La verdadera resistencia es la que combate por valores que se consideran perdidos

“Tal vez mañana tengamos que sentarnos frente a nuestros hijos y decirles que fuimos derrotados

Por Wari

03/12/2015

Publicado en

Columnas

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Hervi Lara_X“Tal vez mañana tengamos que sentarnos frente a nuestros hijos y decirles que fuimos derrotados.  Pero no podremos mirarlos a los ojos y decirles que hoy viven así porque no nos animamos a luchar” (Mahatma Gandhi).

I

A fines del siglo XIX, fueguinos y patagones fueron raptados de sus tierras por diversas expediciones europeas y llevados para ser exhibidos en “zoológicos humanos”  en Europa, donde se pagaba para verlos como especies exóticas.

Anteriormente, a la llegada de los españoles a mediados del siglo XVI, se calcula que había un millón de habitantes en lo que hoy es Chile.  Al final de ese siglo, no eran más de cuatrocientos mil, en su mayoría reducidos al sur del río Bío-Bío.  Una actividad importante de las guarniciones del ejército del sur consistía en la caza de indios para uso personal o para la venta.

A estos episodios siguieron la ‘Pacificación de La Araucanía‘, a mediados del siglo XIX y  las matanzas de obreros de Valparaíso en 1903.  De Santiago, en 1905.  De Antofagasta, en 1906.  De Iquique, en 1907.  Etc…, etc…, etc…

El Informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación de 1991 señala 2.279 casos de detenidos-desaparecidos y ejecutados políticos.  El Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura del año 2004 dio cuenta de la calificación de 27.255 personas.  Otros tantos miles de víctimas fueron  reconocidas por la segunda Comisión Valech.

Pero todos sabemos que las víctimas han sido muchas más, ya sea en las familias destruidas, en los hijos que no han tenido acceso a la salud ni a la educación, en la estigmatización social, en las almas rotas y que no han podido recomponerse.

Todos los que no se  han sometido a los poderosos, han ido desapareciendo.

II

La Asociación Gremial de Educadores de Chile (Agech) también ha desaparecido.  Pero sus integrantes estamos vivos.  Y es en medio de asesinatos de personas y de ideas, en el cultivo del silencio, en la multiplicación de la impotencia, en la siembra del miedo, nosotros, los profesores de la Agech queremos seguir actuando.  Queremos hacernos oír en una cultura sorda y muda, para anunciar el mundo de los justos y de los libres, negándonos a aceptar el sistema del hambre y de las jaulas, visibles e invisibles, aunque no tengamos permiso de los dueños del poder ni de sus capataces.  No es tan alto el precio que debemos pagar si comparamos con el destino de nuestros compañeros que nos han antecedido.

Hemos sido los profesores quienes fuimos decisivos en la rearticulación del tejido social.  Nosotros rehicimos la actividad política.   Los profesores hemos transmitido el ethos cultural sobre el que se debe cimentar toda ética.  El  actual movimiento estudiantil se ha gestado con nuestra complicidad, con nuestro silencio respecto de los dictámenes del militarismo, con los panfletos y documentos entregados a escondidas a los alumnos más lúcidos, con el sonido de instrumentos musicales odiosos a los oídos del fascismo, con las expresiones artísticas y literarias diversas, etc…, etc…, etc…

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Quienes ejercen el poder lo saben y por eso nos minusvaloran y han internalizado en el inconsciente  colectivo que nosotros somos ignorantes y torpes y, por tanto, responsables de aquello que denominan “educación de mala calidad”.  Nos ignoran, pero saben que existimos.  Y saben que constituimos una expresión de  fuerza.

III

La educación es formación de la conciencia ética.  Por ello, los profesores requerimos de sabiduría, que es una experiencia que trasciende el conocimiento.  Es saber distinguir entre causas, medios y fines.  Ello es fruto de la maduración.  Y la maduración exige paciencia y continuidad.   No es maestro quien se ha ahogado en el instantaneísmo cuantitativo en boga en nuestra época.

Hoy asistimos a una descalificación de los valores del espíritu a favor del mercantilismo.  Las instituciones, incluyendo a las que llevan el nombre de educacionales, han asumido un carácter cada vez más mecánico, creando relaciones humanas similares a las piezas de una máquina, fomentadas por la ideología totalitaria como es el neoliberalismo, el cual es incompatible con la sabiduría y, por tanto, con la auténtica educación.  Este fanatismo imperante ha olvidado que el Hombre se define por las relaciones entre su situación particular y los valores universales.  Los profesores, por nuestra parte, aplastados por la tecnocracia, con dificultad podemos discernir entre lo que es realmente importante y lo que no lo es.  Así es como se confunden los medios con los fines, sin descifrar las causas.

Hemos llegado  a un momento en que la humanidad debe decidir continuar viviendo o escoger su autodestrucción.  Por ello, los profesores más que nunca necesitamos sabiduría para percibir las transformaciones imprescindibles.  Para proyectar los sueños que nos guiarán.  Para dar prioridad a las acciones que convertirán esos sueños en realidad.  Tenemos un alto grado de responsabilidad en la concientización sobre tres nudos problemáticos sustantivos y que hay que desatar: el agotamiento de los recursos naturales en manos de las transnacionales.  La conservación de la madre tierra.  Y la injusticia social mundial.

Son estos los efectos de un modelo de pseudo desarrollo que no mide las consecuencias sobre la naturaleza y sobre el destino de la humanidad y que se mantiene a través del miedo.

IV

En este  contexto, la tarea que se le ha asignado a los sistemas educativos ha sido la reproducción de la desigualdad.  Y por esto se ha marginado la reflexión filosófica de la formación del profesorado, para imponer un modelo economicista y competitivo a fin de homogeneizar las conciencias.  Así se explican los innumerables cursos de especialización entregados a los profesores, referidos a dimensiones técnicas alejadas de la humanización.  Así se explican también los centros de investigación, los expertos, los asesores, y todo tipo de cargos burocráticos que, en los hechos, han usufructuado con el profesorado al tenerlo como “público cautivo”.  En el designio de los organismos internacionales que, de acuerdo a su planificación del mundo, asigna el tipo de educación que cada país necesitaría, algunos son zonas industrializadas.  Otros países son destinados a la producción de materias primas, como es el destino de Chile. Y otros serán reservorios de fuentes energéticas.  Pero lo central radica en la mundialización ideológica para lograr el asentamiento de la hegemonía capitalista monopólica.  Los expertos en educación y los especialistas de reformas educacionales no mencionan estos aspectos, sino que postulan cambios accidentales, sin preguntarse qué es educación, ni cómo se puede reformar la educación sin reformar el sistema laboral y el sistema de tributación, porque estos últimos y otras dimensiones que sería largo exponer, significarían traspasos de poder desde una clase social a otra.   Así como tampoco se considera la experiencia de los profesores.  Se habla de reformas educacionales sin los educadores y en contra de los educadores, porque nuestra participación permitiría desvelar que la alianza entre los grupos económicos y las transnacionales han destinado a Chile como un sector primario extractivo, para lo que se ha requerido de la atomización de la vida social y la aniquilación de la capacidad creadora del pueblo, destruyéndose así la cultura nacional y sometiéndose al pueblo a un estado de esclavitud moderno y renovado.  El consumismo como valor permanente es lo que ha permitido cambiar todo para dar paso a la nueva concepción transnacional que los dueños del poder han dado en llamar globalización o modernización.

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Es innegable que “ha sido construido un sistema que considera el provecho como motor esencial del progreso económico, la competencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de producción como un derecho absoluto, sin límites ni obligaciones correspondientes”.  (Paulo VI, “Populorum progressio”, Nº 26).  Esto significa que el mercado ha moldeado un concepto de Hombre concebido en lucha de todos contra todos.  La idea moderna de que todos los hombres son jurídicamente libres e iguales se basa en la relaciones sólo entre quienes intercambian mercancías.  Los demás no tenemos sitio y, si el pueblo exige sus derechos, el Estado responde con los medios otorgados por la Doctrina de Seguridad Nacional.

Todos constatamos que en Chile las exportaciones de materias primas se efectúan a costa de la destrucción del medio ambiente.  Además, se ha instalado un cambio profundo en la subjetividad, expresado en la mercantilización del sentido de la vida que deshumaniza a las personas y sus relaciones, vaciándolas de valores éticos y remitiéndolas a lo que significan monetariamente.  Los medios de comunicación de masas y los especialistas en educación remarcan que vivimos en un mundo de competidores y que los triunfadores son los que vencen en el mercado gracias a su espíritu emprendedor.  Los grandes empresarios y los ídolos del deporte son convertidos en “modelos de conducta” a ser imitados, pues el camino del éxito pasaría por el esfuerzo individual, la deslealtad con los pares y la subordinación a los superiores.  (PNUD 2003).  Como consecuencias, Chile exhibe una de las jornadas de trabajo más largas en el mundo, se ubica en el tercer lugar de maltrato infantil, y lidera la región en alteraciones mentales, accidentes de tránsito, tabaquismo, alcoholismo y drogadicción juvenil.

Se han destruido el Estado y las organizaciones sociales, se han privatizado las entidades públicas, se han eliminado los sindicatos, se han desnacionalizado los servicios básicos.  Para mantener esta situación se requieren hombres acríticos, que consuman, con gustos estandarizados, que se crean libres, que se adapten a la maquinaria social, que sean funcionales al sistema.

Nosotros, los profesores, tenemos la obligación de quitar los velos de la sociedad, porque no hemos desaparecido y porque hemos mantenido la convicción de que la educación es concientización, aunque los expertos, investigadores y especialistas en educación insistan en sus metodologías para ocultar la realidad.  No necesitamos una “educación en la medida de lo posible”, porque ello nos conduce a la cultura del silencio.  Esta cultura del silencio nos dice que hay que padecer la realidad en lugar de cambiarla.  Que hay que olvidar el pasado en lugar de escucharlo.  Que hay que aceptar el futuro en lugar de soñarlo y construirlo.

Nosotros, los profesores, no tenemos derecho a aceptar un sistema educativo que “trata a los niños ricos como si fueran dinero, para que se acostumbren a actuar como el dinero actúa.  A los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura.  Y a los que no son ni ricos ni pobres, dejarlos atados al televisor y al computador, para que acepten como destino la vida prisionera.  Formados en la realidad virtual, se deseducan en la ignorancia de la realidad real, que sólo existe para ser temida o para ser comprada”.  (Galeano, E., “Patas arriba.  La escuela del mundo al revés”).

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V

Somos responsables de instalar una reflexión sobre el mundo actual para resolver los desafíos.  Debemos renacer el espíritu de lucha por ideales que parecen perdidos pero que, a pesar de todo, han permanecido vivos.  Tuvimos grandes esperanzas y profundo sentido de nuestras vidas.  Propusimos una nueva concepción del hombre, de un empuje de la humanidad hacia delante, de un acceso al socialismo, a una sociedad nueva, que nos comprometió íntegramente.  El golpe de Estado, la dictadura y la “democracia de baja intensidad” han sido violentos y dolorosos.  Quedamos encadenados, humillados, enfermos de miedo, sin manera de medir la profundidad de las heridas del espíritu.  Pero hemos seguido viviendo.  Quienes nos han obligado a callar, a ocultarnos, a desconfiar, no han logrado podrirnos el alma.  “No lograron convertirnos en ellos”.  Nos hemos arreglado para seguir respirando y para dar respuestas a la maquinaria del silencio y de la muerte.  Pudimos seguir viviendo en aquellos que se quedaron y en quienes tuvieron que irse; en las palabras que circularon de mano en mano, de boca en boca, en la clandestinidad o de contrabando;  escondidas o disfrazadas; en los artistas desterrados y en los que en el país cantaron desafiantes; en los profesionales que no vendieron su alma; en los periódicos que morían y renacían; en los gritos lanzados en las calles y en los poemas escritos en las cárceles, en papel de fumar.  Todo eso y mucho más pudimos hacer en medio de la noche más oscura de la historia.   Todo eso y mucho más fuimos e hicimos los profesores de la Agech.

La Agech fue promotora de un cambio histórico, orientado a la superación de la opresión y a la consecución de la libertad, la igualdad y la justicia necesarias para la realización plena de la dignidad humana.

Los hechos han ido por un rumbo distinto.  Pero no hemos fracasado.  Sí hemos sido traicionados.  No obstante, no tenemos derecho a aceptar convertirnos en funcionarios al servicio de una tecnocracia política y culturalmente inútil, inocua y en beneficio del poder económico.  Eso significaría una perversión y una renuncia a los compromisos y desafíos de nuestra juventud.  Debemos mantener aquello que nos singularizó y que los poderosos no poseen:  la dignidad, que es lo contrario de “la felonía, la cobardía y la traición”. Nuestra misión es formar conciencias críticas, buscando siempre la verdad.  Porque la verdad es lo que otorga sentido  trascendente a la existencia.  Es la raíz de los espíritus grandes y de las grandes acciones.

Tras la abatida de los conquistadores españoles en el Perú, el cacique Huillca dijo hablando ante las ruinas:  “Aquí llegaron.  Rompieron hasta las piedras.  Pero no lo han conseguido, porque estamos vivos y eso es lo principal”.  Huillca tenía razón: nosotros también estamos vivos, a pesar de los adioses, de los crímenes y de las traiciones.  Estamos vivos para hacer nuestra patria de nuevo, sin romper nuestras almas.

Cada día decidimos continuar viviendo porque tenemos el derecho a no ser silenciados y a tener presencia en la historia.  Los poderosos y sus lacayos quieren nuestro silencio.  Nosotros decimos nuestra palabra y seguiremos hablando contra la muerte y por la vida.  Es así como hacemos nuestro el pensamiento de Sábato al afirmar que “los hombres encuentran en las crisis las fuerza para su superación.  Así lo han mostrado tantos hombres y mujeres que, con el único recurso de la tenacidad y el valor, lucharon y vencieron a las sangrientas tiranías de nuestro continente.  El ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos, porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer.  En esta tarea, lo primordial es negarse a asfixiar cuanto de vida podamos alumbrar.  Defender, como lo han hecho heroicamente los pueblos ocupados, la tradición que nos dice cuánto de sagrado tiene el hombre.  (…)  El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria” (o en la prisión).  (Sábato, E., “La resistencia”).

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Son los gestos de heroísmo los que rescatan de la iniquidad.  La humanidad no puede sobrevivir sin héroes, ni santos, ni mártires, ni artistas, ni filósofos, ni sin profesores.  Son ellos y nosotros quienes  indicamos los caminos por los que la vida puede renacer.  Mantengamos viva la esperanza de que vendrá una nueva ola de la historia.  Quizá ya está sucediendo, de modo silencioso y subterráneo, como los brotes que laten bajo las tierras del invierno.  Venceremos para brindar por la libertad y el sentido oculto que nos arrastra a buscarnos a través de todos los rincones del mundo.

Ha sido la nobleza de algunos hombres, como la nobleza de los profesores de la Agech, la que ha redimido a la humanidad y ha permitido que sigamos viviendo.  Sólo las utopías como las nuestras permiten recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido.  Cuando un hombre sueña solo, es sólo un sueño.  Cuando sueña junto a muchos otros, comienza a gestarse una realidad.

VI

Compañeros:  es este mi modesto testimonio que, como profesor e integrante de Agech,  frente a los hechos que todos hemos vivido, movido por la fe en el Dios de los cristianos,  no he tenido otra alternativa sino  desembocar en  defensor y promotor de derechos humanos, tarea dura y, a la vez, hermosa.  Huyendo de todo conflicto, yo podría haberme refugiado en mi trabajo docente en forma neutral, cerrando los ojos, los oídos y los labios ante la injusticia cometida a mi alrededor.  Pero dicho autoengaño no me habría tranquilizado por todo lo que habría dejado de hacer, al convertirme en un cínico.  Habría podido encerrarme con resignación o entregarme incondicionalmente al más fuerte o a lo que pudiera serme conveniente en lo inmediato.  Podría haberme puesto innumerables disfraces para esconder mi irresponsabilidad ante mi propia conciencia, aceptando una conciencia tranquila en lugar de una conciencia digna.  Habría podido aceptar lo malo para evitar lo peor, sin reconocer que allí se encuentra el principio de las tragedias.   Y aunque he perdido en todas las partidas que he jugado, nunca estaré en el lugar de los que me han vencido.  Porque tras lo que Uds. y yo hemos vivido, me juré a mí mismo que jamás en la vida, ni siquiera por casualidad, me hallaría de parte de los opresores.

Me niego a aceptar el sistema imperante y que ha sido impuesto por la fuerza, porque no es otra cosa sino compra-venta de personas.  No seremos libres mientras haya libertad de explotar a otros.  No habrá libertad mientras haya clases sociales.  No hemos nacido para ser peones ni patrones, sino para la solidaridad humana, de tal modo que cada uno sea valorado no por lo quita, sino por lo que da a los demás.  Podemos reiniciar nuestra aventura, porque a diferencia de tantos de los nuestros, nosotros no hemos desaparecido.

Todas estas reflexiones son ratificadas por el escritor argentino Rodolfo Walsh.  Posteriormente a la publicación de su “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, fue detenido, su cuerpo fue quemado y arrojado a un río.  Manteniendo la distancia moral, hago mío lo que Walsh afirmara con valerosa claridad, al decir que escribía “sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”.

Por Hervi Lara B.

Santiago de Chile, 28 de noviembre de 2015.

Conmemoración de la Asociación Gremial de Educadores de Chile – Agech.

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