17 de noviembre. ¿Hegemonía reformista o espectros de Guzmán?

Lo confieso: estoy por la Convergente

Por Director

14/11/2013

Publicado en

Columnas

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maurosalazarLo confieso: estoy por la Convergente. Creo que la Nueva Mayoría puede extender “tibiamente” un campo de reformas democráticas al interior del polo institucional. Para ser más preciso hago alusión al fortalecimiento de un bloque reformista que trascienda las premisas fundacionales de la ex-Concertación. También creo que es posible avanzar discretamente en la producción de cultura constituyente. En el mejor de los casos el escenario se moverá hacia una tendencial hegemonía de la reforma –nada despreciable en el marco de un “neoliberalismo avanzado”-.

Pero debemos estar premunidos ante un escenario evidente. Las dudas vienen dadas por un diagnostico infranqueable, casi de sentido común. Existe una evidencia empírica que nos permite augurar que el Bacheletismo triunfará en pocos días, ello vitalizará el imaginario democrático, será un momento esperado, más aún por las implicancias de ganar en primera vuelta y por la escasa adhesión electoral que concita la candidata conservadora. Todo ello después de casi dos decenios de consensos parlamentarios. Actualmente el discurso conservador se encuentra en un estado similar a una “crisis terminal”, agobiado por un déficit de narrativa, refugiado en su factualidad corporativa, asfixiado por el lenguaje de la reforma, defendiendo obsesivamente la virilidad de su líder. Quizás su estrategia proyectual será re-gremializar la sociedad chilena y restituir la tesis de los cuerpos intermedios. No podemos olvidar que el líder de la UDI a fines de los años 70’ emprendió una travesía que marco distancias con la historiografía de Mario Góngora y giró gradualmente hacia las recetas liberalizantes de Milton Friedman.

Sin embargo, y a pesar del desdibujamiento de la candidata Matthei, ello no ha minado el poderío fáctico del sector integrista. Por lo tanto, todo puede suceder a expensas de que el eje liberal-conservador se mantenga atrincherado tras sus escaños senatoriales. El diseño de Jaime Guzmán fue concebido como una “maquina de estabilización” para contener estados deliberativos (homeostasis) y neutralizar la demanda social. El líder del gremialismo, dada sus distancias con la politicidad anarquizante, anticipó escenarios asediados por la reforma, por contextos deliberativos que le resultaban odiosos y que debían ser contrarrestados por una implacable relojería constitucional que mantuviera a salvo el equilibrio social. Lo anterior se expresa en un marco judicativo de una profunda impermeabilidad institucional, que trasciende los llamados enclaves autoritarios y se pone a prueba en pocos días.

Esta combinación dará lugar –eventualmente- a escenarios indeseables, claramente contradictorios. El conservadurismo experimenta una crisis de proyecto hegemónico y un exceso de dominio fáctico. De otro lado, tenemos el grito de la calle como mecanismo de presión a favor de los procesos de inclusión social y –de otro- el cerrojo institucional que obstruirá el campo de las reformas sustantivas. Pero además debemos lidiar con un bloqueo adicional. De una parte, los sectores de la DC, esa dinastía conservadora de los Walker a la búsqueda de una derecha democrática, de otra, los quórum calificados que se expresan en mayorías de dos tercios. Ello es posible por cuanto a pesar de algunos doblajes significativos a favor de la Nueva Mayoría, de un profundo contenido simbólico, al final del domingo las fuerzas políticas pueden estar relativamente equilibradas. Una cosa es un cambio cuantitativo en la correlación política, otra es superar la barrera de contención del binominal. La jaula de hierro fue precisamente concebida para salvaguardar potenciales coyunturas de inflexión social. Invocar su eficacia en la década de los 90’ sería gratuito por cuanto el consenso era parte de la racionalidad política de los actores. Ahora bien, la política también guarda relación con la metaforización de los espacios, con la irrupción de nuevos significantes, la circulación de palabras y la producción de imaginarios críticos. Ello sin duda que constituye un avance muy importante en los últimos años. Pero todo está sujeto –cual más cual menos- a la remoción de determinados mecanismos judicativos. El control jurídico del tejido social da cuenta de una prevención ante una eventual politización prevista en el diseño de Guzmán. Se trata de un mecanismo reactivo que buscar menguar la extensión de la conflictividad y la proliferación de antagonismos.

Esta encrucijada es materia de los enfoque politológicos, pues nos obliga a reconocer que la extensión derechos de cuarta generación podría hacer  fricción con el encuadre institucional de los partidos políticos. Es casi un desafío hermenéutico saber qué entendemos ahora por gobernabilidad. La noche del 17 de Noviembre debe ser leída con lupa, descifrada sigilosamente, el triunfalismo medial y el escaso apoyo electoral de Matthei en ningún caso agotan el problema de fondo. Genaro Arriagada en más de una oportunidad se ha jactado que la noche del plebiscito, después del tercer computo leído por Alberto Cardemil, exclamó ¡abran champaña¡ Claro, caía el dictador, era el fin de la policía secreta, se terminaban los exilios, habían razones para brindar. Pero a poco andar nos caía la maquinaria neoliberal de los bienes y servicios; el sistema crediticio como una particular racionalidad política y una insospechada pendiente de desigualdad social. Ahora es saludable sospechar cuál es el sabor del champaña que se abrirá esa noche.

Es posible que el 17 de noviembre quede formalizada la constitución de una democracia de baja intensidad, mucho más simbólica en términos de desplazar a la derecha integrista del foro público, pero de ello no deriva necesariamente una crisis de dominación (integrista) o el debilitamiento distrital para detener fácticamente los cambios sustantivos. Esto nos lleva nuevamente a valorar el potencial democrático que abrieron los movimientos de ciudadanía en el último decenio. En este sentido la democracia nunca debe ser concebida como “lo dado” desde el establishment, ella está siempre del lado de “lo ganado” mediante la extensión de la protesta social. Se trata de una vieja lección. Si la jaula del binominal surte los efectos para la cual fue creada, los movimientos sociales recrudecerán ante a un desplome de expectativas por el cerco judicativo que legamos de la dictadura.

Me temo que se avecina un escenario tendencialmente marcado por el bloqueo institucional, por los últimos destellos del pinochetismo. La explosión de lenguajes críticos  es solo una posibilidad para presionar contra el cerrojo jurídico –que nos permita cerrar definitivamente la transición chilena. Esto es también el resultado de  contradicciones institucionales que la Concertación no pudo (o no supo) resolver.

            Espero que nuestro diagnóstico este inexcusablemente errado. Pero sospecho que se reproducirá un dilema ancestral del régimen político, a saber, la contienda de atribuciones entre un ejecutivo pro-reformista, un legislativo de consensos conservadores -y una movilización social que dista de los temores transicionales. Existen leyes que corresponderán a decretos simples y podrán migrar, pero el campo de los quórum calificados comprende una discusión mayor que no está zanjada. No podemos descartar que en Mayo del 2015 nos encontremos ante una cadena de conflictividad que puede doblegar la capacidad de integración del campo institucional y los movimientos sociales alcancen una notoriedad aún mayor a la que ya conocemos. No lo podemos descartar.

En términos concretos vislumbramos dos escenarios estrictamente provisorios:

En primer lugar, un enfoque empírico nos lleva a proponer una hipótesis de “corto alcance”, la posibilidad de alcanzar un populismo de baja intensidad caracterizado por la integración institucional de la protesta social en la institucionalidad vigente -una revolución institucionalista-. Aquí se fortalece la extensión de reivindicaciones y ellas son absorbidas “exitosamente” al interior de un sistema de partidos. Ese sería el papel de una hegemonía progresista. Ello se puede traducir en reformas emblemáticas, sean modificaciones al propio sistema de elección binominal, ajustes a la Constitución de 1980, FUT, reforma al sistema previsional, y el 5 % de tributos al mega-empresariado (impuestos de primera categoría). Esto bien podría representar una mayor redistribución a propósito de una ciudadanía “empoderada” (empowerment). Aquí cabe recordar la importancia de la Nueva Mayoría para procesar el conflicto en contextos institucionales; el resultado de este proceso puede ser denominado como una “democracia pasiva” que tiene a su favor una importante cuota de “realismo político”. De ahí la posibilidad de un Bacheletismo de la reforma.

Un segundo escenario igualmente provisorio arroja conclusiones distintas. En el caso de que el cerco judicativo se mantenga controlado por los partidos de derechas –por obra y gracia del sistema binominal- se abre un panorama conflictivo más orientado a la radicalización de la demandada social. Esto es posible si recordamos que la extrema derecha opera bajo el diagnostico de la izquierdización, como si acaso se tratara de un proceso de brotes sesenteros (sovietización). Una frustración de la demanda colectiva se puede traducir en la proliferación de diferencias radicales que pueden desbordar la capacidad de integración institucional. Ello bien podría estimular aún más los discursos maximalistas. Aquí los pactos institucionales ceden a una conflictividad abierta y la esfera institucional resulta interpelada por los actores del mundo social –en el más crudo de los descréditos. Si los movimientos sociales no se auto-conciben como un activo de la democracia representativa, entra en tensión la institucionalización del conflicto. La postergación de propuestas como la Asamblea Constituyente o la Nacionalización del Cobre encarnan esa legítima aspiración ciudadana. En un escenario marcado por aprobaciones conservadoras la orientación de los  movimientos sociales hará fricción con los límites del polo institucional. Todo ello, como ya hemos señalado, es plausible dado el carácter refractario de los mecanismos constitucionales para introducir cambios sustantivos. Existe el riesgo de que el malestar reivindicativo se rehúse al rito de la institucionalización. Ello se traduce en la crítica al duopolio político que caracteriza al movimiento social, como asimismo, en la proliferación de discursos alternativos que buscan posicionarse con prescindencia del “progresismo concertacionista”. Más aún si recordamos el atrincheramiento senatorial que se avecina.

Por fin, no queda otra cosa que esperar. Tenemos la expectativa de que algunos doblajes se cumplirán, muchos de ellos de un profundo contenido simbólico, es probable que el Partido Comunista obtenga un doblaje parlamentario, pero ahora aún así nos enfrentamos a una nueva encrucijada, cual es el diálogo con un pinochetismo reactivo sin dimensión programática (“un animal herido”). La  escena es contradictoria. De un lado, una abundancia en la producción de discursos críticos, de otro, el peso factual del conservantismo. Quizás el cerrojo del binominal cederá gradualmente a la iniciativa política expresada en el empoderamiento de los movimientos sociales (“el grito de la calle”). Lo otro sería concluir –a contrapelo de la víspera democrática- que el candado constitucional no se puede derogar por la vía institucional y el 17 de Noviembre podríamos escuchar la última lectura del testamento de Guzmán.

 Por Mauro Salazar Jaque

INVESTIGADOR ASOCIADO UNIVERSIDAD ARCIS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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