Día del Ejecutado Político: Valparaíso y su agenda pendiente con la memoria

Cuando conmemoramos a las víctimas de ejecución política, la Región de Valparaíso resuena con una fuerza particular. Su geografía está marcada por las cicatrices de nuestra historia y hoy nos interpela a través del Memorial de la Avenida Brasil, con los nombres de los ausentes grabados en piedra. Su eco se siente en las placas de la PUCV y la UPLA, que recuerdan a estudiantes y académicos arrebatados. Se expresa en los murales que visten de memoria los muros de nuestros barrios y en la labor incansable de la Casa de la Memoria de Valparaíso.

Día del Ejecutado Político: Valparaíso y su agenda pendiente con la memoria

Autor: El Ciudadano

Por Jazmín Aguilar, candidata al Senado por Valparaíso 

Cada 30 de octubre, Chile hace una pausa para conmemorar el Día Nacional del Ejecutado y la Ejecutada Política. La fecha nos obliga a mirar el pasado, no con el afán de anclarnos en el dolor, sino con la convicción de que solo a través de la memoria podemos avanzar hacia una justicia plena, consolidar la verdad, dignificar a las víctimas mediante la reparación y construir firmes garantías de no repetición. En este ejercicio, la Región de Valparaíso emerge no como un escenario secundario, sino como el epicentro donde se gestó el horror que marcó a nuestra nación.

Aunque a menudo se piensa en Santiago como el corazón de la dictadura, fue en el puerto principal donde se orquestaron las maniobras del quiebre democrático. La Armada, anclada en Valparaíso, fue la vanguardia del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Desde sus buques y comandancias se coordinó el zarpazo que hundiría a Chile en una noche de 17 años, tejiendo una red de represión que se extendió por los cerros y que utilizó la Academia de Guerra Naval y el Cuartel Almirante Silva Palma como eslabones de una cadena de terror que apenas comenzaba.

Esa misma brisa marina arrastraría luego los gritos desde la cubierta del Buque Escuela Esmeralda. Nuestro emblema naval, la «Dama Blanca», fue profanado y convertido en una prisión flotante y centro de tortura. Junto a los navíos Maipo Lebu, sus bodegas y camarotes se transformaron en un infierno para cientos de detenidos. El horror, sin embargo, no se limitó a la bahía. En tierra firme, el Regimiento N.º 2 Maipo y diversas comisarías de la región se sumaron a este aparato represivo. La Ex Cárcel Pública, hoy un vibrante Parque Cultural, fue un centro de reclusión para disidentes políticos; un lugar cuyos muros, ahora dedicados al arte, aún susurran historias de resistencia y encierro.

La maquinaria de exterminio, además, necesitaba un laboratorio, y lo encontró en Tejas Verdes. En esa localidad de San Antonio, bajo el mando de Manuel Contreras, se sembró la semilla del mal que germinaría en la DINA y la CNI. Tejas Verdes fue la escuela de la tortura, el sitio donde se perfeccionaron los métodos de interrogatorio y eliminación que serían replicados en todo el país. Fue allí donde el horror se sistematizó y se formaron los agentes que secuestrarían, torturarían y asesinarían con metódica frialdad.

Desde ese mismo litoral, el Océano Pacífico fue convertido en una tumba sin nombre. Los «vuelos de la muerte», una de las prácticas más crueles de la dictadura, tuvieron en San Antonio uno de sus puntos de partida. Cuerpos de prisioneros eran arrojados al mar en un intento desesperado por borrar toda evidencia. Y aunque el océano fue concebido como el sepulcro perfecto, la tierra —en lugares como el Fundo Papudo y el Cementerio de Playa Ancha— se ha encargado décadas después de devolvernos fragmentos de esa verdad que se intentó ahogar, piezas clave para alcanzar la justicia.

Por eso, cuando conmemoramos a las víctimas de ejecución política, la Región de Valparaíso resuena con una fuerza particular. Su geografía está marcada por las cicatrices de nuestra historia y hoy nos interpela a través del Memorial de la Avenida Brasil, con los nombres de los ausentes grabados en piedra. Su eco se siente en las placas de la PUCV y la UPLA, que recuerdan a estudiantes y académicos arrebatados. Se expresa en los murales que visten de memoria los muros de nuestros barrios y en la labor incansable de la Casa de la Memoria de Valparaíso.

Recordar estos lugares no es un acto de revancha. Es la hoja de ruta hacia la justicia, la reparación y, fundamentalmente, la no repetición. Pero la memoria, por sí sola, es frágil; necesita de la voluntad política para convertirse en un muro infranqueable contra la barbarie. Que esta memoria, entonces, interpele directamente en el Congreso y se transforme en una agenda decidida: en leyes que aceleren la justicia pendiente, en presupuestos que dignifiquen los sitios de memoria y en una educación cívica robusta para cerrar para siempre los pactos de silencio y financiar la búsqueda de quienes aún nos faltan. Solo así, con acciones concretas que nazcan del corazón de nuestra democracia, aseguraremos que el horror nunca más tenga cabida en nuestra tierra.

Por Jazmín Aguilar, psicóloga, candidata al Senado por Valparaíso.


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