Columna:

ALTO, Transantiago y Conciencia de Clase

    “La gran tarea en el arte de gobernar es evitar, o al menos retardar en lo posible, el despertar de la consciencia del pueblo” -Míjail Bakunin- No basta el pésimo servicio

Por Arturo Ledezma

02/11/2014

Publicado en

Columnas

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“La gran tarea en el arte de gobernar es evitar, o al menos retardar en lo posible, el despertar de la consciencia del pueblo”

-Míjail Bakunin-

No basta el pésimo servicio. No basta la espera eterna. No basta el trato de ganado. No basta lo caro del pasaje. No bastan las continuas alzas. No, no es suficiente humillación. Además el trabajador y usuario del Transantiago debe lidiar con el maltrato propagandístico que una empresa contratada para tal fin realiza en los mismos buses. Tal es la premisa que parece manejar ALTO: Acción Legal Total, grupo que según su propia definición busca “entregar soluciones integrales e innovadoras para prevenir y disminuir los riesgos patrimoniales que afectan a compañías en distintas industrias, con el objetivo de mejorar su rentabilidad”. Definición que básicamente se constituye en eufemismo que busca maquillar la labor que en la práctica realiza ALTO, esto es, la defensa de las empresas (en este caso algunas del Transantiago, aunque también se ocupa de otros rubros) desde un punto de vista netamente clasista, defensa que se traduce concretamente en asistencia legal para las compañías y, lo que nos ocupa, el despliegue de campañas que buscan socavar la integridad moral de los usuarios del transporte público y criminalizar, teórica y literalmente, a cualquier individuo que “atente” contra los servicios de las empresas contratantes sin importar ninguna otra consideración más que el marco legal vigente que, evidenciémoslo, usualmente beneficia a la clase en el poder. Misma clase para cuya defensa trabaja ALTO.

Una de las últimas expresiones de estas campañas fue la que despertó la indignación de los cibernautas que consideraron, no sin razón, que se había sobrepasado todo límite de decencia y respeto para con los usuarios. Las imágenes, que según ALTO buscan rescatar y premiar públicamente al usuario “honesto”, muestran a un trabajador (con pinta específica de oficinista) en actitud orgullosa, pecho henchido, manos bajas y cruzadas, mentón elevado y mirada dura, acompañada de las leyendas “Gano el sueldo mínimo pero llego a fin de mes con la consciencia tranquila” y luego “Él es honesto, Él paga su pasaje”. Una ofensa al pueblo trabajador por donde se le mire, partiendo por la estética fascistoide y el enfoque no muy alejado de esta misma corriente, una propaganda moralizante  desde arriba que busca promover un tipo de conducta para un caso específico como el único correcto e imponerlo mediante el chantaje emocional de masas.

El descaro y la sinvergüenzura son impresionantes y quedan más al descubierto al contrastar la conducta que se busca imponer con las cifras de la realidad diaria y mensual de los trabajadores y trabajadoras de Santiago, que somos los aludidos en sus campañas. En términos sencillos, con un pasaje de micro a $620, contando dos viajes diarios para ir y volver del trabajo en una semana laboral de cinco días, tenemos un gasto diario de $1.240 y mensual de $24.800. Considerando que el sueldo mínimo líquido es inferior a los $180.000 el porcentaje que se debiese destinar SÓLO para transporte es sencillamente demasiado grande y, a poco andar, se vuelve insostenible. Y esto, como habrán notado, sin incluir ningún tipo de viaje que no sea por motivo laboral, es decir, dejando fuera trámites, idas al médico o simple recreación, y también sin considerar que si se debe usar metro en horario punta (que es cuando más lo usamos los trabajadores) el pasaje cuesta $700, lo que dispara el presupuesto personal y familiar en transporte fuera de los límites de lo posible. Luego no faltará quien ilusamente trate de atacar la evasión aduciendo a que esto encarecerá el pasaje para todos  (desinformación de la que claramente se hace eco ALTO para aumentar la desidia y los sentimientos de culpa), como si el famoso “Panel de expertos” efectivamente tomara en cuenta esto a la hora de proclamar el precio del pasaje.

El descaro, las clases y sus consciencias

Según el Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos y como observa Juan Carlos Feres, presidente de la Fundación para la Superación de la Pobreza, la canasta básica para una familia compuesta por dos adultos y dos niños cuesta unos $180.000 mensuales, vale decir, un sueldo mínimo líquido. A partir de esto, no es difícil notar que el ingreso mensual mínimo, mismo al que se alude en la propaganda de ALTO, sólo puede cubrir el ítem alimentación de una familia de cuatro integrantes. ¿Cómo pensar entonces en transporte? ¿O vestimenta? ¿O extras en salud y medicamentos? ¿O educación? ¿Cómo pensar siquiera en recreación? Sencillamente es imposible. Y es esta imposibilidad, sabemos, la que nos empuja al salvavidas de plomo que es el crédito, acaso re-edición de la esclavitud por deudas.

Pero nada de esto parece importarle a ALTO y sus ¿publicistas? No. Para la empresa, lo primero parece ser la integridad moral de quienes, a diferencia de ellos, deben usar el transporte público de modo diario. No importa que el sueldo mínimo en Chile sea una verdadera miseria, que en muchos casos alcance apenas para sobrevivir, que ahogue completamente a miles y miles de personas. No, todo eso es secundario o inexistente para Acción Legal Total pues lo relevante es “llegar a fin de mes con la consciencia tranquila” y “ser honesto”. Personas y entidades que no tienen que vérselas con la vida, como sí los trabajadores, nos vienen a gritar en la cara que debemos aceptar nuestra miseria con orgullo y alegría y que debemos, aparentemente, alimentar, educar y vestirnos a nosotros y nuestros hijos con consciencias tranquilas a fin de mes.

Pero el actuar de ALTO resulta tan relevante por un motivo en particular. Su accionar es la clara muestra de que uno de los aspectos más rescatables del empresariado, de la clase dirigente, es su total consciencia de clase. Después de todo, ALTO es una empresa que defiende empresas en desmedro de la clase trabajadora, de los trabajadores y trabajadoras que son a quienes busca continuamente atacar, criminalizar y, ciertamente, dividir (para conquistar). ALTO no se preocupa del almacén de barrio o del quiosco de la Alameda. No, no. Se preocupa, lo dicen ellos mismos, de las “compañías líderes en su rubro” y, en todo caso, es cosa de darse una vuelta por la ciudad para ver que sus emblemas se encuentran en supermercados, tiendas de Retail y malls solamente o, como en este caso, en los buses de las empresas del transantiago que han reportado ganancias multimillonarias en los últimos años.

La consciencia de clase en las clases dominantes se puede constatar continuamente. Desde colusiones en las avícolas a colusiones en las farmacias, pasando por el Pentagate, la clase en el poder parece comprender mejor que nadie que “unidos vencerán”. Esta comprensión estratégica, acaso decantada a lo largo de los siglos desde otros actores sociales, como las monarquías y sus alianzas reaccionarias, es cultivada con énfasis por el empresariado a sabiendas de los beneficios que le reporta. Poco importan las malas prácticas de los empresarios del transantiago, para el caso que nos toca, o los fraudes denunciados, si se trata de defender a uno más de la clase opresora. No se saca la suerte entre gitanos y esto ALTO y sus socios lo saben muy bien.

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Choferes y pasajeros unidos…

Uno de los grupos más afectados por la maraña de la opresión y sus estratégicas alianzas es justamente el de los trabajadores del transantiago; los choferes de los buses. En el último tiempo hemos notado con consternación como algunos de ellos, agobiados por el maltrato empresarial, han decidido poner fin a sus vidas, como una última forma de protesta, por medio de la inmolación. En el año 2014, en un país que se precia de moderno y estable, modelo supuesto para muchos de sus pares regionales en lo económico y político, se ha llegado a tal punto que trabajadores, no pudiendo aguantar más, se han quemado a lo bonzo por lo extremo de sus penurias y aprensiones laborales. Tal fue el caso  de Marco Cuadra, dirigente sindical y chofer de la empresa RedBus que luego de una agonía de 25 días, con más del 90% del cuerpo quemado, fallecía en la Unidad de Quemados del hospital de Urgencias de Santiago. Cuadra atribuyó sus acciones, y así lo confirman su esposa y compañeros, a las prácticas represoras de patrones y dueños de RedBus, entre las que se cuentan extensas jornadas laborales, el no pago de sueldos y particularidades tan vejatorias como el no poder acceder los trabajadores a un baño, por lo que muchos de estos debían usar pañales. Lamentablemente el caso de Marco Cuadra no es el único, lo que no hace sino confirmar el carácter de habitual de estas prácticas patronales en el transantiago. Estas son el tipo de empresas que ALTO defiende y con las cuales, desde luego, sus campañas del terror, moralizantes y denigrantes para con los obreros, trabajan con total indiferencia.

Pero mencionábamos antes que una particularidad notable del empresariado es su consciencia de clase. Esta característica, tan fundamentalmente útil, no encuentra la misma fertilidad en las clases oprimidas y es común ver cómo los obreros nos perdemos en las salidas fáciles de la vida capitalista antes que comenzar a cuestionarnos el porqué de nuestra miseria. Usualmente, además, coincidimos en la desorganización y la belicosidad interna, ejemplificado para el caso en la animadversión que pasajeros y choferes pueden llegar a tener. Pero, por supuesto, pasajeros y choferes no somos enemigos y antes pertenecemos a una misma clase oprimida que obviamente tiene enemigos en común y, por ende, plantea formas deducibles de acción.

Si bien no pretendemos imponer una única verdad ni solucionar el asunto de buenas a primeras en una simple columna, sí creemos que es útil el sacar ciertas conclusiones del mismo. De este modo, un camino fundamental para comenzar la lucha en respuesta debe ser el del fomento, entre nosotros mismos, a la consciencia de clase primero, para luego a través de prácticas como la solidaridad entre iguales desarrollar el concepto y práctica de la organización en los trabajadores y usuarios del transporte público. Desde cosas tan aparentemente pequeñas y simples como las evasiones masivas concertadas en redes sociales hasta hace unas semanas se puede ya ir creando consciencia y desarrollando organización en los grupos oprimidos. La Desobediencia Civil, por ejemplo, tiene una tradición no breve en las luchas de reivindicación de derechos de los pueblos y personas y puede ser expresada en términos organizativos mayores que apunten, eventualmente y con perspectiva del lugar que le cabe en el camino reivindicativo, a derruir y reemplazar las estructuras mismas de dominación que el sistema capitalista lleva en su esencia. Fortalecer la comunidad local, el barrio, los centros de estudio y culturales, jardines y huertas comunitarias, siempre en consciencia del quién somos, del por qué hacemos esto y de los pasos a seguir, llevará a una regeneración del tejido social que decantará a su vez en un empoderamiento cada vez mayor del pueblo. Como dijeron por ahí, un camino de mil kilómetros se inicia con un solo paso. La cosa es que cada paso se dé en consciencia de su lugar y función.

Después de todo, una de las lecciones que podemos sacar de la defensa de clase que son las campañas del terror que hace ALTO, es justamente esta necesidad de reconocernos como pares oprimidos por una misma clase. Y si vamos a hacer que la moral entre en juego, que sea aquella que fomente nuestros lazos como trabajadoras y trabajadores dignos y orgullosos, que no aguantarán que se les siga pasando por encima ni con cobros abusivos ni con propaganda denigrante. Ya lo decía Mijail Bakunin en el siglo XIX: “Esta nueva consciencia surge y se desarrolla muy lentamente en las masas. Pueden pasar siglos antes de que comience a agitarse, pero una vez que comienza a hacerlo no existe fuerza capaz de detener su curso”.

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