Ahora es cuando

Desde el año 1989 en que supuestamente retornamos a la democracia, muchos soñamos con que vendrían mejores tiempos, se buscaría la verdad y se haría justicia en temas de DDHH, se repondrían los derechos conculcados durante la dictadura y se buscaría la forma de reparar las aberraciones del sistema económico impuesto a sangre y fuego

Por Daniel Labbé Yáñez

13/02/2017

Publicado en

Columnas

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Desde el año 1989 en que supuestamente retornamos a la democracia, muchos soñamos con que vendrían mejores tiempos, se buscaría la verdad y se haría justicia en temas de DDHH, se repondrían los derechos conculcados durante la dictadura y se buscaría la forma de reparar las aberraciones del sistema económico impuesto a sangre y fuego.

Supusimos asimismo -ingenuamente- que el Estado crearía al menos los controles necesarios para que instituciones como las AFPs, Isapres, retail y otros similares, se midieran en sus abusos sobre los ciudadanos.

Soñamos con que los recursos naturales y las empresas del Estado repartidos como botín de guerra por Pinochet a sus adherentes serían devueltos a los chilenos.

Todos anhelos encarnados en un arco iris y una promesa de alegría.

presidentes

Y cuando Patricio Aylwin ganó las elecciones muchos pensamos: ahora es cuando. Pero no: Pinochet siguió siendo Comandante en Jefe. Vinieron los ejercicios de enlace, los boinazos y la frase que sería un presagio: «Justicia en la medida de lo posible». No hubo verdad ni justicia para las víctimas de violaciones a los DDHH, menos reparaciones justas y, para las excepciones en que se logró llevar uniformados a la justicia, se construyeron y habilitaron cárceles exclusivas para ellos, llenas de beneficios.

Tampoco perdieron sus privilegios y siguieron recibiendo recursos casi ilimitados a través de la ley reservada del cobre.

A pesar de eso, muchos aún no perdíamos la fe. Y pensamos que sería posible hacer los cambios y enmendar errores y abusos. Pero vino el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle y fue más de lo mismo. O peor. Se puso de cabeza para traer a Pinochet de vuelta, detenido en Londres, y que para esa época era “senador vitalicio”. Y Frei lo logró: no fue juzgado en Europa, donde era considerado un genocida. Y regresó a Chile, donde no pasó un solo día en la cárcel.

Se siguió privatizando lo que quedaba en manos del Estado, como el agua, que pasó no solo a manos privadas sino que, además, extranjeras.

Y ahí quedamos otra vez, pensando cómo era posible que el modelo neoliberal se profundizara en democracia.

Pero habían sido dos gobiernos DC, un partido que propició y celebró el golpe militar. Quizás si elegíamos a un presidente más de izquierda las cosas podían cambiar.

Y fue elegido Ricardo Lagos. “Ahora es cuando”, pensamos muchos otra vez. Y rememoramos ilusionados “el dedo de Lagos”, cuando apuntó a Pinochet, jugándose prácticamente el pellejo en ese gesto.

¿Quién podía pensar que una vez que fuera elegido presidente de la nación privatizaría lo poco que quedaba?: Cárceles, hospitales, transporte público. Las últimas gotas de agua (bajo su mandato, Endesa España se hizo con el 60% del agua de nuestro país).

Y por último concesionaría cada carretera, camino y playa que se pudiera.

La guinda de la torta fue poner su firma en la constitución malparida de Pinochet, legitimándola de esa manera.

¿Y qué nos quedaba…? Una mujer, la sensibilidad de una mujer de izquierda, con una historia de vida difícil.

¿Por qué no? Y votamos por Michelle Bachelet llenos de esperanza otra vez. Y aunque la ilusión ya no era la misma, otra vez pensamos: “¡Ahora es cuando!”

No fue tan nefasta, pero tampoco tuvo el valor ni la intención de cambiar nada. Se rodeó de ministros que hacían apología del modelo neoliberal, como Andrés Velasco y Nicolás Eyzaguirre. No se avanzó ni en verdad ni en justicia y fue a dar explicaciones a los empresarios cada vez que estos la criticaron y le golpearon la mesa.

Una vez más un supuesto gobierno de izquierda gobernaba para la elite de este país. No hubo condenas, ni proyectos de ley ni reacción alguna frente a la relación incestuosa entre política y empresarios, que ya era obvia.

La relación entre trabajadores y empresarios siguió siendo asimétrica y estos no lograron avanzar en sus derechos. Tampoco se incentivó la sindicalización.

Resumen: de izquierda, tampoco tuvo nada su gobierno.

Luego tuvimos a Piñera. Obviamente no esperábamos nada de él, solo que se fuera luego. Un empresario multimillonario lleno de conflictos de intereses, acusado hasta de robarse un banco. Literalmente, el gato cuidando la carnicería.

Resultado: todavía están desfilando sus ministros por tribunales, acusados y condenados por delitos graves y variados.

Aunque hay que reconocer, con dolor, que se atrevió a cerrar el Penal Cordillera, lo que no hizo ninguno de los cuatro presidentes anteriores, todos de la Concertación.

Y Bachelet volvió. Y cumplió las expectativas para los que no esperábamos nada bueno de ella. Su gobierno ha sido un cúmulo de errores, indolencia y malas decisiones. Las reformas prometidas terminaron siendo reformitas, casi de utilería. Nada sustancial.

¿Y qué me llevó a reflexionar hoy sobre estos casi 30 años de engaños?

Pensaba en que a pesar de ser una de sus principales promesas de campaña, Bachelet puso urgencia al proyecto de aborto en tres causales recién en septiembre pasado; por eso la lentitud en su tramitación. A destiempo, conscientemente.

Sin embargo, en mayo del 2015, en pleno escándalo por la colusión del papel -y de los pañales- le puso urgencia al proyecto que renovaba sin cambios el DL 701, para seguir entregándoles a los grandes empresarios del sector forestal cientos de millones de dólares por nada. A ellos, los mismos que ganaron millones con la colusión y que son los principales culpables de que Chile se haya pasado semanas ardiendo.

No sé ustedes, pero yo jamás volveré a creer que ahora es cuando. No importa quién y qué prometa. Al menos mientras esta generación de políticos funestos no se jubile.

Necesitamos refundar Chile, desde los cimientos. Una nueva independencia luego de la última reconquista.

Cuando alguien me ofrezca eso, quizás vuelva a pensar otra vez: Ahora es cuando.

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