Una urgencia desde la neurociencia y las políticas públicas

Actividad física y prevención del suicidio

El movimiento no es un lujo ni un pasatiempo opcional: es una necesidad vital con implicancias directas en la salud mental. Si aspiramos a sociedades más justas y saludables, debemos situar la actividad física en el centro de las estrategias de prevención del suicidio, reconociendo su base científica, su potencial humano y su impacto colectivo.

Actividad física y prevención del suicidio

Autor: El Ciudadano

Por Belén Fierro Saldaña

Cada 10 de septiembre, el Día Mundial de la Prevención del Suicidio nos recuerda una realidad dolorosa pero evitable: miles de personas en el mundo deciden terminar con su vida cada año, y en muchos casos el silencio, la falta de acompañamiento y la ausencia de políticas preventivas amplifican el riesgo. Frente a este escenario, la actividad física se erige como un recurso poderoso, aunque todavía subutilizado, en la promoción de la salud mental y la prevención del suicidio.

Desde la neurociencia, las evidencias son claras.

El movimiento humano no solo fortalece el cuerpo: también estimula la producción de neurotransmisores como la serotonina, dopamina y endorfinas, que cumplen un rol clave en la regulación del ánimo, el manejo del estrés y la sensación de bienestar. Ejercitarse de manera regular potencia la neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro de adaptarse, aprender y recuperarse frente a la adversidad. Incluso actividades tan simples como caminar, bailar o jugar tienen efectos significativos en la reducción de síntomas depresivos y ansiosos, dos de los factores de riesgo más estrechamente asociados al suicidio.

Pero más allá de la química cerebral, la motricidad también tiene un profundo valor social y humano. El deporte y la actividad física crean espacios de encuentro, pertenencia y construcción de vínculos, elementos fundamentales para quienes se sienten aislados o desconectados. En contextos escolares, comunitarios y laborales, promover el movimiento es también fomentar la inclusión, la participación y el sentido de propósito.

No obstante, convertir estas evidencias en realidad requiere voluntad política. La prevención del suicidio no puede descansar únicamente en campañas de sensibilización o en la atención clínica. Necesitamos políticas públicas integrales que garanticen acceso universal a la actividad física como un derecho social. Esto implica repensar las ciudades para que sean activas, integrar el movimiento en la jornada escolar de forma obligatoria y significativa, capacitar a profesionales de la salud y la educación en el uso de la actividad física como herramienta preventiva, y generar programas comunitarios sostenibles que prioricen a los grupos más vulnerables.

Además, el movimiento es una vía crucial para la conexión social. Ya sea mediante deportes de equipo, clases colectivas o caminatas grupales, la actividad física ayuda a romper con el aislamiento y facilita la construcción de lazos significativos. Este sentido de pertenencia y comunidad se convierte en un pilar fundamental de la salud mental, pues ofrece redes de apoyo que pueden ser decisivas en momentos de crisis. En un escenario donde el estigma asociado a la salud mental aún genera barreras y soledad, el ejercicio aporta un espacio neutral y positivo, donde las personas pueden relacionarse sin prejuicios, compartiendo un objetivo común y fortaleciendo su bienestar colectivo.

El movimiento no es un lujo ni un pasatiempo opcional: es una necesidad vital con implicancias directas en la salud mental. Si aspiramos a sociedades más justas y saludables, debemos situar la actividad física en el centro de las estrategias de prevención del suicidio, reconociendo su base científica, su potencial humano y su impacto colectivo.

Por Belén Fierro Saldaña

Doctora en Educación PUC. Magister en Educación, Universidad de Manchester, Inglaterra. Profesora de Educación Física, UMCE. Jefa del Diplomado en Actividad Física y Salud UC.


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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