Del cogoteo y la libertad de expresión

En este largo país de desastres, estamos bajo la autoridad de los cogoteros

Por Wari

24/02/2015

Publicado en

Columnas

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vila2En este largo país de desastres, estamos bajo la autoridad de los cogoteros. Son los cogoteros quienes definen la magnitud del país, lo que es la república, lo que es su economía y su cultura. El cogotero “popular”, ese ya no existe, hoy se viste de cuello y corbata y deja sus sandalias hechizas en la vera pantanosa de sus recuerdos y se las cambia por “polainas” (es un decir) o por zapatos de última moda italiana o inglesa o norteamericana o vaya uno a saber. Suelen quejarse de la incomprensión del resto de sus compatriotas, porque ahora no son cogoteros, sino empresarios y son políticos, y por esa sola razón, serían “servidores públicos”. Ya no sacan la navaja en una sombría esquina ni después emprenden la huída a mata caballo, hoy están cómodamente sentados detrás de un “buró” y con la navaja se limpian las uñas. Si tienen que huir, se suben a un avión o a un helicóptero y, según, se van a sus refugios en los lagos del sur o se van, dolidos, a las Islas Caimán. No estoy diciendo que estos cogoteros de terno y corbata sean narcotraficantes. Suelen ser seres respetables hasta que se les desenrolla la madeja y quedan en pelotas, porque ni siquiera usan ya la navaja para arreglar sus desatinos ni menos “hombres de mano” que les deshagan algún entuerto demasiado comprometedor: Esos son los narcotraficantes que, por cierto, tienen sus redes o loobys en el mismísimo centro del Poder, y sus protecciones para cogotear a quien se les frunza. Y fíjese usted que lo que estoy diciendo me puede costar más de algo, no sólo la vida, porque la libertad de expresión suele acontecer en algunos casos, no siempre en aquellos que creemos son los que se supone deben ser.

No es lo mismo reírse del profeta o los profetas, de la religión o las religiones, de dios o de los dioses, de un político o de los políticos, de un milico o de los milicos, de un empresario o de los empresarios  y un largo etcétera, que decir, por ejemplo: “pitéate a ese gallo, a ese paco, a ese musulmán o cristiano o rabino, a ese político o a ese desgraciado que me ofendió, porque serás recompensado” (con el paraíso, con la salvación eterna o como se llame a cualquiera de esas estupideces; más grave, claro, es decir que lo serás por tanta cantidad de dinero, pero eso se hace “en privado” bajo la santísima trinidad del narcotráfico, los servicios de “inteligencia”, o de los desquiciados que nunca faltan). Pues, con todo lo que ha pasado en esto últimos días, no falta la pregunta sobre cuáles son los límites de la libertad de expresión.

Para comenzar quiero dejar bien en claro que, a mi juicio, no existe límite ninguno. Y entiéndase bien, sobre todo por los suspicaces y políticamente correctos de siempre, dije “libertad de expresión” no “libertad para llamar a la matanza o al asesinato o como quieran llamarlo en nombre de” (o como decía un pasquín de ultraderecha durante la UP: “junten odio, chilenos”)… La libertad de expresión es pensar y decir muy alto lo que a uno le ronca los cojones sin matar a nadie ni, menos, llamando a matar a alguien. Porque tal como dice la proposición: es el derecho a expresar, no a matar o mandar a matar Ahora, que hay gente que todo lo toma al pie de la letra, eso siempre ha sido así (qué símbolo más hermoso existe en la novela Barrabás –y para los que no la han leído, está el extraordinario filme con Anthony Quinn–, cuando éste ve a Roma en llamas y cree, en su arrepentimiento no se puede más cristiano, que es el llamado divino que se esperaba y comienza también a quemarlo todo). Hay muchos que toman al pie de la letra lo que decía Malatesta: “La única iglesia que ilumina, es la que arde”, aunque con todas las aberraciones que ésta ha cometido no nos falten las ganas, como ocurrió durante la Guerra Civil Española, en que la iglesia, tras siglos de dominación y brutalidades como la Inquisición, apoyó la sublevación fascista de Franco, y en que la anarquista Columna Durruti quemaba las iglesias y fusilaba a los curas franquistas. Pero hay que informarse bien de toda esa historia para no buscar argumentos donde no los hay. Jamás hubo bombazos a diestra y siniestra ni “niñitas bomba” de ocho años ni autos bomba en cualquier lugar ni ametrallamientos porque alguien “insultaba” al dios o al profeta de turno. Era una guerra civil, espantosa, en la que se cometieron todos los excesos imaginables, pero al menos algunas facciones conservaron cierta altura moral, que algunos llaman honor, y que siempre es destacable en algo tan bajo y horroroso como una guerra, civil más encima.

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El ser humano es tan increíble que no se le ocurrió nada mejor que inventar el “Tratado de Ginebra”, para regular las guerras. Y que sirvieron para justificar el todo y su contrario. En el Chile de Pinochet se jugaba con la ambigüedad: “guerra interna”, ¿tratado de Ginebra?, entonces “lucha contra el terrorismo marxista”, pero si alguien decía, entonces, que no correspondía, estábamos en un “estado de guerra”, otra vez el tratado de Ginebra, otra vez el argumento del “terrorismo marxista”, y suma y sigue. Nos suena conocido. Hasta dónde se puede llegar, nos decimos, en el caso de la masacre de Charlie Hebdo, de los dibujantes, periodistas, empleados y policías que estaban de guardia. ¿Guerra? No la hay, aunque, claro, podamos recurrir siempre al fácil argumento de que todo eso es una declaración de guerra o que esta ya existía. Pero ¿cuál es el enemigo? ¿Dos o tres tipos que con sus Kalachnikov matan a 17 personas? ¿Es eso una guerra? Sí, claro, el Estado Islámico, Al Qaeda y todos los hijos de puta que combaten en nombre de dios, el suyo, o el que sea, no importa. Antes se hablaba de operaciones comando. Y claro, no faltan las “teorías de la conspiración” que tanto les gustan a todos, y por eso todo se pone en duda, la “capacidad tipo comando” de los terroristas, la “manipulación”, la falsificación: no, son demasiado eficaces para ser terroristas islámicos. Como le decía el otro día a unos amigos demasiado suspicaces: “anda, ve a decirle a los terroristas islámicos que son manipulados, a ver cómo te va”…

Los monstruos, los monstruos y el horror, por cierto. Los “cogoteros” con sus permisos para matar, como James Bond, corbatita humita de por medio, y con la flema inglesa de siempre, of course, my dear, aparte, claro, si eres un desesperado, idiota y fanático, y sin la corbatita ni la humita, te haces explotar en medio de un centro comercial o a la salida de un colegio. ¿Hay siquiera alguna justificación para eso? Claro que no. Que tú mandes a la mierda a cualquiera de ellos, a su religión, a sus seguidores, a sus estúpidas creencias, a todos los ayatolas, rabinos, sacerdotes o lo que sea y les digas que te cagas en sus ridículas cabezas, eso no significa nada que no sea ponerlos en ridículo y desafiarlos a que te digan algo en contra con un mínimo de razonamiento. Pero los “cogoteros” jamás se han caracterizado por tener ningún razonamiento aparte de la navaja o el cuchillo, claro.

Por Cristián Vila Riquelme

El autor es escritor, doctor en filosofía por la Universidad de Paris-Sorbonne I y académico.

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