Bolivia, tiempo del cambio

La filosofía intercultural propone más bien como un programa de trabajo para provocar un cambio de paradigma en el ejercicio del quehacer filosófico; y quiere contribuir a dicho cambio de paradigma rompiendo las barreras creadas por las estructuras monoculares de la filosofía tradicional o dicho en forma más positiva, cultivando una actitud filosófica que parte […]

Por Leonel Retamal

30/07/2013

Publicado en

Columnas

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La filosofía intercultural propone más bien como un programa de trabajo para provocar un cambio de paradigma en el ejercicio del quehacer filosófico; y quiere contribuir a dicho cambio de paradigma rompiendo las barreras creadas por las estructuras monoculares de la filosofía tradicional o dicho en forma más positiva, cultivando una actitud filosófica que parte del reconocimiento de la pluralidad de las filosofías, con sus respectivas matrices culturales y sus siguientes formas de argumentación y fundamentación. (Márquez A.B-Fernández en Raúl Betancourt, «Tesis para la comprensión y práctica de la interculturalidad como alternativa a la globalización», p.370)

El pueblo boliviano abre un proceso de discusión a partir de que sus pueblos indígenas se convierten en los actores del proceso de cambio en el mundo. Nos comenzaron a mostrar su organización, su pensamiento, su espiritualidad, su economía, su cultura y mucho más. Por eso es muy interesante ver la racionalidad en comparación de la cosmovisión andina o amazónica, dos maneras muy distintas de percibir el mundo, la vida, es un cambio de paradigma real.

La racionalidad nos ha llevado a una vida lineal monocular, es el pensamiento individualista, euro-centrista que nos dio a conocer un solo dios, un solo Estado, un solo símbolo, y como centro del mundo al hombre. Para el Aymarismo la dualidad es la forma de vida, todo es integral, es una nueva forma de filosofía en base a un rencuentro con la fuente de la vida, el Chacha Warmi o dualidad, es la parcialidad universal, como ejemplos varón – mujer, día y noche, blanco y negro, todo viene en par, dentro de la constelación de la cruz del sur, y vamos al camino del sabio, a ese compromiso con la vida.

Al margen de quienes van a seguir ese camino, siempre hay un compromiso con uno mismo, con la pareja, con la comunidad, con los demás, con la naturaleza porque somos parte de la Madre Tierra, vendría a ser la ruptura del individualismo, es por eso que debemos replantearnos muchos aspectos, «somos los más grandes agricultores de nuestras propias vidas» y hasta ahora la naturaleza del individualismo ha hecho que cosechemos desintegración y destrucción, sin embargo para los pueblos indígenas la vida se construye a partir de las leyes de la naturaleza, de la comunidad donde se practica la reciprocidad, la dualidad, la complementariedad.

El ser humano se ha ido aislando de todo lo que le rodea y ha perdido la capacidad productiva en complementariedad con las demás formas de existencia. Ha llegado el tiempo de reconsiderar los paradigmas que nos han incapacitado, como individuos, como sociedad y como humanidad, porque precisamos reconstruir nuestro horizonte. La humanidad necesita la ética del buen vivir para equilibrar la naturaleza y la cultura.

Y este es el tiempo preciso en que podemos volver a sembrar, es una nueva oportunidad de proyectar un nuevo horizonte, tanto personal, como de familia, de ciudad, de país y de humanidad.

En esto radica la urgencia de recuperar nuestros calendarios ancestrales que sí marcan los ciclos y permiten a quienes se rigen a ellos, unirse a la vibración de la Madre Tierra y el cosmos, por lo tanto estar en armonía y no al margen de ella, como ha ocurrido en estos tiempos, en vista de haber adoptado calendarios ajenos y descontextualizados de los ciclos naturales de la vida.

Restablecer nuestra identidad, más que una reivindicación sólo étnica o cultural, significa retornar a nuestra identidad cultural. Por eso en Bolivia se pasó de un Estado monocular a un Estado plurinacional reconociendo la diversidad de culturas existentes, de culturas ancestrales.

Por Sergio Salazar Aliaga

Estudiante de Derecho y activista boliviano

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