OPINION POLITICA

Democracia Cristiana: muerte dulce o vejez eterna

La ancianidad, tanto en lo individual como en lo colectivo, se caracteriza por una existencia cargada de recuerdos en que predomina el pasado sobre el porvenir

Por paulwalder

21/11/2017

Publicado en

Columnas

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Carolina Goic, ex presidente de la DC y ex candidata presidencial 2017

La ancianidad, tanto en lo individual como en lo colectivo, se caracteriza por una existencia cargada de recuerdos en que predomina el pasado sobre el porvenir. Para el historiador Oswald Spengler la civilización – al igual que la en la biología humana, o en las estaciones del año – pasa por la infancia, la juventud, la madurez y la vejez, y  el invierno, la primavera, el otoño y el verano. Hace ya unas décadas que la Democracia Cristiana está en el invierno y la vejez.

Hay partidos políticos que mueren jóvenes, incluso algunos apenas al año de vida; hay otros que les cuesta mucho morir y pueden estar condenados a una vejez sin fin. Creo que es el caso del Partido Radical y también podría ocurrir con la  Democracia Cristiana en las elecciones de mañana – la muerte dulce paciera ser una solución para evitar la vejez eterna -.

La predecesora de la Democracia Cristiana, La Falange Nacional, nació gracias a la intuición de algunos líderes del Partido Conservador, en el sentido de que este Partido clerical estaba agotado y sólo podía vivir del recuerdo de sus glorias que, por cierto, fueron muchas y épicas en la historia de Chile. Había que aconsejar a los jóvenes políticos – en esa época, Eduardo Frei, Rafael Agustín Gumucio Vives, Bernardo Leigthton, Ignacio Palma, y otros, que se autonomizaran y que pensaran en la creación de un nuevo partido político que siguiera las encíclicas sociales de los Papas – Rerum Novarum, Quadragesimo Anno -.

Mi abuelo, que era el padre espiritual de La Falange, pasó de ser un católico ultraintegrista – decía que el Papa León XIII estaba loco y que le cargaban las encíclicas – a ser un cristiano progresista, que posibilitó que el Cardenal José María Caro, aceptara el triunfo del masón, Pedro Aguirre Cerda e, incluso, tuviera la misma conversión el escritor francés, George Bernanos, y terminara apoyando a los curas vascos, partidarios de la República Española.

La defensa de Jacques Maritain, por parte de mi abuelo fue famosa, en su polémica con el cura Pérez, que representó la lucha entre el socialcristianismo y el integrismo católico, postulado por el presbítero Pérez.

La Falange Nacional  fue la infancia y la adolescencia de la Democracia Cristiana: pasó de tres diputados a cinco y en proporción, siempre obtuvo un 2% o un %; cuando comenzaba a crecer, tuvo la mala  idea de unirse con los conservadores socialcristianos y, desde ahí vienen los Walker, sucesores de don Horacio, que se dio el lujo de expulsar a los falangistas, en 1938. El único falangista que se opuso a esta unión fue Jaime castillo Velasco, jurista, partidario del camino propio y, más tarde, férreo defensor de los derechos  humanos durante la  dictadura de Augusto Pinochet. (Castillo estaba convencido de que la Falange podría ser  un partido de vanguardia).

La Democracia Cristiana logró su plena madurez (1965), en las elecciones parlamentarias, en que eligió 82 diputados de 150, cifra que, hasta ahora, no ha sido igualada en la historia de Chile, y orgullosamente gobernó como Partido único y, al igual que los seres vivos,  cada cumpleaños era una mayor cercanía a la vejez y a la  muerte – el verano suele durar muy poco, los recuerdos muy bellos, pero efímeros -. Radomiro Tomic, anunciaba treinta años de Democracia Cristiana en el gobierno y sólo tuvo uno – posteriormente, en la transición a la democracia, resucitó con dos gobiernos más -.

La Democracia Cristiana comenzó a perder apoyo a raíz de sucesivas divisiones: este Partido tiene dos almas, una de centro-derecha y la otra, de centro-izquierda; la primera se esconde bajo el camino propio – la derecha chilena es asquerosa, falsa y dictatorial, por lo tanto, es imposible ser socio con ella – la segunda, siempre busca la alianza con los partidos de izquierda, incluso con el Partido Comunista.

Las dos primeras divisiones de la Democracia Cristiana fueron netamente ideológicas: el MAPU nació para integrar la Unidad Popular y la Izquierda Cristiana, con su líder y profeta Bosco Parra, para apoyar a Salvador Allende cuando el partido democratacristiano decidió apoyar al doctor  Marín, candidato de la derecha, en las elecciones extraordinarias de diputados por Valparaíso. Para el 11 de septiembre de 1973, la Democracia Cristiana también se dividió: Frei Montalva y Aylwin Azócar apoyaron el golpe de Estado y felicitaron a los militares por su hazaña de “salvar a Chile del cáncer marxista”. Leighton, Tomic y otros 11 democratacristianos condenaron el golpe de estado.

Después del triunfo del NO en el plebiscito de 1988 (17 años más tarde), la Democracia Cristiana resucitó, pero ya nadie hablaba del  “vuelo del cóndor”, del “camino propio” o de “la unión social y política del pueblo”, mucho menos de “juventud cristiana adelante”, pues ya eran hombres maduros y templados. Los socialistas se habían convertido en socialdemócratas y en caballeros de carta cabal y con ínfulas de “estadistas” – hasta Camilo Escalona usaba corbata-.

Los democratacristianos volvieron a triunfar con Aylwin, y ahora se hacía “imperioso” gobernar con Pinochet como Comandante en jefe del Ejército. Era necesario pedir calma y paciencia a los movimientos sociales por temor a un nuevo golpe de estado. Por otra parte, habría que priorizar la política económica, impuesta por el dictador y, así  demostrar al país que la Concertación de Partidos por la Democracia maneja mejor la política económica que la derecha, y que Alejandro Foxley fue mejor ministro de Hacienda que Hernán Büche, su antecesor.

Eduardo Frei Ruiz-Tagle logró el 58% en las elecciones presidenciales de 1994, votación que es muy difícil de ser igualada. La Democracia Cristiana volvió a colocarse como el principal Partido de Chile, pero dadas la capacidad y condiciones políticas del Presidente Frei, su gobierno terminó en un desastre, posibilitando el revivir de la derecha, con la candidatura de Joaquín Lavín – en 1999 perdió, en la primera vuelta por un voto por mesa, contra el candidato Ricardo Lagos, un acorazado de la Concertación -.

En los albores del siglo XXI comienzo un acelerado envejecimiento del Partido Democratacristiano: le salieron las primeras canas con el gobierno de Lagos y se le cayeron algunos chocleros, pero gracias a las arcas del Estado pudieron darse el lujo de comer tiernos corderitos y, a veces, langostas y centollas. Con la irrupción del gobierno de la Presidenta Bachelet, a pesar de perder los últimos chocleros, se las ingeniaron para  optar por dientes falsos y mostrar una sonrisa de Gardel y, claro está, recuperar los pitutos en los principales cargos  y empresas del Estado.

En el Partido Democratacristiano, el senador Adolfo Zaldívar le mesaba los cabellos a Soledad Alvear: llegó a tanto la disputa que el colorín terminó expulsado por el tribunal supremo de su Partido, al negarse a dar su voto para el subsidio del Transantiago; posteriormente, se fueron sumando algunos otros parlamentarios de la DC.

Cada vez, en la DC las arrugas en las arrugas se acentuaban: ya habían perdido un millón de votos en sucesivas elecciones de las últimas décadas, pero sabemos que los achaques, propios de la  edad y del deterioro, se sobrellevan mejor con una buena tarjeta de crédito  y mucho dinero en efectivo para gastar en farras con sus amigos  de siempre,  (lo hizo don Pepe Piñera con la tarjeta de crédito de su hijo Sebastián y la dejó en 0, en sus incursiones y excursiones en Europa, especialmente en la Ciudad Luz), y la Democracia Cristiana hace otro tanto con los dineros de todos los chilenos.

Llegó la  hora de verdad: sin cabello, sin dientes, casi coja y ciega, con muchas arrugas y pocos amigos, la DC se ve forzada a mirarse al espejo y, al otro lado, aparece la parca, la pelada, la descocada – la muerte -. Antes de pasar a mejor  vida, la Democracia Cristiana hizo la mejor broma al proclamar a Carolina Goic como su candidato, sobre todo en el camino propio. Esta candidata es como una muñeca parlante, que habla todo el día de ética, cuando en su Partido se coleccionan los pillos. Lo más posible que, por siútica y votarse a virgen, va a obtener menos de dos dígitos en las elecciones del 19 de noviembre – en el mejor de los casos, podría llegar al 9% y, en el peor, a 7% y, posiblemente, sea aventajada por Marco Enríquez-Ominami, incluso por José Antonio Kast, y pueda llegar en quinto o sexto lugar.

En diputados, la Democracia Cristiana obtendría entre trece y dieciséis; en senadores, le va a ir mejor, con tres padres conscriptos. En cualquier escenario, va a dejar de ser el primer Partido de la centro-izquierda, y sería un partido intrascendente si no se divide de nuevo.

Hay dos escenarios posibles en senadores: que salgan elegidos los derechistas – Ignacio Walker, Andrés Zaldívar y Faud Chaín, lo cual permitiría la mantención de la senadora Carolina Goic como presidenta de un Partido Liliputiense. El segundo escenario es que ganen Yasna Provoste, Aldo Cornejo y Ximena Rincón; en este caso, el Partido podría dividirse con el abandono de Aninat, Martínez, Mariana Aylwin, Goic, los Walker, Alvear, y otros, todos ellos individualidades, que hacen mucho tiempo que no van a una población, ni siquiera para beber una Fanta con moscas en el verano.

A diferencia de una metástasis, en el caso de la Democracia Cristiana  las células no se multiplican, sino que se dividen –  como ocurre con las amebas, según mi sabio profesor de biología -.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

18/11/2017

 

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