Actuar en la política ahora. Por Jean-Luc Mélenchon

El lugar del activista político está en la acción política, es decir, en trabajar para ofrecer una alternativa y despejar el camino para ello en términos concretos. Para un activista hay solamente una cuestión en juego: cómo se forma la conciencia colectiva de los muchos y cómo hacer para influir positivamente en ese proceso.

Por Leonardo Buitrago

12/04/2020

Publicado en

Columnas

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Recientemente he dedicado bastante tiempo a expresarme sobre cuestiones de método para el tratamiento concreto del drama del coronavirus. Nuestra idea, la de los insumisos que animan nuestro movimiento, es que este momento particular debe estar más dedicado a crear «causas comunes» que a desencadenar áreas particulares de conflicto. En un período ordinario, la conflictividad produce conciencia. Esta es su función esencial. La acción para difundir nuestras ideas se basa entonces en centrarnos en los conflictos específicos cuyo contenido y formas representan, a nuestros ojos, ejemplos a seguir. No es así como se presenta nuestro campo de acción en la actualidad. Sin embargo, no hay que perder de vista, por cierto, ni por un solo instante, las situaciones de conflicto social que se producen aquí y allá en el sector de la salud, aquí y allá en los sectores de producción, donde los asalariados están expuestos sin protección y, sobre todo, sin razón. Y, ciertamente, debemos hacer todo lo posible para apoyarlos.

En lo que respecta a la concienciación, no hay falta de oportunidades. Es evidente que el contexto, en su conjunto, representa por sí mismo, una exposición descarnada del atolladero en el que el modelo neoliberal ha sumido a las sociedades. El inminente colapso económico de los Estados Unidos de América, la amplia perturbación económica que se está produciendo, el colapso social y, por ende, la conmoción política, vendrán a sumarse muy pronto al desastre sanitario y el callejón sin salida ecológico. La civilización humana está siendo puesta contra la pared con la misma rudeza a la que siempre ha sido sometida cada vez que el modelo mundializado ha llegado a un estancamiento, como ocurrió durante la Primera Guerra Mundial y luego, durante la Segunda, por tomar ejemplos recientes. El siglo XX comenzó en 1914, el siglo XXI comienza ante nuestros ojos.

Por lo tanto, he querido resumir en las líneas siguientes algunas de las convicciones que me guían como participante en la animación de un amplio movimiento político como lo es «La Francia Insumisa».

Lo hago tal como soy. Es decir, no sólo como alguien que intenta pensar su época o incluso encontrar respuestas concretas a las situaciones que enfrenta, sino también desde el punto de vista particular de alguien que actúa de acuerdo con la teoría de la era del pueblo y de la revolución ciudadana. Según esta teoría, más que una “crisis”, estamos experimentando una bifurcación de la historia. La crisis implica la posibilidad de un retorno al estado anterior. Esta posibilidad no existe. El horizonte futuro se sitúa en una rama de la alternativa siguiente: ya sea, los regímenes autoritarios neoliberales mantienen por la fuerza las relaciones sociales y económicas específicas de este modelo y ruedan ciegamente hacia el colapso ecológico, o bien, un tránsito hacia el colectivismo ecológico con todo lo que esto implica en cuanto a la organización de los poderes públicos, la economía y la vida en sociedad. En este contexto, la motivación de cada uno de nosotros es la de comprender lo que está sucediendo, encontrar allí nuestro lugar y actuar con firmeza y constancia para lograr nuestros objetivos. No debemos tratar de sustituirnos ni a los intelectuales que nos ayudan a pensar los acontecimientos ni a los trabajadores que actúan por iniciativa propia. El lugar del activista político está en la acción política, es decir, en trabajar para ofrecer una alternativa y despejar el camino para ello en términos concretos. Para un activista hay solamente una cuestión en juego: cómo se forma la conciencia colectiva de los muchos y cómo hacer para influir positivamente en ese proceso.

1° Un período político

¿Cómo puedo decirles esto con fuerza a mis amigos que me leen? El momento en que vivimos no debe ser visto o tratado, de ninguna manera, como poner la política entre paréntesis. Los días y semanas de confinamiento y omnipresencia de cobertura mediática de la crisis sanitaria del coronavirus es un momento totalmente político. Aún es necesario comprender bien el significado de la palabra «política». No se trata aquí de la agitación, bastante insignificante en este momento, de las diversas organizaciones políticas del país. Hablo de «política» para referirme a todo lo que tiene que ver con la formación de una conciencia común en la sociedad. Es decir, las cosas que parecen obvias para todos, las necesidades que cada uno designa como legítimas, los valores a los que muchos creen que es necesario referirse.

Hemos experimentado una era de hegemonía cultural del neoliberalismo en los años 90/ 2000. Estas ideas eran hegemónicas desde el punto de vista de lo que parecía legítimo para las masas, con frases como «energías liberadoras», «menos Estado, más iniciativa individual», etc., que se utilizaban para describir lo que era legítimo. Estas consignas parecían «naturales» no sólo para los estados mayores políticos que las alimentaban constantemente, sino también para sectores muy amplios de la sociedad.

Por supuesto, y como de costumbre, vimos que la inversión de la tendencia se produjo primero en la generación más joven. Hoy en día ésta contiene los sectores más amplios que rechazan el modelo dominante, sus valores, sus prácticas. Pero aún queda mucho camino por recorrer antes de que sea una nueva convicción hegemónica en la sociedad en su conjunto. Pero la violencia del choque del momento actual permite, precisamente, que los valores y soluciones que proceden de la lógica «colectivista» se abran paso en la sociedad de manera acelerada. No estoy diciendo que éstas hayan ganado. Estoy diciendo que estos valores progresan aceleradamente, tanto y tan bien, que, en algún momento, si trabajamos bien, la dinámica puede quedar completamente de este lado.

Esto es lo que yo llamo construir «causas comunes». Es decir, objetivos cuya reivindicación y luego implementación fortalecen la capacidad de unidad en la acción de la sociedad para actuar contra la epidemia. Es un enfoque diferente a la mera denuncia de las aberraciones e inconsistencias en el gobierno de la crisis por parte de los neoliberales. Estas medidas muestran coherencia y eficiencia concretas. Requisar fábricas textiles para producir mascarillas, mostrar el ejemplo de una fábrica que lo hizo por su cuenta, nacionalizar empresas que están en liquidación obligatoria como Famar respecto de los medicamentos o Luxer respecto del oxígeno médico y que podrían producir medios de combate, he aquí la forma de hacerlo. Son sólo herramientas eficaces para la lucha. No proyectos «ideológicos» como dicen nuestros adversarios. Les replicamos que, lo que es ideológico, es su propia negativa a implementarlos porque pertenecen a una lógica que ellos combaten. Del mismo modo, la cuestión del control de los trabajadores sobre las condiciones sanitarias de la producción y los intercambios es, ante todo, un acto de protección de los trabajadores, más que ser el primer paso del «control de los trabajadores», como dicen algunos de manera abstracta. Finalmente, es totalmente evidente que, de hecho, todas estas medidas forman un todo cuyos elementos están vinculados y son dependientes entre sí. Y, por cierto, dibujan efectivamente otra visión del mundo. Pero es la propia dinámica de lo concreto la que se impone en el paisaje mental y no su mera proclamación.

Es por lo cual este momento debe ser tratado como un momento político de alto nivel. Es un momento comparable al que vivimos en este país cuando se celebran las elecciones presidenciales, que cuando se manifiesta, concentrará de ahora en adelante toda la atención y la voluntad política del gran número. Menciono las elecciones presidenciales sólo para referirme a este particular estado de ánimo que estamos experimentando en este momento, como en ningún otro, en un país donde la monarquización de las instituciones ha terminado por hacer insignificante cualquier otro encuentro político. No me refiero, por lo tanto, a las próximas elecciones presidenciales, las de 2022, sobre las cuales es más imposible que nunca decir nada, dada la profundidad del desastre que se está produciendo.

En este contexto, un activista político tiene un lugar y una oportunidad especial en los acontecimientos. Un lugar que puede ser decisivo. No se trata de una pausa en la acción, ni del infantil aplazamiento de la lucha a un hipotético día del fin de la crisis para proponer ejercer el poder en reemplazo de quienes se evidencian tan desastrosos. El mundo del mañana se está construyendo ahora, en las soluciones del presente a la situación concreta del presente. Por mucho que las contribuciones de los intelectuales sobre «el mundo de después» nos proporcionen muchas herramientas preciosas para el pensamiento, la disolución de las fuerzas militantes con la esperanza puesta en un coloquio final que ponga fin a la crisis me parece particularmente peligrosa. Porque, concretamente y en la actualidad de cada día, los métodos de los regímenes autoritarios se están desplegando en casi todos los países y en particular donde gobiernan los neoliberales. La teoría del shock descrita por Naomie Klein funciona ante nuestros ojos, llegando hasta las formas extremas que se pueden observar en Brasil o en los EE. UU. y en tantos países de África, al sur del Sahara.

2° La dinámica popular de una situación como ésta. Cada momento crucial de la historia colectiva de un pueblo contiene una dinámica particular que lo anima y organiza la lógica de los acontecimientos hasta la salida que permite pasar a la siguiente etapa. Casi todas las revoluciones de la historia, desde la Edad Media hasta el período de las dos Guerras Mundiales, en Europa y en otras partes del mundo, rara vez han sido el resultado de una movilización ideológica o de la adhesión a la doctrina de un partido. La crisis política inicial suele comenzar con la incapacidad del sistema establecido para responder concretamente a una demanda que se ha convertido en hegemónica en la sociedad. Lo más frecuente es que se produzca en situaciones extremas: una hambruna, precios insoportablemente altos, una guerra que nunca termina, una parálisis parcial o total del funcionamiento de la sociedad en sus necesidades básicas. Me refiero bien a las necesidades básicas. Cosas simples pero fundamentales. Cosas sin las cuales no podemos vivir o que nos resultan mortales. Si bien es cierto que el coronavirus ataca más a ciertos sectores de la sociedad por razones sociales, el hecho es que todos están amenazados por igual. Peor aún: en una sociedad donde la clase media ya estaba perdiendo fuerzas en tanto que «locomotora», la brecha entre las clases dominantes y la masa de la sociedad es más profunda. El terreno es, por lo tanto, favorable al contagio del rechazo al orden político actual. En la historia, observamos cada vez cómo la situación se desencadena por un acontecimiento fortuito, improbable y fuera de lo común. Tal es el coronavirus en una sociedad que ha reunido todas las condiciones para que este impacto destroce como un rayo y sea desastroso. Pero no perdamos de vista cómo las aberraciones del modelo económico, social y político que constituye el «orden establecido» resultan hoy profundamente reveladores ante los ojos de las mayorías. En definitiva, la dinámica de las preguntas concretas que el régimen no puede responder se alimenta de la ira de una amplia base popular y se encuentra con una construcción piramidal que se agrieta y desmenuza. Un contexto característico de la antigua fórmula: «en la parte superior ya no se puede, en la parte inferior ya no se quiere». ¿Cómo salir de la catástrofe sanitaria? ¿Cómo podemos honrar el pacto francés de «Liberté Égalité Fraternité» que vuelve a estar a la orden del día en todos los grandes eventos nacionales? Al gobierno le gustaría poder responder, pero no sabe cómo. Y eso se ve. Y el omnipresente y parlanchín presidente seguido por su mayordomo general que cuenta las batas medicas que faltan, las pruebas de contaminación que declara inútiles, las mascarillas que considera superfluas, y así sucesivamente, nos hartan cada noche frente a la televisión. Nadie soporta tener que depender de los chinos y de los cubanos para salir adelante.

3° El carácter global del momento

Las características del contexto son, por supuesto, materiales, como podemos conocerlas mediante un análisis serio de todos los aspectos de la situación. Pero uno de los factores esenciales sigue siendo la percepción de la gran masa de la población. Es a través de la forma cómo se forma esta percepción, de la manera cómo mantiene, de las circunstancias que la alimentan, que se juega el factor decisivo para consentir al orden o para rechazarlo. Tales situaciones son políticamente globales por naturaleza. En cada momento, en cada aspecto, es la totalidad de la situación la que se encarna.

Cada noche a las 8 p.m. cientos de miles de personas aclaman la dedicación del personal hospitalario. No hay una reunión o discurso oficial sin que se vierta un diluvio de palabras en esa dirección. Pero al mismo tiempo el personal del hospital en la primera línea se siente totalmente impotente porque no ven las máscarillas que se les promete, o cualquier otra cosa que puedan necesitar. Y lo dicen, lo gritan. Y lo dicen con un gran número de voces en todos los niveles de la jerarquía del hospital. El gran número lo escucha, y llegan a la conclusión de que la palabra oficial es un engaño. Se dice que los que pronuncian las grandes palabras son incapaces de cumplir sus objetivos.

Entonces surgen dos preguntas y compiten por el protagonismo. «¿Cómo se llegó a esto? » ¿Cómo llegamos aquí?» «¿Qué tendríamos que hacer para salir de esto?». La primera pregunta toma la forma de una desconfianza abismal, la segunda es la verdadera cuestión para la conquista de las conciencias. Aquí es donde el colectivismo debe hacer su trabajo: demostrar que lleva consigo métodos más eficaces, más democráticos, más honorables y morales que el del poder neoliberal. La naturaleza global de los problemas del momento se revela a la conciencia de cada individuo cada vez que se empieza a tirar el hilo de la pregunta «¿Cómo llegamos aquí?». No se trata sólo de una cuestión de responsabilidad o incluso de culpa individual. Aunque la pregunta se hace por todos lados.

El gran número está cuestionando todo el sistema que produjo este resultado. Sienten con amargura cómo los innumerables sacrificios sociales que se exigían hasta hace poco no estaban en absoluto dirigidos a satisfacer un interés general. La gente entiende que fue lo contrario. Pero las palabras que usamos sobre la planificación, sobre la requisición, sobre la idea de una coordinación general de la producción al servicio de la solución del desastre sanitario, todo esto se entiende con beneplácito. No enseñaré nada a mis lectores diciendo que con las palabras viene la gramática y la sintaxis. La construcción de una nueva hegemonía cultural en el país puede anclarse en el episodio que estamos viviendo, mejor que con miles de folletos. Cuantas más palabras se difunden, mejor se entiende que la crisis ecológica, tanto la que hizo posible el coronavirus como la que va a venir con los acontecimientos del cambio climático, todo esto, el neoliberalismo es incapaz de gestionarlo en beneficio de todos.

Este es el nivel en el que debe situarse la intervención política. Por un lado, las respuestas concretas inspiradas en el método colectivista, y por otro los valores morales y filosóficos que acompañan a estos métodos. Es una pérdida de tiempo detenerse negativamente en el fracaso del régimen. Su derrota se inscribe en la lógica de la situación tanto por su incapacidad para resolver el problema con los métodos neoliberales como por el comportamiento de las personas que reclutaron para aplicar sus políticas. El prefecto Lallement, los líderes de la ‘LRA de l’Est”, que se encuentran en medio de un desastre sanitario pero que siguen planeando la retirada de las camas de hospital, por nombrar sólo algunos casos, están haciendo más y mejor que cualquiera de nuestras denuncias. Por supuesto, también debemos ser la voz de la ira. Pero lo principal es que propongamos «causas comunes». Es decir, proponer medios concretos tomados de las proposiciones y métodos de nuestro programa «El Futuro Común» para sacar al país de los problemas.

4° La revolución ciudadana y el momento

Los acontecimientos que estamos viviendo, considerados desde el punto de vista de la toma de conciencia política que está teniendo lugar en gran número, no pueden separarse de las secuencias que los precedieron. La influencia de la acción de los Chalecos Amarillos y sus métodos, las movilizaciones del período de reforma de las pensiones, todo esto forma un instrumento que ocupa su lugar en el estado de ánimo actual. Lo mismo ocurre en muchas latitudes y países. Pero lo más importante es que la dirección hacia la cual se dirigirá el pueblo nos fortalece en lo que hemos aprendido de la teoría de la era del pueblo y de la revolución ciudadana. Sí, por cierto, es a través de las redes colectivas, la urbanización y la mundialización que la crisis nació y se extendió. Y, en todas partes, dentro de poco, ante el fracaso concreto de los poderes fácticos, es la voluntad de autocontrol, esta esencia de la ciudadanía activa, la que será la línea de despliegue de los acontecimientos sociales y políticos.

Desde esta perspectiva, hay que tener en cuenta que el desastre se manifestará de muchas maneras. El aspecto sanitario es bastante obvio. Pero el colapso económico que resultará del desastre sanitario en los EE. UU. no ha hecho más que comenzar. Los Estados Unidos son el mayor socio comercial de Europa en el orden económico actual. Con el dólar, este país es el deudor final del mundo entero. La circulación de su moneda tiene lugar sin que este país produzca los valores materiales correspondientes. Acabo de resumir las brechas abiertas y abismales que amenazan al centro del mundo.

Los dos pilares del poder norteamericano son el ejército y la moneda. El ejército no se escapará del coronavirus. La moneda dólar tiene una circulación estrechamente ligada, no sólo al comercio mundial de materias primas, sino, sobre todo, al pago de la materia prima número uno del mundo contemporáneo: el petróleo. A 20 dólares el barril, todo el sistema se cae. Algunas de las explotaciones que habían hecho independientes a los EE. UU. ya no son viables a ese ritmo. Caerán en bancarrota. Su caída tendrá un efecto dominó. Los países del Golfo, que ven cómo se derrumban sus recursos, están dando a conocer que pueden encontrar un interés en valorizar sus monedas. Es por lo cual están buscando que se les pague en su propia moneda. Esta es la única manera en que pueden compensar lo que perderán, lo que ya están perdiendo, con el precio actual del barril de petróleo.

¡10 millones más de cesantes en 10 días en EE. UU.! Miles de personas ya han muerto. Pero mientras los franceses están almacenando comida y papel higiénico, los norteamericanos hacen cola para comprar armas. La decadencia moral de este país nos deja estupefactos. Se adivina cuál es la raíz de tales comportamientos colectivos. En cualquier caso, la conmoción social vendrá porque no hay seres humanos que estén dispuestos a ser despojados de todo y a ser abandonados a la muerte sin tratar de encontrar una salida a tal situación. Y no hace falta decir que el único método previsto hasta ahora, es decir, la represión brutal, pronto encontrará sus límites. Una de las razones de este límite es que las mismas fuerzas de represión están expuestas a la enfermedad y sus familias sujetas a la desesperación social. Es así como se construyen, en definitiva, las rupturas políticas. Estas secuencias, estas interferencias cruzadas de situaciones que van de un lugar a otro, no por razones ideológicas sino desde el punto de vista de la dinámica del contexto, son las que describe la teoría de la revolución ciudadana.

Una vez más, la clave no está en el futuro sino en el presente. En el libro “L’Entraide” (La entreayuda) de Pablo Servigne, se describe bastante bien la situación que resultaría de un retraso en la conciencia social y cívica sobre la dinámica del colapso de las instituciones de la sociedad. Comparto su idea: si entramos en el paroxismo de la «crisis» con la mentalidad, los principios de acción y los valores del egoísmo social y la indiferencia hacia los demás con que nos ha infectado el neoliberalismo, la violencia de la catástrofe será mucho mayor que si entramos en ella con los valores y principios de ayuda mutua y acción colectiva. En definitiva, el momento actual fusiona en un solo proceso las exigencias filosóficas, morales y sociales que están en el corazón del humanismo en el que se basa el concepto de «insumiso». La negativa a someterse a las normas de este mundo y a sus reglas del juego es la levadura del próximo mundo. Pero una vez más, este rechazo debe hacer su trabajo ahora, en forma de métodos concretos (requisición, nacionalización, democratización) para poder continuar después.

5° El papel del movimiento de los insumisos

En este contexto, si la acción política es esencial, deben describirse las condiciones primordiales. En Francia, somos una oposición política con grupos parlamentarios en el centro de las instituciones que organizan la democracia. No se puede renunciar a este papel con el pretexto de la «unión sagrada» y todas las variantes de un concepto que sabemos muy bien que, para el gobierno actual, significa esencialmente «silencio en las filas». Somos y seguimos siendo opositores. Y más aún porque es una condición para evitar el encierro en el que los neoliberales han sumido gradualmente a las sociedades que dirigen.

No tengo ninguna duda de que los métodos que proponen en cuanto al desastre sanitario son los que les convienen, haya o no desastre. Ya conocemos el método. El estado de excepción contra el terrorismo se ha prorrogado seis veces hasta que el régimen de Macron decidió que «para salir de lo extraordinario», la mayoría de las medidas correspondientes al estado de excepción debían incorporarse al derecho común. Entonces vimos el precio que habrían de pagar los ciudadanos comprometidos en las luchas ecológicas y sociales. La ley sobre medidas sanitarias de emergencia, contra la cual votaron los parlamentarios insumisos, no ha había sido todavía aprobada cuando nos anunciaron lo que seguiría. Stanislas Guérini, coordinador del movimiento «La République en Marche», anunció en pleno hemiciclo que, llegado el momento, había que pensar en hacer de las medidas excepcionales de este estado de emergencia sanitaria una parte del derecho común ordinario. Esto no es poca cosa en términos sociales. Pero el estado de emergencia sanitaria incluye una vez más una gran componente liberticida que cada día busca expandirse a través de nuevos hallazgos como la idea del control individualizado a través de la vigilancia telefónica…

Para un movimiento como el nuestro, la tarea esencial es mantenerse apegados al terreno y a todas sus capacidades de autoorganización. Una vez más, no somos un partido ni una vanguardia, sino exploradores avanzados y gatilladores. La primera tarea es reanimar el espacio político. Acabo de dedicar a esto el comienzo de este artículo diciendo lo que significa esta expresión. Esencialmente: valorar los métodos y soluciones concretas del colectivismo. Es decir, la planificación, requisición y democratización de la respuesta popular a la crisis sanitaria al interior de las empresas. Por lo tanto, se trata de actuar, de estimular las conciencias, de proponer la acción política en el registro que nos corresponde, es decir, el del discurso político respecto de la organización de la sociedad y de la respuesta concreta al desastre sanitario.

En consecuencia, nos estamos desplegando en varias direcciones. He publicado un breve mensaje sobre este tema, donde se hace un balance de todo lo que está llevando a cabo el movimiento de los insumisos. Aquí, vuelvo sólo a un solo punto. Quiero hablar de la protesta en línea que organizamos el sábado 4 de abril. Esta provocó una represalia por parte de los cyber-energúmenos de «La República en Marcha». Fue un buen estímulo para nuestra propia movilización. Con 100.000 participaciones, creemos que hemos construido un éxito y demostrado que el método es efectivo. Por eso podemos pensar que nuestra propuesta de volver a empezar este tipo de evento el próximo sábado es compartida. Efectivamente, a partir de la próxima semana queremos hacer un nuevo evento exitoso en línea. Una buena señal fue dada por las personalidades y la organización política «Génération.s» que compartieron la iniciativa, cada cual con sus propias palabras. Este método radicalmente abierto es nuestro. Lo combinamos con la idea de la «manifestación desde el balcón» que invita a todos a poner en su balcón las consignas o el humor que consideren necesarios en el contexto.

Nuestro enemigo es la inercia, la resignación, la absorción ciega del discurso del poder. Demostrando la existencia de un amplio sector crítico de la sociedad, damos peso a propuestas alternativas que provienen del terreno. Obligamos al poder a no aturdirse con su propio discurso. Creo que hemos hecho algo útil al lanzar, el lunes pasado, el tema del desconfinamiento. Es, en efecto, una operación extremadamente complicada de organizar para que tenga éxito. Debemos poner en práctica todos los medios que faltaban cuando comenzó la crisis. Por lo tanto, es una oportunidad para todos de hacerlo bien, de hacerlo mejor, de hacerlo con eficacia. De esta manera se construye una conciencia común de la situación y de las tareas a realizar. Esto es 100% positivo. 100% propositivo. 100% concreto e inmediato. Es sobre estos cimientos que construiremos el resto.

Jean-Luc Mélenchon.

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