Columna

¿Cuándo tiene recreo el Profe?

Buscar excusas para celebrar es habitual

Por Arturo Ledezma

19/10/2014

Publicado en

Columnas

0 0


profesor_jirafales

Buscar excusas para celebrar es habitual. Todo lo que nos rodea puede ser motivo para descorchar algo y encender cualquier cosa. El completo, la sopa, la piscola, el orgasmo, han sido los titulares de promociones o de notitas en las redes sociales y creo que alcanza aire para muchos, así que quién quiera vestirse de gala para celebrar al arrollado, merece todo mi respeto.

Y en este flujo intenso de excusas, también están las más clásicas y que se conectan más con nuestras historias remotas. Este jueves 16 se celebró el día de los profes en muchas partes. Este día lo recuerdo con mucha claridad, desde distintas perspectivas: cuando cabro chico, mi vieja llegaba con flores, chocolates, portarretratos, chiches feos reciclados y elefantes de loza –de esos a los que hay que ponerles un billete en el trasero para la suerte-, que le regalaban otros cabros chicos como yo; viví este día haciéndole una tarjeta torpe con lápices de cera, a alguna profe que mereciera mi cariño y respeto; me encontré llorando alguna pilsen, a propósito de nuestras adversas condiciones laborales, con mi numerosa familia profe. Lo cierto es que el universo de la docencia, desde mocoso me ha significado un espacio tan claro como propio.

Este viernes en el colegio en donde trabajo, las estudiantes prepararon un mega acto para regalonearnos y hacernos sentir las reinas de la cuadra. Muchos bailes, coreografías con imitaciones de nuestros gestos y muletillas, canciones preparadas en los recreos, fueron la contundente parrilla con que las cabras nos acicalaron el ego durante esa jornada. Para quienes trabajamos enseñando, esas maneras de expresar el cariño, la admiración, son la muestra más natural de cuánto logramos resonar en las silenciosas existencias de ellas y ellos, y cada año es reconfortante tomarse una bebida, comerse unas ramitas y leer una tarjeta escrita desde sus verdades.

Pero acaba el día y se termina el breve hechizo de ser valorados, de jugar a ser resignificados en esta injusta vitrina actual. Y hoy domingo, mientras escribo esto, miro la mesa y esa torre agotadora de pruebas que aún me falta por revisar y la sombra que proyecta esa torcida torre, pareciera oscurecer cualquier alegría vivida hace un par de días atrás; esa sombra aniquila los pocos rincones de amor propio de caleta de profes, porque las esperanzas que muchos ponemos en los desvelos para preparar clases dignas o evaluaciones juiciosas, se caen a la moledora de carne al igual que esa inolvidable escena de la correa con estudiantes de la película The Wall; la sombra de ese portento de pruebas, tiñe mi tiempo de domingo y lo instala en un sexto día hábil, confinándolo forzosamente a ser la posibilidad perfecta para ponerme al día con mi morosa y esclavizante existencia docente.

¿Y por qué profe?

Cuando resolví estudiar pedagogía, lo hice porque sentía que el acto permanente de enseñar, de exponerse a una audiencia de cabr@s, diferentes tod@s y poder ofrecerles opciones, posibilidades, narraciones, teorías y ejemplos que pudiesen servirles en algún momento de sus días, era una fuente inacabable de satisfacciones y me entregaba la tremenda chance para rediseñar, aunque sea microscópicamente, el egoísta y cruento país que aquí protagonizamos. Cuando postulé a pedagogía, pensaba que era inaguantable perpetuar esa equivalencia que se hace entre la vocación del profesor con el sufrimiento y las pellejerías. Ser profe es tan trabajo como muchos otros y como esos tantos otros, merece ser apreciado en su real dimensión social, política. Ya es momento que se acallen las defensas a los azotes históricos a los cuáles han sido sometidos nuestros profesores, usando frasecitas de resignación, modos acomodaticios que intentan aletargar las voluntades de esos maestros y maestras por exigir la innegable posición que deben ocupar en el imaginario de este país y de cualquiera.

Que toque el timbre luego.

La verdad es que se me quedan en los dedos muchas ideas. Pienso en la construcción de personas a los que nos obliga a formar el ministerio de educación –con minúscula- y termino con una molesta sensación de auto traición. Porque me niego a pensar mis clases como la preparación de jóvenes para una miserable y obtusa prueba de selección, porque me niego a construir idearios focalizados en un exclusivo instrumento de evaluación, como el simce –con minúscula, también-, porque me niego a creer que la competencia sea el combustible que mueve a los humanos en una sociedad justa.

El sabor amargo se termina diluyendo cuando la casualidad hace que me encuentre con un ex alumno en cualquier calle y entre abrazos y risas, me cuente que finalmente está haciendo lo que quiere, que siguió viendo las películas de ese mismo director que alguna vez sugerí, que ahora le escribe cartas de amor a su mina y que en algún secreto espacio de su existencia, de algo sirvió el que me quedara un domingo hasta tarde imaginando una buena clase.

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones

Comparte ✌️

Comenta 💬