cantidad de hechos se coronan a las 19:45 horas del día del 27 de Marzo, produciéndose el deceso de Daniel Zumidio, tras una brutal golpiza proporcionada por jóvenes autodenominados “nacis”.

Morenos, gordos, flacos, con apellido mapuche, mujeres, homosexuales, washiturros, sureños, etc, etc, etc. Todos sometidos a constantes discriminaciones. El mundo avanza, la tecnología también. El presidente luce un país de postal en el extranjero, una postal que es más bien el arreglo de una realidad inexistente. Seguimos dando vuelta en discusiones de carácter ético – moral, se nos ha hecho costumbre el caracterizar y evaluar las cosas según su apariencia y no como el hecho real que son. Hemos comenzado a exigir legislaciones a la altura de nuestras demandas, sin embargo, por decisión nuestra estás no se llevan a cabo, pues allá arriba están los que nosotros elegimos y ellos no son precisamente los que mantienen más interés en generar un cambio. Se habla de ley antidiscriminación, aceptamos la posibilidad, y exigimos que se nos legisle en relación a cómo y cuándo debemos respetarnos, pero el problema no radica ahí. Mientras los homosexuales no sean admitidos en el estado como ciudadanos en igualdad de condiciones, nada servirá. Abrir la conversación y dar apertura a la comunidad homosexual a acceder crear sus familias y sellar este vínculo antes las leyes de Chile, es el primer paso para darles seguridad, que es lo primero que debe brindarnos el estado a cada uno de nosotros. No vale la pena que se exija libertad de elección ante un embarazo, que no permitamos que se nos diga como manifestarnos en las calles, si estamos pidiendo que se legisle nuestro respeto, no tiene lógica. Debemos exigir que cada una de las regiones de Chile reciba un trato igualitario al que se le otorga a la capital, iniciar esta discusión y exigirlo tan como lo hicieron las regiones de Aysén y Magallanes.

El estado se da el gusto de contradecirse ante nuestro ojos, “tratando” de lograr un mejor país, cuando llevamos 23 años en “democracia”, tiempo suficiente para acabar con los intentos y tener el conocimiento preciso para implementar soluciones reales, abriendo debates sin argumentos y descontextualizados. Sin ir más lejos, el estado se presenta en contra del aborto terapéutico, asegurando que hacen prevalecer la vida por sobre todo, vida que no he visto resguardadas en marchas estudiantiles ni en Aysén. El gobierno quiere legislar sobre mi útero y un posible hijo, pero no me da la seguridad sobre ese niño (a), pues si sale homosexual, moreno, gordo, comunista, con síndrome de Down, no se hacen responsables de que un día no llegue nunca más a la casa porque en una esquina lo apuñalen o si llega llorando a la casa porque la sociedad lo acribilla con palabras que formaran su inseguridad para siempre o que simplemente tenga que ir a buscarlo a la cárcel por decir lo que pensaba. Mantenemos el aborto en un plano ético-moral, sin embargo, la única manera de lograr que esta discusión avance es llevándolo a un plano sanitario-social. En Chile la clase alta sufre de apendicitis, la clase media por 30.000 compra misopostrol y en los campamentos hay familias que deben dormir de 5 en una cama. Claro, la planificación familiar, los métodos anticonceptivos, que no son gratuitos, la pastilla del día después que no se adquiere en cualquier parte y su derecho de decidir sobre su maternidad limitado por no tener los medios. En ningún caso creo que un hijo sea una molestia, sin embargo creo que una mujer es libre de decidir sobre su maternidad, más aún cuando el estado no le proporciona seguridad en ninguna índole. No existe nadie mejor calificado para decidir sobre lo que es mejor para su vida, que una misma, más en algo tan delicado como un embarazo.

Como sociedad hemos pasado por los atropellos más terribles y aún así seguimos sin asumir el error, pero lo que es peor aún, sin aprender de ello. Al comienzo narraba una experiencia mínimamente dolorosa que marcó una enseñanza de carácter vital, a los 8 años supe a través de un error, que no podía volver a repetir tal hecho. ¿Y cuántos años tienen los gobernantes, entonces, que no lo comprenden? ¿Qué edad tenemos nosotros que somos tan ilusos de votar por los mismos? Llevamos 23 años viendo lo mismo. Se ofreció un cambio, cambio que no existió ni va a existir. Entonces, ¿qué esperamos para no votar más por ellos? De nada vale que salgamos a marchar, de nada vale que discutamos, que lloremos por Daniel Zumudio, si al momento de ir a la urna seguimos haciendo la raya donde mismo. La educación no a nosotros, porque a ellos no les conviene que sepamos lo que hacemos, pues implicará que no los escojamos más. La educación es la columna vertebral de la sociedad, es la base. Pero mientras segamos peleando su gratuidad y calidad, votando por los mismos, seguiremos en este círculo vicioso, viendo todos los meses un atentado contra el derecho o integridad de uno de nosotros y que vamos a esperar, ¿Qué nos toque a nosotros, que nuestro papá, hermano o hijo sea el apuñalado injustamente, el que sea violentado por fuerzas especiales o discriminado? Si ellos no quieren darnos educaciones, démonosla nosotros mismo, conversemos, debatamos, denunciemos socialmente la injusticia. Informémonos e informemos a todos de cómo se vota, de que la única manera de que esto no vuelva a suceder nunca más es no permitiéndoles que estén el poder. No tengamos miedo, son ellos los que nos prestan un servicio a nosotros, los que gracias a nosotros son lo que son. Pues bien, ya es momento de dar esas atribuciones a gente capacitada, que sepa de nuestras realidades cotidianas, de que realmente comprenda lo que es andar una hora en micro para llegar a la pega, de que a fin de mes hay que hacer peripecias para comprar un cuarto de mortadela lisa, de lo que es no poder darle a tu hijo lo que quieres porque el sueldo no te alcanza aunque te rompas la espalda trabajando, de no pasar navidades con la familia, de llevar años sin dormir doce horas, de temerle a la lluvia porque se nos va a inundar la casa, de tener que endeudarse de por vida por querer estudiar.

Somos una sociedad inteligente, somos fuertes, nos hemos levantados de los hemos más terribles, es momento de demostrar que, a diferencia de ellos, nosotros si aprendimos de los errores. Bertolt Brecht, dramaturgo alemán que hizo teatro y creó un teatro para aquellos que justamente no podían asistir a el por plata o por discriminación, dijo: “Lo más difícil se aprende enseguida, lo hermoso nos cuesta la vida”. Lo de Daniel, lo de los mineros que nadie fue capaz de analizar como un error, ya que nuevamente eran vidas de obreros en juego, lo del 27F, otro error gubernamental, Aysé, Magallanes, 11 de Septiembre, Jueza Atala, Karadima, nuestro pueblo mapuche, nuestro dije, y tantos momentos difíciles de los que ya hemos aprendido, demostrémoslo en las urnas, demostrémosle que al menos nosotros ya aprendimos de todos estos momentos difíciles. No cometamos nuevamente el mismo error,  el poder radica principalmente en nosotros y nosotros ya aprendimos lo difícil y merecemos paz y seguridad para dedicarnos a aprender eso hermoso que nos costará la vida.

Por Camila Avendaño Mellado

 

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones