Bielorrusia, la OTAN y Rusia

Por Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo) Al derrumbe de la URSS, el mundo unipolar, hegemonizado por Estados Unidos, intentó aprovechar el mal gobierno de Boris Yeltsin dominado por los oligarcas para avanzar, geopolíticamente, en los países que antes pertenecían al bloque soviético: la RDA se fusionó con RFA; la Checoslovaquia se separó en los […]

Por Absalón Opazo

26/08/2020

Publicado en

Columnas / Mundo / Rusia

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Por Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

Al derrumbe de la URSS, el mundo unipolar, hegemonizado por Estados Unidos, intentó aprovechar el mal gobierno de Boris Yeltsin dominado por los oligarcas para avanzar, geopolíticamente, en los países que antes pertenecían al bloque soviético: la RDA se fusionó con RFA; la Checoslovaquia se separó en los checos y los eslovacos; Yugoslavia, por su parte, dio lugar a varios países; Polonia se convirtió, por primera vez, en un país gobernado por la ultraderecha; Hungría también terminó gobernado por la ultraderecha. Los países Bálticos -Estonia, Letonia y Lituania-, se independizaron.

A la anterior situación de cambio en el mapa europeo, aún faltaba resolver el dominio de las 15 ex repúblicas soviéticas. Con la instalación del gobierno de Vladimir Putin, Rusia, el país más extenso de Europa, paulatinamente fue recuperando su calidad de potencia que había perdido bajo el gobierno de Boris Yeltsin.

Estados Unidos trataba a la Rusia de Yeltsin como un país subordinado y donde cundía el desorden y el dominio de las mafias oligárquicas. Cuando Putin comenzó su gobierno esa situación empezó a cambiar: Rusia estaba interesada en mantener y hegemonizar las ex repúblicas soviéticas y, por otra parte, Estados Unidos continuaba hegemonizando la OTAN, (en la actualidad, ya terminada la “guerra fría” y disuelto el pacto de Varsovia, carece de sentido).

La Unión Europea y la OTAN han continuado bajo el dominio norteamericano y ahora, con la prepotencia grosera de Donald Trump, se da el lujo de tratar a los países europeos como escolares, máxime si, ni siquiera, cumplen con el pago de las cuotas que deben verter a la OTAN.

El trato grosero que Trump da a la Canciller alemana, Ángela Merkel es, francamente, vejatorio, acusándola directamente de estar dominada por los rusos, al menos en la venta del petróleo y de gas natural. Pero Francia y Alemania se han mostrado en extremo ratones para tener una política independiente de Trump, que amenaza a Alemania con la instalación de bases norteamericanas en Polonia, país que se está convirtiendo en predilecto del imperio.

Rusia, por su parte, se ha fortalecido como la primera potencia militar a nivel mundial, y su política en el Medio Oriente y en la guerra de Siria ha sido exitosa. Los puntos conflictivos en la disputa de Rusia en la OTAN, y Europa y Estados Unidos, se han ubicado en las antiguas repúblicas soviéticas, fundamentalmente Ucrania, Crimea y Georgia, y ahora, Bielorrusia.

A mi modo de ver, Rusia tiene toda la razón al haber incorporado a Crimea, pues la mayoría de sus habitantes se declaran pro-rusos y, además, hablan el idioma (en un reciente plebiscito estuvieron de acuerdo en incorporarse a Rusia). El problema ucraniano es más complejo, pues una parte de la población es favorable a pertenecer a la Unión Europea, y la otra es pro-rusa.

El gobierno de Putin ya ha iniciado una política de acercamiento con las antiguas repúblicas soviéticas: propone la formación de una alianza euroasiática, compuesta por Bielorrusia, Armenia, Kazakistán, Kirquistan. Una Unión Euroasiática abierta a otros países del Asia.

Así, un mundo tripolar, (Estados Unidos, Rusia, China) o cuadripolar, (si agregamos a la India), representa un serio peligro para el poder de Estados Unidos, cuyo Presidente actual, en medio de su ignorancia, no se da cuenta de que ya ha dejado de ser la potencia única.

Bielorrusia llegó a convertirse en un Estado independiente sin darse cuenta: era la única república que no tenía problemas con Moscú, por el contrario, estaba feliz de ser estalinista. En las primeras elecciones (1994) surge como líder Alexander Lukashenko, que se transforma en una especie de “padre de la patria”, al estilo Stalin.

A partir de las primeras elecciones, Lukashenko ha ganado consecutivamente otras seis elecciones, con la misma sospechosa cifra del 80% de los sufragios. Parece lógico que Bielorrusia y Rusia se fusionen, pues hablan el mismo idioma y poseen una cultura eslava similar. El problema surge en que en ese intento, Putin dominaría a Lukashenko.

La economía bielorrusa depende de Rusia, país que lo subvenciona en petróleo y gas natural a muy bajo precio, y los bielorrusos, a su vez, lo revenden a otros países con su recargo respectivo.

Lukashenko, en tanto, es bastante hábil para jugar con la disputa entre Rusia y los demás países europeos. Al sentirse amenazado por una reducción en la entrega de petróleo, por parte de Putin, ha mantenido conversaciones con Mike Pompeo, Secretario de Estado Norteamericano, en busca de ofertas de petróleo.

Después, a pocos días de las últimas elecciones (realizadas el 9 de agosto), la KGB de Bielorrusia tomó presos a 33 representantes rusos, acusados por el gobierno de inmiscuirse en los comicios en favor de la oposición. Y como lo había hecho en otras ocasiones, la policía de Bielorrusia, bajo distintos pretextos, apresó a los tres candidatos rivales, pero esta vez sus tres esposas los reemplazaron.

Finalmente, con el 80% de los votos, nuevamente resultó elegido Lukashenko; la sorpresa la dio la esposa del apresado candidato Serguéi Tijanovski, Svetiana Tikhanovskaya, a quien se le atribuyó el 10% de la votación.

En la capital, Ninsk, se realizó la manifestación más masiva e importante en la historia de Bielorrusia, en que se pedía la renuncia del Presidente, así como la repetición de las elecciones, consideradas viciadas y fraudulentas.

Bielorrusia tiene fronteras con Polonia y los Países Bálticos, Estonia, Letonia y Lituania. La candidata rival se vio obligada a refugiarse en Lituania, y ha declarado estar dispuesta a llamar a elecciones libres. Asimismo, los países de la Unión Europea, especialmente Francia y Alemania, se niegan a reconocer el resultado de las elecciones, y aún, muy suavemente, llaman a apoyar a la oposición, así como a castigar económicamente al gobierno de Bielorrusia.

Rusia, por otra parte, ha firmado un pacto de mutua defensa con Bielorrusia, en consecuencia, está dispuesta a apoyar a este país en el caso de que sea atacado por la OTAN, sobre todo considerando que Polonia se ha convertido en el país predilecto de Trump, por consiguiente, de la OTAN.

Es cierto que Lukashenko no es un aliado muy cómodo para Putin, sin embargo, Rusia no puede darse el lujo, como potencia militar que es, de tener como vecino a un gobierno cercano a la OTAN, en el caso de derrocar al líder actual de Bielorrusia.

Y además, Bielorrusia no tiene nada que ver con el conflicto ucraniano, pues en este país la mayoría de los ciudadanos son partidarios de Rusia, y el 95% habla el idioma ruso, por consiguiente, el clivaje se reduce a partidarios u opositores del dictador Alexander Lukashenko.

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