OPINION

Contrahegemónico

Chile fue el primer país del mundo en aplicar el sistema de capitalización individual y es en la actualidad el único que aún la mantiene en exclusividad

Por paulwalder

27/09/2016

Publicado en

Columnas

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Paul WalderChile fue el primer país del mundo en aplicar el sistema de capitalización individual y es en la actualidad el único que aún la mantiene en exclusividad. Tuvieron que pasar más de 35 años para ver que el modelo de AFP fue una más de las grandes estafas instaladas por los Chicago Boys al fragor de la dictadura. Así como las privatizaciones y el desguace del aparato público, la entrega de una porción de los salarios de los trabajadores a operadores privados corresponde a una faceta más del modelo de mercado.

 

Un sistema perverso basado en un fraude de proporciones mayúsculas sólo pudo haberse sostenido sobre la mentira, la ignorancia y la desinformación. Pero también por el éxito de década de adoctrinamiento neoliberal. la mutación de la condición humana desde sujeto colectivo y comunitario a una entidad individual y egoísta. El homo económico, el humano concebido como unidad económica es una concepción desarrollada por Friedrich Hayek y aplicada en Chile por su discípulo Milton Friedman. Desde los albores de la dictadura cívico-militar Chile ha sido probablemente el parque temático mejor equipado para el goce neoliberal. Una utopía para inversionistas y corporaciones, para aventureros y especuladores, pero amarga distopía para trabajadores y ciudadanos.

 

El éxito neoliberal, que convirtió a Chile en modelo de roadshow en mercados internacionales con ofertas de sus empresas y recursos naturales a precios de saldos, tuvo que demostrar de manera evidente su enorme capacidad de destrucción, apropiación y acumulación por desposesión. Una realidad ensayada desde finales del siglo pasado, amplificada por la transición y estrellada con violencia a partir de esta década. En el proceso, queda una concentración de la riqueza en un puñado de oligarcas y oportunistas, una expropiación de los salarios de miles de millones de dólares en manos de las administradoras y especuladores, y una pérdida de derechos sin precedentes. La comercialización de la vida pública y privada, realidad cotidiana desde la cuna al cementerio, es un efecto del homo económico.

 

La concepción económica de la condición humana exhibe sus ganadores e intenta esconder un territorio lleno de perdedores. Han tenido que pasar casi 40 años para que millones de trabajadores y ciudadanos percibieran que el luminoso, y presuntuoso, discurso neoliberal basado en el crecimiento económico y la creación de riqueza ilimitada, y su consiguiente derrame, era no sólo simple retórica y demagogia, sino una vulgar mentira. La privatización de la economía, como colofón discursivo, ha derivado en la entrega del territorio y sus recursos junto al trabajo de los asalariados a manos de unos cuantos oportunistas.

 

Todo esto, bien conocido por observadores y activistas, hoy apenas comienza a tener visos de realidad para la gran mayoría de los trabajadores y ciudadanos. ¿Qué hipnosis, qué embrujo ha mantenido en este trance a los chilenos?  El capitalismo es también seducción e ilusión, diseminada a través de grandes aparatos de información y publicidad. Una campaña persistente basada en un eventual éxito personal con efectos acumulativos ha creado una cultura del individualismo, la competencia, el egoísmo y la desconfianza en los otros.

 

Las masivas marchas contra las AFP, la demanda por un sistema de reparto solidario así como la educación gratuita entregada por el Estado apuntan en la dirección contraria a una cultura dominante (¿hegemónica?) por las últimas tres o cuatro décadas. Un nuevo discurso que parece desarrollarse a contrapelo, un poco chirriante sin duda, ante la pesadez neoliberal que sigue controlando el ambiente y condicionando (y alienando) las vidas.

 

Pese a la aplastante maquinaria comunicacional corporativa, podemos observar el inicio de su su desgaste y corrosión a través de millares de voces liberadas. Los grandes relatos históricos emancipatorios se han construido desde abajo. Pequeñas ideas y acciones, reproducidas y multiplicadas por los territorios y comunidades, han comenzado a levantar y modelar un nuevo discurso. El terror y la rabia de las elites es la mejor muestra de su creciente solidez.

 

PAUL WALDER

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