Columna de opinión

De hardwares intercambiables a danzas cognitivas

Mientras un turista visitaba Borneo, su aventura se vio ofuscada por una mordedura de serpiente krait

Por Daniel Labbé Yáñez

21/03/2018

Publicado en

Columnas

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Mientras un turista visitaba Borneo, su aventura se vio ofuscada por una mordedura de serpiente krait. La neurotoxina de su veneno provoca tal parálisis muscular que el turista terminó con el síndrome locked-in: no podía mover nada más que los músculos para pestañear. Pero continúo vivo y escribió un diario durante más de 20 años, con ayuda de una traductora de parpadeos, bastante coherente y con una profundidad narrativa. Yo me preguntaba qué tipo de procesos cognitivos tenía este sujeto,  y si existía alguna disciplina que le interesara problematizar -como es el propósito de la filosofía-, con respecto a las discusiones e hipótesis que tratan de explicar lo que acontece en la mente.

Desde que se dejó atrás la hegemonía del conductismo skinnereano –donde solo el comportamiento visible era relevante y la mente obscura e irrelevante–, las llamadas ciencias cognitivas tuvieron lugar para dirimir un sinnúmero de revueltas conceptuales acerca de los procesos mentales. En sus inicios, en la década de los setenta, los procesos cognitivos –inferencia, razonamiento, anticipación- se consideraron internos, subjetivos y separados del entorno. Se colocaron los andamios que estructuraron la metáfora computacional, y el teatro cartesiano abrió sus telones a la mente como representando el mundo. De hecho, la noción de representación mental cobró tal  fuerza, que las neurociencias, la psicología cognitiva o la fisiología del cerebro, piensan a su objeto de estudio en una simbiosis poco analizada del cerebro/mente como procesador interno de símbolos parecidos al lenguaje, un software.

No obstante, la base empírica efervescente mostraba en formato de imágenes cerebrales o de robots autónomos que ciertos presupuestos –como el soporte distribuido y no modular o los razonamientos prácticos de infantes pre-lingüísticos– empezaban a no entenderse muy claramente en términos donde la información solo entra como estímulo (input), llega a la desconocida caja negra y sale en forma de respuesta (output). Asimismo, la biología, la antropología y la complejidad se fueron introduciendo en la ciencias cognitivas, dando lugar a un cierto cambio en el paradigma. Un viento de cambio empieza a rozar a todas las disciplinas, la importancia del cuerpo, del entorno, de la interacción, de la intersubjetividad y del aprendizaje acompañaron los desarrollos en epigenética, epistemología naturalizada, biología del microbioma, la cognición animal, metodologías en sistemas complejos y dinámicos, medicina fractálica, bioantropología y construcción de nicho.

Y es en las ciencias cognitivas en los últimos lustros, cuando los procesos mentales comienzan a pensarse de manera distinta. Ya no ocurren solo en la cabeza, sino que ocurren durante la interacción del organismo con el entorno a través de las acciones de su cuerpo. Por ello se denominan enfoques corporeizados, enactivistas y situados (actualmente se han agrupado en la categoría Cognición 4E, por sus siglas en inglés: embodied, extended, enactive and embedded). La mente se considera encarnada en el cuerpo que cambia constantemente y no un simple hardware intercambiable. Las posibilidades de actuar que tiene el cuerpo con el entorno se vuelve la esencia de los procesos cognitivos, por lo que la representación computacional pierde poder, el teatro se cierra y la interacción constante en tiempo real ganan terreno.

Personajes como el chileno Francisco Varela son una pieza clave en esta vuelta de tuerca. Gracias a sus trabajos de autopoiesis, en conjunto con Humberto Maturana, y de neurodinamismo corporeizado, se generaron muchas líneas teóricas y experimentales que han nutrido una cada vez más legítima ciencia cognitiva corporeizada y situada. Ya no solo se trata de estudiar cómo es que un paciente afásico deja de entender verbos, sino que se amplía hasta llegar a la cognición de una bailarina en pleno performance escénico.

Actualmente existe un cierto debate entre ambas corrientes. Las primeras, que podríamos denominar como tradicionales, y las segundas, las rebeldes iconoclastas que serían las corporeizadas y enactivistas. Pareciera que si nos interesa conocer la cognición de un cetáceo a partir de las pautas de movimiento de sus aletas que reflejan las propiedades hidrodinámicas del agua y la repetición de los movimientos que hacen los otros cetáceos, ejemplificarían al dedillo la importancia constitutiva de la interacción con el entorno y, por lo tanto, la elección epistémica de una teoría adecuada recaería en las perspectivas corporeizadas y situadas. Pero si, por otro lado, lo que queremos es entender mejor cómo es que el lenguaje coloniza a la cognición en las etapas del desarrollo en las cuales aprendemos a hablar, quizás una aproximación más tradicional y centrada en el lenguaje funcione mejor.

Pero también ambas corrientes comienzan a converger en algunas rutas donde no parecen ser tan inconmensurables. Por ejemplo, las emociones y los sentimientos son un campo difícil de colocar en una trinchera o en la otra. La alegría que acompaña el descubrimiento heurístico de un razonamiento, o la sorpresa de una serendipia, o el sentir que tenemos la información en la punta de la lengua, se vuelven fenómenos de fronteras difusas. Quizás en un futuro al ir haciendo un camino explicativo al andar, se logren trazar genuinos puentes explicativos donde ambas perspectivas tengan cabida, o quizás no.

Pero, ¿qué es la mente computacional o corporeizada? ¿Cuál es su categoría en el universo de lo que existe? ¿Una célula que se auto-organiza tiene mayor poder explicativo que una representación simbólica? ¿La mente se divide en módulos solitarios o es distribuida o emergente? ¿Es mejor una explicación que utiliza representaciones o que utiliza la posibilidad de acción de un cuerpo? ¿Cuáles son los modelos que esclarecen mejor los procesos cognitivos? ¿Un organismo sin cuerpo tiene cognición? ¿El cerebro se extiende más allá del cráneo hasta llegar al cuerpo y a la sociedad o solo se queda en el cerebro? ¿El movimiento corporal nos ayuda a aprender mejor? ¿Es más importante la mente o el cuerpo, o el mente-cuerpo es una misma categoría? ¿Qué tipo de cognición tiene un sujeto con el síndrome de enclaustramiento que no puede mover más que los párpados?

Muchas preguntas quedan y muchos problemas que requieren solución desde varios niveles de análisis. La filosofía de las ciencias cognitivas va en esa dirección, desmenuzando lo que existe y las mejores maneras de elucidar lo que ocurre en nuestro mente-cuerpo-entorno.

Por Ximena González Grandón // Médico-cirujano de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Doctora en Filosofía de las Ciencias Cognitivas UNAM, entre otros estudios, y docente en el nuevo Diplomado en Filosofía de la Ciencia con mención en Filosofía de las Ciencias Cognitivas del Instituto de Filosofía y Ciencias de la Complejidad, IFICC. Para más información ingrese aquí

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