Crítica a la Calidad de la Democracia en Chile

Al pensar por un momento en el concepto de Democracia propuesto por Norberto Bobbio podemos sintetizar la visión de muchos autores al señalarla como un “método, un procedimiento, una vía, unas reglas de juego: reglas que permiten la más amplia y más segura participación de la mayor parte de  los ciudadanos, ya en forma directa, […]

Por Mauricio Becerra

22/01/2009

Publicado en

Columnas

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Al pensar por un momento en el concepto de Democracia propuesto por Norberto Bobbio podemos sintetizar la visión de muchos autores al señalarla como un “método, un procedimiento, una vía, unas reglas de juego: reglas que permiten la más amplia y más segura participación de la mayor parte de  los ciudadanos, ya en forma directa, ya en forma indirecta, en las decisiones políticas, es decir, en las decisiones que interesan a toda la colectividad”. Esta cita nos introduce en el objetivo central del presente artículo, que es tratar de comprender cuáles son los principales problemas que afectan a la calidad de la Democracia a nivel latinoamericano, y en especial el caso chileno.

Podemos señalar que durante los últimos 25 años, América Latina ha experimentado una creciente ola de democratización que no posee ningún parangón en la historia de la región en términos de su profundidad, alcance y persistencia, pero si en términos de su calidad. Por tanto, la realidad política de la región se ha vuelto tan dinámica y “fluida” y los nuevos desafíos de nuestras democracias en la actualidad resultan variados y significativos, que una crónica comparativa anual sobre los procesos políticos vividos por cada país constituye, a nuestro entender, una herramienta de investigación fundamental y necesaria. Al interior de cada país latinoamericano también resultaron evidentes ciertos problemas de corte transversales: déficits de desarrollo humano en oposición a la expansión económica, exclusión de importantes grupos sociales del juego político, discriminación social y política por razones de género y/o étnicas y un creciente nivel de desinterés político. En algunos países, además, han existido roces entre los ejecutivos y los legislativos y, en un sentido más amplio, se han observado múltiples deficiencias a nivel de “gobernabilidad democrática”.

Lo relevante entonces es saber cómo se gobierna una sociedad y no tanto quién gobierna en ella. Con todo, la democracia no queda reducida a simple medio, en ruptura con fines y valores que están necesariamente dentro del procedimiento, o a instrumento neutro, históricamente incondicionado y al servicio de no importa qué modelo de organización social. Partiendo, eso sí,  de ese imprescindible mínimo, la democracia, sin embargo, no se agota ni debe conformarse con ser método y procedimiento, ya que si bien la Democracia ha logrado desarrollarse en la gran mayoría del continente y las elecciones son el  vehículo principal de selección de gobiernos, como señalan David Altman y       Juan Pablo Luna hoy resultan evidentes problemas a los que en un momento de transición, y por razones entendibles, la disciplina no otorgó suficiente importancia.

Con respecto a la teorización que se ha hecho de la calidad de la Democracia, podemos señalar que si bien la efectividad del Gobierno y el establecimiento del Estado de Derecho resultan cruciales para lograr el desarrollo de un buen gobierno, no resultan suficientes en la actualidad para construir una Democracia de calidad.

La calidad de una democracia como lo señala Frances Hagopian no sólo implica la protección de las libertades, de los derechos básicos, de la supremacía del Estado de derecho y de una igualdad básica, sino también de gobiernos que rindan cuentas (accountable) ante otros agentes del Estado y ante los ciudadanos, que sean responsivos a las preferencias de éstos, que haya una competencia significativa por el poder y que los ciudadanos satisfechos participen en la vida política. En otras palabras, que también se tengan en cuenta la participación, la competencia, la responsividad (cuando un gobierno adopta política que los ciudadanos señalan como preferidas) y la rendición de cuentas (accountability) o, simplemente, la representación política.

Es así como un gobierno limpio y transparente y una alta calidad regulatoria de la democracia chilena resultan insuficientes para motivar a los ciudadanos a votar y participar en organizaciones e instituciones de la democracia. Es por eso que todo sistema democrático –como lo señala Eolo Díaz-Tendero- en la actualidad debe tratar de responder obligadamente a dos condiciones si se quiere tener estabilidad en un plazo considerado de tiempo. Por una parte, todo sistema democrático debe ser eficiente en regular la alta complejidad que poseen las sociedades, y en segundo lugar, debe lograr que dichas soluciones sean sentidas como propias por el grueso de la población. De esta forma se define la Democracia como un sistema altamente complejo que está permanentemente erosionado entre una realidad ideal y otro real

De esta forma, la crítica a la calidad de la Democracia en la actualidad, las denuncias de su baja calidad, de la cantidad de recursos dedicados a ella, de la corrupción que le rodea, de la ineptitud de la clase política, de su alejamiento de la gente y los problemas cotidianos, o de los principios éticos e ideológicos, de la falta de confianza que generan arreglos y negociaciones, hacen parte del sentido común de las encuestas de la opinión pública manifestados en el bajo apoyo al gobierno de Bachelet.

En el caso de la democracia chilena quizás el rasgo principal y específico de la política, y, por lo tanto, de su crisis y de su baja calidad, y a lo que nos hemos referido constantemente en este artículo, es que en lo medular ella está conformada por la institucionalidad, los actores y las problemáticas heredadas de la dictadura militar –apenas corregidos por los procesos de democratización y los gobiernos democráticos- y que se revelan totalmente inadecuados al tipo de país y sociedad que los chilenos quisieran poder construir y que el país mismo necesita para insertarse autónomamente en el mundo globalizado. Y como esto no ha querido enfrentarse de raíz, el resultado es una mezcla de política de arreglos -los mal llamados consensos- y de enfrentamientos entre actores sin proyecto propio, de soluciones parches que dejan arrastrarse los problemas hasta que se presenten otros, siendo ésta la tónica constante que ha caracterizado a todos los gobiernos de la Concertación, y que lo podemos notar en las cifras de apoyo que respaldan al actual gobierno.

Así, analizando el actual desarrollo de la política en Chile, podemos señalar que el origen de la crisis de la política o de los problemas de calidad de la democracia, radica básicamente en un orden constitucional impuesto y ajeno a los chilenos, que no pueden sino aceptar, pero que no se identifican con él. Y la clase política de gobierno y oposición ha sido incapaz, por razones diferentes, de modificar dicho orden político, con lo que se consolida de esta manera un círculo vicioso, de no retorno a las raíces del problema, vale decir, la necesidad de un buen manejo de las políticas públicas por parte de la elite política. Tanto políticas, medidas y proyectos de corte correctivo que se han aplicado, algunos de mucha importancia, en el fondo lo que hacen es consolidar este sistema, puesto que dificultan a la larga su transformación verdadera. Un buen ejemplo de ello es la ley de financiamiento de campañas electorales: ella fue sin duda un avance, pero cerró el debate en la materia, sin que puedan corregir sus insuficiencias y deficiencias por largo tiempo. Y lo mismo ocurriría con las reformas parciales a la Constitución, que imposibilitan que la sociedad tenga acceso verdaderas reformas acorde con nuestro tiempo.

De modo que una de las exigencias de la democracia de hoy es un debate nacional sobre la política y su calidad, en torno a los planteamientos anteriormente señalados, cuyo entrelazamiento es evidente, con la disposición a cambiar todo lo que sea necesario, incluso lo que afecta a los titulares de los puestos de poder. Es cierto que ello supone como punto de partida un acto de renovación del conjunto de la clase política al aceptar este debate y sus consecuencias. Pero también de las organizaciones de la sociedad y de la ciudadanía que tiende cada vez a alejarse de los debates de tintes políticos, a la vez los necesita, ya que todos queremos una nueva realidad que pueda solventar las demandas que la sociedad chilena viene reclamando hace bastante tiempo.

Carlos Rojas Huerta
Licenciado en Historia con mención en Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

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