Del Poder Constituyente, las brasas de Michimalonko, y el eterno viejo topo

Por Francisco Vergara             Chile hoy está en llamas

Por Director

29/10/2019

Publicado en

Columnas

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Por Francisco Vergara

            Chile hoy está en llamas. Mas no es la primera ni única ocasión en que ha sido devorado por la violencia; es más, siempre que se ha fundado cierto orden constitucional y, por extensión, institucional, ha sido a través del fuego (sea este simbólico o literal). No es coincidencia que, una y otra vez, esta germinación desde las llamas se haya generado excluyendo al pueblo y las masas; una y otra vez la historia constitucional de Chile ha sido forjada bajo la égida del fuego y el plomo: sucedió en 1830, cuando la élite mercantil centralista destruyó a sangre y pólvora el intento de una construcción de un Estado erigido sobre el poder comunal y la tradición del autogobierno; esta derrota del pueblo, que despectivamente fue llamado «pipiolo», termina por cristalizarse en el proceso fundacional que significa la Constitución de 1833. Pasó en 1924, cuando la misma élite centralista mercantil aniquiló el intento de darle forma constitucional a la soberanía popular que llevaba décadas floreciendo y creciendo a través del mutualismo y el movimiento obrero en general; derrota que termina plasmada en la Constitución de 1925. Y, finalmente y de la forma más diáfana para nuestra vivencia histórica, pasó en 1973, cuando de la forma más violenta y rastrera se aplastó al pueblo y su gobierno, para concluir en el proceso que dio a luz a la nauseabunda Constitución de 1980.

            Una y otra vez ha sido desde las ascuas que deja el fuego de la violencia que se ha construido el orden; un orden propugnado por bloques históricos que, si bien han tenido las mutaciones inexorables a cualquier proceso de la historia, siempre han aglutinado   y respondido continuamente a un mismo tipo de élite que ha buscado en toda ocasión clausurar la posibilidad de la soberanía popular, del poder comunal y la autonomía del Pueblo.

            Hasta hoy, todos los momentos fundantes constitucionales han significado el fuego que asola y devora el anhelo del pueblo. Sin embargo, el momento que vivimos hoy es de un tipo diferente: son llamas que no surgen desde un movimiento orgánico popular, por lo cual no hay hoy a quien culpar, con quien dialogar, ni cabezas que cortar. De acá que el ejercicio de la represión se vuelva una estupidez supina que no hace sino más que dejar en claro la ineptitud de los representantes de la élite. ¡No estamos ni hemos estado en guerra! Las llamas de hoy no son más que la combustión producida por la suma de los hastíos, malestares, descontentos y rabias que se han ido acumulando y conteniendo luego de décadas de neoliberalismo extremo y un régimen político, económico y social abiertamente antipopular, antidemocrático en su raíz, excluyente y segregador.

            En este sentido, el estallido de hoy, contrario al bobalicón discurso de sorpresa que expresan ciertos sectores de la élite, la clase política y el discurso de los medios de la prensa oligopólica, era algo totalmente esperable: clara muestra de esta limitación de procesamiento político bajo las reglas de juego del sistema actual, han sido las manifestaciones recurrentes que diversas fuerzas sociales han ido impulsando a propósito de demandas específicas a lo largo de los últimos años: la movilización en 2006, la educación en 2011, la crítica que comienza a tomar visibilidad al modelo de las AFP desde el 2014 en adelante, el problema del código de aguas de hoy, etcétera. En fin, no hay que hacer una lectura tan profunda para lograr ver que esta expresión de violencia de hoy dista de ser coyuntural, sino que apunta a algo que es indudablemente estructural.   

            Es el eterno viejo topo de la historia que siempre trabaja silencioso y subterráneo para emerger de las formas más inesperadas el que nos permite entender esta explosión enmarcada en un curso de sentido histórico; pero este topo que excava y escarba no solo se retrotrae a las últimas llamas que calcinaron al pueblo cuando desde el 73 en adelante se empezó a construir el entramado que daría lugar al Chile que lleva el neoliberalismo hasta el paroxismo. Las llamas de hoy son diferentes, porque no es el humo de la pólvora del brazo armado inmisericorde de las élites las que buscan arrasar la autonomía y soberanía popular, es algo muy distinto: es el pueblo quemando y destruyendo aquello que, si bien utiliza en su rutina diaria, nunca le ha pertenecido y solo es la forma material en la que se encarna la expoliación y explotación de SU trabajo, la concentración grosera de la riqueza, y una distribución de la riqueza que no es sino la encarnación de la injusticia. Son hoy las brasas que dejó Michimalonko cuando destruyó Santiago en 1541 las que encuentra y reaviva este viejo topo; son ascuas diferentes: aquellas que representan la destrucción de un Otro que en su inequidad se cierra al NosOtros que permita un lazo social más justo y soberano; un Otro que se ha esmerado tanto en ensimismarse en la búsqueda de su «oasis» que ha terminado por clausurar la posibilidad de todo re-conocimiento y re-conciliación.

            Es entender que la lumbre de hoy es de un nuevo tipo, diferente a cualquiera que haya ardido en los momentos de construcción de un nuevo orden, lo que nos debiese permitir comprender que hoy es el momento del Pueblo; que hoy la salida no puede ni debe ser un acuerdo entre cúpulas ensimismadas que cierran los acuerdos en su pequeña cocina, así como, en apariencia, nos acostumbró la lógica de la democracia restringida en los 90; es la hora de la soberanía y la autonomía del poder popular. Y si bien el escenario y el desarrollo de las mismas fuerzas sociales distan de ser aquello que nos dice la teoría política que debiesen ser las condiciones mínimas para un cambio de esta magnitud y forma, es el momento de CREER en una re-fundación a través de un nuevo momento Constituyente.

            A la vez, es hoy el proceso de Chile de sumo interés en el concierto mundial: Chile fue el laboratorio por antonomasia que utilizó el neoliberalismo para construir un orden (injusto y sanguinario, sin dudas, pero orden a fin de cuentas) de nuevo tipo que solo pudo ser constituido a través del fusil y las balas. Si pudo constituirse de esa guisa en una excepción que contravino lo que la teoría nos podía mostrar como esperable y posible; no hay razón para no tener fe y convicción en que, nuevamente y a contrapelo de lo que nos pueda señalar la teoría, tal vez es hoy el momento en que se logre señalar la forma de construir un nuevo camino, mas esta vez un camino fundado en el NosOtros, que se levanta y arde contra la hacienda militarizada chapuza del capitalismo que deviene en hacienda mundial.

            Es comprender el lugar, la forma y el momento histórico que hoy vivimos el que nos ha de indicar que es el momento de tal vez volver a creer con firmeza. Es hoy el momento del Pueblo, que no puede ni debe ya echar pie atrás: ¡Asamblea Constituyente es la única respuesta!

            Como dijera nuestro propio Salvador: La historia es Nuestra y la hacen los pueblos.

            ¡Viva el Pueblo de Chile! 

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